A casi dos siglos de su estreno, se repone por primera vez una notable ópera de Carolina Uccelli en NY

Por Guadalupe Treibel

Carolina Uccelli

En 1830, se estrenaba en el Teatro della Pergola de Florencia una ópera que, según crónicas del momento, resultó “un triunfo” que “entretuvo, tanto en verso como en prosa, al público presente”. Uno de los complacidos espectadores fue el ya consagradísimo Gioachino Rossini, que prodigó elogios a Saul, tal el título de esta pieza “apta para lograr un feliz éxito” gracias a su “riqueza de ideas” y a la “expresividad y elegancia en la declamación y en la melodía”, en palabras del hombre detrás de La Cenerentola, El barbero de Sevilla y tantas otras piezas maestras de la lírica. Esta opinión hubiese sido el más alto respaldo para el artífice de esta ópera primera, de no ser por cierto detalle: el debutante era una autora. De allí que, aún cuando Saul recibiera críticas positivas, otras le bajaran el precio insinuando con mala onda que acaso sus defensores estuviesen más interesados en la belleza que en el talento de su creadora.

Creadora tanto del libreto como de la partitura, que tuvo que tolerar cómo, en aquellos días, el periódico florentino Il Censore acusaba al Teatro della Pergola de darle cabida a la “vanidad femenina”. O sea, de hacerle un lugar a ella, la virtuosa Carolina Uccelli, una dama lanzada que, a contracorriente, logró montar ¡en pleno siglo XIX! un trabajo que solo conocemos a través de las impresiones de terceros: no quedan ni rastros de Saul, perdida hace añares. 

La precoz y muy lista Uccelli tenía solo 20 cuando estrenó dicha pieza, aunque llevaba un buen rato componiendo, sobre todo música de cámara. Es escasa y muy dispersa la información sobre su vida: se sabe que Carolina -Pazzini, de soltera- nació en 1810, en el seno de una familia de clase alta; que descolló tempranamente en canto y piano: propiamente una niña prodigio. A los 17 publicó una colección de ariettas y cavatinas a través de la principal casa editora, Ricordi, y ese mismo año se casó con el viudo Filippo Uccelli, un reputado médico que daba clases en la Universidad de Pisa y que -extrañamente para la época- apoyaba las aspiraciones artísticas de su joven esposa. Vanas ilusiones, según opinan especialistas en la materia al explicar que la máxima pretensión que podía tener una dama en aquel entonces era dar a conocer miniaturas, es decir, piezas cortas de estructura simple. Razón por la cual resulta cuanto menos inusual que Carolina no solo concibiera tramas musicales complejas sino que consiguiese llevarlas a escena, haciéndose un espacio en un campo tan arduo, tan competitivo como el operístico de la Italia del XIX.

Única copia sobreviviente de Anna di Resburgo

Increíblemente, Saul no fue debut y despedida: ella siguió trabajando aún después de enviudar del mentado galeno siete años después de contraer nupcias, teniendo que criar sola a su hija Emma. Así fue cómo, en 1835, la perseverante Uccelli logró estrenar su siguiente ópera, Anna di Resburgo, en el Teatro del Fondo de Nápoles, cumpliendo al pie de la letra una recomendación que antaño le hiciera Rossini: fichar a intérpretes de primera “porque incluso la mejor música, privada de esa ayuda, se pierde”. Con ayuda del empresario teatral Alessandro Lanari, que confió en el talento de la compositora, el elenco de Anna di Resburgo efectivamente contó con grandes figuras de ese entonces: la soprano Fanny Tacchinardi Persiani, el tenor Napoleone Moriani y el barítono Giorgio Ronconi, que también trabajaron en óperas de Donizetti, Bellini, Verdi.

Estos divos interpretaron los roles principales en el melodrama en dos actos que trascurre en Escocia, sobre una mujer que lidia con el exilio de su marido -tras ser injustamente acusado de matar a su propio padre-, mientras que intenta proteger a su hijo haciéndolo pasar por huérfano, vigilándolo a prudente distancia disfrazada de campesina. Uccelli reserva la rareza en el género de un final feliz para la protagonista que, en una escena culminante, mientras su esposo (que ha regresado) está a punto de ser ejecutado, logra que la familia rival, vecina, confiese quién fue el verdadero autor del crimen.

Para su segunda ópera, Carolina Uccelli partió de un libreto preexistente, Emma di Resburgo, de Giacomo Meyerbeer, aunque hizo cambios sustanciales al argumento. De este modo, su Anna di Resburgo “tiene frescura en la invención, claridad de caracterización y seguridad en el ritmo dramático que sin duda habría encontrado largo aliento de haber sido obra de un compositor varón”. Tal es la opinión del experto Will Crutchfield, musicólogo y director de orquesta estadounidense que no solo viene investigando y difundiendo la historia poco conocida de esta artista olvidada: está montando -por primera vez en casi dos siglos- Anna, tras revisar la única copia que ha sobrevivido, hoy parte de la colección del Conservatorio de Nápoles. 

“Se necesita tiempo para leer una ópera a partir de una partitura orquestal manuscrita. Hay que descifrar la caligrafía antes de poder empezar a imaginar los sonidos. Pero a medida que avanzaba, mi aprecio se convirtió gradualmente en admiración y, finalmente, en absoluto asombro. Anna es obra de una compositora de ópera nata”, cuenta al New York Times el también fundador y director de Teatro Nuovo, compañía dada a la misión de reponer obras de bel canto relegadas junto a relecturas de piezas archiconocidas, que a fines de julio presentará Anna di Resburgo en New Jersey y Nueva York. “Mejor tarde que nunca”, anota Crutchfield, quien recuerda que Uccelli tenía veintitantos cuando compuso lo que califica como “una joya”. “Página tras página, muestra no solo la seguridad y la expresividad que Rossini le ponderaba, sino también una audaz capacidad para experimentar ¿Un dúo entre flauta solista y timbales? ¿Una canción rápida que no es cómica sino tremendamente seria? Apenas algunos ases bajo la manga que la música desplegó en esta ópera”.

Carta de Uccelli al empresario Alejandro Lanari, 1834

En sus días, la buena suerte no acompañó a Uccelli: quiso el destino para ella fatal que, apenas unas semanas antes del debut de Anna, se estrenara en la misma ciudad otra ópera con algunas características temáticas similares que, para más inri, contaba con prácticamente el mismo reparto. Es decir, Lucia di Lammermoor, de Donizetti, con su célebre e impactante Escena de la locura, que hizo una primera temporada estupenda,  eclipsando cualquier atisbo de suceso de Anna. De haber tenido más experiencia o de estar al tanto del relato de Lucia, probablemente Carolina hubiese demorado la presentación de su ópera. La cuestión fue que el público no quiso darle una chance a otra historia de venganza en tierras escocesas sobre clanes de la nobleza enfrentados, que concluía con una escena en el cementerio.

Así fue cómo, tras contadas funciones, Anna di Resburgo bajó el telón y no volvió a representarse… hasta este julio de 2024, vía Will Crutchfield y su compañía. Porque Uccelli, luego del infausto episodio, bajó los brazos y no insistió más con la composición de óperas. De todas maneras, no se retiró por completo: se mantuvo muy activa ofreciendo conciertos de salón con frecuencia, de menor escala, a partir de creaciones propias en italiano y francés, publicadas en ambos países. Un ejemplo representativo es su Cantata in morte di Maria Malibran que escribió en memoria de una bella, talentosa y adorada soprano que murió a los 28, en 1836, a consecuencias de un accidente mal atendido, dejando a su público desconsolado. Desde mediados de la década de 1840, Carolina solía presentarse junto a su hija Emma, soprano que la acompañó en conciertos de París, Londres, Ámsterdam, Milán, Múnich. También cantantes estelares a menudo se unían a sus programas, que tuvieron una cálida acogida en  Europa.

Infiere Crutchfield que Uccelli debió causar una impresión ciertamente favorable en su época, suficiente para que el belga François-Joseph Fétis -pedagogo, compositor, historiador y escritor de la música- la incluyera en su libro Biographie Universelle des Musiciens, donde, por obvias razones, las compositoras casi brillan por su ausencia. Leyendo este tomo del XIX, Will se topó por primera vez con su nombre, indagó, dio con Anna di Resburgo. Ahora dice que le gustaría saber más sobre esta mujer impar, cuya muerte habría sucedido en Florencia en 1858, en condiciones que acaso nunca conoceremos.