Emocionante plegaria escénica donde brilla Belén Blanco

Clandestina. Crédito Carlos Furman 

Por Juan Carlos Fontana

La autora y directora de Clandestina, Natalia Villamil, es, además de dramaturga y puestista teatral, una psicóloga que ha trabajado en la línea 144, de atención en casos de violencia de género. Probablemente, esta experiencia nutrió su imaginario teatral. Sus obras se mueven con comodidad a la hora de crear personajes que ahondan en la oscuridad del dolor y del alma humana, en particular, la femenina. 

En Rota (2022), ganadora del concurso nacional de obras de teatro escritas por mujeres -otorgado por el Instituto Nacional del Teatro-, Villamil abordaba el drama de una madre, cuyo hijo se ha suicidado luego de asesinar a su mujer. En Clandestina se refiere a una situación de aborto clandestino. Esta es una narración rural -ambiente que le atrae a Villamil, nacida en Lobos-, acerca de una joven que es víctima de un encuentro sexual que no llega a ser consentido, y queda embarazada  a su pesar.

Desorientada, sin saber qué hacer, la protagonista decide ella misma practicarse un aborto mediante agujas de tejer, con la ayuda de su hermana. Surge un intenso sangrado que la lleva a recurrir a una vieja partera que le practica un legrado (raspado) con el fin de quitarle aquello que la chica llama un escarabajo y que lleva unos meses en su vientre. Más tarde, aparece la madre y la lleva al hospital; los médicos la dejan ir en compañía de una progenitora que no reclama ni pregunta nada. Qué podría reclamar esta mujer si a sus dos hijas las llama guachas, y a la que interrumpió el indeseado embarazo, acostumbra a pegarle en la nuca mientras la humilla: “Marta, tu problema es tu cabeza, Marta”.

¿Cómo se produjo ese embarazo? En un baile campero, un joven alto de ojos azules, cabeceó a Marta y la invitó a bailar. Luego, charla va, besos vienen, sin pedir consentimiento, la penetró. La chica ni siquiera tuvo tiempo de pestañear. Pero del dolor lacerante provocado por esa brutal invasión que irrumpió en su interior sin permiso, ella dirá que fue “rápido, rápido. Con furia, con esa furia que pareciera más bronca que ganas. Hasta que se detuvo y me dijo: No sé qué te pasa che, parecés una
muerta. Y ahí frenó la doma, me dio un beso en la nariz y se fue rápido, rápido”. El machismo en una de sus peores expresiones había sido satisfecho, plantando la semilla de un futuro desgraciado que acaso podría haber empujado a la muerte de esa joven.

Crédito Carlos Furman

Las relaciones íntimas entre varón y mujer suelen no ser consentidas en muchas oportunidades; las crónicas diarias se explayan dando cuenta de esas expresiones de una masculinidad violenta, violatoria en las que el macho parece satisfacerse sólo. Y Marta es otra víctima más entre tantas, también dañada por una madre desamorada, que desprecia a sus hijas, y que tarda en llevarla al hospital; pero no le exige suficiente atención al médico, no se interesa por el estado de su hija. Deja que la muchacha se arrastre con su reguero de sangre por el pasto soltando por el camino ese “escarabajo”...

Este relato escenificado que trae a escena Natalia Villamil, puede provocar, por momentos, un aterrador impacto en el espectador. Belén Blanco le pone el cuerpo a estas palabras que se podrían asociar a los versos de una poesía trágica. Su modo de describir las situaciones, ese casi decir entrecortado, permite que nos enteremos de que en ese rancho de adobe –la escenografía lo ilustra certeramente como si se tratara de una instalación performática-, se cuecen las sórdidas soledades de tres hermanos, dos mujeres y un varón más pequeño, librados a una suerte de orfandad en medio de un campo.

Belén Blanco resplandece en una interpretación que logra conmover hasta las lágrimas. La actriz no grita, casi susurra y esas mínimas palabras, esos silencios la llevan a ir construyendo con su cuerpo una partitura de mínimos movimientos que encarnan el trágico contenido que le da identidad a su personaje. A pesar de la tremenda crudeza de lo que se representa en escena, el cuerpo de la talentosa actriz se ilumina de una expresividad que se va transformando en ritual, casi una danza lo suyo. Por momentos, el dolor de su personaje se conecta con algo místico, religioso, en una ceremonia en la que el personaje entra en trance, como tomado por energías que desconocemos, pero que nos transportan. Belén Blanco lo logra con ese estilo interpretativo tan personal, tan arriesgado y profundo que nos ha conmovido en tantos otros trabajos. Guadalupe Otheguy, en voz y guitarra, en palabras que dice y canta, resulta una compañía muy próxima, inseparable de la intérprete en este devenir traumático de una situación de abuso, que condujo a un aborto casero, sin recursos más allá de esa aguja de tejer, que suele ser empleada por mujeres sin recursos, desesperadas pero resueltas.

Crédito Carlos Furman

Belén Blanco es, vale subrayarlo, una artista única. En cada nueva actuación lo confirmamos con admiración. En la misma sala Cunill Cabanellas donde se presenta, se la puede recordar por su personaje en Las lágrimas amargas de Petra Von Kant, que estrenó en 2018. En ese ámbito del teatro público también se la vió en Hamlet, en Querido Ibsen: Soy Nora y, más lejos en el tiempo, en Los invertidos. Y si hablamos de su labor más reciente en el cine, imposible olvidar su solitaria belleza en esa fría París invernal, en la película Graba, de Sergio Mazza. Volviendo al teatro, también merecen el rescate piezas como Kinderbuch Kleiner Helnwein, en las que se abordaban otros conflictos sobre el embarazo y el abuso.

Natalia Villamil dirige Clandestina  con un estilo cercano al minimalismo. Su puesta en escena se centra en la construcción de una filigrana muy simple y eficaz donde se yerguen en forma condensada los sentimientos esenciales que definen al personaje. Un destacable logro de la autora-directora.

Clandestina resulta una tocante plegaria sobre el horror al que están expuestas aún hoy las mujeres que abortan clandestinamente, en forma peligrosa para su integridad física, decididas a la interrupción voluntaria de un embarazo. A la vez, este espectáculo conmocionante pone en evidencia ese machismo sometedor que, pese a la creciente afirmación de los derechos de las mujeres y al intento por deconstruirse de muchos varones de buena voluntad, aún perdura, como lo prueban las muchas muestras de violencia de género que figuran en la crónica policial. Clandestina es, pues, un incandescente poema sobre ese dolor desgarrador antes descrito. Y está resuelto de modo sustancial, como buscando -y encontrando- casi un estado confesional entre el espectador y las intérpretes. 

Aparte de los nombres mencionados en la reseña (publicada parcialmente en el diario La Nación), en otros rubros técnicos figuran:

Vestuario: Paola Delgado. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Iluminación: Matías Sendón.

Sala: Cunill Cabanellas, Teatro San Martín (Corrientes 1530). Funciones: miércoles a domingos, 19.30 hs. Duración: 55 minutos.