Por María José Eyras
Las palabras del zaguán
Afilar / Cancel / Festejante / Mayólicas / Pedir el cuerpo /
Pedir la mano / Umbral / Visillo / Zaguán
De la entrega anterior: La casa era una de esas casas
de habitaciones en fila, con sus puertas alineadas [...] ¿O no había sido allí
donde, de los siete a los diecisiete años, había leído aquellas novelas, las
mismas que su abuelo le regalara a su abuela cuando eran novios? ¿No había sido
en esa casa donde las palabras resonaron, donde las habían pronunciado las
voces de sus muertos?
*
Llamador de puerta. Ancienne Collection D |
Sobrevuelo los cuartos, los recorro liviana, alada de memoria y, sin
embargo, percibo el peso. Un peso que los hunde en su centro, invisible, denso;
carga el vacío entre los muros cubiertos de una costra de pintura rosada, descascarada
aquí y allá, húmeda y fría en invierno. Y ese peso, polizonte en cada cuarto,
hace que retumben más nuestras carreritas sobre los pisos de pinotea, que
crujen delatándonos. Ese crujir es una de las voces de la casa. La madera, ennegrecida,
olorosa a cera, nos aísla del misterio de los sótanos que intuimos sin ver,
como se intuye la sombra de la tragedia.
A la casa se entraba por el zaguán, un pasillo entre dos puertas
dobles. Las de calle, macizas, permanecían abiertas de par en par durante el día
y se cerraban a la hora del sueño. Las puertas cancel, vidriadas, nunca estaban
con llave, permitían ir y venir sin anunciarse.
El zaguán, con sus mayólicas hasta la mitad de su altura, la lámpara
colgante al centro y allá arriba y los dos escalones de mármol que lo precedían,
era el umbral del hogar, de la infancia.
Es en el zaguán donde él aparece.
El abuelo que no conocí.
Abre la puerta cancel y sorprende a su hija y al novio dándose un
beso. Y es él, casualmente él, quien se indigna, no tolera la visión. Los
jóvenes, abrazados, nadan las aguas de aquel beso ahíto del deseo de una
virginidad forzada. Llevan años afilando, como se dice, pero hay accesos que no
deben rendirse hasta el altar. Él es el padre. Los ha sorprendido y teme por la
deshonra. ¿Están en el umbral de la consumación? Si el umbral es entrada,
principio, además de límite inferior de las puertas, opuesto al dintel, nunca,
piensa, debería haber sido transpuesto. A él, al abuelo que no conocí, le basta
una mirada, un gesto para detenerlos.
Su silencio airado es elocuente: extiende el brazo y el índice, la
hija, veinteañera, entra a la casa. Él, detrás, cierra la cancel de un portazo.
Una vez en la sala, le dice:
¿Pero no te das cuenta que te está pidiendo el cuerpo?
Los visillos apenas dejan ver la sombra del novio, que entonces gana
la calle. A esa hora imprecisa en que el día se resiste a morir, en el zaguán no
queda nadie. El último rayo de sol abandona las mayólicas, ya no las acaricia
con su pálido amarillo.
*
Afilar:
Provendría del dialecto italiano, “filare”, corteggiare, o sea
cortejar. Se dice que dos personas están afilando cuando existe una especie de
noviazgo, pero la relación aún no es seria. De esta familia es también el
término filo, o filito. Solía decirse con discreción: la nena tiene un filito.
Cancel:
En un sentido general, elemento de protección que ayuda a separar dos
espacios. En su origen, las canceles se usaron en las iglesias, a la entrada o
para separar recintos, con la forma de una reja baja. En Argentina, es la
contrapuerta vidriada que se opone a la puerta de calle y delimita el espacio
del zaguán del interior.
Ahora está tristemente de moda el verbo cancelar, de la misma
familia.
Su etimología es iluminadora. Cancelar viene del latín, cancellare
(encerrar entre rejas), que a su vez deriva de cancelli, diminutivo de cancri
(barrotes, en plural). Según algunos autores, cancri sería un sustantivo
con la misma raíz de carcer (cárcel).
Festejante:
Se dice de un joven que pretende salir o ponerse de novio con una
joven, todavía se usa irónicamente. Es quien festeja, hace la corte o arrastra
el ala, todas expresiones antiguas que dan la imagen de alguien que anda
alrededor, revoloteando.
Mayólicas:
Azulejos fabricados con ese material, un bizcocho que data de muy antiguo,
esmaltados con una mezcla que, por su composición, logra un brillo y una lisura
especiales.
Pedir la mano:
Esta expresión nombraba el acto social de un pretendiente o candidato
cuando deseaba casarse con una chica y ser recibido en su casa. Pedía su mano
al padre, obviamente, en un sentido figurado; lo que pedía era bastante más.
La fórmula viene del derecho romano, la mayoría de los matrimonios de
la Roma temprana ponían a la mujer bajo la “mano” –manus– del marido.
Aunque también era posible un matrimonio sine manus, en el que la joven
permanecía bajo la custodia del padre aún después de casarse. La supervisión
del padre podía ser más laxa y si éste moría antes que el marido y la mujer lo
heredaba, ella obtenía cierta autonomía.
Pedir el cuerpo:
Actitud reprobable que implicaba un deseo de avance del novio hacia un
encuentro sexual faltando el respeto a las buenas costumbres.
Antes de acceder al cuerpo (completo) de una mujer, y tener relaciones
carnales, como se les llamaba, era preciso pedir al padre su mano, aunque este
pedido, en el fondo y en la superficie, a la larga, implicaba lo mismo.
Prueba de amor:
Se aludía así, también, al pedido encubierto de
la entrega sexual de una mujer. Según el candidato, él sería acreedor a los
favores completos de la elegida y ella debía darle esta prueba contundente y
necesaria de su amor. Sin embargo, corrían historias y dichos que sostenían
que, una vez obtenida la famosa "prueba", el galán a menudo perdía
interés y pasaba a reiterar sus amorosas
súplicas a otras portadoras de faldas. En fin, que ayer como ahora, el
amor romántico se mezclaba y se revolcaba, no pocas veces, en el mismo lecho que
apetitos más básicos.
Umbral:
Se dice del paso primero, principal, el que da entrada, inicio, acceso
a cualquier cosa. En arquitectura, parte inferior o escalón que se contrapone
al dintel en la puerta o entrada a un sitio.
Visillo:
Cortina liviana que cubre cada paño de una puerta vidriada, sujeta por
arriba y por abajo a varillas que la fijan al marco. Hay un bello poema de
Miguel Hernández, Pueblo blanco, donde se hace alusión a las muchachas
ocultas tras los visillos, espiando a la espera de la llegada de un amor. Francesc
Burrull le puso música y lo cantó Joan Manuel Serrat.
Zaguán:
Espacio cubierto limitado por la puerta de calle y la cancel que sirve
de antesala y entrada a las casas llamadas, en arquitectura, tipo chorizo. De
las dimensiones de un pasillo, funcionaba como delicada y necesaria transición;
fuelle climático, espacial y social entre el exterior y la intimidad del hogar.
En algunos palacios, qué curioso, se llamaba zaguanete a la habitación donde
estaba la guardia.
*
Próxima entrega: Las palabras de la sala.