Por Cecilia Sorrentino
“La escribí cuando contaba 31 años, antes de tener hijos”, dice la autora de La distancia que nos separa, recientemente aparecida en castellano. “Hace toda una vida de esto. Sin embargo, gran parte de esta historia todavía me resulta familiar. La novela incluye temas que mis lectores podrán reconocer en libros posteriores. Lo que nos une a y nos separa de otras personas, los lazos familiares, la corriente subterránea del pasado. Todo está allí. También los escenarios son muy importantes para mí. Viví en Hong Kong cuando tenía veinte años y solía ir de vacaciones a las Tierras Altas escocesas todos los años con mi familia cuando era niña. Todo ello forma parte de mi adn”.
Quienes hemos celebrado las aclamadas Hamnet (galardonada
con el Women’s Prize for Fiction y el National Book Critics Circle Award) y El
retrato de casada (2022; Libros del Asteroide, 2023), quienes
regresamos más de una vez -así es para quien escribe esta reseña- a las
inolvidables La extraña desaparición de
Esme Lennox (2007) y La primera mano
que sostuvo la mía (2010; Libros del Asteroide, 2018. Premio Costa de
Novela) encontramos en La distancia…
una versión incipiente de los recursos narrativos que identifican a su autora y
cobrarán espesor y complejidad en sus obras posteriores: la fragmentación del
tiempo, la multiplicidad de personajes y la precisa caracterización de sus
identidades. La minuciosa variedad de detalles que construyen el cotidiano. La
claridad visual de los espacios y los paisajes.
La distancia… cuenta en cuatro partes la historia de amor entre dos desconocidos:
Stella y Jake. Comienza con los protagonistas a miles de kilómetros de
distancia y en medio de una crisis. Stella huye de Londres perseguida por una
imagen terrible de su pasado. Jake se casa en Hong Kong sin querer realmente
hacerlo. El azar los llevará a encontrarse en las Tierras Altas de Escocia.
Este poder del acaso, de la casualidad que nos acerca o nos pierde tras la
mínima decisión de andar por una vereda o por la otra, es uno de los temas centrales
sobre los que reflexiona esta ficción.
En la segunda y la tercera parte la novela aborda el peso de la historia
familiar y social. El de la infancia. El de las decisiones que nos traen hacia
un presente en el que no siempre encajamos del todo.
La cuarta parte, más ligera que las anteriores, avanza hacia el
desenlace de tono romántico.
El narrador en tercera persona sigue cada vez al personaje central o
secundario en el que se enfoca la escena. Cuenta en presente no solo los hechos
del presente de la historia sino, también, algunos del pasado personal o
familiar de Stella y Jake.
A las referencias autobiográficas que menciona la autora -las vacaciones
de su infancia en las Tierras Altas escocesas y el tiempo que vivió en Hong
Kong cuando tenía veinte años- hay que sumar la enfermedad que contrajo de
pequeña:
En Sigo aquí (Libros del
Asteroide, 2019), el libro autorreferencial en el que O´Farrell cuenta sus
diecisiete roces con la muerte, dice:
“… el tiempo que pasé en el hospital es la
bisagra de la que cuelga mi infancia. Hasta aquella mañana en la que me
desperté con dolor de cabeza yo era una persona; después, otra muy distinta. Se
acabó el escaparme de pronto por la acera, el echar a correr para irme de casa,
se acabaron las carreras de toda clase. Jamás volvería a ser la misma y no
tengo ni idea de quién podría ser ahora si de pequeña no hubiera tenido encefalitis.”
![]() |
Maggie O'Farrell |
“… estoy despierta. La enfermera que me
cuida ha dicho que tengo que dormir, que necesito descansar. Pasos, la voz
aflautada de un niño, un ruido rítmico como si arrastraran un juguete por el
linóleo. El niño dice algo en un tono agudo e interrogante y la enfermera le
pide silencio.
—Shsss —le dice—. Hay una niñita muy cerca
que se está muriendo.”
Y a continuación se refiere a La
distancia…:
“Escribí una escena como esta en mi
tercera novela. La reviví, me la imaginé, la resitué. Es la primera vez (hasta
ese momento) que incluyo en lo que escribo algo relacionado con mi encefalitis.
En la escena, la niña que estaba en cama era la hermana de la protagonista; el
niño al que oí arrastraba un trencito por el pasillo. La enfermera que me
cuidaba, avergonzada y asustada, se levantaba de un brinco a cerrar la puerta.
Leía ese pasaje siempre que tenía un acto de presentación del libro, cosa que
ahora me resulta extraña. ¿Por qué ese párrafo? ¿Por qué precisamente la escena
inspirada en el que seguramente sea el peor momento que se pueda tener en la
vida: enterarte, de pequeña, de que te estás muriendo?
Como Nina en la novela, pensé en la niña
moribunda, en la edad que tendría, en la edad que había que tener para morirse.
Me dio lástima y miré a la enfermera, a ver si ella también lo sentía. Lo
cierto es que no pude ver al niño que hacía ruido en el pasillo, ni a la enfermera
que tenía que haberlo pensado mejor y aprender a hablar en voz más baja. No
podía volver la cabeza para verlos. La verdad es que mi enfermera no se levantó
de un brinco a cerrar la puerta. Se quedó confusa y se sonrojó, como si la
hubieran pillado en una mentira: una ola roja le subió desde el cuello. Parecía
contrariada, como si acabaran de decirle que tenía que hacer horas extra. Se
acercó a la puerta y la empujó con el talón para que se cerrara, pero no se
cerró del todo.
En la novela, la escena termina ahí,
cuando Nina se da cuenta de que la niña de la que están hablando, la que
se está muriendo, es ella, pero, claro, la vida es otra cosa. La vida continúa.
Nadie grita: «¡corten!». Nadie pone punto final y cierra ahí el capítulo limpiamente. En la vida real, la puerta se abre
otra vez y oigo al niño y a la enfermera que no veo, inician una conversación
sobre mi defunción inminente. ¿Cuándo sucederá? Pronto… mañana o pasado, esta
semana… Me entero. ¿Por qué me pasaba? Porque estaba muy malita. ¿Por qué no me
podían curar los médicos? Porque mi enfermedad era muy grave. Entonces, ¿nunca
podría volver a casa? No, nunca volvería a casa. ¿Iba a ir al Cielo? Sí,
respondía la enfermera en tono didáctico, porque había sido una niña buena y me
había tomado todos los medicamentos”.
En la novela, la enfermedad de Nina (la hermana mayor de Stella)
estrecha el vínculo entre las hermanas y está en el origen de la profunda
herida que marcará la vida de Stella. Ahora bien, de la causa de esa herida el
lector solo tendrá una sucesión de indicios hasta poco antes del final.
Como con Esme e Iris en La
extraña desaparición de Esme Lennox, como con Lexie y Ted en La primera mano que sostuvo la mía, el lector ignora algo que tampoco
saben algunos personajes. Otros saben pero lo ocultan. Un hecho traumático, un
engaño o una sustitución de la que solo se ven indicios. Rastros que nos llevan
a través de las páginas prevenidos, desconfiados. Convertidos en lectores con
espina.
Cuando el velo cae para Iris también cae para el lector que corre con
ella hacia Esme, todavía ligando los cabos sueltos.
En La primera mano que sostuvo la
mía, el intrincado nudo de
secretos que marca las vidas de Lexie y de Ted no se revela, aunque el narrador
en tercera persona anticipe al lector un dato clave:
“Lo único que se le pasa por la cabeza es
que está a punto de hacer el amor por segunda vez en el día. No sabe
que va a morir joven, que no tiene tanto tiempo como cree. De momento, acaba de encontrar al amor de su vida y
la muerte es lo último en lo que
pensaría.”
En La distancia…, Stella y su
hermana Nina comparten un secreto del que nos llegan alusiones, puntadas que solo
se vuelven visibles por su repetición. Vemos algunos ejemplos:
Página 241:
“-¿Sabes qué río es este?
-El Feshie –murmura ella.
Jake se vuelve para mirarla y ve que ha
vuelto a pasar. Le ha cambiado la cara, está seria, se aprieta las manos una
con la otra.
-¿Te encuentras bien?
-Claro –dice ella sin mirarlo.”
Página 229:
“Toca la pared de piedra con una
mano, la otra se la lleva al cuello.”
Página 210:
“…no para de tirarse del cuello de
la camiseta para masajearse un punto de la garganta.”
Casi al final de la tercera parte el narrador se delata como narrador,
-como si nos dijera “no olvides que esto es literatura”- y parece estar a punto
de revelarnos el secreto,
Página 276:
“Es una historia muy sencilla. Casi el
comienzo de un cuento de hadas. Dos hermanas van paseando…”
pero se retrae. Vuelve a enlazar escenas del pasado y del presente, y
tendremos que esperar hasta la cuarta parte para conocer el conflicto central
de esta historia.
Maggie O´Farrell vuelve a utilizar este recurso en novelas posteriores. La primera mano que sostuvo la mía comienza
con una suerte de aviso, un llamado a la atención del lector:
“Verás. Los árboles de esta historia
empiezan a agitarse, tiemblan, se recolocan. Soplan unas ráfagas de brisa
marina y se diría que los árboles, por su
inquietud, por la impaciencia con la que mueven la copa, saben que va a pasar algo”.
En el comienzo de La extraña desaparición de Esme Lennox, el narrador anuncia un
comienzo que al mismo tiempo pone en duda:
“Todo empieza con dos chicas en un baile. (…)
Aquí comienza. O tal vez no. Tal vez empieza con anterioridad: antes de la fiesta, antes de que se pongan los vestidos
nuevos, antes de que se enciendan las
velas, antes de que se eche arena en el suelo, antes incluso de que comience el año cuya final celebran. Quién sabe.”
Si la alternancia de tiempos y personajes puede provocar alguna
confusión en la primera parte de La
distancia que nos separa, el intercalado de escenas que se suceden en las
siguientes construye esa narrativa atrapante que lleva la firma O´Farrell.
A veces la escena es la misma pero el narrador cambia el punto de vista,
como en el juego de las esquinitas.
A veces se intercalan el pasado y el presente, con el signo común de la
intensidad del momento que viven los personajes.
Como otros libros de Maggie O´Farrell, también el ejemplar en papel de
esta novela -y seguro que no solo el mío- acaba con signos y notas en el margen
de las páginas, líneas que unen párrafos distantes, signos de admiración y
párrafos subrayados. Como este:
“Los momentos que nos afectan siempre son
solo los que no se esperan. Los que no se sabe que van a llegar. Los que se
esperan, son casi irreales, como si se hubieran ensayado, porque nos los hemos
imaginado muchas veces.”