María McNamara innova en la ciencia de los colores de los fósiles

Por Marta Bueno Saz, para Mujeres con Ciencia*

Un ala de mariposa a diferentes
escalas de magnificación.
Wikimedia Commons

Hay animales con colores realmente sorprendentes, con patrones inimaginables, con intensidades increíbles o con brillos metálicos deslumbrantes. Nos llevan a preguntarnos si sería posible encontrar la respuesta a cómo serían sus colores hace millones de años. La coloración aparece en los organismos de tres formas principales: por coloración pigmentaria, por coloración estructural y por bioluminiscencia.

La coloración pigmentaria no depende del ángulo desde el que observamos la planta o el animal y se debe a pigmentos que absorben o reflejan directamente longitudes de onda específicas. Por el contrario, la coloración estructural depende del ángulo e implica interferencia, es decir, reflexión, transmisión o dispersión de la luz por micro o nanoestructuras biológicas con índices de refracción distintos. La bioluminiscencia implica ciertas reacciones del oxígeno con diferentes sustratos y enzimas que producen fotones de luz visibles.

Muchos mamíferos, aves, mariposas, peces, plantas, etcétera, tienen los colores que tienen debido a pigmentos. Por ejemplo, las aves producen eumelaninas (coloración negra, marrón y gris) y feomelaninas (coloración amarilla y roja) en estructuras que tienen vesículas recubiertas que transportan precursores químicos para formar diferentes melaninas. Además, utilizan carotenoides (en gran parte por la dieta), junto con otros pigmentos. Por otro lado, las mariposas, que también cuentan con una amplia variedad de colores y patrones, tienen pigmentos de papiliocromo (amarilla), el carotenoide luteína (azul-verde) y otras variantes según la especie. Por su parte, los peces tienen una variedad de células con estructuras a base de pigmentos.

Las funciones y la diversidad de los pigmentos en las plantas superan a las conocidas en los animales, y se utilizan para tintes y pinturas.

Pero en la naturaleza también hay otro tipo de coloración que permite al organismo generar colores en longitudes de onda muy específicas dependiendo de la geometría de las estructuras que se hayan formado. A veces son cristales fotónicos unidimensionales, como se observa en los escarabajos Joya japoneses y otras especies, las mariposas Papilio Ulysses y el colibrí  Coelligena PrunelleiCoel. Estos insectos y aves tienen capas alternas de quitina/melanina, quitina/aire o aire/melanina en una matriz de queratina con diferentes periodicidades que dan como resultado los tonos metálicos de los escarabajos o los colores azul-verde observados en las mariposas y los colibríes. En general, los iridosomas reflejan longitudes de onda de luz específicas por las estructuras de partículas formadas a partir de materiales con un índice alto de refracción. Estos son los colores que presentan algunos seres vivos que tanto interesaron a la descollante investigadora María McNamara.

Cuando niña, María McNamara -nacida en 1980- imaginó que algún día sería una bióloga. Pasaba mucho tiempo identificando flores silvestres y recolectando insectos, rocas y peces pequeños. En la escuela, le fascinaba todo lo que tuviera que ver con la geología, los volcanes y la naturaleza en general. En 1999 cumplió su primer deseo de ser una experta en las materias que le divertían y eligió estudiar Ciencias de la Tierra en la Universidad Nacional de Irlanda, en Galway. Un año después, descubrió la paleontología, y ya no miró atrás: «Asistí a una conferencia, el primer día de mi segundo año de carrera y me di cuenta de golpe de que eso era lo mío».

Con su título en mano, McNamara empezó su doctorado en el University College de Dublin en 2003. Allí observó los procesos de fosilización de las faunas lacustres del noreste de España, del Mioceno, una época geológica que se remonta a 533 millones de años.

La naturaleza se pinta sola

McNamara utilizó la microscopía óptica a lo largo de su doctorado, pero también pasó mucho tiempo detrás de un antiguo microscopio electrónico de barrido (SEM) Hitachi estudiando los orgánulos de los melanosomas. Estas estructuras albergan la melanina que absorbe la luz y son responsables del color dentro de los tejidos animales blandos fosilizados. «No hay manera de recubrir estas muestras, por lo que constantemente estábamos jugando con la distancia de trabajo, la corriente de la sonda y el tamaño del punto para llevar la resolución al máximo», comenta la investigadora.

Mariposa Papilio ulysses, escarabajo Cicindela scutellaris,
escarabajo Chrysochroa fulgidissima y colibrí Coeligena prunellei.

A pesar de la adversidad experimental, a María le atraía la vida universitaria. Le apasionaba la investigación y podía pasar horas y horas en el laboratorio buscando respuestas. Después de su doctorado, McNamara se quedó en el University College de Dublin para estudiar la preservación de las plumas, una decisión que revolucionaría el mundo de la paleontología y reescribiría los orígenes evolutivos de los animales emplumados; pero ella todavía no lo sabía.

Utilizando plumas de aves actuales, intentó simular la descomposición en el laboratorio para investigar los procesos de fosilización. Sin embargo, después de 18 meses, las plumas no se habían podrido.

Ella misma piensa que podía haber llevado a cabo experimentos a temperaturas elevadas para acelerar la descomposición, en lugar de imitar el entorno natural, pero como ella dice: «Los experimentos de fosilización tratan de explorar procesos y no necesariamente las tasas de transformaciones químicas que realmente tienen lugar durante millones de años… pero mi pensamiento no había evolucionado hasta ese punto cuando llevé a cabo el experimento y fracasé».

Cuando surgió la oportunidad de trabajar como geóloga de geoparques en el Servicio Geológico de Irlanda, McNamara cambió de entorno. Fue responsable de cuidar 200 kilómetros cuadrados de terreno, identificar posibles geositios que pudieran ser accesibles al público, plantear senderos para caminar y andar en bicicleta, producir folletos informativos, visitar escuelas y trabajar con agricultores locales. Hizo muchas cosas, pero echaba de menos la creatividad, los experimentos y la resolución de preguntas asociadas con la academia. Deseosa de regresar, solicitó una beca posdoctoral en la Asociación de Antiguos Alumnos Marie-Curie.

«Visualicé mi proyecto de la noche a la mañana, escribí la solicitud y recibí los fondos». Así que en 2009, se encontró en el Departamento de Geología y Geofísica de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, observando los colores estructurales de insectos fósiles con el reputado paleontólogo Derek Briggs.

Creando fósiles en el laboratorio

Investigaciones anteriores habían insinuado que la coloración estructural dentro de los insectos fosilizados se conservaba, pero esto no se había estudiado de una forma exhaustiva. McNamara diseñó un proyecto que utilizaba diversos recursos para caracterizar las estructuras físicas que generan ese color. También utilizó modelos de Fourier en dos dimensiones para determinar si las estructuras fósiles podían generar longitudes de onda de luz visibles, y luego modeló los colores mencionados. Sus notables resultados cambiaron la forma en que la ciencia observaba a los insectos.

Maria McNamara sosteniendo pequeñas muestras
de plumas de pterosaurio

Los colores estructurales biológicos se producen cuando nanoestructuras dentro de los tejidos dispersan la luz. Este color estructural está muy extendido entre los escarabajos, mariposas, polillas y otros insectos, pero se sabía poco sobre su evolución. A los dos años de estar en Yale, María descubrió que los colores metálicos en los escarabajos fósiles, de entre 15 y 47 millones de años, eran generados por reflectores multicapa: pilas de espejos a nanoescala que se encuentran dentro de los caparazones de los insectos.

La investigadora identificó también las mismas nanoestructuras productoras de color dentro de las escamas de las alas de polillas fósiles de 47 millones de años. Además, en cada caso, el modelado indicó que los colores originales se alteraron durante la fosilización debido a cambios de temperatura y presión que redujeron la estructura física del insecto. «Mi equipo mostró que cuando se observan escarabajos modernos, se los calienta y se los presiona, las cutículas de color estructural cambian de verde a cian, de azul a morado y, finalmente, a negro», dice. Esto sucede porque las capas del reflector multicapa se vuelven más delgadas, por lo que la longitud de onda de la luz se desplaza hacia el azul y luego abandona el rango visible hasta que ya no se ve ningún color, solo el negro. Investigaciones posteriores pusieron de manifiesto cristales fotónicos tridimensionales en escamas de escarabajos fósiles, conocidas por ser una de las estructuras más complejas de la naturaleza.

A su vez, estudios análogos sobre plumas de dinosaurios demostraron que la geometría y distribución de los melanosomas se alteraban bajo presiones y temperaturas altas. Que esto implicara que el cambio de color tuviera lugar durante la fosilización de las plumas, poniendo así en duda las teorías sobre el color de los dinosaurios, generó mucha controversia. Lo más importante es que McNamara sentó las bases para que otros paleontólogos estudiaran insectos antiguos y plumas de dinosaurios utilizando un arsenal similar de métodos analíticos.

En busca de otros destinos

Dejando a un lado los exitosos resultados de la investigación, a María no le gustaba del todo su vida en Estados Unidos. Aunque estaba encantada de trabajar con Derek Briggs, reconoce que «nosotros [mi marido y yo] no disfrutábamos de la vida en Estados Unidos: me inquietaban las armas de fuego y echaba de menos la cercanía de la gente, charlar y hacer tejido social». Así que cuando Mike Benton, de la Universidad de Bristol en Reino Unido, le pidió que se uniera a su equipo para investigar la evolución de los dinosaurios, dejó Yale y cruzó el Atlántico.

Su estancia en Bristol fue corta (menos de un año), pero impulsó en gran escala su innovadora investigación sobre los dinosaurios emplumados. Incluso hoy, McNamara todavía colabora estrechamente con Benton en los orígenes de las plumas, los insectos fosilizados, las ranas y demás especies.

En 2013, McNamara ocupó el puesto de catedrática en la Facultad de Ciencias Biológicas, Terrestres y Ambientales del University College de Cork (Irlanda) y comenzó a construir un laboratorio centrado en experimentos de fosilización y preparación de muestras: «Queríamos llevar a cabo experimentos que simularan lo que sucede cuando los fósiles quedan enterrados en la corteza terrestre».

María tiene ahora en su equipo a más de una docena de investigadoras e investigadores y ha puesto en marcha un laboratorio de microhaces. El grupo de McNamara ha publicado varias investigaciones innovadoras sobre el color de los fósiles y los dinosaurios emplumados.

En Cork, y por primera vez en el mundo, ella y sus colegas descubrieron estructuras parecidas a plumas en muestras fosilizadas de un dinosaurio herbívoro primitivo. Hasta ese momento, se pensaba que sólo los dinosaurios carnívoros tenían plumas, pero los resultados publicados en Science indicaron que tales estructuras estaban muy extendidas, incluso en los primeros dinosaurios.

Por otro lado, por primera vez, María McNamara y sus colegas utilizaron SEM y análisis con microsonda para demostrar que los tejidos mineralizados de piel de serpiente conservaban evidencia de color. Estos tejidos contenían tres tipos de células pigmentarias. Antes se pensaba que el color de la piel se conservaba en los fósiles por restos orgánicos relacionados con la melanina. María demostró que el color se puede conservar en tejidos mineralizados y esto fue otro punto de inflexión para que la comunidad científica se cuestionara algunos aspectos de la prehistoria natural. Sus hallazgos y su metodología abren líneas de investigación apasionantes y muy coloridas.


*Este artículo fue publicado originalmente en la web Mujeres con Ciencia.