Somos el pasado oscuro del mundo, hacemos el presente

 

Por Valentina Cabiale


La llamada Venus de Laugerie-Basse,
descubierta en 1864

Enza Elena Spinapolice es una arqueóloga paleolítica que trabaja en Antropología Evolutiva y profesora de arqueología prehistórica en la Universidad La Sapienza de Roma. Tras realizar un doctorado europeo en la Sapienza/Université de Bordeaux 1, formó parte de grupos de investigación nacionales e internacionales trabajando en el Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig y en el LCHES en Cambridge. Comenzó su investigación con el estudio de las adaptaciones de los neandertales en el sur de Europa y su extinción. Después de varios años de trabajar en el comportamiento neandertal, amplió su investigación al registro africano del Homo sapiens, aproximadamente del mismo período de tiempo (el “Paleolítico Medio”). Actualmente dirige proyectos en Europa y África Oriental y está interesada en la variabilidad dentro de la MSA (Edad de Piedra Media Africana) y la conexión panafricana de personas y tecnologías. También está interesada en el concepto de “mente extendida” y trabaja en los aspectos cognitivos de la fabricación de herramientas, comenzando también por la arqueología de primates.

En primer lugar, querría hacerte algunas preguntas sobre el tema de la feminidad en los estudios arqueológicos y en la prehistoria en particular, ya que es un tema que has tratado recientemente.

-En realidad ocurrió por pura casualidad, no es un área en la que investigue. Pero me preguntan mucho sobre este aspecto, generalmente para conferencias, así que comencé a trabajar en él cada vez más.

Empecemos por la cuestión de la visibilidad de las mujeres. Carla Lonzi escribió una frase muy bella sobre la invisibilidad femenina en la historia, en el Manifiesto de la Rebelión de las Mujeres (1970). Cuando lo leí, como arqueóloga, me sobresalté, aunque Lonzi no se refería a la arqueología sino a todas las formas de hacer historia: “La mujer tuvo la experiencia de ver destruido cada día lo que hacía. Consideramos que una historia construida sobre huellas no perecederas está incompleta. Está en nosotros redescubrirlas para conocer la verdad”. Y además: “Somos el pasado oscuro del mundo, hacemos que el presente suceda”. 

-Sí, y también consideremos el hecho de que nos vemos obligadas a reconstruir nuestro pasado, y ciertamente lo tenemos más difícil que los hombres. Depende de muchos factores. Por ejemplo, también de la cuestión de la patrilocalidad, es decir, el hecho de que cuando hay matrimonio son casi siempre las mujeres las que se desplazan, en casi todas las sociedades que conocemos. Así, por una parte, ellas tienen la dificultad de tener que integrarse a otro grupo. Y por otra parte, son un vehículo de cultura porque traen consigo el conocimiento de su grupo de origen, de su saber hacer. Además, debido a tener que mudarse con frecuencia, a las mujeres les resultaba mucho más difícil que a los hombres aparecer en las historias.

Respecto a lo “perecedero”, en las charlas a las que me invitan me explayo sobre el problema de la identificación del individuo. Al estudiar el Paleolítico, acceder a este nivel es muy difícil. Nuestras proyecciones sobre la prehistoria han creado un imaginario dominado por figuras masculinas, desde el propio nombre de nuestra especie, Homo sapiens, hasta todas las representaciones. Intento contaminar esta imaginería mostrando a algunas mujeres que sabemos con certeza que existieron, como Eva africana (nuestra antepasada más antigua reconstruible a partir del ADN mitocondrial) y algunos fósiles importantes como Lucy. Pero estos son en su mayoría puntos en un mar de dominio masculino.

¿Sos optimista, como arqueóloga? ¿Creés que la arqueología es quizás una de las pocas disciplinas que pueden arrojar luz sobre el oscuro pasado del mundo y su historia completa? ¿Y que puede, a pesar de todas sus limitaciones, mostrarnos algo sobre la materialidad femenina?

-Creo que la arqueología es un producto de su tiempo y que la forma en que interpretamos el pasado está fuertemente influenciada por el presente. Es una ciencia que tiene sus raíces en el presente. Hay momentos en la historia de la disciplina –ya fue el caso, por ejemplo, en los años setenta/ochenta durante los movimientos feministas– en los que hay una mayor atención a estos aspectos que en otros. En la década de 1990 y principios de la década de 2000 olvidamos cosas que los arqueólogos daban por sentadas dos o tres décadas antes, y ahora las estamos redescubriendo, a veces de una manera un tanto ingenua. El redescubrimiento es, sin embargo, un hecho positivo. Así que para la arqueología tengo la misma sensación que tengo para la sociedad en general: el proceso es un poco lento pero la dirección es la correcta, esta es la impresión que tengo al ver a mis estudiantes. Entonces estamos hablando de algo que pasa en nuestra sociedad occidental, en el mundo hay mil sociedades más y formas distintas de leer el pasado.


¿Por qué seguimos aquí reiterando cosas muy obvias? Por ejemplo, que el hombre prehistórico era también mujer. Me pregunto si es porque el feminismo de los años 1970/1980 no llegó a ciertos campos disciplinarios. Como sabemos, la mirada masculina de la burguesía europea del siglo XIX, época en la que se inician los estudios prehistóricos, construyó una imagen de la mujer en la prehistoria coherente con la cultura patriarcal de la época; teorizó una división del trabajo basada en el género, asumiendo que las mujeres no eran capaces de realizar ciertas actividades. Se creía que las tareas más valiosas las realizaban los hombres. Por ejemplo, la caza, considerada una actividad puramente masculina, se tenía por más importante que la recolección de hierbas, semillas y bellotas, que se atribuía a las mujeres.

Los estudios feministas han intentado rebajar el modelo del hombre cazador, proponiendo el de la mujer recolectora (Woman the gatherer es el título de un famoso libro de la antropóloga Frances Dahlberg, publicado en 1981): según esta teoría, eran las mujeres las que aportaban la mayor parte de las calorías de la dieta de los grupos prehistóricos, además de encargarse de muchas otras actividades: curtir y procesar las pieles, tratar la carne, preparar los alimentos. ¿Por qué seguimos volviendo a estos temas hoy en día?

-Me quedo bastante perpleja cuando leo, por ejemplo, artículos o libros en los que se intenta afirmar que las mujeres también eran cazadoras. En primer lugar, porque es un tema que, de hecho, fue ampliamente explorado en los años setenta y ochenta. Y ahora esta cruzada contra el Hombre Cazador me parece inapropiada, sobre todo porque los propios investigadores varones saben muy bien hasta qué punto la caza es un recurso impredecible, que no se puede predecir. Y cómo las mujeres, por otro lado, muy a menudo proporcionan su subsistencia recolectando hierbas y semillas jugando un papel importante, como bien señalaste respecto de La mujer recolectora. Otra cosa bien conocida es, por ejemplo, la participación constante de las mujeres en la caza colectiva. Por otra parte, la caza no es precisamente divertida, mientras las mujeres se quedan en casa y trabajan… Decir que la caza es más importante es un parámetro decidido por los hombres, pero creo que a las mujeres nunca nos ha importado tanto. Quizás en las sociedades donde las mujeres sí consideraban importante la caza, pudieron participar en ella. Muy a menudo estos discursos, escritos por alguien que no ha estudiado ni leído literatura sobre el tema, parecen burbujas de propaganda. Leí a Frances Dahlberg y no soy tan mayor, nací en los años setenta. Quizás ciertas cosas se dieron por sentado y ahora es momento de decirlas nuevamente. Quizás también porque el mundo académico sigue siendo un bastión masculino en muchos ámbitos. De hecho, si lo que se consideraba obvio en el siglo pasado ha quedado un poco oscurecido, quizá sea también porque no hay suficientes mujeres haciendo ese trabajo. No lo sé, es una hipótesis. Soy una de las pocas mujeres paleontólogas en Italia, es un campo predominantemente masculino. Pero lo curioso es que solo a mí me piden que aborde el tema de las mujeres prehistóricas en los congresos, y nunca a un colega masculino. Es un tema estimulante y me encanta hablar de él, pero es un poco como la serpiente que se muerde la cola. Existe el riesgo de sectorizar el conocimiento. ¿Me piden que hable de mujeres porque soy mujer? (risas)

Es cierto, si siempre son mujeres las que hablan de la historia de las mujeres, se convierte en un círculo vicioso. Más aún porque a los hombres no se les suele pedir que hablen solo de la historia de los hombres…

-Exactamente, ellos hablan sobre todo. No quiero estar en un nicho. También es cierto que si un hombre tuviera la posición crítica sobre las mujeres cazadoras que he expresado hace un momento, sería acusado de las peores cosas. El hecho es que en la investigación existe un predominio masculino y esto condiciona la elección de los temas hacia los cuales dirigirla. Todavía tenemos que trabajar en esto.

Me gustaría hacerte una pregunta sobre las llamadas Venus. Es decir, las estatuas con rasgos femeninos encontradas en gran número, desde Inglaterra hasta Siberia, y presentes durante aproximadamente 25.000 años del Paleolítico Superior. La primera, la llamada «Venus impúdica», fue descubierta en 1864, en Dordoña. La tipología de estas venus es muy variada. Los rasgos recurrentes son la desnudez, la evidencia de atributos sexuales (pechos, glúteos y parte superior de los muslos, vulva), la ausencia o el pequeño tamaño de la cabeza. La interpretación simbólica y el uso de estas figurillas son muy debatidos. “Venus” es un término dado por los hombres y deriva claramente de estereotipos culturales (es una referencia al mundo grecorromano) y sexistas; refleja un cierto tipo de modelo femenino con fuertes referencias a las fantasías eróticas masculinas. Es curioso también que incluso las estatuillas con un físico muy rollizo y una forma que no se corresponde en absoluto con la de las venus clásicas fueran llamadas Venus: como si, en lugar de ver en estas representaciones de mujeres un modelo diferente de feminidad, se las devolviera de algún modo a la norma (de la mirada masculina), a ese ideal de belleza clásica. ¿Por qué seguimos llamándolos así?

La llamada Venus de Willendorf


-Hace un par de años realizamos un seminario sobre este tema con mi colega Marina Gallinaro durante un curso de Arqueología de la Diversidad Humana, para estudiantes de máster: contamos las figurillas para entender cuántas tenían efectivamente características sexuales tan evidentes, y no son tantas; o al menos no son la mayoría. Está claro que el término Venus ha entrado en el lenguaje común y es difícil de eliminar, pero lo que trae consigo no es bello. La idea predominante es que fueron hechas para el uso y consumo de los hombres cuando en cambio es posible que sean objetos hechos por mujeres y utilizados, cuidados por mujeres. Me gusta mucho la idea del autorretrato, propuesta por el historiador de arte McDermott (¡un hombre!), según la cual se trataría de autorretratos de personas que no sabían cómo eran y se miraban “desde arriba”: esta sería también la razón por la que muchas figurillas no tienen rostro, en ese tipo de autorretrato no puedes mostrar tu rostro.

Al principio había muchas interpretaciones idealistas: la Diosa Madre, por ejemplo, o la conexión con la maternidad que en mi opinión es muy forzada porque no hay elementos que indiquen que fueran mujeres embarazadas. Intentamos ver los distintos estereotipos relacionados con las mujeres, a veces todos juntos. Posteriormente las figurillas fueron estudiadas principalmente por mujeres. Lo que no se reconoce lo suficiente es hasta qué punto estas figuras representan la diversidad, porque en realidad son muy diferentes entre sí. Si tuviera que plantear una investigación sobre estos artefactos -estoy pensándolo- partiría precisamente de la diversidad de los cuerpos: cuerpos gordos, cuerpos delgados, incluso cuerpos viejos. La sociedad actual está mucho más interesada en la diversidad que antes: tendemos a exaltar las diferencias y no la uniformidad.

Incluso a nivel interpretativo, tal vez, la diversidad sea válida: encontrar un significado único o predominante para el fenómeno en su conjunto es muy difícil.

-Exactamente, hay que intentar entender el objeto junto con el contexto, separando lo que hay que separar. Qué unir y qué dividir es el primer problema de los arqueólogos y también de los paleoantropólogos. La clasificación es posible buscando similitudes o diferencias. Y después de haber clasificado y estudiado, tal vez puedas construir diferentes narrativas que sean todas válidas. Lo que tienen en común las figuras es que son pequeñas, puedes llevarlas siempre contigo. Pero todas son diferentes y esto quizás sea un indicio de la diversidad de aquellos grupos que vivían muy lejos unos de otros.

Marja Gimbutas basó su teoría en el culto a la Gran Madre y en la existencia en Europa, antes de la llegada de los indoeuropeos, de sociedades matriarcales o matrilineales. Es decir, sociedades que favorecían la filiación a través de la madre, en el estudio de las “Venus” neolíticas.  Respecto a Gimbutas, te pregunto si su hipótesis religiosa, es decir, interpretar las estatuillas como representaciones de divinidades, no ha acentuado de alguna manera la invisibilidad de la mujer, quitándole peso a su presencia real en los primeros tiempos de la historia. ¿Cuál crees que es el legado de Gimbutas hoy?

-Digamos que no soy fan de ella. Sus interpretaciones son demasiado místicas para mí que soy materialista y adopto un método de investigación esencialmente procesualista. De hecho, hace poco que empecé a participar en debates sobre arte; antes, me mantenía alejada. La hipótesis planteada por Gimbutas es una hermosa historia; pero, precisamente, es una historia. En cambio, tengo colegas y amigos arqueólogos que han encontrado inspiración y un fuerte sentido de conexión con el pasado. Hoy en día ya no se habla tanto de Gimbutas, parece haberse vuelto un poco retro. También es cierto que trabajo con periodos más antiguos y, tal vez, no estoy al tanto de esa situación. Algunos de sus pensamientos han sido repetidos muchísimas veces y deslizados en artículos sin siquiera darnos cuenta de que venían de ella. 

En lugar de mujeres que todavía no eran Sapiens, por ejemplo, entre los australopitecos, ¿podemos decir algo diferente de las mujeres anatómicamente modernas y de sus relaciones con los hombres? ¿O acaso estos argumentos no son sostenibles?

Enza Elena Spinapolice

-Ciertos discursos son acaso difíciles de proponer porque hoy en día serían mal vistos. Por ejemplo, en mis conferencias siempre hablo del dimorfismo sexual, que es muy marcado en los australopitecos, como en los gorilas modernos, tanto que al principio lo que era dimorfismo se interpretaba como la presencia de dos especies distintas. Al final se concluyó que se trataba únicamente de dimorfismo sexual, lo que significa que los machos eran significativamente más grandes que las hembras, alrededor de un 30-40% más grandes. Esto debe haber determinado necesariamente una estructura social con dominación masculina. Es muy probable que también se base en comparaciones con el comportamiento de los primates actuales. O sea, que estos grupos no estuvieran compuestos por familias nucleares (madre, padre, hijos) sino que fueran grupos ampliados con machos dominantes y varios otros individuos. Son modelos, no lo sabemos con seguridad. El dimorfismo sexual disminuye considerablemente en la transición del Homo ergaster al Homo erectus, pero todavía está presente en neandertales y sapiens. Estamos hablando de poblaciones, por supuesto, no de individuos. Esta diferencia física influyó necesariamente en la forma de la sociedad y en mi opinión todavía la influye. Durante mucho tiempo y en muchas sociedades la relación entre hombres y mujeres ha sido, fundamentalmente -y banalmente-, una cuestión de fuerza. Y luego está el hecho de que nos embarazamos. Este también es un tema que puede ser malinterpretado o distorsionado: pero está claro que ser en promedio más pequeñas y estar muy ocupadas con actividades de cuidado, incluidos embarazos y lactancia, no nos permite estar físicamente a la par de los varones. Hablar de esto no implica menospreciar a las mujeres. Hoy tenemos analgésicos para los períodos, epidurales si tenemos que dar a luz, biberones si tenemos que amamantar y la píldora si no queremos quedar embarazadas; nuestras abuelas y otras antepasadas no tenían nada de esto. Pensar que el hombre se ha aprovechado de nuestra condición en el pasado no disminuye la gravedad de su abuso. Creo que hemos resistido lo que teníamos que resistir y ahora estamos en una posición de fuerza. No soy muy optimista sobre lo que pasó en el pasado, pero sí lo soy respecto del porvenir: tengo confianza en las chicas del futuro.

Eso que decías sobre el dimorfismo sexual, que era más pronunciado en especies más antiguas, es muy interesante. ¿Existe alguna hipótesis de por qué ha disminuido?

-La hipótesis es que las sociedades y las especies han cambiado de a poco, precisamente con el propósito de cuidar a sus crías. En realidad, sabemos bastante bien qué devino al final del proceso: nosotros, y el fuerte dimorfismo de los australopitecos: lo que hay entre medio, sin embargo, no es muy conocido. Pero está el hecho de que nosotros, los Sapiens, producimos recién nacidos que necesitan muchos cuidados. Neotenia significa que el recién nacido aún no está completamente formado, parte de su formación ocurre después del nacimiento: si el cerebro se desarrollara completamente antes, no pasaría por el canal de parto. Este enorme cerebro que tenemos es una ventaja evolutiva pero también es una desventaja ya que hace que el parto sea peligroso para nuestra especie. Todavía lo es, aunque está muy subestimado. Hoy en día tendemos a pensar en el parto como algo sencillo, tanto que muchas deciden hacerlo en casa y no en el hospital, olvidando cuántas personas murieron en el pasado. Mi padre, que es ginecólogo y experto en historia de la medicina, me cuenta que una de cada 10 mujeres corre el riesgo de morir en el parto, precisamente porque estamos pidiendo a nuestros huesos pélvicos que hagan que los bebés salgan con la cabeza por más grande que sea. Pero eso no es suficiente, este cráneo debe seguir creciendo fuera del útero de la madre. Para ello es necesaria mucha atención: se supone que para ello se crearon “parejas” familiares, porque incluso el hombre coopera en este período de fragilidad del niño.

No se sabe exactamente cuándo ocurrió esto, según algunos ya con el Homo ergaster/erectus, según otros solo con nuestra especie, pero en cualquier caso la progresión está ahí. A medida que nos acercamos a nosotros en el tiempo, el cerebro se hace cada vez más grande y el dimorfismo sexual se hace cada vez más pequeño. No es necesariamente cierto que ambas cosas debieron estar correlacionadas, pero es posible que la primera haya tenido un impacto, junto con otros aspectos evolutivos de la cooperación y la estructura del grupo.

Traslademos la cuestión de las mujeres del pasado a las mujeres que se ocupan del pasado hoy, es decir, las arqueólogas. Hoy en día, muchas trabajan en arqueología, aunque a menudo se observa que, aquí como en otros lugares, quienes ocupan puestos y funciones importantes en instituciones y universidades, suman un número menor que los hombres. Quería comentarte la observación de una de tus colegas, la profesora Marcella Frangipane. Estábamos hablando de las arqueólogas que fueron sus maestras y me decía que una de las fortalezas de las mujeres, en esta disciplina, es su falta de hábito de poder. El hecho de no haber ocupado puestos de mando a lo largo de la historia, las haría más aptas, más flexibles, menos autocomplacientes en la gestión de investigaciones y proyectos complejos.  ¿Te reconoces un poco en esta idea?

-Tal vez. Ciertamente, la forma que suelen tener las mujeres de gestionar proyectos y colaboraciones, es diferente a la de los hombres. No sé si vale ser menos asertiva o tener mayores habilidades de mediación. Ciertamente la forma femenina de construir un equipo de trabajo es diferente.

¿De qué manera es diferente?

-Aparentemente, somos menos competitivas. O, mejor dicho, lo somos pero de forma menos evidente. Los machos tienen un poco de síndrome del gorila que se golpea el pecho, siempre tienen que hacer todas estas danzas rituales, probablemente la sociedad los empuja a aparecer, a mostrar más agresividad de la que les gustaría, mientras que la sociedad nos empuja a las mujeres a mostrar menos. Y esto puede ser una ventaja, porque permanecemos más centradas en el proyecto, menos en la primera línea de avance. En mi opinión hay dos modelos de poder de las mujeres: muchas tienden a adaptarse a la forma masculina, eligiendo la agresión explícita; otras, no lo hacen. En los casos en que fui particularmente acometedora, me di cuenta que no me había ganado la desaprobación sino el respeto, lo que me sorprendió porque para mí, el respeto se le debe dar a quien es capaz de moderarse y concluir algo sin sacar las garras. Los equipos liderados por mujeres suelen ser más relajados, pero no siempre. Muchas mujeres sentimos la presión también porque las críticas hacia nosotras suelen ser más feroces. Todavía existe la idea de que podemos ser histéricas y perder el control fácilmente. Y esto también lo podemos sufrir porque el trabajo de campo como arqueólogos es agotador y exigente. Quizás es más fácil para los hombres porque no parten de un estigma.

También, históricamente están más acostumbrados...

-Sí, pero sobre todo es la sociedad la que está más acostumbrada a ver a un hombre llegar al frente de una misión. Pero lo que he notado es que en el momento en que demuestras que puedes hacer las cosas bien, entonces te ganas un respeto aún más fuerte que el de los hombres. Porque te admiran. Se preguntan: ¿Cómo lo hace esta mujer? Pensando ellos que en el fondo vales menos (risas), lo que obtienes a cambio es más. Por ejemplo, tengo un niño y me doy cuenta de que estar acompañada por un hijo en ciertos entornos me aporta más respeto, porque la gente piensa: “Ella puede hacer todas estas cosas y además criar a un hijo”. Pero si cometes un error o te sucede algo negativo, la crítica probablemente sea más dura.

Cuando hablamos de temas de mujeres, tendemos a considerarlas en su conjunto. Sontag en una antigua entrevista de 1994 (Más allá de la literatura: Conversaciones con Susan Sontag) dice que las mujeres estamos construidas culturalmente como una minoría, y atribuimos un punto de vista unitario a las minorías, por lo que nos preguntamos: ¿Qué quieren las mujeres?, ¿qué piensan ellas?, etcétera. Me vienen a la mente en particular dos mujeres que se han ocupado de la prehistoria y que de alguna manera han subvertido el canon y las categorías de los arqueólogos. En un pasado no tan lejano, existe toda una línea de arqueólogas que eran “esposas de”; y de mujeres arqueólogas “estudiantes de”. En la primera categoría, una mujer que fue mucho más allá de esta definición es Mary Leakey: su apellido es el de su marido Louis, pero su fama como paleoantropóloga casi lo supera. Mientras que en la categoría menos conocida, pero igualmente dura, de las “estudiantes de”, una figura menos famosa, Annette Laming-Emperaire, que bajo la supervisión de André Leroi-Gourhan escribió una tesis sobre el significado del arte parietal paleolítico. Y fue la primera en llegar a la conclusión de que las representaciones de una sección de la cueva de Lascaux estaban estructuradas según un principio dualista, masculino y femenino. Leroi-Gourhan llegó poco después a las mismas conclusiones, pero donde Laming-Emperaire veía un principio masculino, él veía un principio femenino, y viceversa. La misma hipótesis pero invertida.  No sé si a vos también te fascinan estas figuras o hay otras estudiosas de la prehistoria a quienes admiras especialmente.

Mary Leakey (1913-1996),
paleoantropóloga

-Mary Leakey es claramente un mito, también por este contraste con su marido: él iba y venía, siempre hablando, y mientras tanto ella trabajaba, producía montañas de artículos; publicaba la monografía del yacimiento de Olduvai con todo catalogado y dibujado. Él era el que tenía intuiciones rápidas y luego inmediatamente pasaba a otra cosa. Estaban muy bien emparejados. Tuve la suerte de ir a Olduvai hace unos años, donde hicieron un museo de su campo de trabajo y lo llamaron Mary Leakey Camp, por su nombre y no por el de su marido: está su casa, la chabola donde trabajaba, la cocina, los almacenes. Mary Leakey es sin duda una figura clave. Pero pasó a la historia con el apellido de su marido. Luego tuve la suerte de conocer a Alison S. Brooks, la esposa de John Yellen. Cuando ella era joven estaba haciendo su doctorado en Borgoña, en los años 60, mientras que él estaba en el Kalahari estudiando el !Kung san. Ella me dijo que en ese momento recibía una carta cada seis meses de este novio, y luego se unió a él y comenzaron una familia juntos en el desierto de Kalahari. Es una mujer muy dura, la admiro y ha hecho mucho. Aunque siempre ha trabajado con su marido, su personalidad emerge claramente, nunca queda en segundo plano. En el clan Leakey está Meave, también “esposa de”. La conocí en Turkana, Kenia, antes de que muriera su marido Richard Leakey: la puedes encontrar con dientes de parántropo o algo extraño en su mano preguntándose si podría ser una nueva especie, y cuando la ves en una conferencia lleva la misma camisa que usa para ir a cavar todos los días. Es una mujer de absoluta sencillez que ha hecho descubrimientos asombrosos, y trabaja de sol a sol en un lugar donde el calor es terrible. Al igual que María, tiene una personalidad fuerte y una línea de investigación precisa.

Desde hace muchos años, llevas a cabo un proyecto de investigación en Etiopía centrado en los orígenes del Homo sapiens y el comportamiento humano moderno. ¿Qué haces en particular?

-Este sitio, llamado Gotera, fue descubierto a finales de la década de 1970 por Jean Chavaillon y quedó sin ser explorado. Me interesa porque está situado en el centro-sur de Etiopía, un poco lejos del Rift, donde trabaja casi todo el mundo. Está en una depresión, un paleolago, un ambiente fluvio-lacustre, por lo que se pasa del lago al río a las marismas. Es un yacimiento paleolítico muy estimulante, en la última campaña encontramos hogares datados hace 45/50.000 años y ahora estamos encontrando espacios de trabajo estructurados con otros hogares. Cada verano vamos allí durante unas semanas para realizar excavaciones. Tengo un equipo internacional de muy buenos investigadores, estudiantes y trabajadores. Y la cooperación de la Autoridad Etíope funciona muy bien. Es el proyecto en el que más estoy trabajando. Pero también reanudamos las excavaciones en el bajo Lazio, con la Superintendencia nos gustaría reabrir la Grotta Sant'Agostino que es un sitio histórico musteriense. Y, por otra parte, revisar la evidencia musteriense en Grotta di Tiberio, en colaboración con la directora Cristiana Ruggini: este último es un trabajo muy curioso porque el sitio es conocido por la villa del emperador Tiberio, pero increíblemente aún conserva algo de estratigrafía musteriense. Me encantaría reanudar esta excavación porque entonces volvería a trabajar con los neandertales, que fueron mi primer amor.

¿Ser italiana en Etiopía hoy en día es una ventaja, una desventaja o es indiferente?

-No importa. El primer año que fui casi me daba vergüenza, tenía miedo de encontrarme con alguien que me insultara o, peor aún, con algún nostálgico. Y sin embargo, los etíopes son muy diferentes de otras poblaciones africanas, porque lucharon contra el colonialismo y al final ganaron. Haber expulsado a los colonizadores italianos les hace sentirse muy orgullosos. Hace un par de años, construyeron un enorme monumento a la Batalla de Adua en un lugar muy céntrico de Adís Abeba. Dos de mis estudiantes de doctorado habían sido invitados a la inauguración y me contaron su vergüenza cuando, mientras hacían cola para visitar el museo, alguien se acercó gritando “son italianos, dejadlos pasar”, y así los dejaron pasar primero, para visitar el museo de la victoria sobre los italianos… Por otro lado, es sorprendente cuánto de esto todavía es italiano. La ocupación fue breve, pero muchos italianos permanecieron en Etiopía incluso después de la guerra. En la cocina, por ejemplo, hay una fuerte herencia italiana, muchas mujeres etíopes cocinan lasaña, en la barra se sirve bombolono con macchiato para el desayuno. Digamos que hicieron lo correcto: tomaron lo que les gustó y descartaron el resto. Me parece que éste es un buen enfoque. Es evidente que no se debe minimizar el pasado colonial. Hay mucho trabajo por hacer en nuestra relación con estos países, que -creo- recae principalmente en nosotros. Yo me planteo la cuestión de la descolonización como si estuviera excavando en cualquier país extranjero. Me hago mucho esta pregunta porque el enfoque de las excavaciones, y hablo de África en general, ha sido durante muchos años verdaderamente duro, por no decir depredador. Como los etíopes están muy orgullosos de su no colonización y muy atentos a estas cuestiones, cuando este verano se celebró la conferencia por el 50 aniversario del descubrimiento de Lucy, hubo una sesión dedicada a la descolonización de la arqueología. Por ejemplo, hay algunos colegas sudafricanos que están haciendo un trabajo muy interesante sobre cómo reconstruir museos para que sean más accesibles a las poblaciones locales. Los etíopes intentan aprender de nosotros lo que necesitan para construir su propia identidad de investigación, una actitud muy saludable. Por ejemplo, tengo colaboradores, estudiantes, uno de doctorado que está a punto de discutir su tesis: es una verdadera relación de colaboración. Me alegra que me den la bienvenida. Enseñar es mi trabajo, si hay algo que pueda enseñar lo hago con mucho gusto. Veo algunas prácticas forzadas con las que no estoy de acuerdo, pero lamentablemente las buenas prácticas llevan tiempo. En mí el enfoque descolonizador es estructural, no lucho. Luego mi ex marido es senegalés, así que también tuve una relación de muchos años, familia, amigos de África Occidental, sé muy bien cuáles pueden ser los problemas desde adentro y eso me hace sentir muy a gusto.

Según tu perfil de Facebook, estás interesada en la moda, en el estilismo. ¿Cuándo empezamos a vestirnos? Según he leído, se puede establecer una fecha probable en base a la diferenciación entre piojos de la cabeza y piojos del cuerpo; sería unos 120.000 años, cuando los piojos comenzaron a frecuentar el cabello porque el resto del cuerpo humano ya estaba cubierto por la ropa. ¿Es esta una hipótesis seria o hay otras más creíbles?

-Podría ser una teoría creíble. Creo que empezamos a vestirnos porque hacía frío… Por cierto, sobre las llamadas Venus de las que hablábamos antes, también me intriga el hecho de que estén desnudas. Son representaciones intencionadas de personas desnudas, porque no creo que hace 20 o 30.000 años la gente anduviera desnuda, no por pudor sino porque es más cómodo estar vestido si hace frío. Ciertamente en tiempos más recientes, cuando Europa estaba en la Edad de Hielo, se vestían. En latitudes más templadas esta necesidad de vestirse no existe. En mi opinión, vestirse es sobre todo una cuestión de comodidad, que llegó bastante tarde. Los neandertales seguramente usaban alguna ropa porque de otra manera no habrían sobrevivido. En el Paleolítico Superior empiezan a aparecer adornos, lo que nuestros colegas franceses llaman parure, algo que no es estrictamente funcional y que también tiene un significado social, pero ocurre en una época relativamente reciente. Aquí, volviendo a las venus: no lo sabemos: quizá les ponían vestiditos a estas figuritas, como a las muñecas Barbie. Debe haber una razón por la que fueron representadas desnudas. En cambio, en las estatuillas encontradas en Rusia normalmente no se ven las características sexuales; tienen forma rectangular. A veces, se puede ver un poco de los pechos, la cara; otras veces, ni siquiera se logra saber con seguridad su sexo. Son paralelepípedos con “tapa”. Me pregunto si en realidad son mujeres retratadas con ropa.

Telmo Pievani, en un artículo reciente en el que cuestiona la idea todavía profundamente arraigada de que la violencia de género, la opresión de los hombres sobre las mujeres, tiene una raíz biológica, escribió: “La naturaleza no es una autoridad moral. Lo que viene de la evolución, de la biología, no es necesariamente ‘bueno’, ‘correcto’ y ‘normal’. Por una sencilla razón: en los ecosistemas hay comportamientos maravillosos y terribles; la naturaleza está llena de violencia, discriminación, muerte, pero también solidaridad, cooperación, altruismo. Si lo utilizáramos como criterio ético, entonces tendríamos que resignarnos a la ‘naturalidad’ también de la violación y del infanticidio. La biodiversidad experimenta con las más diversas soluciones adaptativas: no es el lugar para buscar normas y desviaciones. Como ya explicó con gran lucidez David Hume en el siglo XVIII, es muy peligroso derivar el deber del ser". Cuando buscamos un supuesto origen en la “naturaleza” de los fenómenos modernos, a menudo recurrimos a los tiempos más antiguos de la humanidad, al supuesto comportamiento del hombre en la prehistoria, que de alguna manera definiría también nuestra esencia actual.  Como estudiosa de la prehistoria, ¿no sentís un poco de responsabilidad al ir en busca de los orígenes? Por el tipo de narrativa que presentarás o ayudarás a construir y que será utilizado por otros.

-Este es un problema muy difícil e irresoluble, de hecho últimamente me he pasado mucho tiempo con epistemólogos que ayudan a resolver ciertas cuestiones. Por otra parte, no podemos tener miedo. A veces pienso en este asunto de las mujeres como cazadoras y guerreras, y les pregunto a las estudiantes: ¿quieren ser guerreras? Quizás una de nosotras quiera ser una guerrera, pero las demás, no. No deberíamos dejar que nos dicten nuestra agenda y pensar, por ejemplo, que la fuerza bruta es más importante que, digamos, el bordado. Al mismo tiempo, no podemos tomar literalmente el pasado ni ningún elemento que tengamos y convertirlo en una norma. El acceso a una gran cantidad de datos del pasado lejano es algo reciente, pero desde entonces se ha avanzado. Sí, hay tradición; pero si todo fuera tan tradicional todavía estaríamos en la época Oldowan. Existe la tradición pero también hay innovación, para lo cual somos una especie muy dotada, como se desprende de lo ocurrido en los últimos 200.000 años: lo hemos cambiado todo y nos gusta cambiar, es una de nuestras principales características. Y por eso creo que el futuro es imparable. Está claro que nuestra tarea es vigilar y colocar los datos que conocemos, que adquirimos, en marcos adecuados. Y no parar.

¿Cómo llegaste a afrontar la cuestión del tiempo? Cuando dices, lees o escribes “hace unos 200.000 años”, “hace entre 30.000 y 20.000 años”, ¿puedes realmente imaginar ese tiempo? ¿Te has acostumbrado a considerar el detalle de un tiempo inconmensurable?

-Lo hice bajando mis estándares. Con la conciencia de que el tiempo de la prehistoria no es el tiempo del individuo. Captar al individuo es un poco una quimera, el Santo Grial, el arca perdida del paleolítico, y de hecho cuando encontramos el rastro de un hogar, o de algo que claramente fue usado y habitado por un breve momento, experimentamos fuerte emoción porque allí, por un momento, vemos, o creemos ver a la persona. En el estudio de la prehistoria nuestro tiempo no existe, en el Paleolítico no existe presente. Hay rangos de fechas, por ejemplo las obtenidas con el sistema de radiocarbono hoy en día tienen rangos de hasta 300 años, lo cual es un resultado excelente. Los obtenidos con otras técnicas de datación pueden tener rangos de 1000-2000 años. Para mí, el tiempo profundo de la prehistoria tiene el mismo efecto que el espacio profundo: no es que porque sé que nunca podremos entrar en un agujero negro o que nunca podré entender verdaderamente qué es la materia oscura, dejo de buscar. En realidad, sigo buscando más.

 

Esta entrevista fue publicada el 25 de enero de 2025 por la revista Carmillaonline