Por
Mariela Sexer
“Si yo la hubiese tenido a usted,
solamente volviéndome ciego, sordo o imbécil, la habría dejado por otra”.
Juan del Diablo a Mónica en Corazón
salvaje, 1993.
Lo que el viento se llevó (1939) |
En los 90 me topé con la revista El Amante/Cine (en
los 2000 con uno de sus directores) y comenzó mi educación cinéfila. El cine y
la tele siempre formaron parte de mi vida, pero los 90 me permitieron
sistematizar saberes y empezar a entender los géneros cinematográficos.
Desde que leía con devoción Susy,
secretos del corazón, sabía que me apasionaban las historias de
amor y si eran de amores contrariados o inesperados más aún.
En 1998, en la edición 75 de El Amante/Cine se publicó
un extraordinario dossier Melodrama. En una de las notas introductorias, Silvia
Schwarzböck da en la clave describiendo el valor diferencial del género:
Sus códigos amorosos son los contrarios de los de la comedia romántica. La pasión es lo opuesto de la seducción. El verdadero amor es el que responde al desorden sentimental y a la pasividad ciega de la pasión, no a las reglas pragmáticas del cortejo y a la actividad lúcida de la seducción. Así como en la comedia romántica las almas gemelas se creen incompatibles (solo hace falta entre ellas una serie de mediaciones que las una en el contrato matrimonial), en el melodrama, las almas incompatibles se creen gemelas (solo hay que aguardar la fatalidad del funesto destino que las cruce para hacerlas sufrir sin ningún provecho). El pathos que domina en el melodrama es el de la melancolía.
La melancolía, una forma sublime de
la tristeza, es un arma poderosa de goce. Silvia lo desarrolla así:
En el melodrama se le impone al público un placer morboso en la contemplación del dolor ajeno, que no puede simplificarse diciendo que se trata de una identificación masoquista con la figura de la víctima. El refinamiento de la puesta en escena, la voluptuosidad de los rostros arrebatados por la pasión o contraídos por el dolor, la acumulación de acontecimientos funestos dentro de una trama delirante y casi imposible de resumir en pocas líneas…la cursilería de un discurso amoroso históricamente concebido para la platea femenina, son algunos de los elementos que permiten dar rienda suelta a una sentimentalidad habitualmente reprimida frente a los géneros considerados como serios. Hay una falta de pudor en el melodrama que se vincula directamente al patetismo y que permite gozar con el sufrimiento ajeno de una manera desvergonzada, tal vez porque permite ver el propio bajo una nueva luz: aquella que hace resplandecer los momentos intensos por encima de la opacidad de una vida cotidiana sin demasiados matices…Esa vía de salvación de la vida cotidiana por la simple experiencia de una situación disparatadamente dolorosa, el melodrama la presenta de manera paradójica: está al alcance de cualquiera, pero en realidad es para unos pocos. Y es que no se trata solamente de convertir en expresiones de lo sublime a la pérdida de la autoestima, a la anulación del sentido práctico de la vida, y a la ceguera pasional, sino de alimentar a través de ellas un contacto secreto entre lo popular y lo culto a través de ese goce reflexivo que se conoce como morbo. Porque la puesta en escena misma del melodrama plantea la siguiente paradoja: el distanciamiento del director es directamente proporcional a la intensidad extraordinaria de los sentimientos que experimentan los personajes (cegados por el amor, el odio, la envidia, la culpa o el deseo de venganza). Esta distancia no es una distancia crítica, que busque a través de la parodia mecanizar un procedimiento particular previamente conocido por el espectador... Esta toma de distancia es la condición necesaria para la estilización de la vida cotidiana, porque no es otro el escenario del melodrama que el espectador reconoce inmediatamente como propio. Solo así lo familiar puede volverse extraordinario y producir esa clase especial de goce reflexivo que es el morbo. Como el placer por lo viscoso, lo sucio, lo pestilente, el pus y la sangre, que exorcizó el cine de terror contemporáneo, esta morbosidad -asociada a la falta de decoro, al patetismo, ya la libertad de entregarse al lenguaje estrafalario de la cursilería- le dio al melodrama un carácter único e intransferible.
La obra maestra de Douglas Sirk: Imitación de la vida (1959) |
Douglas Sirk, el mejor director del género, en el
libro de Jon Halliday, Douglas Sirk por Douglas Sirk, explica a la
perfección esa delgada línea: “Esta es la dialéctica: existe una distancia muy
pequeña entre el gran arte y la basura, y la basura que contiene el elemento de
la locura se halla, por esta cualidad misma más cerca del arte”.
A partir de los años 60, el melodrama cinematográfico
se fue replegando para refugiarse en las telenovelas.
Hace unos meses, gracias a la recomendación de mi
amiga Laura y a la plataforma VIX descubrí la novela mexicana Corazón salvaje de 1993. Nunca había visto una
novela mexicana, tenía la idea que estaban más cerca de la basura que del arte.
Esta versión es la tercera telenovela basada en la misma historia de Caridad Bravo Adams (nombre melodramático). La primera
se estrenó en 1966 y la segunda en 1977. También hay dos versiones en películas Corazón
salvaje que están disponibles: una de 1956 en VIX y la otra de
1968 en Amazon Prime. Vi las dos, son objetos curiosos que resaltan la calidad
de obra maestra del género que es la novela de 1993.
Juan y Mónica, Andrés y Aimée, los personajes de Corazón salvaje (1993) |
La historia se sitúa en 1900 y narra la historia de
Juan del Diablo, valiente y noble contrabandista, nacido pobre y privado de
apellidos y familia, aunque en realidad es hijo natural del rico terrateniente
Francisco Alcázar y Valle. Juan inicia un romance con Aimée, condesa de
Altamira, sin saber que esta es la prometida de su hermanastro Andrés,
el heredero legítimo de los Alcázar y Valle. Antes de casarse con
Aimée, Andrés también había renunciado a su compromiso matrimonial con la hermana
de ésta, Mónica, quien queda sumamente abatida por el rechazo. Despechados
ambos, Mónica y Juan acaban enamorándose en medio de un mar de
encuentros, desencuentros y pasiones cada vez más agónicos y emocionantes, que
mantienen el suspense y la tensión desde el primero de los capítulos hasta el
final.
Esta versión de Corazón Salvaje tiene puntos en común con Lo que
el viento se llevó. Transcurre en un período similar y es también
una gran superproducción que cuida muy bien los detalles de época desde el
vestuario, a los diálogos. Gran parte se desarrolla en una hacienda como Tara y
los criados juegan un rol muy importante en la trama. Mónica, la protagonista
(la angelical Edith González), también está enamorada de un hombre timorato,
Andrés, pero por suerte, a diferencia de Scarlett, se da cuenta a tiempo de las
virtudes de Juan Del Diablo y se enamora perdidamente. La novela contrabandea
en los 90, en un México que seguía siendo casi igual de conservador y machista
que el del 1900, ideas sobre la mujer emancipada con intenciones de trabajar e
independizarse.
En este contexto no recuerdo un personaje masculino
con una empatía femenina tan marcada como el de Juan Del Diablo, encarnado
brillantemente por Eduardo Palomo. Juan cuestiona y desafía las costumbres de
la alta sociedad. Una vez comprometido con Mónica va a visitarla y ella le
dice:” No podemos vernos porque estamos solos", y él le contesta: “Pero ya
estuvimos solos otras veces” y ella responde: “No estábamos comprometidos”. A
lo que él le dice: “Son raros ustedes”.
Eduardo Palomo, como Juan del Diablo, y Edith González, como Mónica. |
Hay otro personaje masculino entrañable, el Licenciado
Noel Mancera, padre putativo de Juan interpretado por el actor Enrique Lizalde.
Un Alfredo Alcón mexicano, de una voz y dicción perfecta que fue el primer Juan
del Diablo en la telenovela de 1966. Las escenas entre Juan y Don Noel son para
el cuadrito.
Al momento de su estreno y a lo largo del tiempo la
telenovela fue un suceso, despertando pasiones en todo el mundo. Diez años
después sucedió una tragedia digna del género: Eduardo Palomo de 41 años vivía
en Los Ángeles con su esposa y sus hijos, una nena de 5 años y un nene de tres.
Fue a comer a un restaurant con su mujer y amigos y sufrió un infarto
fulminante. Dicen que murió de la mano de Carina, su esposa, dejando hijos muy
chiquitos.
Su Juan del Diablo trasmitía una melancolía profunda,
su muerte temprana no hizo más que acentuarla. La esposa actriz y cantante al
estilo de la trama de una telenovela nunca volvió a casarse. Sus hijos son
artistas. Fiona actriz y Luca músico.
La fuerza del melodrama es tal que hasta hace dos
meses yo no sabía de la existencia ni da la novela ni de la historia de los
actores protagonistas. (Edith González también murió joven de cáncer a los 54
años en el 2019) y hoy sufro por la novela y por lo que pasó en la vida real.
La locura personal tampoco hay que descartarla.
En estos días de pasión y consumo desenfrenado
de Corazón
Salvaje, otro amigo me recomendó una película, Un actor malo,
recomendada hace un par de semanas en la Agenda personalísima. No pude salir de mi asombro ante la
casualidad cósmica cuando comprobé que la protagonista era la bella Fiona
Palomo, hija de mi amado Juan Del Diablo. La película es buenísima, la
actuación de ella, impresionante. Tiene una cara preciosa y una gran
expresividad. Mientras la veía no podía dejar de pensar en su padre. En la descendencia
y en lo que hubiera pensado Palomo al verla en escena. Será por eso por lo que
el melodrama es tan atractivo, se acota a una pantalla y funciona como refugio,
para el drama verdadero está la vida misma.
Nota publicada en La Inspectora, un newsletter
de Mariela Sexer