Tiempo de recibir lecciones de química

Por  Marina Soto

Hay series que son como una aplanadora, te pasan por encima desde el primer capítulo y podés apostar doble contra sencillo a que van a ser buenas; aún cuando ofrezcan desniveles, siempre van a tener algo sólido de qué agarrarse, en qué creer. Una combinación de elementos que va a hacer que se destaquen por encima de la mayoría de las series que abundan en este siglo. Gilmore GirlsMad MenCrazy Ex-GirlfriendSix Feet UnderTrue Detective: Night CountryTed Lasso. Ves el primer programa y la empezás a recomendar, porque el guión es bueno, los personajes tienen relieve, las actuaciones son intachables. Y siempre hay algo más, algo extra, detalles que hacen que el producto -a través de los capítulos- esté por encima de la media.

No es el caso de Lessons in Chemistry (“Lecciones de química”, 2023). Excelente desde el primer segundo, por cierto, pero su impacto no es arrollador. Como cuando se moja una servilleta y se puede ver que el agua, lenta pero incesante, se esparce por el papel. Como el comienzo de Rhapsody in Blue, el clarinete dando vueltas, antes de pegar el salto y entrar en la melodía y dejarse alcanzar por la orquesta. Así se expanden estas lecciones.

Cada capítulo de LiC es válido en sí mismo, está centrado en un foco narrativo, además de aportar para el desarrollo de la historia que abarca los ocho episodios de la miniserie. Algo para pensar.  Y también probablemente, en más de una ocasión, para poner pausa a fin de chequear, registrar algún comentario, alguna referencia, algún planteo científico o emocional.

Esta serie es una adaptación de la novela de Bonnie Garmus, más exitosa entre lectores que entre la crítica (en general, se la tildó de buena, interesante pero predecible, etcétera), acerca de una química, Elizabeth Zott (interpretada por Brie Larson, que da en el tono justo del personaje), con un recorrido que va desde que es ayudante en un laboratorio, hasta que protagoniza un programa de cocina en el que enseña las recetas dando la explicación química que hay detrás. Pero este resumen tipo Wikipedia no aclara de qué modo la química del título atraviesa la ciencia, la cocina, las relaciones humanas; hasta qué punto la narración aprovecha los acontecimientos en la historia para reflexionar sobre los vínculos, el luto, las pérdidas, las dificultades, la esperanza, el cambio, las redes de contención que nos armamos.

En lo personal, debo decir que miré la serie a lo largo de tres o cuatro meses, a veces con varias semanas entre un capítulo y otro. Aún cuando disfruté de cada entrega, la ausencia de esa tendencia adictiva que suelen generar estos formatos, me permitía tomarme mi tiempo para volver. Y entretanto miraba otras cosas en esos intervalos que, a veces, eran necesarios: me llevó tiempo procesar los capítulos sobre la muerte y poder retornar a la serie. Pero incluso en esos períodos sin verla, me sorprendía pensando en ella, en alguna línea, en algún personaje, en la ciencia de la cocina, en la química de la vida cotidiana...

En el último capítulo, justamente porque todo está conectado, la protagonista lee un fragmento de Grandes ilusiones, de Dickens, que dice: “Haz una pausa, tú que lees esto, y piensa por un momento en la larga cadena de hierro o de oro, de espinas o flores que nunca se hubieran conectado a ti de no ser por aquel primer contacto en ese día memorable”. En ese “haz una pausa y piensa” hay un reflejo de lo que genera la serie: un tiempo distinto del de la dependencia del contenido constante, ganchero. Un momento de intermedio y meditación; un instante para “levantar la cabeza”, como decía Barthes, y permitir que nuestro cerebro se vaya de paseo siguiendo alguna idea que haya surgido. Porque así como los servicios de streaming nos bombardean con el paquete todo de una, el botón de pausa o el de stop están ahí para defendernos. Para ejercer nuestro inalienable derecho a cantar con Sandro: Hasta aquí llegó mi amor.