Por Reina Roffé
Dos gentiles se sintieron judíos y refirieron
un origen, un lazo de sangre -lejano y quizá conjetural- con “la imagen de
aquel pueblo lapidado / y execrado, inmortal en su agonía”. Ambos, el sevillano
Rafael Cansinos Assens y el porteño Jorge Luis Borges, bebieron “como quien
bebe un hondo vino / los Psalmos y el Cantar de la Escritura”. Uno y otro,
percibieron “que era suya esa dulzura”, “suyo aquel destino” (1). Maestro y
“discípulo” fueron, cada uno a su manera, lectores agradecidos que cultivaron
la poesía, la prosa, el sutil ensayo y dedicaron buena parte de su vida al aprendizaje
de otras lenguas y a la traducción. Sellaron amistad en las tertulias del
madrileño café Colonial, entre 1919 y 1921 -años en los que un joven Borges
permaneció en España- cuando el gurú del grupo barajaba las consignas del
Ultraísmo como un arcano mayor, carta de triunfo, entre los movimientos
literarios de la época. Una amistad que se prolongó más allá del tiempo y del espacio
por lealtad del “discípulo” que recordó siempre a Cansinos y le dedicó varios
de sus versos y de sus breves y geniales páginas. Uno de los pocos autores
españoles, además del inmortal Quevedo, por quien Borges sintió admiración, ya
que otras literaturas ocuparon sus días. En esa búsqueda y reconocimiento de
una raíz judaica, los dos experimentaron la necesidad de leer e incorporar en
su bagaje cultural a los grandes poetas que escribieron en enclaves sefardíes
como Moshé Ibn Ezrá y Yehuda Halevi, o hispano-hebreos como Rabbi Solomon Ibn
Gabirol, nacido en Málaga, que también fue filósofo, posiblemente el más
destacado neoplatónico de la tradición medieval árabe. Místico, de tendencia metafísica,
que Cansinos y Borges abrazaron con sus propias y actualizadas meditaciones
casi novecientos años después. En ese juego incesante de vínculos y recuperaciones,
Cansinos -que tradujo Las mil y una
noches, el Corán y partes del
Talmud- realizó una edición bilingüe de Kéter
Maljut (Corona Real), que es el poema de 40 estrofas más célebre de Ibn
Gabirol, en el que, como señala J.M. Millàs Vallicrosa, el poeta hebreo sefardí
“se complace en contemplar toda la magnífica fábrica del mundo, expresión del
poder y majestad de dios” (2). Ese “Artista Divino”, dice Ibn Gabirol en Corona Real, “que en este extenso has
cortado, trazado, depurado y aguzado tu obra. Has hablado, y la nada ha
entreabierto sus abismos, y la existencia ha erguido su frente y el universo
todo, como una flor, se ha abierto” (3). Un dios artista que derrama su
sabiduría y su ingenio. Réplica que llega diferida a los mortales y es llamado,
que significa vocación, y empuja al mismo gesto, en pequeña escala, que lleva a
la escritura, a la creación de universos íntimos y personales dentro de un círculo
perfecto de alianzas y afinidades. Creo que el gran Ibn Gabirol vio eso: la
altísima misión de pensar y escribir, de traducir y crear, de constituir
bibliotecas como relámpagos de luz, de amor y clarividencia.
Página de un antiguo Salterio (Salmo 1) |
(1) Las citas pertenecen al poema “Rafael
Cansinos-Assens”, del libro El otro, el
mismo, en Poesía completa, Jorge
Luis Borges, Destino Emecé, Barcelona 2009. Página 226.
(2) Millàs Vallicrosa, J.M.: Salomó ibn Gabirol, como poeta y filósofo,
Instituto Arias Montano, Madrid 1945, citado en Kéter Maljut, Arca ediciones, Madrid 2021. Página 9.
(3) En Kéter
Maljut, Arca ediciones, Madrid 2021. Edición facsimilar de la traducción de
José de J. Farache realizada en 1906 y recogida en la página 11 de la citada
traducción.