30 años es demasiado

 

La estatua de Louis Agassiz 
cayó durante el terremoto de San Francisco

En la misma semana de julio hubo distintos hechos vinculados, en muy diferente medida, al antisemitismo, la xenofobia ordinaria, el antifeminismo, la homofobia, el argentinismo exacerbado… Sucedió en la conmemoración oficial del gravísimo atentado contra la Amia de 1994 y -previamente y sin arrimar comparaciones- en el cantito tribunero -surgido en Qatar 2022-, cargado  de racismo y otros prejuicios que se viralizó a partir de un vivo en Instagram con parte de los jugadores del seleccionado que ganó la Copa América. Cantito al que algunos le hicieron la vista gorda, adjudicando a la euforia el “error” cometido “sin mala intención”. El propio jugador humillado, Kylian Mbappé, la Federación del Fútbol Francesa y los medios de ese país reaccionaron, sobre todo frente al descabellado tuit de la vicepresidenta, después de que Enzo Fernández pidiera perdón con apropiados y todo parece indicar que sinceros conceptos. Pero muchos fanáticos de River no aprendieron la lección y luego de que Kari-como la nombró el presidente- fuera a pedir disculpas a la Embajada de Francia, el domingo 21/7 siguiente, la hinchada entonó en el Monumental el injurioso cantito… en torcido homenaje al mismísimo EF.

En 2010, 2011 -no tengo la fecha exacta, solo los apuntes a mano que releo y suscribo plenamente (ver al final)- fui convocada para decir un breve discurso en el acto anual de Memoria Activa que se viene realizando en la desgraciada fecha del atentado contra la Amia. Y donde estuve este año, con mi changuito para ir después a la feria orgánica de Plaza Lavalle. Lógicamente esta reunión con mucha menos gente que el acto oficial en el que -asombrosamente- el titular de la Amia, Amos Linetzky, pronunció una encendida alocución, cargando en sus tramos finales contra el feminismo, la Cruz Roja, la comunidad LGBT, Unicef. Pero no sin mencionar los nombres de Menem, Anzorregui, el juez Galeano, etcétera, etcétera.

La diatriba contra las feministas básicamente pareció referida a las integrantes de Niunamenos, Pañuelos Verdes, Actrices Argentinas que entraron en la arbitraria lista de “canallas, cómplices hipócritas del silencio, mercenarios de la mentira. Falsos progresistas. Antisemitas”. Se dijo de ellas en particular, por no haber clamado por las víctimas femeninas del horrendo pogrom perpetrado por Hamas el 7 de octubre de 2023: “No extienden su sororidad cuando se trata de mujeres judías”. En consecuencia, las consignas te creo, hermana o niunamenos tendrían “otra letra chica que no leímos y que dice: salvo que sea judía (…) Todo parece preferible antes que mostrar solidaridad con víctimas judías”. Semejante letanía -que, más que evidente, implica pesados cargos- dirigido a un colectivo fluctuante, integrado por diferentes grupos, horizontal, inorgánico que bastante ha conseguido en materia de derechos que parecían inalcanzables y en la defensa local de mujeres maltratadas, violadas, sojuzgadas. Desde luego, sin tener que hacerse cargo minuciosamente de la gran cantidad de tropelías, crímenes, mutilaciones sexuales, negación de los más elementales derechos que ocurren el mundo. Y mismo en nuestro país, con un número altísimo de mujeres asesinadas, previamente torturadas, mayormente por sus parejas o exparejas.

Ciertamente, el acoso verbal, la violencia física no son las únicas formas de la injusticia y la opresión en culturas y religiones patriarcales y/o misóginas. Oyendo a Amos Linetzky resonaron en mi cabeza las palabras con que arrancaba la obra de teatro de una autora judía, Naomi Ragen: Tribunal de mujeres. Se representó con éxito en Israel y en Buenos Aires. La vi en su temporada de estreno en el auditorio Jacobo Ben Ami, en 2007 (luego se repuso en 2018 en El Tinglado). He aquí parte de las normas de vestir que recitaba una voz masculina en off antes de dar comienzo el espectáculo: “Una mujer no debe usar nunca ropa masculina ni nada ostentoso como bordados o lentejuelas; está prohibido el uso de prensas ajustadas o de colores claros, y el rojo es considerado color licencioso; las niñas a partir de los tres años tienen absolutamente prohibido mostrar el cuerpo: los brazos deben cubrirse hasta la palma de la mano y el codo nunca estará visible, por lo que no se permiten las mangas anchas; allí donde el cuello desciende hasta la espalda, debe ser tapado y hay que estar en guardia respecto del primer botón de la blusa; el uso de medias es obligatorio aún en la propia casa (…) la casada debe cubrir totalmente su cabellera, sea con un pañuelo o una peluca porque esa forma de modestia es la gloria de una mujer, esposa y madre, y dicha peluca no se puede confundir con su propia pelo”. La voz subrayaba que esas normas habían sido “recopiladas por la gracias de Dios por estudiantes talmúdicos, bajo la guía y dirección de su presidente del consejo rabínico”.

Como lo habitual era (y sigue siendo) que se hagan críticas a la represión que sufren las mujeres bajo ciertas tradiciones del fundamentalismo islámico, podía sonar extraño que en una sala como la Ben Ami, a través de un texto escrito por una judía contemporánea, se pusieran tan abiertamente de manifiesto el trato denigrante que reciben las mujeres judías dentro de algunas congregaciones extremas. Y los sollozos, el llanto imparable de muchas espectadoras (la mayor parte del público, femenino) llevaba razonablemente a inferir que muchas de ellas conocían en carne propia o de cerca ese padecer.

La anécdota central de El tribunal… tiene lugar en un barrio ultraortodoxo de Jerusalén: una mujer casada que ha hecho abandono de su hogar y sus doce hijos por fuertes motivos, regresa resuelta a recuperarlos y debe enfrentar una variopinta patrulla de la moralidad. Juan Freund, traductor y director de esta pieza, estaba interesado en que llegara a un público más amplio que el específicamente judío: “Estrenada en Israel en 2002, hasta ahora hizo 300 mil espectadores. Seguro que hubo alguna repercusión en contra, pero en general tuvo mucho apoyo. Este trato inferiorizador hacia la mujer no sucede solo en Mea Shearim. Esta obra, más allá de caso particular que relata, habla de la discriminación e intolerancia que existen en todas partes. El fundamentalismo ha encontrado una excusa en las grandes religiones: los hombres han interpretado los textos sagrados en su propio beneficio, reservándose todos los privilegios. En Israel hay una legislación sobre los derechos de las mujeres que se supone que pesa más que las reglas religiosas, pero no se ha logrado que se cumplan en el caso de los ultras”, decía Freund en 2007. “La propia Ragen sufrió hace poco en su persona, cuando tomó un colectivo en ese barrio donde se supone que la mujer debe sentarse al fondo, como sucedía con los negros en el sur de Estados Unidos. Ella, intencionalmente, se instaló en el asiento de adelante y un grupo de hombres -que no la reconocieron- la bajaron y la molieron a golpes”.

Para esta puesta en escena, se trabajó con un grupo de entusiastas actrices -solo la mitad judías-, y la presentación tuvo muchos apoyos, incluido el de la Amia. En esas fechas, funcionó a sala llena y no era fácil conseguir entradas…

Tilo Frey

Ya cerrando estas líneas, acaso venga a cuento aludir a un señor suizo de gran talento y enorme carisma, Louis Agassiz (1807-1873), paleontólogo, geólogo y varias cosas más, muy premiado y adorado por sus alumnos cuando fue profesor en los Estados Unidos, que militó contra la teoría darwiniana evolucionista, fue precursor del apartheid y proveyó al racismo de una justificación pretendidamente científica. Hay una foto escalofriante de un sufrido esclavo negro en algún lugar del sur que tomó para demostrar la inferioridad de la “raza” negra. Agassiz abogó con éxito por la segregación de los afrodescendientes. Consideraba a los negros que habían sido secuestrados de su tierra natal como “raza degenerada”, y le escribía a su madre en 1846: “Qué desgracia para la raza blanca haber ligado tan estrechamente su existencia a la de los negros. Qué Dios nos preserve de semejante contacto”. Según su biógrafo Marc-Antoine Käser, “desarrolló su racismo sobre la base de una repulsión visceral, y ejerció una enorme influencia en la opinión pública estadounidense, aprovechando su estatus para promover teorías segregacionistas, una gran responsabilidad”.  

En 2018 se decidió rebautizar el importante Espacio Agassiz en Neuchâtel, Suiza, con el nombre de Tilo Frey (1923-2008), mujer mestiza, política, perteneciente al partido Radical Democrático, luchadora por los derechos de las mujeres. La estatua de Louis Agassiz, en San Francisco, ya se había caído de cabeza mucho tiempo antes, durante el famoso terremoto.

Por Moira Soto