Por Carla Leonardi
Basada en las memorias
de Priscilla Presley, Elvis and me, escritas en
coautoría con Sandra Harmon y publicadas
en 1985, el prólogo nos presenta a la protagonista en los preparativos
de convertirse en “Priscilla Presley”, es decir, en la pareja del ídolo
consagrado del rock Elvis. En esta línea, y adoptando el punto de vista
de la protagonista, la película puede leerse como el tránsito que narra la
construcción de la identidad, en un arco que va desde la hija adolescente del
matrimonio Beaulieu, pasando por Priscilla Presley, hasta la Priscilla a secas
que da título al largometraje.
Aburrida en una base
estadounidense en Alemania en 1959, donde se trasladó la familia Beaulieu
siguiendo el destino del padre en tanto parte del ejército norteamericano,
cierto día, la joven Priscilla Beaulieu (Cailee Spaeny) es invitada a una
fiesta en la casa del ya célebre cantante Elvis Presley (Jacob Elordy), que fue
reclutado. El encuentro en esa reunión da lugar al flechazo: estando ambos libres
de compromiso, comienzan a frecuentarse e inician un vínculo romántico,
debiendo superar la reticencia de la familia Beaulieu, que no ve con buenos
ojos el vínculo de su hija con un joven famoso que la supera en edad, ya que Priscilla
tenía tan sólo 14 años y él era diez años mayor.
Cuando Elvis regresa a Estados Unidos en 1962, la separación será penosa para Priscilla. Testigo de romances varios de Elvis que comunicaban las revistas, se cree olvidada, pero para su sorpresa, recibe una invitación a mudarse con él a la mansión que el cantante hizo construir para su ya fallecida madre en Memphis, Graceland. Aquí es donde se forja su trasformación en Priscilla Presley, que se evidencia en el cambio físico y en el tipo de vestimenta que comienza a utilizar, más lujosa y más ceñida. Priscilla es moldeada por Elvis en su apariencia, portando los atributos fetichistas que causan el deseo masculino: cabello color negro, largas pestañas postizas, ropa sexy.
Bajo pretexto de que
no puede dejarse ver fuera de la mansión por los fanáticos y los reporteros,
queda confinada a esperar a su marido, dedicada a los cuidados de su hija, aprisionada
en su torre de marfil -representada por el portón de hierro forjado de la
propiedad y las múltiples ventanas cerradas-. Esta situación se agrava a
partir de los episodios de violencia que se suscitan en Elvis debido a su
dependencia del consumo de diversas pastillas. La iluminación siempre en
penumbras en el interior de la casa que contrasta con la luminosa libertad de
los exteriores, traduce también la atmósfera emocional de ominosa pesadumbre en
que poco a poco se va viendo sumida la protagonista.
La diferencia
sustancial de Priscilla respecto de otras
películas de la filmografía de Coppola es que aquí la cineasta nos ofrece a una
protagonista que no es derrotada por un entorno que se manifiesta como un orden
de hierro implacable en lo que hace al deseo femenino por un hombre y que
desencadena la tragedia (con claros ecos a La casa de Bernarda Alba de García
Lorca). Priscilla logra empoderarse y descubre una solución en el retorno a su
esencia y en el armado de una vida propia.