Diccionario caprichoso de infancia. Tercera entrega

Por María José Eyras

Las palabras del zaguán

Afilar / Cancel / Festejante / Mayólicas / Pedir el cuerpo /

Pedir la mano / Umbral / Visillo / Zaguán

De la entrega anterior: La casa era una de esas casas de habitaciones en fila, con sus puertas alineadas [...] ¿O no había sido allí donde, de los siete a los diecisiete años, había leído aquellas novelas, las mismas que su abuelo le regalara a su abuela cuando eran novios? ¿No había sido en esa casa donde las palabras resonaron, donde las habían pronunciado las voces de sus muertos?

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Llamador de puerta.
Ancienne Collection D

Pasaba los veranos en aquella casa. Una banda de primos, íbamos y veníamos de la calle al fondo, de la vereda al cuadrado de tierra bajo la higuera, del frescor del zaguán al silencio del comedor, cualquiera fuera el mapa de nuestros juegos.

Sobrevuelo los cuartos, los recorro liviana, alada de memoria y, sin embargo, percibo el peso. Un peso que los hunde en su centro, invisible, denso; carga el vacío entre los muros cubiertos de una costra de pintura rosada, descascarada aquí y allá, húmeda y fría en invierno. Y ese peso, polizonte en cada cuarto, hace que retumben más nuestras carreritas sobre los pisos de pinotea, que crujen delatándonos. Ese crujir es una de las voces de la casa. La madera, ennegrecida, olorosa a cera, nos aísla del misterio de los sótanos que intuimos sin ver, como se intuye la sombra de la tragedia.

A la casa se entraba por el zaguán, un pasillo entre dos puertas dobles. Las de calle, macizas, permanecían abiertas de par en par durante el día y se cerraban a la hora del sueño. Las puertas cancel, vidriadas, nunca estaban con llave, permitían ir y venir sin anunciarse.

El zaguán, con sus mayólicas hasta la mitad de su altura, la lámpara colgante al centro y allá arriba y los dos escalones de mármol que lo precedían, era el umbral del hogar, de la infancia.

Es en el zaguán donde él aparece.

El abuelo que no conocí.

Abre la puerta cancel y sorprende a su hija y al novio dándose un beso. Y es él, casualmente él, quien se indigna, no tolera la visión. Los jóvenes, abrazados, nadan las aguas de aquel beso ahíto del deseo de una virginidad forzada. Llevan años afilando, como se dice, pero hay accesos que no deben rendirse hasta el altar. Él es el padre. Los ha sorprendido y teme por la deshonra. ¿Están en el umbral de la consumación? Si el umbral es entrada, principio, además de límite inferior de las puertas, opuesto al dintel, nunca, piensa, debería haber sido transpuesto. A él, al abuelo que no conocí, le basta una mirada, un gesto para detenerlos.

Su silencio airado es elocuente: extiende el brazo y el índice, la hija, veinteañera, entra a la casa. Él, detrás, cierra la cancel de un portazo. Una vez en la sala, le dice:

¿Pero no te das cuenta que te está pidiendo el cuerpo?

Los visillos apenas dejan ver la sombra del novio, que entonces gana la calle. A esa hora imprecisa en que el día se resiste a morir, en el zaguán no queda nadie. El último rayo de sol abandona las mayólicas, ya no las acaricia con su pálido amarillo.  

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Afilar:

Provendría del dialecto italiano, “filare”, corteggiare, o sea cortejar. Se dice que dos personas están afilando cuando existe una especie de noviazgo, pero la relación aún no es seria. De esta familia es también el término filo, o filito. Solía decirse con discreción: la nena tiene un filito.

Cancel:

En un sentido general, elemento de protección que ayuda a separar dos espacios. En su origen, las canceles se usaron en las iglesias, a la entrada o para separar recintos, con la forma de una reja baja. En Argentina, es la contrapuerta vidriada que se opone a la puerta de calle y delimita el espacio del zaguán del interior.

Ahora está tristemente de moda el verbo cancelar, de la misma familia.  

Su etimología es iluminadora. Cancelar viene del latín, cancellare (encerrar entre rejas), que a su vez deriva de cancelli, diminutivo de cancri (barrotes, en plural). Según algunos autores, cancri sería un sustantivo con la misma raíz de carcer (cárcel).

Festejante:

Se dice de un joven que pretende salir o ponerse de novio con una joven, todavía se usa irónicamente. Es quien festeja, hace la corte o arrastra el ala, todas expresiones antiguas que dan la imagen de alguien que anda alrededor, revoloteando.

Mayólicas:

Azulejos fabricados con ese material, un bizcocho que data de muy antiguo, esmaltados con una mezcla que, por su composición, logra un brillo y una lisura especiales.

Pedir la mano:

Esta expresión nombraba el acto social de un pretendiente o candidato cuando deseaba casarse con una chica y ser recibido en su casa. Pedía su mano al padre, obviamente, en un sentido figurado; lo que pedía era bastante más.

La fórmula viene del derecho romano, la mayoría de los matrimonios de la Roma temprana ponían a la mujer bajo la “mano” –manus– del marido. Aunque también era posible un matrimonio sine manus, en el que la joven permanecía bajo la custodia del padre aún después de casarse. La supervisión del padre podía ser más laxa y si éste moría antes que el marido y la mujer lo heredaba, ella obtenía cierta autonomía.

Pedir el cuerpo:

Actitud reprobable que implicaba un deseo de avance del novio hacia un encuentro sexual faltando el respeto a las buenas costumbres.

Antes de acceder al cuerpo (completo) de una mujer, y tener relaciones carnales, como se les llamaba, era preciso pedir al padre su mano, aunque este pedido, en el fondo y en la superficie, a la larga, implicaba lo mismo.

Prueba de amor:

Se aludía así, también, al pedido encubierto de la entrega sexual de una mujer. Según el candidato, él sería acreedor a los favores completos de la elegida y ella debía darle esta prueba contundente y necesaria de su amor. Sin embargo, corrían historias y dichos que sostenían que, una vez obtenida la famosa "prueba", el galán a menudo perdía interés y pasaba a reiterar sus amorosas  súplicas a otras portadoras de faldas. En fin, que ayer como ahora, el amor romántico se mezclaba y se revolcaba, no pocas veces, en el mismo lecho que apetitos más básicos.

Umbral:

Se dice del paso primero, principal, el que da entrada, inicio, acceso a cualquier cosa. En arquitectura, parte inferior o escalón que se contrapone al dintel en la puerta o entrada a un sitio.

Visillo:

Cortina liviana que cubre cada paño de una puerta vidriada, sujeta por arriba y por abajo a varillas que la fijan al marco. Hay un bello poema de Miguel Hernández, Pueblo blanco, donde se hace alusión a las muchachas ocultas tras los visillos, espiando a la espera de la llegada de un amor. Francesc Burrull le puso música y lo cantó Joan Manuel Serrat.

Zaguán:

Espacio cubierto limitado por la puerta de calle y la cancel que sirve de antesala y entrada a las casas llamadas, en arquitectura, tipo chorizo. De las dimensiones de un pasillo, funcionaba como delicada y necesaria transición; fuelle climático, espacial y social entre el exterior y la intimidad del hogar. En algunos palacios, qué curioso, se llamaba zaguanete a la habitación donde estaba la guardia.

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Próxima entrega: Las palabras de la sala.