Yendo de la ciencia a la magia, sin sortear la literatura

Por Juan Carlos Fontana

Eugenia Alonso como Delia "Kemia" Ingenieros

En la década del 50, Delia “Kamia” Ingenieros se convirtió en una de las pioneras de la magia practicada por mujeres en la Argentina. Y dejó su testimonio por escrito al publicar en 1952 el libro Memorias de una maga (Ediciones Meridion). De ella se ha dicho que fue discípula de Fu-Manchú y docente en su escuela. Además, claro, de hacer shows, actuar en locales nocturnos y diurnos (en este caso, para niños), en eventos privados, según lo destaca el estudioso Miguel Vitagliano, en el blog Escritores por el mundo. 

Aunque han quedado muy escasos testimonios de la actuación de Kamia, todo parece indicar que ella sorprendía siempre al público con sus trucos de ilusionismo, un oficio para el que se preparó a conciencia. Pero ¿quién era realmente la maga Delia Kamia? Pues una de las hijas e hijo (Amalia, Julio, Cecilia) del sociólogo, médico y filósofo José Ingenieros, autor de varios libros, famoso sobre todo por su ensayo El hombre mediocre. 

Delia Ingenieros (1915-1996), que adoptaría luego el nombre artístico de Kamia, persona de amplia cultura, primero cursó la universidad y fue una aplicada bióloga, pero a los treinta y pico, en busca de nuevos e insólitos caminos, dio una viraje hacia la magia.


Luego de una exhaustiva investigación, atraída por la personalidad de esa mujer adelantada a su tiempo en sus elecciones, la periodista y crítica teatral Leni González le dedica la pieza teatral Memorias de una maga. Un verdadero hallazgo lo suyo, puesto que se trata de un personaje muy singular prácticamente olvidado. A través de su texto, en formato de unipersonal, se percibe el temperamento irónico de Delia, su aguda inteligencia y su gran empatía hacia todas las personas con las que trataba, incluidos sus espectadores.

La dramaturga ahonda en las distintas facetas de su protagonista, haciendo coincidir en un salpicado popurrí de risueñas situaciones a la bióloga Delia y a la maga Kamia. Hasta que al final se impone esta última, a través de un gran despliegue de histrionismo, muy justificado, en el que una actriz de distinguida trayectoria como Eugenia Alonso  aporta una gama admirable de recursos interpretativos -rendimiento que no sorprenderá a quienes la hayan apreciado en otros espectáculos-. De este modo, el público que asiste a las representaciones de Memorias de una maga se lleva una imagen en alto relieve de esa dama que -además de biología y magia- sabía varios idiomas, fue investigadora de lenguas germánicas y colaboró con Borges, amigo de su hermana Cecilia, bailarina (de la que se afirma que supo ser novia del enorme escritor).

“Me gusta pensar que hay para mí, en alguna parte, un tesoro escondido. Y que, tarde o temprano, la campana sonará para alertarme”, dice el personaje de Delia, y agrega: “El heroísmo no garantiza el éxito porque parte de su encanto es no prometer resultados, pero te asegura la gloria íntima de tu propia rebelión”. Y a través de transmitir la vivencia de lograr salirse de moldes preestablecidos para las mujeres de esa época, de su rendimiento en el escenario donde que actúa, canta, baila y hace trucos de magia, Eugenia Alonso -que en simultáneamente debuta con Julio Chávez en Lo sagrado (en Paseo La Plaza)- propone un recorrido por la vida de una mujer que se arriesgó a desafiar los cánones de la época e ir de la ciencia al ilusionismo, sin dejar de cultivar la literatura y otras manifestaciones de la cultura.


Acompañada en escena por el músico Pablo Viotti, Alonso ilumina el exigente y  frondoso texto de Leni González, rebosante de interesantísimos datos sobre la enigmática personalidad de Kamia, transmitidos con color y humor.

En la obra, en un abrir y cerrar de ojos, E.A. debe cambiar una y otra vez de vestuario, y así pasar de ser una maga en un cabaret a devenir una animadora de show infantil; o ataviada con guardapolvo blanco, imitar la voz y la actitud de su jefe cuando, antes de ser maga, trabajaba en el Instituto se Microbiología Agrícola y les hablaba a los microbios que habitaban en sus probetas. Divertida, atractiva, audaz, la pieza por instantes pierde algo de su equilibrio escénico a través de los continuos cambios de situaciones -muy variadas, por cierto- que exige el texto. Bajo estas circunstancias -en la primera función, al menos- la actriz se vio obligada a tener que correr en escena para entrar a tiempo en las muy diversas instancias, mientras el músico que la acompaña no siempre la supo esperar, para disfrutar juntos de las matizadas pinceladas de una personalidad como la de Delia “Kamia” Ingenieros, una precursora que resulta muy válido conocer.

Dramaturgia de Leni González. Dirección de Cecilia Meijide. Con Eugenia Alonso, y Pablo Viotti en música. Escenografía y vestuario de Gabriella Gerdelics. Luces de Ricardo Sica. 

En El Extranjero, Valentín Gómez 3380. Sábados, a las 17 (esta crítica se publicó, en parte, en el diario La Nación)

NR ¿Qué habría dicho el hiperactivo médico, ensayista, fundador del partido socialista local José Ingenieros, de haber tenido tiempo de saber que su hija Delia dejaba la bioquímica para lanzarse a la práctica del ilusionismo? Porque este intelectual, famoso por un libro que muchos citan pero pocos leyeron, murió cuando su hija era aún niña. Italoargentino, el autor de El hombre mediocre había nacido en Palermo, Italia, como Giuseppe Ingegnieri, nombre y apellido que fueron españolizados cuando sus padres se trasladaron a la Argentina a fines del siglo XIX. José fue al Nacional Buenos Aires, luego a la Facultad de Medicina, impulsó la Reforma Estudiantil, se recibió, escribió varios ensayos donde daba pistas claras acerca de sus convicciones racistas. Detalle este que no le impidió adherir a la Revolución Rusa, a la masonería, a la teosofía y, hacia el final de sus días (murió en 1925, a los 47, de meningitis), al anarquismo.

El prestidigitador de Hieronymus
Bosch y taller, 1500, Wikimedia

Poco y nada se sabe de su talentosa y discreta hija Delia, de su infancia y adolescencia. Aunque sí ella dejó huellas de sus múltiples intereses: además de recibirse y trabajar de bioquímica, se especializó en letras, al punto de colaborar con Borges en Antiguas literaturas germánicas. Hacia los años '50 del siglo pasado, Delia Ingenieros decide cambiar de oficio y se entrena para oficiar de ilusionista, pero no como asistente del mago de turno sino como hacedora de trucos y otros prodigios. Pasa del laboratorio y escribir artículos sobre fauna y flora a diferentes escenarios, en su nueva actividad que inspiraría el libro Memorias de una maga. No hay garantías de que Delia Ingenieros haya sido la primera maga argentina en la primera mitad del XX: en el acotado material de archivo son citadas, sin dar señales concretas,  Miss Hamida, Miss Gladys, Lucy Astral, Mery Marvel, vinculadas a la magia en shows. De todas ellas y en esas fechas, solo hay documentación detallada de Fátima Miris, elogiada imitadora y transformista Italiana que hizo giras por distintos países, visitando asiduamente la Argentina, donde su extrema habilidad para ir de la caracterización de mujer a la de varón hechizaba a públicos inocentes de géneros y transgéneros. En particular, en la sala Alberdi de la ciudad de Tucumán, según consigna la tradicional Gaceta de esa localidad. De espíritu aventurero, de ella se cuenta que cruzó el río Amazonas con 63 baúles de ropa (ni Liz Taylor en plena época de Cleopatra llegó tan lejos...).

Al revés de lo que podría parecer a primera vista, la ciencia y la magia (practicada como destreza) no se oponen. Más aún, hay gente estudiosa que afirma que la magia impulsó a la ciencia. En el número de abril pasado de la revista de la Universidad de Princeton, Helena de la Cruz subraya que los seres humanos siempre han amado la magia, ver a magos avezados hacer aparecer y desaparecer objetos. Según la articulista, hace 5 siglos pensadores del Renacimiento como Marsilio Ficino y Giovanni Pico della Mirandola escribieron tratados sobre este tema: el poder humano de hacer cosas prodigiosas en el siglo XV, de lograr lo imposible, milagros que parecen no tener explicación por las leyes naturales o científicas, sigue fascinando y asombrando a quienes asisten a esa suerte de milagros.