Diccionario caprichoso de infancia. Primera entrega

Por María José Eyras


Las palabras en desuso, las que escuchábamos en otras épocas, no respetan orden alguno, aparecen de improviso, son como el encuentro fortuito con un viejo amigo, un día cualquiera, en una esquina impensada; irrumpen en la mente, en la conversación, se destacan como una pincelada de naranja sobre un plano gris.

¿Cómo ordenarlas, entonces? El alfabeto, la opción obvia, no es posible de aplicar a ese espíritu, a ese gusto por lo aleatorio, ni a la forma en que van surgiendo. Pero sigue siendo necesario agruparlas de alguna manera, acaso por cierta caprichosa cercanía, por familia, desde el placer del rescate y la asociación libre.

Aquí van, entonces, las primeras nueve:

Chambón, chambona: Se dice de alguien torpe, tonto, que toma una decisión equivocada o se pierde de algo porque, según el punto de vista de quien lo descalifica, no se daría cuenta de qué es lo que le conviene y qué no. Chambonada: desacierto propio del chambón.

Zanguango: Así como el adjetivo chambón remite al error, la falta de criterio, el sonoro zanguango habla de un cuerpo torpe, de movimientos poco controlados, tiene en su musicalidad algo del balancearse de un mono (con el debido respeto a nuestros simpáticos ancestros). 

Zopenco: Otra manera de referirse a alguien tonto, torpe, con un matiz más fuerte que el anterior. (¡Qué pedazo de zanguango! ¡Es un verdadero zopenco!)

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Cobija: Manta que se coloca sobre las sábanas y bajo el cubrecama o acolchado. Sinónimo de la utilitaria frazada con sonoridad amorosa, remite a resguardo.

Cubrecama: Como la cobija, el cubrecama va siendo reemplazado por la colcha, el edredón o el acolchado. Y ya está en extinción en países donde usan una suerte de sobre para durmientes que evita todo el trabajo de tender una y otra vez la cama.

Quillango: Manta hecha de pieles cosidas (a menudo, de guanaco) que en los días de bajas temperaturas se sumaba a las cobijas y al cubrecama, para dar un calorcito extra a almas y pies fríos.

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Arrastrar el ala: Expresión muy siglo XX, cuando no estaba bien visto que las mujeres tomaran la iniciativa en cuestiones amorosas. Se decía de la actitud de un varón que gustaba de una mujer y la seguía, la acompañaba, tenía atenciones o gestos con la intención de conquistar sus favores.

La imagen provendría de la danza de cortejo del gallo, en la que éste camina en círculos alrededor de la gallina arrastrando, precisamente, sus alas.

Arrimar el bochín: Manera de decir de alguien que se acerca a algo deseado.

Se origina en el juego de bochas en que cada jugador dispone de 4 tiros para arrimar al bochín. Quien coloque más cerca una de sus bochas será el ganador.

Giro cercano al anterior – arrastrar el ala– pero si éste describe más bien un estado de cosas, un gerundio, en cambio, arrimar el bochín implica un guiño de inicio, una decisión.

Echar el ojo: Elegir una persona o cosa que nos interesa, observarla y estar atentas a su presencia, sus movimientos. (¡Ya le echaste el ojo al profesor nuevo!)

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