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Imagen de la cinta de Cecilia Kang |
Por María José Eyras
Ahora que el premio Nobel de Literatura fue otorgado a la escritora Han
Kang, la larga tradición artística de Corea del Sur -que ya se conocía en parte
a través del cine- alcanza reconocimiento mundial. En otra escala, y no por
tratarse de una producción local, menos significativa, una película documental
dirigida por la directora argentino-coreana Cecilia Kang conquistó la
permanencia durante cuatro meses, hasta octubre pasado, en el auditorio del
MALBA.
Dos improntas puede dejar en el público Partió de mí un barco
llevándome. La primera, el asombro, bienvenido porque reverdece el
interés por la dimensión de los crímenes de lesa humanidad que siguen saliendo
a la luz en distintas latitudes. La segunda es la feliz constatación de que la
elección acertada del punto de vista, tanto en el cine como en el teatro y la
literatura, en ocasiones logra potenciar y volver memorable la revelación de
graves hechos reales.
Para presentar su documental, posible gracias a la colaboración del
INCAA, la directora cuenta hasta qué punto, en un viaje a Corea del Sur, en
2013, fue impactada por la conferencia de una anciana sobreviviente de las
llamadas “comfort women”. Esta mujer relató a la audiencia cómo, a sus 15 años,
la subieron a un barco junto con otras 30 muchachas, siendo llevada a un
destino que desconocía. Eran tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando el
Estado Japonés decidió disponer de jóvenes asiáticas, en su mayoría coreanas, para
convertirlas en esclavas sexuales al servicio del ejército. Hasta ese momento,
la misma Kang ignoraba esta inhumana medida. La sobreviviente, que había
padecido y sido testigo de más de veinte violaciones diarias, había visto morir
a muchas jóvenes. Cuando finalmente pudo regresar, fue rechazada socialmente,
apartada y obligada a callar hasta los sesenta años. Este testimonio -y su
trasfondo tremendo- decidió a la directora, años después, cuando pudo elaborar
la impresión que había causado en ella esta historia, a hacer una película.
En Partió de mí un barco llevándome, a pesar de la dureza
terrible del tema, el abordaje de Kang logra articular un film que rescata la
memoria de la tragedia, y termina siendo al mismo tiempo luminoso. De alguna
manera, el caso es similar al de otra película, Zona de interés,
donde la óptica elegida también resulta de una eficacia contundente. Allí se
evocan, una vez más, las atrocidades del nazismo durante la Segunda Guerra.
Pero se enfocan desde la perspectiva de la familia de Rudolf Höss, comandante
del campo de concentración de Auschwitz. Lo vemos vivir en una casa idílica,
llevar a pasear y nadar a sus niños mientras la esposa cultiva flores, al mismo
tiempo que, del otro lado del muro lindero -literalmente- esta misma familia
convive con los sonidos de acciones de una horrorosa crueldad, sin inmutarse.
Esta suerte de revés de la trama, en ambas películas, enciende la imaginación
sobre lo que no se muestra, logrando que un tema revisitado vuelva a conmover
hondamente.
El documental de Kang se inicia con escenas del casting donde la
directora conocerá a la protagonista, Melanie Chong, una chica de familia
coreana, aspirante a actriz, a quien le solicita que prepare y lea el
testimonio de una sobreviviente. Será siguiendo las peripecias de la vida de
esta intérprete, contemporánea y porteña, que el film nos acercará a aquel
episodio incalificable. Vemos a Melanie conversando con su madre, en clases y
ensayos, recibiendo una devolución del mismísimo Julio Chávez, en situaciones de la vida cotidiana donde el trabajo de la cámara logra un clima íntimo y, por fin, partiendo de viaje.
Una pantalla silenciosa, enteramente ocupada por montañas cubiertas de selvas
tupidas, basta para avisarnos que hemos llegado a Corea del Sur.
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Celda de un lupanar, Pompeya, Antigua Roma |
En el viaje, la protagonista también se reencuentra con su hermano,
con una amiga que ha decidido vivir en Corea y, además, asiste a un mitin
político semanal. Al igual que los jueves entre nosotros lo hacen las madres de
Plaza de Mayo y la gente que desee arrimarse, en la capital coreana, los días
miércoles, centenares de personas se reúnen para conmemorar aquella etapa de
pavoroso sometimiento y reclamar del estado japonés una reparación
significativa. La joven actriz argentino-coreana toma la palabra, dice su
verdad a este público, y es entonces cuando la historia alcanza su pleno
sentido. Porque, o más sutiles o más disimuladas, cuando no abiertamente
violentas -como en el caso de los reiterados femicidios- las conductas de
dominio y maltrato hacia las mujeres subsisten en el siglo XXI, en
todas las culturas, en distinta proporción. Normalizadas por el patriarcado,
estuvieron presentes en la propia historia familiar de la protagonista. Y no
sólo hacen necesarias estas revisiones en la actualidad, cuando las mujeres
siguen siendo consideradas, en contiendas recientes, como botín de guerra -sufren
violaciones, son forzadas a prostituirse o resultan víctimas de otras vulneraciones
a elementales derechos humanos- pese a los argumentos de ciertas voces que
¿desde qué lugar? pretenden superar o soslayar el tema, películas como esta resultan,
por su contundencia, imprescindibles.
Dirección: Cecilia Kang. Guion: Virginia Roffo. Fotografía y cámara: Victoria Pereda. Música original: Delfina Peydro. Intérpretes: Melanie Chong, Hae Kyung Jeon, Alex Chong, Eunice Cho, Mora Lestingi y Julio Chávez.