Por Mariela Sexer
Siento profunda admiración por la gente que nada sistemáticamente, me parece una actividad superior. La respiración, los movimientos, la sensación de abrirse paso en un medio que no es la tierra debe ser lo más parecido a volar, con el agregado de la calma que da el agua.
Mi relación con el agua es lúdica y terapéutica, por lo que no concibo las vacaciones sin la posibilidad de que haya una pileta, un mar, un lago, un spa o un hidromasaje.
Tengo escoliosis dorso lumbar. Es decir, mi columna es una S que tiene más de cuarenta grados de curva. Usé corsé de los diez a los quince años. Lo tenía que llevar puesto también para dormir. Puedo hacer una vida totalmente normal, pero sufro muchas veces de dolor de columna. No hay nada más relajante para mi condición que el agua. La relajación llega con un baño de inmersión, un chorro del jet de un hidromasaje o una pileta.
Si hay un pueblo que tiene una relación fluida con el agua es el turco. Estambul está dividida en dos y unida por un puente; el Bósforo es parte del paisaje y la cultura lacustre está integrada a la ciudad. Soñaba con conocer Estambul por dos cosas: los desayunos que veía en las novelas y los baños turcos. Varios meses antes de viajar, había reservado el hammam parar ir el día de mi cumpleaños. Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Un baño turco es una vivencia única, independientemente del precio que cueste. Los spas son una copia degradada de los hammam que están basados en una cultura milenaria.
En mi caso, el contraste con el calor del cuarto y el frío posterior estuvo dado por un cuenco al que había que llenar con agua fría que salía de las canillas y volcarla por el cuerpo. Supongo que los más lujosos incluirán la pileta de agua fría.
La idea de que, viviendo ahí, por un precio accesible una puede disfrutar esa experiencia al menos una vez al mes, le agrega un plus invalorable a una ciudad maravillosa como Estambul.
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El baño de jabón en el baño turco |
Hasta que no construyamos nuestra casa en Tandil con pileta (¡tan solo un sueño!) cada verano estudio las típicas notas para ver a qué pileta se puede ir. Durante muchos años fuimos a la de Ciudad Universitaria, a la que se puede acceder asociándose solo por el verano. Es una pileta olímpica hermosa, con verde al lado, para pasar el día. Las instalaciones de los vestuarios podrían ser mucho mejores. Es un lugar precioso que no está explotado en todo su potencial. El verano pasado nos asociamos por un par de meses al club GEBA y fue una grata experiencia. Seguramente, repetiremos. Solamente cambiarse en esos vestuarios de madera centenaria, hace que valga la pena.
Con las piscinas de agua caliente o las termas tengo una relación ambivalente. Siempre prefiero el agua fría en verano, los lagos del sur, el mar. Si hace calor el agua tibia me da un poco de asquito. Ahora, en invierno es muy placentero estar en una pileta de agua caliente al aire libre. Pileta humeante, frío con sol: una combinación insuperable. El cuerpo queda caliente y es hermoso salir en bata a cambiarse. Las termas de Villa Elisa en Entre Ríos son muy lindas. Faltaría mejorar la calidad del alojamiento.
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La pileta del Llao Llao |
Creo haber pasado por todas las formas en las que el agua se presenta para disfrutarla. Me queda pendiente la talasoterapia en Europa. La primera vez que supe de su existencia fue cuando leí la editorial de Quintín en el número 91 de El Amante/Cine de octubre del 99, escrita desde el Festival de San Sebastián:
Hay que ser muy amargo para quejarse de San Sebastián, un lugar donde es prácticamente imposible pasarla mal. En este momento Flavia está en una sesión de talasoterapia, que no sé muy bien qué es, pero seguro que la consuela de su plan de ir a la playa, que la lluvia hizo fracasar. Ayer cumplió cuarenta años y no se lo contó a nadie por temor a emocionarse ante la cifra o deprimirse pensando que pasó más de la mitad de su vida a mi Iado.
Flavia y Quintín siguen pasando su vida juntos y viven en la ciudad que tiene una versión local de talasoterapia: San Clemente del Tuyú . No me gustaron esas termas. Fui en verano, quizás habría que probarlas en invierno.
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Las termas de Fiambalá |
Aguas y vacaciones, un tándem infaltable. Me gustaría que en Buenos Aires se abriese alguna pileta como la de Berlín para poder extender ese placer al resto del año, sin asociarme a nada, ir el día que pinta.
Lo que casi no hago con el agua es tomarla, acá somos team soda a full. Pero como se trata de mi columna, les dejo de yapa el cuento de Elizabeth Casinelli que ganó el concurso Buenos Aires en cien palabras que me parece una genialidad y tiene el agua como remate:
La tía María de Barracas tenía las piernas como dos damajuanas. Vivía en la pobreza más absoluta en una casa tipo chorizo, de las que ahora son buscadas para reciclar porque no pagan expensas. Quedó viuda de muy joven y su único hijo se mató en un accidente de moto. Tenía la extraña costumbre de tener siempre en la heladera una botella de vidrio vacía. Cuando por primera vez quise –de comedida– llenarla con agua del grifo, casi me pega la tía. Yo por ese entonces, aún desconocía, que la guardaba para quien no quisiera tomar nada.
* Borges, Otro poema de los
dones