Por Juan Carlos Fontana
“Su cine recuerda a films clásicos de Lubitsch y Howard Hawks”, afirmó Greta Gerwig, presidenta del jurado oficial del Festival de Cannes, al entregarle la Palma de Oro a Sean Baker, director de Anora. Asimismo, la talentosa actriz y directora podría haber citado otros ejemplos de la screwball comedy, pero Baker, por su lado, ha preferido citar como influencias al inclasificable, prolífico cineasta español Jess Franco, al Fellini de Las noches de Cabiria, al Monicelli de La ragazza con la pistola, al Jonathan Demme de Algo salvaje, al William Friedkin de French Connection, y siguen las firmas. Total, que Baker bebió en muchas fuentes para preparar su propio cóctel bien personal y sorprendente.
Hasta el
presente, este alto representante del cine independiente se destacó por elegir
personajes e historias ambientadas en los márgenes de una sociedad
democráticamente conservadora. Anora puede ser comparada por
su calidad, su desenfado y su osadía para encarar asuntos sexuales, con otra
realización de Baker: la estupenda Tangerine: chicas fabulosas (2019),
referida a la comunidad transgénero. O con Red Rocket (2021),
acerca de una ex estrella masculina del porno que regresa a Texas, su ciudad
natal, y no es bien recibida por la comunidad.
Para
Sean Baker es esencial que el público vea sus films en pantalla grande. Y lo
está logrando con Anora en varios países (en Francia, lleva
casi 600 mil espectadores; en Estados Unidos, más de 5 millones). Así funciona
este cruce de comedia y thriller que acaso pueda trabarse apenas en algún
tramo, o dilatarse un poco el ritmo en su extendido metraje, pero sin que se
debilite nunca la atención del público. Es que el cine de Baker exige una
atención plena, porque son tan inesperados y emocionantes los giros
argumentales, tan arriesgadas y audaces las escenas que juegan algunos de sus
personajes, que es imposible distraerse un solo instante de lo que sucede en
pantalla.
Pero
algo cambia radicalmente cuando conoce a un joven de 21 años, de origen ruso
igual que ella (que vive en un barrio ruso de Brooklyn). El chico, hijo de un
multimillonario, es inmaduro, malcriado, adicto a drogas y a videojuegos. Sin
embargo, parece enamorarse de Anora y le ofrece una fuerte suma de dinero
para que pase una semana entera con él. Lo que deriva, luego de noches de
fiesta, en un acelerado casamiento en Las Vegas, con consecuencias que aquí no
se develarán. Solo vale decir que un trío de “peligrosos” mafiosos rusos
intentará someter a la muchacha para que firme su inmediato divorcio. Pero
Anora guarda varios trucos en su cartera y es capaz de sostener, de
acuerdo a sus principios, una lucha sin cuartel. Absurda, insólita y magnéticamente
entretenida, una comedia para no perdérsela con ese romance a todo vapor cuya
deriva supera todos los reflejos habituales del público que entra en todos los
códigos que le propone el director.