Por
Valentina Cabiale
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La llamada Venus de Laugerie-Basse, descubierta en 1864 |
Enza Elena Spinapolice es una arqueóloga paleolítica que trabaja en Antropología Evolutiva y profesora de arqueología prehistórica en la Universidad La Sapienza de Roma. Tras realizar un doctorado europeo en la Sapienza/Université de Bordeaux 1, formó parte de grupos de investigación nacionales e internacionales trabajando en el Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig y en el LCHES en Cambridge. Comenzó su investigación con el estudio de las adaptaciones de los neandertales en el sur de Europa y su extinción. Después de varios años de trabajar en el comportamiento neandertal, amplió su investigación al registro africano del Homo sapiens, aproximadamente del mismo período de tiempo (el “Paleolítico Medio”). Actualmente dirige proyectos en Europa y África Oriental y está interesada en la variabilidad dentro de la MSA (Edad de Piedra Media Africana) y la conexión panafricana de personas y tecnologías. También está interesada en el concepto de “mente extendida” y trabaja en los aspectos cognitivos de la fabricación de herramientas, comenzando también por la arqueología de primates.
En primer lugar, querría
hacerte algunas preguntas sobre el tema de la feminidad en los estudios
arqueológicos y en la prehistoria en particular, ya que es un tema que has
tratado recientemente.
-En realidad ocurrió por pura
casualidad, no es un área en la que investigue. Pero me preguntan mucho sobre
este aspecto, generalmente para conferencias, así que comencé a trabajar en él
cada vez más.
Empecemos por la cuestión de la
visibilidad de las mujeres. Carla Lonzi escribió una frase muy bella sobre la
invisibilidad femenina en la historia, en el Manifiesto de la Rebelión de las
Mujeres (1970). Cuando lo leí, como arqueóloga, me sobresalté,
aunque Lonzi no se refería a la arqueología sino a todas las formas de hacer
historia: “La mujer tuvo la experiencia de ver destruido cada día lo que
hacía. Consideramos que una historia construida sobre huellas no perecederas
está incompleta. Está en nosotros redescubrirlas para conocer la verdad”. Y
además: “Somos el pasado oscuro del mundo, hacemos que el presente
suceda”.
-Sí, y también consideremos el
hecho de que nos vemos obligadas a reconstruir nuestro pasado, y ciertamente lo
tenemos más difícil que los hombres. Depende de muchos factores. Por ejemplo,
también de la cuestión de la patrilocalidad, es decir, el hecho de
que cuando hay matrimonio son casi siempre las mujeres las que se desplazan, en
casi todas las sociedades que conocemos. Así, por una parte, ellas tienen la
dificultad de tener que integrarse a otro grupo. Y por otra parte, son un
vehículo de cultura porque traen consigo el conocimiento de su grupo de origen,
de su saber
hacer. Además, debido a tener que mudarse con frecuencia, a las
mujeres les resultaba mucho más difícil que a los hombres aparecer en las
historias.
Respecto a lo “perecedero”, en
las charlas a las que me invitan me explayo sobre el problema de la
identificación del individuo. Al estudiar el Paleolítico, acceder a este nivel
es muy difícil. Nuestras proyecciones sobre la prehistoria han creado un
imaginario dominado por figuras masculinas, desde el propio nombre de nuestra
especie, Homo
sapiens, hasta todas las representaciones. Intento contaminar esta
imaginería mostrando a algunas mujeres que sabemos con certeza que existieron,
como Eva africana (nuestra antepasada más antigua reconstruible a partir del
ADN mitocondrial) y algunos fósiles importantes como Lucy. Pero estos son en su
mayoría puntos en un mar de dominio masculino.
¿Sos optimista, como
arqueóloga? ¿Creés que la arqueología es quizás una de las pocas disciplinas
que pueden arrojar luz sobre el oscuro pasado del mundo y su historia completa?
¿Y que puede, a pesar de todas sus limitaciones, mostrarnos algo sobre la materialidad
femenina?
-Creo que la arqueología es un
producto de su tiempo y que la forma en que interpretamos el pasado está
fuertemente influenciada por el presente. Es una ciencia que tiene sus raíces
en el presente. Hay momentos en la historia de la disciplina –ya fue el caso,
por ejemplo, en los años setenta/ochenta durante los movimientos feministas– en
los que hay una mayor atención a estos aspectos que en otros. En la década de
1990 y principios de la década de 2000 olvidamos cosas que los arqueólogos daban
por sentadas dos o tres décadas antes, y ahora las estamos redescubriendo, a
veces de una manera un tanto ingenua. El redescubrimiento es, sin embargo, un
hecho positivo. Así que para la arqueología tengo la misma sensación que tengo
para la sociedad en general: el proceso es un poco lento pero la dirección es
la correcta, esta es la impresión que tengo al ver a mis estudiantes. Entonces
estamos hablando de algo que pasa en nuestra sociedad occidental, en el mundo
hay mil sociedades más y formas distintas de leer el pasado.
Los estudios feministas han
intentado rebajar el modelo del hombre cazador, proponiendo el de la mujer
recolectora (Woman the gatherer es el título de un famoso libro de la antropóloga Frances
Dahlberg, publicado en 1981): según esta teoría, eran las mujeres las que
aportaban la mayor parte de las calorías de la dieta de los grupos
prehistóricos, además de encargarse de muchas otras actividades: curtir y
procesar las pieles, tratar la carne, preparar los alimentos. ¿Por qué
seguimos volviendo a estos temas hoy en día?
-Me quedo bastante perpleja
cuando leo, por ejemplo, artículos o libros en los que se intenta afirmar que
las mujeres también eran cazadoras. En primer lugar, porque es un tema que, de
hecho, fue ampliamente explorado en los años setenta y ochenta. Y ahora esta
cruzada contra el Hombre Cazador me parece inapropiada, sobre
todo porque los propios investigadores varones saben muy bien hasta qué punto
la caza es un recurso impredecible, que no se puede predecir. Y cómo las
mujeres, por otro lado, muy a menudo proporcionan su subsistencia recolectando
hierbas y semillas jugando un papel importante, como bien señalaste respecto de La
mujer recolectora. Otra cosa bien conocida es, por ejemplo, la
participación constante de las mujeres en la caza colectiva. Por otra parte, la
caza no es precisamente divertida, mientras las mujeres se quedan en casa y
trabajan… Decir que la caza es más importante es un parámetro decidido por los
hombres, pero creo que a las mujeres nunca nos ha importado tanto. Quizás en
las sociedades donde las mujeres sí consideraban importante la caza, pudieron
participar en ella. Muy a menudo estos discursos, escritos por alguien que no
ha estudiado ni leído literatura sobre el tema, parecen burbujas de propaganda.
Leí a Frances Dahlberg y no soy tan mayor, nací en los años setenta. Quizás
ciertas cosas se dieron por sentado y ahora es momento de decirlas nuevamente.
Quizás también porque el mundo académico sigue siendo un bastión masculino en
muchos ámbitos. De hecho, si lo que se consideraba obvio en el siglo
pasado ha quedado un poco oscurecido, quizá sea también porque no hay
suficientes mujeres haciendo ese trabajo. No lo sé, es una hipótesis. Soy
una de las pocas mujeres paleontólogas en Italia, es un campo predominantemente
masculino. Pero lo curioso es que solo a mí me piden que aborde el tema de las
mujeres prehistóricas en los congresos, y nunca a un colega masculino. Es un
tema estimulante y me encanta hablar de él, pero es un poco como la serpiente
que se muerde la cola. Existe el riesgo de sectorizar el conocimiento. ¿Me
piden que hable de mujeres porque soy mujer? (risas)
Es cierto, si siempre son
mujeres las que hablan de la historia de las mujeres, se convierte en un
círculo vicioso. Más aún porque a los hombres no se les suele pedir que hablen
solo de la historia de los hombres…
-Exactamente, ellos hablan
sobre todo. No quiero estar en un nicho. También es cierto que si un hombre
tuviera la posición crítica sobre las mujeres cazadoras que he expresado hace
un momento, sería acusado de las peores cosas. El hecho es que en la
investigación existe un predominio masculino y esto condiciona la elección de
los temas hacia los cuales dirigirla. Todavía tenemos que trabajar en esto.
Me gustaría hacerte una
pregunta sobre las llamadas Venus. Es decir, las estatuas con rasgos
femeninos encontradas en gran número, desde Inglaterra hasta Siberia, y
presentes durante aproximadamente 25.000 años del Paleolítico Superior. La primera,
la llamada «Venus impúdica», fue descubierta en 1864, en Dordoña. La
tipología de estas venus es muy variada. Los rasgos recurrentes son la
desnudez, la evidencia de atributos sexuales (pechos, glúteos y parte superior
de los muslos, vulva), la ausencia o el pequeño tamaño de la cabeza. La
interpretación simbólica y el uso de estas figurillas son muy debatidos. “Venus”
es un término dado por los hombres y deriva claramente de estereotipos
culturales (es una referencia al mundo grecorromano) y sexistas; refleja un
cierto tipo de modelo femenino con fuertes referencias a las fantasías eróticas
masculinas. Es curioso también que incluso las estatuillas con un físico
muy rollizo y una forma que no se corresponde en absoluto con la de las venus
clásicas fueran llamadas Venus: como si, en lugar de ver en estas
representaciones de mujeres un modelo diferente de feminidad, se las devolviera
de algún modo a la norma (de la mirada masculina), a ese ideal de belleza
clásica. ¿Por qué seguimos llamándolos así?
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La llamada Venus de Willendorf |
Al principio había muchas
interpretaciones idealistas: la Diosa Madre, por ejemplo, o la conexión con la
maternidad que en mi opinión es muy forzada porque no hay elementos que
indiquen que fueran mujeres embarazadas. Intentamos ver los distintos
estereotipos relacionados con las mujeres, a veces todos juntos. Posteriormente
las figurillas fueron estudiadas principalmente por mujeres. Lo que no se
reconoce lo suficiente es hasta qué punto estas figuras representan la
diversidad, porque en realidad son muy diferentes entre sí. Si tuviera que
plantear una investigación sobre estos artefactos -estoy pensándolo- partiría
precisamente de la diversidad de los cuerpos: cuerpos gordos, cuerpos delgados,
incluso cuerpos viejos. La sociedad actual está mucho más interesada en la
diversidad que antes: tendemos a exaltar las diferencias y no la uniformidad.
Incluso a nivel interpretativo,
tal vez, la diversidad sea válida: encontrar un significado único o
predominante para el fenómeno en su conjunto es muy difícil.
-Exactamente, hay que intentar
entender el objeto junto con el contexto, separando lo que hay que separar. Qué
unir y qué dividir es el primer problema de los arqueólogos y también de los
paleoantropólogos. La clasificación es posible buscando similitudes o
diferencias. Y después de haber clasificado y estudiado, tal vez puedas
construir diferentes narrativas que sean todas válidas. Lo que tienen en común
las figuras es que son pequeñas, puedes llevarlas siempre contigo. Pero todas
son diferentes y esto quizás sea un indicio de la diversidad de aquellos grupos
que vivían muy lejos unos de otros.
Marja Gimbutas basó su teoría
en el culto a la Gran Madre y en la existencia en Europa, antes de la llegada
de los indoeuropeos, de sociedades matriarcales o matrilineales. Es decir,
sociedades que favorecían la filiación a través de la madre, en el estudio de
las “Venus” neolíticas. Respecto a Gimbutas, te pregunto si su
hipótesis religiosa, es decir, interpretar las estatuillas como
representaciones de divinidades, no ha acentuado de alguna manera la invisibilidad
de la mujer, quitándole peso a su presencia real en los primeros tiempos de la
historia. ¿Cuál crees que es el legado de Gimbutas hoy?
-Digamos que no soy fan de
ella. Sus interpretaciones son demasiado místicas para mí que soy materialista
y adopto un método de investigación esencialmente procesualista. De hecho, hace
poco que empecé a participar en debates sobre arte; antes, me mantenía alejada.
La hipótesis planteada por Gimbutas es una hermosa historia; pero,
precisamente, es una historia. En cambio, tengo colegas y amigos arqueólogos
que han encontrado inspiración y un fuerte sentido de conexión con el pasado.
Hoy en día ya no se habla tanto de Gimbutas, parece haberse vuelto un poco
retro. También es cierto que trabajo con periodos más antiguos y, tal vez, no
estoy al tanto de esa situación. Algunos de sus pensamientos han sido repetidos
muchísimas veces y deslizados en artículos sin siquiera darnos cuenta de que
venían de ella.
En lugar de mujeres que todavía
no eran Sapiens, por ejemplo, entre los australopitecos, ¿podemos decir algo
diferente de las mujeres anatómicamente modernas y de sus relaciones con los
hombres? ¿O acaso estos argumentos no son sostenibles?
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Enza Elena Spinapolice |
Eso que decías sobre el
dimorfismo sexual, que era más pronunciado en especies más antiguas, es muy
interesante. ¿Existe alguna hipótesis de por qué ha disminuido?
-La hipótesis es que las
sociedades y las especies han cambiado de a poco, precisamente con el propósito
de cuidar a sus crías. En realidad, sabemos bastante bien qué devino al final
del proceso: nosotros, y el fuerte dimorfismo de los australopitecos: lo que
hay entre medio, sin embargo, no es muy conocido. Pero está el hecho de que
nosotros, los
Sapiens, producimos recién nacidos que necesitan muchos
cuidados. Neotenia significa que el recién nacido aún no está completamente
formado, parte de su formación ocurre después del nacimiento: si el cerebro se
desarrollara completamente antes, no pasaría por el canal de parto. Este enorme
cerebro que tenemos es una ventaja evolutiva pero también es una desventaja ya
que hace que el parto sea peligroso para nuestra especie. Todavía lo es, aunque
está muy subestimado. Hoy en día tendemos a pensar en el parto como algo
sencillo, tanto que muchas deciden hacerlo en casa y no en el hospital,
olvidando cuántas personas murieron en el pasado. Mi padre, que es ginecólogo y
experto en historia de la medicina, me cuenta que una de cada 10 mujeres corre
el riesgo de morir en el parto, precisamente porque estamos pidiendo a nuestros
huesos pélvicos que hagan que los bebés salgan con la cabeza por más grande que
sea. Pero eso no es suficiente, este cráneo debe seguir creciendo fuera del
útero de la madre. Para ello es necesaria mucha atención: se supone que para
ello se crearon “parejas” familiares, porque incluso el hombre coopera en este
período de fragilidad del niño.
No se sabe exactamente cuándo
ocurrió esto, según algunos ya con el Homo ergaster/erectus, según otros solo con nuestra
especie, pero en cualquier caso la progresión está ahí. A medida que nos
acercamos a nosotros en el tiempo, el cerebro se hace cada vez más grande y el
dimorfismo sexual se hace cada vez más pequeño. No es necesariamente cierto que
ambas cosas debieron estar correlacionadas, pero es posible que la primera haya
tenido un impacto, junto con otros aspectos evolutivos de la cooperación y la
estructura del grupo.
Traslademos la cuestión de las
mujeres del pasado a las mujeres que se ocupan del pasado hoy, es decir, las
arqueólogas. Hoy en día, muchas trabajan en arqueología, aunque a menudo se
observa que, aquí como en otros lugares, quienes ocupan puestos y funciones
importantes en instituciones y universidades, suman un número menor que
los hombres. Quería comentarte la observación de una de tus colegas, la
profesora Marcella Frangipane. Estábamos hablando de las arqueólogas que fueron
sus maestras y me decía que una de las fortalezas de las mujeres, en esta
disciplina, es su falta de hábito de poder. El hecho de no haber ocupado
puestos de mando a lo largo de la historia, las haría más aptas, más flexibles,
menos autocomplacientes en la gestión de investigaciones y proyectos
complejos. ¿Te reconoces un poco en esta idea?
-Tal vez. Ciertamente, la forma
que suelen tener las mujeres de gestionar proyectos y colaboraciones, es
diferente a la de los hombres. No sé si vale ser menos asertiva o tener mayores
habilidades de mediación. Ciertamente la forma femenina de construir un equipo
de trabajo es diferente.
¿De qué manera es diferente?
-Aparentemente,
somos menos competitivas. O, mejor dicho, lo somos pero de forma menos
evidente. Los machos tienen un poco de síndrome del gorila que se golpea el
pecho, siempre tienen que hacer todas estas danzas rituales, probablemente la
sociedad los empuja a aparecer, a mostrar más agresividad de la que les
gustaría, mientras que la sociedad nos empuja a las mujeres a mostrar menos.
Y esto puede ser una ventaja, porque permanecemos más centradas en el
proyecto, menos en la primera línea de avance. En mi opinión hay dos modelos de
poder de las mujeres: muchas tienden a adaptarse a la forma masculina,
eligiendo la agresión explícita; otras, no lo hacen. En los casos en que fui
particularmente acometedora, me di cuenta que no me había ganado la
desaprobación sino el respeto, lo que me sorprendió porque para mí, el respeto
se le debe dar a quien es capaz de moderarse y concluir algo sin sacar las
garras. Los equipos liderados por mujeres suelen ser más relajados, pero no siempre.
Muchas mujeres sentimos la presión también porque las críticas hacia nosotras
suelen ser más feroces. Todavía existe la idea de que podemos ser histéricas y
perder el control fácilmente. Y esto también lo podemos sufrir porque el
trabajo de campo como arqueólogos es agotador y exigente. Quizás es más fácil
para los hombres porque no parten de un estigma.
También, históricamente están
más acostumbrados...
-Sí, pero sobre todo es la
sociedad la que está más acostumbrada a ver a un hombre llegar al frente de una
misión. Pero lo que he notado es que en el momento en que demuestras que puedes
hacer las cosas bien, entonces te ganas un respeto aún más fuerte que el de los
hombres. Porque te admiran. Se preguntan: ¿Cómo lo hace esta mujer? Pensando
ellos que en el fondo vales menos (risas), lo que obtienes a cambio es más. Por ejemplo,
tengo un niño y me doy cuenta de que estar acompañada por un hijo en ciertos
entornos me aporta más respeto, porque la gente piensa: “Ella puede hacer todas
estas cosas y además criar a un hijo”. Pero si cometes un error o te sucede
algo negativo, la crítica probablemente sea más dura.
Cuando hablamos de temas de
mujeres, tendemos a considerarlas en su conjunto. Sontag en una antigua
entrevista de 1994 (Más allá de la literatura: Conversaciones con Susan Sontag) dice que las mujeres estamos
construidas culturalmente como una minoría, y atribuimos un punto de vista
unitario a las minorías, por lo que nos preguntamos: ¿Qué quieren las mujeres?,
¿qué piensan ellas?, etcétera. Me vienen a la mente en particular dos
mujeres que se han ocupado de la prehistoria y que de alguna manera han
subvertido el canon y las categorías de los arqueólogos. En un pasado no tan
lejano, existe toda una línea de arqueólogas que eran “esposas de”; y de mujeres
arqueólogas “estudiantes de”. En la primera categoría, una mujer que fue mucho
más allá de esta definición es Mary Leakey: su apellido es el de su marido
Louis, pero su fama como paleoantropóloga casi lo supera. Mientras que en la
categoría menos conocida, pero igualmente dura, de las “estudiantes de”, una
figura menos famosa, Annette Laming-Emperaire, que bajo la supervisión de André
Leroi-Gourhan escribió una tesis sobre el significado del arte parietal
paleolítico. Y fue la primera en llegar a la conclusión de que las
representaciones de una sección de la cueva de Lascaux estaban estructuradas
según un principio dualista, masculino y femenino. Leroi-Gourhan llegó poco
después a las mismas conclusiones, pero donde Laming-Emperaire veía un principio
masculino, él veía un principio femenino, y viceversa. La misma hipótesis pero
invertida. No sé si a vos también te fascinan estas figuras o hay
otras estudiosas de la prehistoria a quienes admiras especialmente.
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Mary Leakey (1913-1996), paleoantropóloga |
Desde hace muchos años, llevas
a cabo un proyecto de investigación en Etiopía centrado en los orígenes
del Homo sapiens y el comportamiento humano moderno. ¿Qué haces en
particular?
-Este
sitio, llamado Gotera, fue descubierto a finales de la década de 1970 por Jean
Chavaillon y quedó sin ser explorado. Me interesa porque está situado en el
centro-sur de Etiopía, un poco lejos del Rift, donde trabaja casi todo el
mundo. Está en una depresión, un paleolago, un ambiente fluvio-lacustre, por lo
que se pasa del lago al río a las marismas. Es un yacimiento paleolítico muy
estimulante, en la última campaña encontramos hogares datados hace 45/50.000
años y ahora estamos encontrando espacios de trabajo estructurados con otros
hogares. Cada verano vamos allí durante unas semanas para realizar
excavaciones. Tengo un equipo internacional de muy buenos investigadores,
estudiantes y trabajadores. Y la cooperación de la Autoridad Etíope
funciona muy bien. Es el proyecto en el que más estoy trabajando. Pero también
reanudamos las excavaciones en el bajo Lazio, con la Superintendencia nos
gustaría reabrir la Grotta Sant'Agostino que es un sitio histórico musteriense.
Y, por otra parte, revisar la evidencia musteriense en Grotta di Tiberio, en
colaboración con la directora Cristiana Ruggini: este último es un trabajo muy
curioso porque el sitio es conocido por la villa del emperador Tiberio, pero
increíblemente aún conserva algo de estratigrafía musteriense. Me encantaría
reanudar esta excavación porque entonces volvería a trabajar con los neandertales,
que fueron mi primer amor.
¿Ser italiana en Etiopía hoy en
día es una ventaja, una desventaja o es indiferente?
-No importa. El primer año que
fui casi me daba vergüenza, tenía miedo de encontrarme con alguien que me
insultara o, peor aún, con algún nostálgico. Y sin embargo, los etíopes son muy
diferentes de otras poblaciones africanas, porque lucharon contra el
colonialismo y al final ganaron. Haber expulsado a los colonizadores italianos
les hace sentirse muy orgullosos. Hace un par de años, construyeron un enorme
monumento a la Batalla de Adua en un lugar muy céntrico de Adís Abeba. Dos de
mis estudiantes de doctorado habían sido invitados a la inauguración y me
contaron su vergüenza cuando, mientras hacían cola para visitar el museo,
alguien se acercó gritando “son italianos, dejadlos pasar”, y así los dejaron
pasar primero, para visitar el museo de la victoria sobre los
italianos… Por otro lado, es sorprendente cuánto de esto todavía es
italiano. La ocupación fue breve, pero muchos italianos permanecieron en
Etiopía incluso después de la guerra. En la cocina, por ejemplo, hay una fuerte
herencia italiana, muchas mujeres etíopes cocinan lasaña, en la barra se
sirve bombolono con macchiato para el desayuno. Digamos que
hicieron lo correcto: tomaron lo que les gustó y descartaron el resto. Me
parece que éste es un buen enfoque. Es evidente que no se debe minimizar el
pasado colonial. Hay mucho trabajo por hacer en nuestra relación con estos
países, que -creo- recae principalmente en nosotros. Yo me planteo la
cuestión de la descolonización como si estuviera excavando en cualquier país
extranjero. Me hago mucho esta pregunta porque el enfoque de las excavaciones,
y hablo de África en general, ha sido durante muchos años verdaderamente duro,
por no decir depredador. Como los etíopes están muy orgullosos de su no
colonización y muy atentos a estas cuestiones, cuando este verano se celebró la
conferencia por el 50 aniversario del descubrimiento de Lucy, hubo una sesión
dedicada a la descolonización de la arqueología. Por ejemplo, hay algunos
colegas sudafricanos que están haciendo un trabajo muy interesante sobre cómo
reconstruir museos para que sean más accesibles a las poblaciones
locales. Los etíopes intentan aprender de nosotros lo que necesitan para
construir su propia identidad de investigación, una actitud muy saludable. Por
ejemplo, tengo colaboradores, estudiantes, uno de doctorado que está a punto de
discutir su tesis: es una verdadera relación de colaboración. Me alegra que me
den la bienvenida. Enseñar es mi trabajo, si hay algo que pueda enseñar lo hago
con mucho gusto. Veo algunas prácticas forzadas con las que no estoy de
acuerdo, pero lamentablemente las buenas prácticas llevan tiempo. En mí el
enfoque descolonizador es
estructural, no lucho. Luego mi ex marido es senegalés, así que también tuve
una relación de muchos años, familia, amigos de África Occidental, sé muy bien
cuáles pueden ser los problemas desde adentro y eso me hace sentir muy a gusto.
Según tu perfil de Facebook, estás
interesada en la moda, en el estilismo. ¿Cuándo empezamos a vestirnos?
Según he leído, se puede establecer una fecha probable en base a la
diferenciación entre piojos de la cabeza y piojos del cuerpo; sería unos
120.000 años, cuando los piojos comenzaron a frecuentar el cabello porque el
resto del cuerpo humano ya estaba cubierto por la ropa. ¿Es esta una hipótesis
seria o hay otras más creíbles?
-Podría ser una teoría creíble.
Creo que empezamos a vestirnos porque hacía frío… Por cierto, sobre las
llamadas Venus de las que hablábamos antes, también me intriga el hecho de que
estén desnudas. Son representaciones intencionadas de personas desnudas, porque
no creo que hace 20 o 30.000 años la gente anduviera desnuda, no por pudor sino
porque es más cómodo estar vestido si hace frío. Ciertamente en tiempos más
recientes, cuando Europa estaba en la Edad de Hielo, se vestían. En latitudes
más templadas esta necesidad de vestirse no existe. En mi opinión, vestirse es
sobre todo una cuestión de comodidad, que llegó bastante tarde. Los
neandertales seguramente usaban alguna ropa porque de otra manera no habrían
sobrevivido. En el Paleolítico Superior empiezan a aparecer adornos, lo que
nuestros colegas franceses llaman parure, algo que no es estrictamente funcional y que
también tiene un significado social, pero ocurre en una época relativamente
reciente. Aquí, volviendo a las venus: no lo sabemos: quizá les ponían
vestiditos a estas figuritas, como a las muñecas Barbie. Debe haber una razón
por la que fueron representadas desnudas. En cambio, en las estatuillas
encontradas en Rusia normalmente no se ven las características sexuales; tienen
forma rectangular. A veces, se puede ver un poco de los pechos, la cara; otras
veces, ni siquiera se logra saber con seguridad su sexo. Son paralelepípedos
con “tapa”. Me pregunto si en realidad son mujeres retratadas con ropa.
Telmo Pievani, en un
artículo reciente en el que cuestiona la idea todavía profundamente
arraigada de que la violencia de género, la opresión de los hombres sobre las
mujeres, tiene una raíz biológica, escribió: “La naturaleza no es una
autoridad moral. Lo que viene de la evolución, de la biología, no es
necesariamente ‘bueno’, ‘correcto’ y ‘normal’. Por una sencilla razón: en los
ecosistemas hay comportamientos maravillosos y terribles; la naturaleza está
llena de violencia, discriminación, muerte, pero también solidaridad,
cooperación, altruismo. Si lo utilizáramos como criterio ético, entonces
tendríamos que resignarnos a la ‘naturalidad’ también de la violación y del
infanticidio. La biodiversidad experimenta con las más diversas soluciones
adaptativas: no es el lugar para buscar normas y desviaciones. Como ya
explicó con gran lucidez David Hume en el siglo XVIII, es muy peligroso derivar
el deber del ser". Cuando buscamos un supuesto
origen en la “naturaleza” de los fenómenos modernos, a menudo recurrimos a los
tiempos más antiguos de la humanidad, al supuesto comportamiento del hombre en
la prehistoria, que de alguna manera definiría también nuestra esencia
actual. Como estudiosa de la prehistoria, ¿no sentís un poco de
responsabilidad al ir en busca de los orígenes? Por el tipo de narrativa que
presentarás o ayudarás a construir y que será utilizado por otros.
-Este es un problema muy difícil
e irresoluble, de hecho últimamente me he pasado mucho tiempo con
epistemólogos que ayudan a resolver ciertas cuestiones. Por otra parte, no
podemos tener miedo. A veces pienso en este asunto de las mujeres como
cazadoras y guerreras, y les pregunto a las estudiantes: ¿quieren ser
guerreras? Quizás una de nosotras quiera ser una guerrera, pero las demás, no.
No deberíamos dejar que nos dicten nuestra agenda y pensar, por ejemplo, que la
fuerza bruta es más importante que, digamos, el bordado. Al mismo tiempo, no
podemos tomar literalmente el pasado ni ningún elemento que tengamos y
convertirlo en una norma. El acceso a una gran cantidad de datos del pasado
lejano es algo reciente, pero desde entonces se ha avanzado. Sí, hay tradición;
pero si todo fuera tan tradicional todavía estaríamos en la época Oldowan.
Existe la tradición pero también hay innovación, para lo cual somos una especie
muy dotada, como se desprende de lo ocurrido en los últimos 200.000 años: lo
hemos cambiado todo y nos gusta cambiar, es una de nuestras principales
características. Y por eso creo que el futuro es imparable. Está claro que
nuestra tarea es vigilar y colocar los datos que conocemos, que adquirimos, en
marcos adecuados. Y no parar.
¿Cómo llegaste a afrontar la
cuestión del tiempo? Cuando dices, lees o escribes “hace unos 200.000 años”,
“hace entre 30.000 y 20.000 años”, ¿puedes realmente imaginar ese tiempo? ¿Te
has acostumbrado a considerar el detalle de un tiempo inconmensurable?
-Lo hice
bajando mis estándares. Con la conciencia de que el tiempo de la prehistoria no
es el tiempo del individuo. Captar al individuo es un poco una quimera, el
Santo Grial, el arca perdida del paleolítico, y de hecho cuando encontramos el
rastro de un hogar, o de algo que claramente fue usado y habitado por un breve
momento, experimentamos fuerte emoción porque allí, por un momento, vemos, o
creemos ver a la persona. En el estudio de la prehistoria nuestro tiempo
no existe, en el Paleolítico no existe presente. Hay rangos de
fechas, por ejemplo las obtenidas con el sistema de radiocarbono hoy en día
tienen rangos de
hasta 300 años, lo cual es un resultado excelente. Los obtenidos con otras
técnicas de datación pueden tener rangos de 1000-2000 años. Para mí, el tiempo
profundo de la prehistoria tiene el mismo efecto que el espacio profundo: no es
que porque sé que nunca podremos entrar en un agujero negro o que nunca podré
entender verdaderamente qué es la materia oscura, dejo de buscar. En realidad,
sigo buscando más.
Esta entrevista fue publicada el 25 de enero de 2025
por la revista Carmillaonline