Percantas que me amuraron


Me cago en los misóginos,
graffiti anónimo en Bucarest (2013)

Por Cecilia Sorrentino

Vísperas y celebración de un nuevo libro de Claire Keegan son experiencias que compartimos numerosas lectoras y lectores en estas latitudes. Bien tarde en el día (Eterna Cadencia, 2024, con traducción de Jorge Fonderbrider como todas las obras de la escritora irlandesa) llegó dos años después de Cosas pequeñas como esas que fue preseleccionada para el Booker Prize. Pero habíamos esperado doce años desde la magnífica Tres luces, ganadora del Davy Byrnes Award. Llevada al cine con una adaptación excelente, The quiet girl fue dirigida por Colm Bairéad y resultó candidata al Oscar al mejor film extranjero en 2023. Todavía es posible verla en algunas plataformas.

“Escribo muy despacio -dice Keegan-, hago como treinta borradores de una historia, me lleva mucho tiempo convertirla en cuento. Hay que sacarle muchas cosas de modo que parezca que el cuento se desmorona, pero sigue ahí”. Nacida en County Wicklow (Irlanda) en 1968, Claire Keegan posee un dominio brillante de la narración. La maestría con la que despoja, la precisa e inteligente selección de los detalles la llevan a profundizar en el tema que aborda cada vez, creando escenas llenas de tensión y ambientes incómodos y opresivos. “Porque nos pasamos la vida hablando, insiste, pero la mayoría del tiempo no decimos nada. Un cuento revela lo que no se dice”. Bien tarde en el día es uno de sus relatos más logrados en este sentido.

La acción transcurre durante un día: el viernes 29 de julio. Ese día en la vida de un hombre joven, Cathal. Desde la mañana en su trabajo de oficina en Dublín, hasta que se va a dormir en su casa del pueblo de Arklow, en las afueras. ¿Por qué ese viernes 29 de julio? Es fácil descubrir que el 29 de julio de 2022 fue viernes, pero no serviría de nada. Recorremos el primer capítulo bajo el conjuro de una sucesión de indicios inquietantes.


El día es hermoso y soleado pero Cathal mira por la ventana y aunque ve niños y canteros repletos de flores, piensa que “buena parte de la vida transcurría sin problemas, a pesar de los muchos trastornos humanos y de saber cómo todo debe terminar”. Después se equivoca y cierra sin salvar el archivo en el que había estado trabajando. Pequeños detalles. Algunos, aparentemente sin importancia. Se cruza en un pasillo con una compañera que le pregunta si está bien. ¿Por qué supone ella que podría no estarlo? ¿Y por qué razón su jefe le propone que se vaya a casa más temprano?

El narrador en tercera persona sigue a Cathal en sus acciones y en el fluir de su conciencia. Y es a través de sus recuerdos, dudas, fastidios y distracciones que se va revelando la historia. Aunque el lector deberá llegar hasta la última línea – la nouvelle tiene cuatro capítulos y 57 páginas- para confirmar sus sospechas.

El relato es sencillo y amargo: una sucesión cronológica de micromachismos. El tema ya ha sido abordado por la autora en otras obras. Se trata probablemente de una de sus obsesiones: la profunda misoginia que domina la cultura media de los varones de su país y, en estrecha relación, el empoderamiento femenino que crece como réplica.

Cathal es un personaje contenido, cerrado. Aunque se disculpa varias veces, no logra disimular su avaricia, lo egocéntrico de su aparente indiferencia. Hasta que, poco antes del final, cuando arrastre la borrachera de su fracaso hacia el dormitorio, por fin se expresará abiertamente. Entonces va a escupir, a solas, su auténtico sentir. Nos dirá a todas, porque suena mejor y se siente más fuerte si nos lo dice a todas:

“-Conchudas de mierda”.