Por María Inés Sancerni
Alfonsina Storni en Mar del Plata, 1936 |
Durante mucho tiempo, ella me leyó textos de Poldy Bird. (De más grande
me reía un poco
de esa elección. No sé en qué momento se armó la prejuiciosa idea de que esos
relatos eran un poco “grasas” o demasiado “sensibleros” o demasiado no sé qué o
no sé cuánto).
Cuentos para Verónica, Cuentos
para leer sin rimmel, Palabras para mi hija adolescente...
Conservo los libros, pero aún no tengo el valor, a mis cincuenta y
habiendo perdido a mi madre hace tres, de volver a leerlos. Quiero quedarme con
la sensación en la piel -y en el alma- de todo el amor que mi mamá depositaba
en esa ceremonia entre nosotras, sin ponerme a juzgar qué calidad realmente
tenían dichas narraciones o qué opinión me merecen ahora.
Más adelante, no puedo precisar exactamente cuándo, en esas hermosas
noches de intimidad apareció, como una revelación para mí, la grandiosa poetisa
-así la nombraba mi mamá- Alfonsina Storni.
Me gustaba tanto (¡tanto!) escucharla leer sus poemas…
Todo el universo Alfonsina era para mí grandioso: sus desencuentros
amorosos, su alma rota, su desesperación interna, su ser mujer, su deseo, su lucidez,
su profunda melancolía y sobre todo, la presencia del mar.
No hay nada que me guste más en esta vida que el mar. Me tiene a sus
pies desde que lo conocí. Muero por él y su inabarcable belleza. Me hace bien. Me
calma. Me juega. Me vitaliza. Me abisma. Y me vuelve a calmar.
Cuando supe que Alfonsina había muerto entrando en sus aguas sin
retorno, me pareció terriblemente triste su decisión. Pero también de una valentía,
de una coherencia, de una belleza extraordinarias. Hasta su muerte había sido
poética…
Y figura erguida, entre cielo y playa, sentirme el olvido perenne del
mar
De todos los poemas de Alfonsina que habremos leído con mi madre, Dolor me
quedó grabado hasta el día de hoy. Como una música que llega de lejos porque la
fiesta es en otra parte, pero que llega hasta mí con esa melodía, me
viene a la mente el primer verso:
Quisiera ésta tarde divina de octubre, pasear por la orilla lejana del
mar…
Pasaron los años y me convertí en actriz. Encontré mi identidad
actuando.
Y entonces, creo… Más bien, estoy absolutamente segura de que ese encuentro
con la vocación y con el campo de lo sensible; esa manipulación a conciencia de
imágenes y emociones, el paisaje poético que una trata de desplegar en el puro
instante de la actuación; esa masa invisible pero absolutamente perceptible que
se mueve allí, entre una y el público, para mí tiene su origen en aquellas
hermosas lecturas compartidas con mi madre.
Y, por supuesto, en el descubrimiento de Alfonsina y su poema Dolor.
Quisiera esta tarde divina de
octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
Este texto fue presentado el 19 de junio de 2020, en el
concurso "8 formas de identidad" organizado por TxI
durante la pandemia.
Entre el 2 de mayo y el 27 de
junio, se repone en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034) el muy
recomendable espectáculo Lorca, el teatro bajo
la arena, con actuación de María Inés
Sancerni, Manuel Attwell, Claudia Cantero, Rafael Federman, Agustín Gagliardi y
Nicolás Levín. Dramaturgia y dirección de Laura Paredes.