Por Guadalupe Treibel
Obra de la canadiense Laura Venditti, y referencia medieval |
Pasa el tiempo, pero no baja la espuma: la
imaginería medieval sigue en este siglo XXI viviendo una época gloriosa; en
gran medida, gracias a cuentas de X, Instagram y TikTok que se ocupan de
rescatar imágenes desconcertantemente inexactas de los confines de los
manuscritos iluminados y las pinturas de este período. Las licencias -o más
bien, limitaciones- artísticas de autores anónimos se expresan de muchas
maneras inesperadas: dibujos de monjes que vomitan ranas; de conejos belicosos
que montan caracoles; de manzanos con brazos humanos; de leones melómanos con
afición al violín; de remolachas que sonríen desdentadas. Lo típico, en fin, de
las ilustraciones de la Edad Media, donde tanto las proporciones como el
comportamiento encantan hoy por lo extraño, por su frikismo à la page…
Así lo confirma el suceso de cuentas como
@weirdmedievalguys y @medievalbestiary, donde parece que los demonios grotescos
y los bestiarios fantasmagóricos acaparan -en buena parte- la renovada,
sostenida fascinación actual por cómo se pensaba y retrataba al mundo en aquel
entonces, asimismo expresada a través de ensayos, artículos periodísticos,
nuevos libros ilustrados -entre ellos, el exitoso volumen Weird Medieval Guys: How to Live, Laugh, Love (and Die) in Dark Times,
recopilado por la londinense Olivia Swarthout, que cree que, de alguna manera
retorcida, la gente se siente identificada con estos seres fuera de norma-. Eso
explicaría que cada vez haya más en catálogos de tatuadores, a juzgar por una
reciente nota de Le Monde que apunta cómo esta estética lejana, casi infantil,
inspira a más artistas de la piel en países como Francia, Canadá, Estados
Unidos.
Figura gatuna en fieltro de Laura Venditti |
Si mezcláramos la especie humana con la felina,
¡qué salto de qualité para los hombres!, y qué devaluados quedarían los
mininos: una reflexión con salero de Mark Twain en el XIX, ¿quizá tras ver
alguno de estos dibujos del Medioevo donde no es el garbo ni la astucia de los
gatos lo que salta a la vista? Vale mencionar que, admirado de la belleza e
inteligencia gatunas, el novelista estaba seguro de que ninguna criatura sobre
la faz terrestre poseía perfecta independencia de carácter… salvo esta rama de
los felinos; ingobernables compañeros a cuyos caprichos se sometía encantado,
en especial cuando la recompensa era un ronroneo.
Retomando el hilo sobre las más que discutibles
representaciones medievales -tan malas que, por infieles, pegan la vuelta-, Laura
Venditti, una animadora stop-motion con sede en Montreal, Canadá, ha sido la última
en recurrir a esta bizarra colección de ilustraciones para su más reciente
obra: encantadoras recreaciones en fieltro. Hidromiel va, hidromiel viene, y
allí se divierte la jocosa chica Venditti esculpiendo suaves esculturas de
mininos deformes que harían las delicias de cualquier asistente a ferias
medievales. “¡Ahora estos personajes existen en el mundo real!”, advierte sobre
los futuros protagonistas de un corto animado que planea grabar próximamente,
sobre cuya trama no suelta prenda. Sí ha lanzado, empero, una colección de
remeras decoradas con imágenes de las excéntricas criaturas, a pedido del
público. “El principal desafío fue capturar la esencia de algo mal
representado, pero de una buena manera”, intenta explicarse al hablar de sus
flamantes piezas.
Más allá de que no estuvieran versados en
zoología y, en el caso de los bichos exóticos, que tocaran de oído, trabajando
a partir de narraciones orales, es difícil creer que no hubiesen visto gatos
reales con cierta frecuencia. En muchos monasterios, de hecho, se sabe que los
hombres de pluma en mano tenían compañía felina, como confirman varios
manuscritos iluminados -del siglo XIII, del siglo XV, etcétera- que fueron
involuntariamente “ornamentados” por las entintadas patas de algún visitante peludo.
Incluso existe un libro del XIV de Deventer, Países Bajos, donde la travesura
subió un escaloncito: un gato pilló una página y el escriba dibujó en esa hoja
un garabato de gato junto a palabras en las que echaba sapos y culebras contra
el vandálico animalito.
Pero ¿cómo podían los gatos ser favoritos de
los clérigos cuando la Iglesia exhortaba a perseguirlos y matarlos por su
asociación con brujas, herejías? Aunque hay un punto de verdad en la matanza de
mininos (a veces por hambre, otras por superstición...), historiadoras actuales
explican que no fueron consistentemente tenidos por agentes diabólicos, mucho
menos liquidados sistemáticamente durante la Edad Media. “No he podido
localizar suficiente documentación para aseverar taxativamente que, por temor o
fobia, los gatos hayan sido animales especialmente maltratados en siglos
pasados, como tiende a creerse. En época medieval, no fueron percibidos más
negativamente que perros, sapos, murciélagos… Existía la crueldad hacia estos
felinos, pero no en mayor grado de la que se perpetraba contra otras especies.
Esa es una lectura posterior, moderna, al igual que la iconografía que los liga
a las brujas, propia del XIX”, sostiene Kathleen Walker-Meikle, historiadora
brit especializada en animales y medicina, autora de libros como Cats in Medieval Manuscripts, volumen
pleno de datos entretenidos; por caso, que el gato medieval común era gris a
rayas, conocido como “atigrado europeo”, menos común hoy en día.