Por Guadalupe Treibel
Carolina Uccelli |
Creadora tanto del libreto como de la
partitura, que tuvo que tolerar cómo, en aquellos días, el periódico florentino
Il Censore acusaba al Teatro della Pergola de darle cabida a la “vanidad
femenina”. O sea, de hacerle un lugar a ella, la virtuosa Carolina Uccelli, una
dama lanzada que, a contracorriente, logró montar ¡en pleno siglo XIX! un
trabajo que solo conocemos a través de las impresiones de terceros: no quedan
ni rastros de Saul, perdida hace
añares.
La precoz y muy lista Uccelli tenía solo 20
cuando estrenó dicha pieza, aunque llevaba un buen rato componiendo, sobre todo
música de cámara. Es escasa y muy dispersa la información sobre su vida: se
sabe que Carolina -Pazzini, de soltera- nació en 1810, en el seno de una
familia de clase alta; que descolló tempranamente en canto y piano: propiamente
una niña prodigio. A los 17 publicó una colección de ariettas y cavatinas a
través de la principal casa editora, Ricordi, y ese mismo año se casó con el
viudo Filippo Uccelli, un reputado médico que daba clases en la Universidad de
Pisa y que -extrañamente para la época- apoyaba las aspiraciones artísticas de
su joven esposa. Vanas ilusiones, según opinan especialistas en la materia al
explicar que la máxima pretensión que podía tener una dama en aquel entonces
era dar a conocer miniaturas, es decir, piezas cortas de estructura simple.
Razón por la cual resulta cuanto menos inusual que Carolina no solo concibiera
tramas musicales complejas sino que consiguiese llevarlas a escena, haciéndose
un espacio en un campo tan arduo, tan competitivo como el operístico de la
Italia del XIX.
Única copia sobreviviente de Anna di Resburgo |
Estos divos interpretaron los roles principales
en el melodrama en dos actos que trascurre en Escocia, sobre una mujer que
lidia con el exilio de su marido -tras ser injustamente acusado de matar a su
propio padre-, mientras que intenta proteger a su hijo haciéndolo pasar por
huérfano, vigilándolo a prudente distancia disfrazada de campesina. Uccelli
reserva la rareza en el género de un final feliz para la protagonista que, en
una escena culminante, mientras su esposo (que ha regresado) está a punto de
ser ejecutado, logra que la familia rival, vecina, confiese quién fue el
verdadero autor del crimen.
Para su segunda ópera, Carolina Uccelli partió
de un libreto preexistente, Emma di
Resburgo, de Giacomo Meyerbeer, aunque hizo cambios sustanciales al
argumento. De este modo, su Anna di
Resburgo “tiene frescura en la invención, claridad de caracterización y
seguridad en el ritmo dramático que sin duda habría encontrado largo aliento de
haber sido obra de un compositor varón”. Tal es la opinión del experto Will
Crutchfield, musicólogo y director de orquesta estadounidense que no solo viene
investigando y difundiendo la historia poco conocida de esta artista olvidada:
está montando -por primera vez en casi dos siglos- Anna, tras revisar la única copia que ha sobrevivido, hoy parte de
la colección del Conservatorio de Nápoles.
“Se necesita tiempo para leer una ópera a
partir de una partitura orquestal manuscrita. Hay que descifrar la caligrafía
antes de poder empezar a imaginar los sonidos. Pero a medida que avanzaba, mi
aprecio se convirtió gradualmente en admiración y, finalmente, en absoluto
asombro. Anna es obra de una
compositora de ópera nata”, cuenta al New York Times el también fundador y
director de Teatro Nuovo, compañía dada a la misión de reponer obras de bel
canto relegadas junto a relecturas de piezas archiconocidas, que a fines de
julio presentará Anna di Resburgo en
New Jersey y Nueva York. “Mejor tarde que nunca”, anota Crutchfield, quien
recuerda que Uccelli tenía veintitantos cuando compuso lo que califica como
“una joya”. “Página tras página, muestra no solo la seguridad y la expresividad
que Rossini le ponderaba, sino también una audaz capacidad para experimentar
¿Un dúo entre flauta solista y timbales? ¿Una canción rápida que no es cómica
sino tremendamente seria? Apenas algunos ases bajo la manga que la música
desplegó en esta ópera”.
Carta de Uccelli al empresario Alejandro Lanari, 1834 |
Así fue cómo, tras contadas funciones, Anna di Resburgo bajó el telón y no
volvió a representarse… hasta este julio de 2024, vía Will Crutchfield y su
compañía. Porque Uccelli, luego del infausto episodio, bajó los brazos y no
insistió más con la composición de óperas. De todas maneras, no se retiró por
completo: se mantuvo muy activa ofreciendo conciertos de salón con frecuencia,
de menor escala, a partir de creaciones propias en italiano y francés,
publicadas en ambos países. Un ejemplo representativo es su Cantata in morte di Maria Malibran que
escribió en memoria de una bella, talentosa y adorada soprano que murió a los
28, en 1836, a consecuencias de un accidente mal atendido, dejando a su público
desconsolado. Desde mediados de la década de 1840, Carolina solía presentarse
junto a su hija Emma, soprano que la acompañó en conciertos de París, Londres,
Ámsterdam, Milán, Múnich. También cantantes estelares a menudo se unían a sus programas,
que tuvieron una cálida acogida en
Europa.
Infiere Crutchfield que Uccelli debió causar
una impresión ciertamente favorable en su época, suficiente para que el belga
François-Joseph Fétis -pedagogo, compositor, historiador y escritor de la música-
la incluyera en su libro Biographie
Universelle des Musiciens, donde, por obvias razones, las compositoras casi
brillan por su ausencia. Leyendo este tomo del XIX, Will se topó por primera
vez con su nombre, indagó, dio con Anna
di Resburgo. Ahora dice que le gustaría saber más sobre esta mujer impar,
cuya muerte habría sucedido en Florencia en 1858, en condiciones que acaso
nunca conoceremos.