Por Juan Carlos Fontana
Eugenia Alonso como Delia "Kemia" Ingenieros |
Aunque
han quedado muy escasos testimonios de la actuación de Kamia, todo parece
indicar que ella sorprendía siempre al público con sus trucos de ilusionismo,
un oficio para el que se preparó a conciencia. Pero
¿quién era realmente la maga Delia Kamia? Pues una de las hijas e hijo (Amalia,
Julio, Cecilia) del sociólogo, médico y filósofo José Ingenieros, autor de
varios libros, famoso sobre todo por su ensayo El hombre mediocre.
Delia
Ingenieros (1915-1996), que adoptaría luego el nombre artístico de Kamia,
persona de amplia cultura, primero cursó la universidad y fue una aplicada
bióloga, pero a los treinta y pico, en busca de nuevos e insólitos caminos, dio
una viraje hacia la magia.
La
dramaturga ahonda en las distintas facetas de su protagonista, haciendo coincidir
en un salpicado popurrí de risueñas situaciones a la bióloga Delia y a la maga
Kamia. Hasta que al final se impone esta última, a través de un gran despliegue de histrionismo, muy justificado, en el que
una actriz de distinguida trayectoria como Eugenia Alonso aporta una gama
admirable de recursos interpretativos -rendimiento que no sorprenderá a quienes
la hayan apreciado en otros espectáculos-. De este modo, el público que asiste
a las representaciones de Memorias de una maga se lleva una
imagen en alto relieve de esa dama que -además de biología y magia- sabía
varios idiomas, fue investigadora de lenguas germánicas y colaboró con Borges,
amigo de su hermana Cecilia, bailarina (de la que se afirma que supo ser novia
del enorme escritor).
“Me gusta
pensar que hay para mí, en alguna parte, un tesoro escondido. Y que, tarde o
temprano, la campana sonará para alertarme”, dice el personaje de Delia, y
agrega: “El heroísmo no garantiza el éxito porque parte de su encanto es no
prometer resultados, pero te asegura la gloria íntima de tu propia rebelión”. Y
a través de transmitir la vivencia de lograr salirse de moldes preestablecidos
para las mujeres de esa época, de su rendimiento en el escenario donde que
actúa, canta, baila y hace trucos de magia, Eugenia Alonso -que en
simultáneamente debuta con Julio Chávez en Lo sagrado (en
Paseo La Plaza)- propone un recorrido por la vida de una
mujer que se arriesgó a desafiar los cánones de la época e
ir de la ciencia al ilusionismo, sin dejar de cultivar la literatura y otras
manifestaciones de la cultura.
En la
obra, en un abrir y cerrar de ojos, E.A. debe cambiar una y otra vez de
vestuario, y así pasar de ser una maga en un cabaret a devenir una animadora de
show infantil; o ataviada con guardapolvo blanco, imitar la voz y la actitud de
su jefe cuando, antes de ser maga, trabajaba en el Instituto se Microbiología
Agrícola y les hablaba a los microbios que habitaban en sus
probetas. Divertida, atractiva, audaz, la pieza por instantes pierde algo
de su equilibrio escénico a través de los continuos cambios de situaciones -muy
variadas, por cierto- que exige el texto. Bajo estas circunstancias -en la
primera función, al menos- la actriz se vio obligada a tener que correr en
escena para entrar a tiempo en las muy diversas instancias, mientras el músico
que la acompaña no siempre la supo esperar, para disfrutar juntos de las
matizadas pinceladas de una personalidad como la de Delia “Kamia” Ingenieros,
una precursora que resulta muy válido conocer.
Dramaturgia de Leni González. Dirección de Cecilia Meijide. Con Eugenia Alonso,
y Pablo Viotti en música. Escenografía y vestuario de Gabriella
Gerdelics. Luces de Ricardo Sica.
En El Extranjero, Valentín Gómez 3380.
Sábados, a las 17 (esta crítica se publicó, en parte, en el diario La Nación)
NR ¿Qué habría dicho el hiperactivo médico,
ensayista, fundador del partido socialista local José Ingenieros, de haber
tenido tiempo de saber que su hija Delia dejaba la bioquímica para lanzarse a
la práctica del ilusionismo? Porque este intelectual, famoso por un libro que
muchos citan pero pocos leyeron, murió cuando su hija era aún niña.
Italoargentino, el autor de El hombre mediocre había nacido en
Palermo, Italia, como Giuseppe Ingegnieri, nombre y apellido que fueron
españolizados cuando sus padres se trasladaron a la Argentina a fines del siglo
XIX. José fue al Nacional Buenos Aires, luego a la Facultad de Medicina,
impulsó la Reforma Estudiantil, se recibió, escribió varios ensayos donde daba
pistas claras acerca de sus convicciones racistas. Detalle este que no le
impidió adherir a la Revolución Rusa, a la masonería, a la teosofía y, hacia el
final de sus días (murió en 1925, a los 47, de meningitis), al anarquismo.
El prestidigitador de Hieronymus Bosch y taller, 1500, Wikimedia |
Al revés
de lo que podría parecer a primera vista, la ciencia y la magia (practicada
como destreza) no se oponen. Más aún, hay gente estudiosa que afirma que la
magia impulsó a la ciencia. En el número de abril pasado de la revista de la
Universidad de Princeton, Helena de la Cruz subraya que los seres humanos
siempre han amado la magia, ver a magos avezados hacer aparecer y desaparecer
objetos. Según la articulista, hace 5 siglos pensadores del Renacimiento como
Marsilio Ficino y Giovanni Pico della Mirandola escribieron tratados sobre este
tema: el poder humano de hacer cosas prodigiosas en el siglo XV, de lograr lo
imposible, milagros que parecen no tener explicación por las leyes naturales o
científicas, sigue fascinando y asombrando a quienes asisten a esa suerte de
milagros.