Gracias doy por el firme diamante y el agua suelta*

Por Mariela Sexer


En marzo de 2010, embarazada de ocho meses, viajamos a Punta del Este para participar del festival de cine de esa ciudad. El hotel tenía pileta, que disfrutamos; también fuimos a la playa. A fines de marzo no había casi nadie en el mar. Como siempre que hay agua, en cualquiera de sus continentes, se me impone sumergirme en ella. Así, corrí con la panza y me fui metiendo de a poco. Al mi lado, un señor me sonrió y me dijo: “Nadador va a salir el chiquitín”. Sentí una satisfacción enorme, ese desconocido había advertido mi pasión por el agua. Y la había trasladado a mi futuro hijo. Acertó con el género. Y su profecía se cumplió, Elías heredo mi pasión y ambos disfrutamos de las aguas en todos sus formatos.

Siento profunda admiración por la gente que nada sistemáticamente, me parece una actividad superior. La respiración, los movimientos, la sensación de abrirse paso en un medio que no es la tierra debe ser lo más parecido a volar, con el agregado de la calma que da el agua.

Mi relación con el agua es lúdica y terapéutica, por lo que no concibo las vacaciones sin la posibilidad de que haya una pileta, un mar, un lago, un spa o un hidromasaje.

Tengo escoliosis dorso lumbar. Es decir, mi columna es una S que tiene más de cuarenta grados de curva. Usé corsé de los diez a los quince años. Lo tenía que llevar puesto también para dormir. Puedo hacer una vida totalmente normal, pero sufro muchas veces de dolor de columna. No hay nada más relajante para mi condición que el agua. La relajación llega con un baño de inmersión, un chorro del jet de un hidromasaje o una pileta.

Si hay un pueblo que tiene una relación fluida con el agua es el turco. Estambul está dividida en dos y unida por un puente; el Bósforo es parte del paisaje y la cultura lacustre está integrada a la ciudad. Soñaba con conocer Estambul por dos cosas: los desayunos que veía en las novelas y los baños turcos. Varios meses antes de viajar, había reservado el hammam parar ir el día de mi cumpleaños. Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Un baño turco es una vivencia única, independientemente del precio que cueste. Los spas son una copia degradada de los hammam que están basados en una cultura milenaria.


Tomar un baño turco primero exige la relajación en un cuarto (conocido como cuarto tibio) calentado con un flujo continuo de aire caliente que permite que el bañista respire libremente. Luego, se pasa a un cuarto aún más caliente (conocido como cuarto caliente) antes de sumergirse en una piscina fría. Después de hacerse un lavado completo de cuerpo y recibir un masaje, finalmente se retira al cuarto de enfriamiento para un período de relajación. (Wikipedia).

En mi caso, el contraste con el calor del cuarto y el frío posterior estuvo dado por un cuenco al que había que llenar con agua fría que salía de las canillas y volcarla por el cuerpo. Supongo que los más lujosos incluirán la pileta de agua fría.


Lo que sí incluía el paquete que tomé, y creo que distingue al baño turco de cualquier otro circuito de aguas, es lo que se llama el baño de jabón. Te acuestan sobre una camilla y te refriegan el cuerpo con un guante áspero que saca las impurezas y luego de una manera casi mágica te van bañando con jabón, pero lo hacen con una técnica que hace que las burbujas del jabón formen una película que parece una tela que te va envolviendo. En el circuito, luego siguieron masajes con aceite y, para finalizar, el infaltable té turco.

La idea de que, viviendo ahí, por un precio accesible una puede disfrutar esa experiencia al menos una vez al mes, le agrega un plus invalorable a una ciudad maravillosa como Estambul.

El baño de jabón en el baño turco

Berlín es otra ciudad que tiene una relación fluida con el agua. Hay infinidad de piletas públicas. En Buenos Aires, la mayoría de las piletas son de clubes que priorizan el deporte por sobre el esparcimiento, sobre todo en invierno, y además hay que asociarse por varios meses. En Berlín fuimos a una pileta en Kreuzberg (barrio turco), una zona no alejada del centro, en la que por cinco euros podíamos acceder a pasar el día. Una pileta vidriada, desde donde se podía ver la calle, con una piscina especial con olas, puentes y chorros. Otra experiencia inolvidable. En el mismo lugar había otras piletas exclusivas para nadar. En pleno invierno alemán, podés disfrutar del agua. El techo parecía ser corredizo por lo que estimo que también podía usarse en verano. Lo recomiendo fervientemente: antes de hacer un viaje a Europa, estudiar las piscinas públicas. Si vas con niños, te lo agradecerán.

Hasta que no construyamos nuestra casa en Tandil con pileta (¡tan solo un sueño!) cada verano estudio las típicas notas para ver a qué pileta se puede ir. Durante muchos años fuimos a la de Ciudad Universitaria, a la que se puede acceder asociándose solo por el verano. Es una pileta olímpica hermosa, con verde al lado, para pasar el día. Las instalaciones de los vestuarios podrían ser mucho mejores. Es un lugar precioso que no está explotado en todo su potencial. El verano pasado nos asociamos por un par de meses al club GEBA y fue una grata experiencia. Seguramente, repetiremos. Solamente cambiarse en esos vestuarios de madera centenaria, hace que valga la pena.

Con las piscinas de agua caliente o las termas tengo una relación ambivalente. Siempre prefiero el agua fría en verano, los lagos del sur, el mar. Si hace calor el agua tibia me da un poco de asquito. Ahora, en invierno es muy placentero estar en una pileta de agua caliente al aire libre. Pileta humeante, frío con sol: una combinación insuperable. El cuerpo queda caliente y es hermoso salir en bata a cambiarse. Las termas de Villa Elisa en Entre Ríos son muy lindas. Faltaría mejorar la calidad del alojamiento.

La pileta del Llao Llao

Tengo pendiente visitar el hotel Llao Llao. Su pileta climatizada in-out de borde infinito con vistas al lago y las montañas, es una de las cosas que están en mi lista de cosas para hacer antes de morir.

Creo haber pasado por todas las formas en las que el agua se presenta para disfrutarla. Me queda pendiente la talasoterapia en Europa. La primera vez que supe de su existencia fue cuando leí la editorial de Quintín en el número 91 de El Amante/Cine de octubre del 99, escrita desde el Festival de San Sebastián:

Hay que ser muy amargo para quejarse de San Sebastián, un lugar donde es prácticamente imposible pasarla mal. En este momento Flavia está en una sesión de talasoterapia, que no sé muy bien qué es, pero seguro que la consuela de su plan de ir a la playa, que la lluvia hizo fracasar. Ayer cumplió cuarenta años y no se lo contó a nadie por temor a emocionarse ante la cifra o deprimirse pensando que pasó más de la mitad de su vida a mi Iado.

Flavia y Quintín siguen pasando su vida juntos y viven en la ciudad que tiene una versión local de talasoterapia: San Clemente del Tuyú . No me gustaron esas termas. Fui en verano, quizás habría que probarlas en invierno. 

Las termas de Fiambalá

Y dicen que las termas de Fiambala en Catamarca son una maravilla, otro pendiente. Termas en medio de la naturaleza, no debería fallar.

Aguas y vacaciones, un tándem infaltable. Me gustaría que en Buenos Aires se abriese alguna pileta como la de Berlín para poder extender ese placer al resto del año, sin asociarme a nada, ir el día que pinta.

Lo que casi no hago con el agua es tomarla, acá somos team soda a full. Pero como se trata de mi columna, les dejo de yapa el cuento de Elizabeth Casinelli que ganó el concurso Buenos Aires en cien palabras que me parece una genialidad y tiene el agua como remate:

La tía María de Barracas tenía las piernas como dos damajuanas. Vivía en la pobreza más absoluta en una casa tipo chorizo, de las que ahora son buscadas para reciclar porque no pagan expensas. Quedó viuda de muy joven y su único hijo se mató en un accidente de moto. Tenía la extraña costumbre de tener siempre en la heladera una botella de vidrio vacía. Cuando por primera vez quise –de comedida– llenarla con agua del grifo, casi me pega la tía. Yo por ese entonces, aún desconocía, que la guardaba para quien no quisiera tomar nada.

 

* Borges, Otro poema de los dones

 Esta nota fue originalmente publicada en La Inspectora, newsletter de Mariela Sexer