Por Moira Soto
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Porcentaje de mujeres de 15 a 49 años viviendo con alguna mutilación sexual en 2013 |
Francamente, preferiríamos no tener que hacerlo, a tal punto resulta penoso tratar esta problemática. Pero es un deber solidario feminista tener presente que en el mundo son cientos de millones las mujeres que han sufrido mutilaciones sexuales, contando a las niñas que las están sufriendo en estos momentos.
En su último libro publicado -Y
la madre puso rápido un último huevo, Gallimard-, Hélène Cixous nos lleva a
medulares reflexiones sobre ciertos compromisos que se deberían asumir. La
madre de Cixous huyó del nazismo en sus albores, 1937; su padre había nacido en
una familia judía en Argelia, donde la escritora pasó su infancia. A propósito
de los campos de concentración, dice HC: “Aunque no hayamos estado allí, no
podemos salir de ellos… Es en vano”. Para ella, “una de las cosas que, de todos
modos, se puede hacer es pensar”. Salir a la calle, gritar, escribir… “Decir
palabras en las que hay que insuflar un poco de fuerza emocional”. Y más
adelante sostiene: “Todo lo que no se puede decir, sí se puede decir. Basta
escribir”. Cixous se pregunta qué fue lo que la unió en una relación cercana
con dos mujeres -una camboyana, otra maliense- sabiendo la respuesta: la
experiencia compartida de la misoginia, de pertenecer a la gran comunidad de
quienes nacimos discriminadas.
Pensar, entonces, es lo menos que
podemos hacer. Tomar conciencia, denunciar -en la escala que se pueda- sobre la
terrible condena que sigue pesando sobre tantas mujeres (además, bajo otros
yugos de machismo ancestral en sus respectivos países), sería parte de lo que deberíamos
hacer. Y desde luego, no dejar de compadecernos. No apartar la vista por lejos
que suceda de nosotras porque nos impresiona, nos incomoda, nos perturba
enterarnos…
Para quienes no están al tanto,
hay que decir que las mutilaciones sexuales -o la escisión- implican una
ablación total o parcial de los órganos genitales externos femeninos. Operación
generalmente realizada por un/a escisor/a con un cuchillo muy afilado o la hoja
de una navaja. Tal como lo están leyendo, seguramente con un escalofrío. Se
practica en casi treinta países africanos, del Yemen al Kurdistán iraquí: y en
menor medida, en zonas de Asia, amén de los colectivos de inmigrantes en
algunos países occidentales, sorteando la prohibición legal que pueda existir acerca
de estos procedimientos.
Según el último informe de
Unicef, 230 millones de mujeres vivas de toda edad en el planeta han sido
mutiladas mediante métodos que pueden ir de la ablación total o parcial del
prepucio del clítoris, a la ablación parcial o total del propio clítoris y los
labios (escisión); o a la sutura de los labios para cerrar la vulva
(infibulación). Está clarísimo que estos crueles procedimientos no representan
ningún beneficio para la salud (como se los ha querido justificar en el pasado)
y en cambio pueden generar hemorragias en el momento de la intervención, infecciones
urinarias, sufrimientos crónicos, menstruaciones dolorosas, problemas a la hora
del parto. Y -he aquí la motivación subyacente real- disminución o ausencia del
placer sexual en las mujeres.
Aunque se desconocen con
exactitud los orígenes de estas prácticas, puede afirmarse que están
profundamente ancladas en tradiciones asociadas a la virginidad, a la castidad,
a la fidelidad. Y que ofician como un rito de pasaje a la adultez. Por más que
cueste creerlo y suene espantoso, por razones de honor y costumbres que no se permite
transgredir, estas operaciones son organizadas por mujeres mayores que así
obtienen el beneplácito de los varones, allanando el camino hacia casamientos
forzados de las jóvenes.
En el siglo pasado, en Occidente,
se solía usar el término circuncisión femenina, como si fuese el equivalente de
la masculina. Pero ya en 1929, el Consejo Nacional de Iglesias de Kenya empezó
a designar estos procedimientos como “mutilación sexual de las mujeres”,
siguiendo así el ejemplo de Marion Scott Stevenson (1871-1930), misionera y
gran educadora escocesa, la primera en emplear esa definición, que luego
adoptaron las feministas estadounidenses en los años ’70. A partir de 1980, la
Organización Mundial de la Salud empezó a explayarse sobre esta temática.
En la ocasión que nos ocupa,
mejor no entrar en detalles respecto de estas operaciones usualmente
practicadas en el hogar de las niñas, o en algún local con camilla. Solo a
título de muestra, vale citar el testimonio de una enfermera de Uganda, publicado
en la prestigiosa revista The Lancet: en 2002, un escisor podía emplear el
mismo cuchillo para una treintena de chicas en la misma sesión. Según el grado
de participación de profesionales de la salud, el procedimiento puede hacerse
con anestesia local o general. Un estudio de 1995 hecho entre madres egipcias
consignaba que el 60 por ciento de sus hijas habían sido anestesiadas
localmente, el 13 por ciento en forma general, y un 25 por ciento, operadas sin
tratamiento alguno para aliviar el tremendo dolor.
Tornando al presunto origen de
estas prácticas, algunos historiadores se remontan al reino de Kush (780 AC-350
DC), en el actual Sudán, deduciendo que la infibulación se instaló en un
contexto de poligamia, para asegurarse los varones la paternidad de los hijos.
Por su lado, el examen de antiguas momias egipcias no rindió señales de
mutilaciones. La infibulación (el estrechamiento de la vagina mediante sutura,
cortando los labios y dejando solo un pequeño orificio para la emisión de orina
y la salida de sangre menstrual), a su vez, se tiene por asociada a la
esclavitud. El misionero portugués Joao dos Santos, dejó escrito en 1609 datos
de un grupo establecido en la capital de Somalia, donde existía la costumbre de
coser a las mujeres, en particular las jóvenes esclavas con el fin de volverlas
ineptas para la concepción, lo que aumentaba su precio en el mercado.
Los ginecólogos europeos y
norteamericanos del XIX daban por cierto que la ablación del clítoris ayudaba a
tratar la masturbación compulsiva, e incluso la locura femenina. El médico
británico Robert Thomas había presentado, a comienzos de ese siglo, la clitoridectomía
como cura de la ninfomanía (erotomanía femenina). La primera operación de extirpación
de clítoris documentada en Occidente se hizo en 1822, en Berlín, a cargo del
doctor Karl Ferdinand von Graefe, que mutiló a una adolescente de 13 años. El
gineco Isaac Baker Brown, bajo el pretexto de prevenir la histeria, se
especializó en extirpar clítoris cuando, en su opinión, la situación lo
requería, entre 1859 y 1866. Hasta que fue expulsado de la Medical Society de
Londres, no por haber cercenado a mujeres sino por hacerlo sin consultar con
sus pacientes. Y hubo más profesionales de la medicina, varones occidentales y
probablemente cristianos, aplicados a suprimir clítoris. En Europa y los
Estados Unidos hasta 1960 solía llevarse a cabo esta mutilación para tratar no
únicamente la histeria y la erotomanía, sino también el lesbianismo, según da
fe un artículo de 1985 publicado en Obstetrical & Gynecological Survey.
De los millones de mujeres vivas
mutiladas de la actualidad, la mitad de ellas están en tres países: en Egipto,
el 87 por ciento; en Etiopía, el 74 por ciento; en Indonesia, el 40 por ciento.
Todas ellas intervenidas entre los 5 y 15 años. Y todavía habría que mencionar
la India, los Emiratos Árabes, Jordania, Omán, Arabia Saudita, Malasia… Por
tradición, por motivos religiosos, por proximidad con grupos musulmanes.
Según la publicación The
Conversation, de España, del 21/2/2025, “un estudio realizado en Nigeria
sugiere que en partes del mundo donde todavía se lleva a cabo la MGF, la
llegada de Internet de alta velocidad, particularmente en áreas anteriormente
aisladas, podría influir en un comportamiento sexual más libre entre las
mujeres y ayudar a reducir la práctica. (...) Las implicaciones de estos
resultados son importantes. Ampliar el acceso a Internet, junto con iniciativas
que cuestionen directamente el estigma que respalda la mutilación genital
femenina, podría convertirse en un enfoque eficaz para bajar su incidencia. Estos
hallazgos respaldan la idea de que el acceso a Internet está impulsando un
cambio cultural más amplio hacia conductas liberales (en el sentido de desprejuiciados,
autónomos) haciendo que la mutilación genital femenina se vuelva cada vez más
obsoleta”.
En un poema de 1988, la somalí
Dahabo Musa nombró la infibulación como las tres penas de la mujer: la
operación misma; la noche de bodas cuando se le hace un corte en los labios
intervenidos, y el parto, que exige un nuevo corte. Por otra parte, se han
comparado estas mutilaciones sexuales con la antiquísima tradición china de
vendar los pies femeninos para impedirles crecer normalmente y así cumplir con gustos
fetichistas masculinos. Según encuestas, a los varones de sociedades implicadas
en esta violación de derechos humanos elementales, les place el esfuerzo que
requiere penetrar a una mujer infibulada…
Esta dominación masculina que
persiste, apela a factores culturales, religiosos, sociales ¿generados por
quiénes, si cabe la pregunta? El objetivo -como la represión impuesta a las
mujeres en Occidente desde hace siglos y siglos, por iglesias y sistemas de
gobierno-: controlar la sexualidad femenina sustrayendo zonas sensibles de su
cuerpo para menguar o suprimir su placer sexual, garantizar la virginidad y,
una vez casadas, asegurar la fidelidad al marido propietario absoluto. Aparte
de todas las graves secuelas mentadas, y de los daños psicológicos, hay que
decir que estas mutilaciones constituyen una de las principales causas de
muerte en niñas y mujeres jóvenes: 44 mil cada año en 15 países estudiados.
Comentarios a cargo de lectoras y
-ojalá- lectores.