Artistas visuales exponiendo con mirada propia

 

Hannah Murray, “Soeurs Vertes” (2024), imagen cortesía
de la galería Marinaro y de la artista

Por Moira Soto

De una vez por todas, va quedando obsoleto ese remanido lugar común empecinado en no reconocer en las artes la especificidad del enfoque, los temas, el empleo de la técnica en manos de las mujeres. En consecuencia, ya casi nadie dice: “Solo hay pintura -o literatura, o cine, o teatro- buena/o mala/o”. Actualmente, momento en que no solo las creadoras de arte van aumentado en progresión geométrica, y que se sacan del olvido y ponen en valor las del pasado, se evidencian netamente miradas, intereses, problemáticas, sensibilidades propias de su género. Tanto que habría que ser obtusamente negacionista para no reconocer esas características distintivas en obras recientes, y también en rescates de otros siglos.

La última Semana de Arte de Los Ángeles acaba de cerrar el 23 de febrero, marcada por un espíritu que pareció querer levantar los ánimos después de los terribles incendios, con acentos vitales, alegres, de cierta amable ligereza. Por otra parte, se reforzó la buena marcha de la ayuda a la gente afectada mediante subastas del colectivo L.A. Ayuda Network, integrado por artistas y trabajadores vinculados a la comunidad hispana, que ya venían dando asistencia a las víctimas del fuego. Obviamente muchas/os artistas donaron sus obras o bajaron su precio para que subieran las ventas a beneficio.

Otros temas, otros prismas

La galerista Julia Voloshyna contrató a la ceramista Cathy Aker, que tuvo que evacuar su casa de Eaton. Ambas se asociaron para una atractiva muestra de dibujos y escrituras de Camilla Taylor, jarrones de Aker, vasijas de barro de Lara Joy Evans.

Rocío García, “El brindis” (2025),
presentado por El Apartamento

Otras galerías ofrecieron, por ejemplo, pinturas de Hannah Murray, entre las que destacó especialmente la femineidad expandida de Soeurs vertes, 2004: dos muchachas muy embarazadas al borde una pileta, las piernas en el agua, una en bikini, la otra en traje de baño enterizo; ambas de rosa, probablemente en su último verano sin hijos, plácidas y confiadas, como sosteniendo sus panzas en gesto milenario, enmarcadas por el verdor del líquido, de la pared con arcada que deja ver a lo lejos un paisaje en ese tono. El embarazo a tope, sin disimulos, es una etapa de las mujeres poco vista en pintura. Menos aún en esta grata atmósfera de ensueño.

En los cuadros vistos durante esta Semana, donde se liberan fantasías de mujer, merece ser mencionado El brindis, 2025, de Rocío García que se ofreció en el espacio El Apartamento: una escena al rojo vivo en un bar que bien podría ser gay donde una especie de lobo feroz enlaza las piernas de un muchacho tranquilamente sentado, acaso una reversión de Caperucita Roja, ese cuento aleccionador para niñas en su origen, que ya fuera audazmente trastocado por la escritora Angela Carter.

Sylvia Sleigh, Desnudo de Paul Rossano, 1977

Desnudos pero con actitud, princesas caídas

Entretanto en Nueva York, reaparece con merecida gloria la gran Sylvia Sleigh (1916-2010) en la galería Ortuzar, una artista que atrajo mucho la atención en los años 60 y 70 por atreverse a invertir las normas académicas instaladas del género: hizo posar desnudos a amigos varones, como odaliscas, bañistas o acicalándose frente al espejo, pero nunca cosificándolos como seres pasivos sino otorgándoles actitud, expresividad, singularidad. A la vez, Sleigh respetó a su manera el canon citando a maestros del flamenco, a venecianos del siglo 16, incluso a prerrafaelitas.

Dina Goldstein, En la casa de muñecas.
Cortesía de Tallulah Studio Art, Italia

En Milán, hasta el 23 de marzo, una expo de fotografías, con sus propias puestas en escena, de Dina Goldstein (Tel Aviv, 1969) se centra en vestimentas, objetos y conductas adjudicadas a la femineidad para subvertir ese orden con acentuado humor ácido. Goldstein retoma la casa de muñecas onda Barbie desde una óptica crítica y a la vez desopilante. También se burla de la adicción a las cirugías llamadas estéticas en la serie Princesas caídas. Y la propia Caperucita Roja aparece regordeta en zuecos, con el tradicional abrigo que se convirtió en apelativo y una canasta rebosante de comida y bebida chatarra, en un claro del bosque, el Lobo fuera de campo… Otras vueltas de tuerca a los cuentos de hadas dedicados a las niñas: Cenicienta borracha en un bar de mala muerte; Blancanieves devenida madre agotada luego de casarse y comer perdices, pero sin haber encontrado la felicidad junto al príncipe que la rescató de los siete enanos (o personas de corta talla). Con sus escenificaciones detallistas y coloridas, su destreza técnica y sus contenidos revulsivos, Goldstein va alegremente contra las narrativas que de nuevo se les están queriendo imponer a las mujeres en presuntas democracias asaltadas por autócratas que no practican lo que predican.

Miki Hayakawa, Una tarde , ca. 1935, óleo sobre lienzo,
40 x 40 pulgadas, Museo de Arte de Nuevo México,
Santa Fe, donación de Preston McCrossen
en memoria de su esposa, la artista

Tres artistas resilientes de sangre japonesa

Miki Hayakawa, Hisako Hibi y Mini Okubo protagonizan la exhibición Imágenes de pertenencia que se brinda hasta agosto de 2025 en el Museo Smithsonian de Arte. Tres mujeres estadounidenses de ascendencia japonesa, reconocidas artistas en la etapa previa a la Segunda Guerra, que -luego del ataque a Pearl Harbor, 1941- sufrieron el confinamiento forzado que en Norteamérica humilló a tantas personas. 120 mil en total, dos tercios de los cuales nacidas de familias niponas en los Estados Unidos que tuvieron que vivir en 10 campos rodeados de alambres de púa durante 3 años. Para muchos, un verdadero calvario cuyas esquirlas se extendieron después de recuperar la libertad.

Sin embargo, Miki, Hisako y Mini -así como la famosa Ruth Asawa- continuaron con sus experimentaciones artísticas durante el encierro y siguiendo curso de sus vidas, sosteniéndose en su trabajo, desarrollando su capacidad de resiliencia, confiando en el poder del arte. Así lo prueba esta muestra que da pruebas de la evolución de estas adelantadas. Las obras expuestas de las tres pintoras pertenecen a la colección SAAM. Entre los cuadros, sobresale Una tarde, de Miki Hayakawa por su límpida belleza, la originalidad del encuadre y de la pose del modelo (su marido), en 1935.

Ciclista, -Titina Maselli, 1966

Yo encuentro a mi Titina

De regreso a Italia, nos topamos con 2 expos consagradas al centenario del nacimiento de la notable Titina Maselli (1924-2005), en el Casino del Príncipe y en el Laboratorio de Arte Contemporáneo Sapienzo. Una gran pintora con rasgos de avanzada pop que, entre otros temas, se inclinó por los deportes, el fútbol, el ciclismo con imágenes estilizadas y capturando la idea de movimiento. Muy apreciada en Francia, distinguida por escritores y críticos, en vida recibió amplio reconocimiento por su impulso innovador, su enfoque de la posguerra, siempre independiente de modas y tendencias. Arrancó con la pintura en 1940 y supo abrirse a la escenografía y al vestuario teatrales. Su independencia aparece desde el vamos, cuando pinta en la noche romana interiores anónimos, callejones sombríos lejos de los monumentos, jugando con los marrones que va iluminando con luces amarillas, verdosas que anuncian el estallido de colores en telas posteriores. Sus futbolistas, sus ciclistas se salen de cuadro, pero también Titina se estira en nuevas edificaciones de altura con sus ventanas seriadas al infinito, el asfalto tapado por los coches.


Feliz encuentro de formalidad y pop

Joana Vasconcelos, J'adore Miss Dior,
foto Juan Reyes

Flamboyant es un título perfecto para la exhibición en Madrid de Joana Vasconcelos (Lisboa, 1971), en el Palacio de los duques de Alba, que esta vez abre espacios de la villa antes nunca visitados por el público. Extravagante por donde se la mire, con el aporte de la Maison Dior, Vasconcelos vincula el arte contemporáneo a contextos históricos consiguiendo un impacto visual que corta el aliento. Como es el caso de los stilettos metálicos gigantes en medio de un prolijo salón de estilo siglo 18. Porque ya de por sí la Casa Alba posee muebles espléndidos de época, piezas de estatuaria clásica, cantidad de libros antiguos.

Joana se integra a este universo con sus artesanías refinadas que aplican materiales pobres de uso cotidiano y los reviste de brillo y fantasía, dándoles una escala imponente. A un piano le pone puntillas, los animales aparecen por doquier, una tetera enorme de hierro forjado se adueña del jardín que en primavera le brinda plantas trepadoras.

Y a la entrada recibe Solitaire, de 2018, anillo enorme hecho con llantas de auto doradas, ornamentado con un diamante tallado que proviene de botellas de whisky recicladas. Y habría que nombrar la grandiosa Walkyrie Thyre, 2023, envuelta en tejidos exquisitos; el lazo hecho moño J’adore Miss Dior, 2014, empleando frascos de ese perfume iluminados por dentro. Y desde luego, la gran lámpara Carmen, 2001, con muchos pendientes de plástico en hispánicos rojo y amarillo, con fondo sonoro de la ópera de Bizet en tanto que en las vitrinas se pueden mirar cartas escritas por Merimée, autor del relato original.

Suzanne Valadon, La Chambre bleue, 1923,
Paris, Centre Pompidou, Musée national d'art moderne

Suzanne Valadon, genia absoluta

En el Pompidou parisino deslumbra en estos días con cinco cuadros tremendos Suzanne Valadon (1865-1938), precursora indiscutible del arte moderno de comienzos del siglo 20, a pesar de que su inmenso talento ha permanecido durante décadas menos celebrado que el de sus contemporáneos varones, subestimando sus logros tan anticipados a su tiempo. Justicieramente, hoy se la aprecia en toda su genialidad. Impresionante su Autorretrato con pechos desnudos, de 1931, donde no intenta embellecerse a los 65, desprovista de todo artificio.

Hija de madre soltera, criada en un barrio popular de París, Suzanne trabajó de criada, vendedora, acróbata antes de volverse modelo de pintores a los que observó con sorprendentes sensibilidad e inteligencia (Renoir, Toulouse-Lautrec, etcétera). En su Autorretrato nos mira a los ojos, con cierta altivez. Con ese gesto directo, sin concesiones tan propio de ella. En ese cuadro, aparte de exponerse sin vueltas, va contra la costumbre masculina de esas fechas, cuyo canon estético exigía juventud y belleza en las modelos que posaban desnudas en actitud oferente. En El cuarto azul, 1923, desbarata la típica exhibición de la odalisca de los Ingres, Delacroix, y muestra a una dama rolliza, madura, en pantalones, el pucho entre los labios que mira para otro lado, no hacia los varones voyeurs. En Adan y Eva, 1909, ella es Eva y no oculta su propio vello púbico, pero para exponer ese cuadro se ve obligada a ponerle hojitas de parra a Adán. En el realmente gozoso Joie de vivre, 1911, hay mujeres desnudas para su propia diversión; y también un hombre que las mira sin participar, desnudo.