Por Silvina Quintans
Hace unos días se estrenó La Sustancia, de Coraline Fargeat, protagonizada por Demi
Moore, Margaret Qualley y Dennis Quaid.
“Yo soy más Downton Abbey”, le comenté a una amiga, mientras salíamos del cine
horrorizadas y desconcertadas por lo que habíamos visto. De todos los géneros
del terror, el body terror es para mí
el más insoportable: el cuerpo que se descompone, los chorros de sangre, los
huesos fuera de lugar, los órganos a la vista, la piel cosida como matambre,
los seres que pugnan por salir de adentro de otros seres. El espanto del gore,
del terror del cuerpo, está en que funciona como espejo: esos órganos a punto
de estallar son los míos. Mi propio cuerpo sumergido en el infierno del tiempo.
Confieso que transité gran parte de la película
con los ojos cerrados. Saber que se trata de una ficción, conocer las reglas de
la sátira, el grotesco, la comedia y el humor negro, no alcanza para franquear
la sensibilidad ante tanta víscera abierta, pero admito que semejante violencia
puesta sobre el cuerpo de una mujer que envejece es un mensaje en sí misma.
La obsesión de la fuente de la eterna juventud
viene desde las culturas antiguas. En este caso, la narrativa de El retrato de Dorian Gray se invierte:
es una mujer mayor la que lucha contra el paso del tiempo y no un hombre joven
que quiere permanecer como está. Ese cambio de género y de edad pone en escena
la exigencia que recae sobre los cuerpos de las mujeres, sobre todo cuando
trabajan en el espectáculo. Por eso
muchas veces las vemos deformadas por “sustancias” -como en la película- o por
tratamientos cuyo resultado después también se cuestiona.
Demi Moore, entonces, será reemplazada por esa
“mejor versión”, que comparte el tiempo con ella, pero que de a poco la irá
fagocitando. Como en el Diario de la
guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares, existe una guerra contra la
vejez: “los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser” o “matar a un viejo equivale a suicidarse”. En
estas frases de Bioy puede estar la clave del odio que la protagonista se tiene
a sí misma, la envidia de quien fue y ya no volverá a ser. Pero la película no
solo hace foco en el paso del tiempo, sino en la exigencia extrema que impone
ese ideal de perfección a las mujeres.
Sue es una mujer al gusto del consumidor:
joven, blanca, rubia, con “cada cosa en su lugar”, como les gusta a los señores
mayores que toman el casting y las evalúan como si vieran una exposición de
ganado. Su imagen termina reemplazando la de Elisabeth y empapela las calles de
la ciudad en grandes posters. También ocupará su lugar en el programa
televisivo de fitness con las cámaras enfocadas estratégicamente en los
glúteos, al mejor estilo Pasión de
Sábado. La directora de la película se burla del “male gaze” llevándolo al
extremo. También se burla de esos hombres repulsivos (el personaje de Dennis
Quaid enfocado en primer plano, muy parecido a Harvey Weinstein) que toman
decisiones y juzgan sobre los cuerpos y carreras de las mujeres sin mirarse
ellos mismos al espejo.
Lo que sigue será cada vez más surrealista y
extremo, pero el planteo ya está hecho: la denuncia contra el star-system que
desecha a las mujeres cuando alcanzan cierta edad; la invisibilidad de las
mujeres mayores; los estereotipos sobre los cuerpos de las mujeres; la eterna
lucha contra el tiempo, encarnada de manera excepcional por Demi Moore, una
actriz que exorciza con esta actuación la discriminación que seguramente habrá
vivido en carne propia.
El tiempo, las vísceras, las arrugas, el
espejo. La experiencia de Elisabeth es la de todas las mujeres, tal vez por
eso, después de tantos días, sigo impregnada con las imágenes del horror. Como
le dije a mi amiga, “yo soy más Downton Abbey”, o, como decía mi abuela:
“viejos son los trapos”.
Bonus track:
Escribo estas líneas
mientras escucho La lógica del Escorpión,
el nuevo disco de Charly García. “Rompela”, ordena con la voz cascada por los
años y (otras) sustancias que pasaron por su cuerpo. Muchos lo critican porque
pronuncia con la cadencia de la vejez y piden que la tecnología rejuvenezca su
voz, “que lo cuiden”. Celebro la audacia de Charly, que comparte esta etapa de
su vida con la crudeza de los años estampada en su voz. Pienso en aquellas actrices
como Greta Garbo, que se recluyeron cuando aún eran jóvenes para que el público
no las viera envejecer, o en la Elisabeth de La sustancia, que decide ser reemplazada por su yo más joven.
Charly sigue sonando, su juventud eterna tras la voz desgarrada:
Rompela (creencia)
Rompela (tenés que
hacerme feliz)
Rompelas (tendencias)
Grita (agita), no seas
como los demás