Por Rubén Szuchmacher
La Font del Gat, Jardines de Laribel, Montjuic, Barcelona |
Eran tiempos de llamadas de
larga distancia por teléfono, en las que se hablaba a grito pelado porque
-supongo- en el fondo, se desconfiaba de que ese aparato negro pudiera llevar
y traer las voces entre personas queridas. Y usar la telefonía tampoco era muy accesible
para una familia perteneciente a la clase trabajadora. Así que mi madre armaba
historias de la familia como si sus integrantes estuvieran bien cerca. No
inventaba, simplemente poetizaba la realidad.
A ella le complacía mucho
contar episodios de la vida de sus ancestros y siempre se las arreglaba para
tener una pequeña platea que la rodeara y así poder desplegar sus relatos: vecinas,
alguna comadre, una pariente de visita. Naturalmente, nos sumaba a nosotros
tres – Victoria, Perla y yo- a escuchar sus narrativas de familia.
Una de las historias
favoritas era la de su tía abuela catalana que había sido vestidora de Raquel
Meller, una famosa cupletista que comenzó sus actuaciones en Barcelona en la
primera década del siglo XX; primero en tugurios y luego en los teatros de
variedades más importantes de esa ciudad, cantando cuplés picarescos del
estilo:
Ven y ven y ven
Chiquillo vente conmigo
No quiero para pegarte, mi vida
¡ya sabes pa’ lo que digo!
No recuerdo el nombre de la
mencionada tía abuela, pero sí los detalles de sus tareas de asistente de la
cupletera Raquel Meller; que no se llamaba así sino Francisca Marqués López, pero
por amor a un oficial alemán o belga (Möeller, según cuenta la leyenda), había españolizado
el apellido; de este modo, le quedó un exótico nom de scène con
el que llegó a fascinar al propio rey Alfonso XIII. La Meller usaba
vestuarios colmados de mantillas, mantones de Manila y volados que le exigían a
nuestra parienta tener que andar de aquí para allá con la plancha (todavía de
carbón), revoleando marabúes, tocados y vestidos de sedas llegadas de Oriente.
Cada vez que mi madre contaba la historia de la tía abuela, le agregaba algún condimento sabroso
como, por caso, que la ayudanta debía encerrarse en los roperos de los camarines
cuando llegaban los amantes de la diva. Situación ésta que a la gente pequeña
nos despertaba una intriga que aún no podíamos descifrar...
Exhibir esa cercanía
familiar con la reina del varieté catalán, que también hizo una gran carrera internacional,
le daba a mi madre la oportunidad de arremeter con su bella voz de soprano un rosario
de coplas que comenzaba siempre por la archiconocida Ojos verdes. Esta famosa canción que nos contaba ella -emocionada,
con su pasión republicana intacta- el mismísimo Francisco Franco había mandado censurar,
y hasta intentó prohibirla para que no se difundiera por radio, pese a que se
había transformado en un éxito que sonaba por toda España a partir de la
versión gramofónica de 1937 entonada por Concha Piquer, que ya era una estrella
del género. Pero la romántica canción (en cuya letra, me vengo a enterar años
después, participó el mismísimo García Lorca) sobrevivió a partir de un cambio
en su primera línea. Estos son los versos originales:
Apoyá en el quicio de la
mancebía,
miraba encenderse la noche de mayo…
Pero el Caudillo logró que
sus escribas la transformaran en
Apoyá en el quicio de mi
casa un día
miraba encenderse la noche de mayo
no fuera cosa que el pueblo
advirtiera que se hablaba de un burdel, que eso era una mancebía. Un poco
quedado, el cantante Raphael la grabó en los años ’90 con la letra pasada por
el filtro franquista. Pero, afortunadamente, desde la muerte del Generalísimo,
a ningún otro intérprete se le ocurrió estar en el quicio de su casa al cantar
esta canción.
Volviendo a aquellos
momentos, tengo que confesar que solía divertirme mucho como buscador de
palabras supuestamente pecaminosas en el diccionario. De este modo, pude deducir
que la célebre canción remitía a muchachas de vida ligera y no a una virginal
señorita que riega la albahaca (como la que canta el Caballero del Alto Plumero
en una zarzuela) en la puerta de casa. El vocablo “puta” no se pronunciaba en ese
entonces, pero los niños no deconstruidos nos reíamos pícaramente pensando en
esa palabra. Y a mi mamá la acompañábamos todos cantando a los gritos el
estribillo
Ojos verdes,
verdes como la albahaca,
verdes como el trigo verde,
del verde, del verde limón.
Aunque mi madre pasaba por
etapas muy melancólicas, creo que siempre se salvaba gracias a cantar a viva
voz sus canciones españolas. Desde coplas a arias de zarzuelas que nunca supe bien
cómo las había conocido, porque en mi casa no había discos de cantantes de ese origen, ni
menos versiones de ese género alguna vez injustamente llamado
"ínfimo". Había, sí, algunos tangos, mucha música clásica y bastante
jazz. Deduzco que ella las aprendió de chica escuchando la radio, fuente
de aprendizaje para mucha gente en la década del ’30.
Pero lo cierto es que mi
madre me dejó en la memoria casi todo el repertorio de la Meller: La Violetera, Ven y ven y ven, Tengo miedo
torero (sí, como la novela de Pedro Lemebel); pero la que más me
divertía era Ay, Cipriano, que dice
así:
Ay, Cipriano, Cipriano,
Cipriano...
No bajes más la mano,
No seas exagerao.
También me encantaban La Mazurca de las Sombrillas, de Luisa
Fernanda, esa que dice:
Con voz muy queda canta el amor.
A la sombra de una sombrilla son ideales
Los madrigales a media voz
y, especialmente, La canción de las espigadoras, de La rosa del azafrán, en cuya letra las trabajadoras se lamentan así en la mañana muy tempranito:
Ay, ay, ay, ay, qué trabajo nos manda el Señor
Todo el día a los aires y al sol
Las personas que no saben nada sobre mi madre y sus cantares, no entienden muy bien que alguien como yo, con semejante apellido del que soy portador, pueda cantar de memoria y con énfasis trozos completos de zarzuelas y otros temas populares españoles. Si me están leyendo, ya tienen la explicación.
Hay una canción que evoca
la presencia de mi madre como ninguna. Una canción infantil catalana que ella
me enseñó llamada Baixant de la Font del
Gat. Ella no hablaba esa lengua, pero la entendía gracias a su padre. Es
decir, mi abuelo Jacinto.
Baixant de la Font del Gat
una noia, una noia,
baixant de la Font del Gat
una noia i un soldat…