Razones científicas para huir del feminismo

Sufragista con pantalones debajo de su falda.
Desfile en Chicago, 6-6-1916

Es cosa resabida que las feministas provocan el justificado disgusto de los varones de pelo en pecho, como, por ejemplo, el prestigioso médico y científico hispánico Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), cuyo ideario en torno de la emancipación de la mujer quedó claramente plasmado en su ensayo 
La mujer (publicado en Madrid por primera vez en 1932, y en Buenos Aires, por Editorial Glem, en 1944), apropiadamente prologado por Margarita Nelken, quien alude a “esa figura demasiado reñida con feminidad que es el sufragismo a la Pankhurst " y elogia fervorosamente la agudeza de Ramón y Cajal, “rezumante de ternura para con el sexo que él ve que encarna el devotísimo recuerdo de su madre, y también en el amoroso respeto hacia la madre de sus hijos”. SRyC no fue, precisamente el único caballero de ciencia que pontificó por aquellas fechas sobre los límites físicos, fisiológicos y psicológicos de la mitad más una de la humanidad: Roberto Nóvoa Santos (1885-1933) dejó sólidas monografías donde demostraba “fehacientemente la inferioridad femenina” en determinados rubros, compartiendo con el doctor Gregorio Marañón este discurso muy de moda en la ciencia europea, concretamente en Alemania. RNS publicó, por ejemplo, Las pruebas anatómicas de la pobreza mental de las mujeres, donde proclamaba la superioridad natural de los varones.

En el capítulo “En torno al feminismo”, dice don Santiago Ramón y Cajal que “lo que las extremistas del feminismo llaman emancipación de la mujer no es en el fondo sino la imposición del formidable yugo del trabajo agotante, sin la compensación consoladora del amor y la familia”. Para corroborar este aserto, el pensador cita el siguiente episodio histórico: “Cuando ilustres biólogos produjeron experimentalmente en varias especies asexuadas la partenogénesis artificial —fecundación del óvulo mediante diversos agentes químicos o físicos—, cuenta Terrier que ciertas fanáticas feministas lo felicitaron calurosamente con estas palabras: ‘Por fin está próximo el día en que podamos procrear hijos sin el odioso y humillante concurso del hombre’”. Como al parecer luego se comprobó que, en condiciones tales, la descendencia se compone exclusivamente de machos, Ramón y Cajal subraya la inconsciencia del “feminismo extremoso que aspira a estas dos frioleras: 1) desaparición absoluta de la mujer (puesto que sin varón no se produce la hembra); y 2) aniquilamiento definitivo y radical de la raza humana. ¡Bonito porvenir!”.

En consecuencia, el feminismo conduce inexorablemente a un círculo vicioso: “Cuanto más derechos políticos y facilidades para el trabajo extradoméstico se otorguen a la mujer, más se apartará a los hombres del matrimonio. Y cuanto menos matrimonios, más invasora y exigente se mostrará la mujer, atormentada por el abandono, el sobretrabajo y la imposibilidad de satisfacer, decorosa y legalmente, sus íntimas y sacrosantas aspiraciones de maternidad”.

¿Hace falta agregar algo más a tan sabias y edificantes palabras? Pues sí: “Aun cuando las uniones legales no descendieran, el niño mal atendido y el marido mal cuidado presagian la degradación de la raza. Lejos pues de resolverse, el conflicto se enconará día a día”. Y por si alguna disidente siguiera soñando con igualdad de derechos y oportunidades, Ramón y Cajal le pone la tapa: “Al reclamar la mujer los privilegios políticos del hombre y el ejercicio de toda clase de oficios mecánicos, está pidiendo, sin pensarlo, el derecho a la fealdad y a la vejez prematura”. ¡Hala, entonces, hijas: a vuestras labores inherentes!