Hacia la asunción de un nombre propio

Por Carla Leonardi


A poco de comenzar a ver Priscilla (2023), se reconoce que estamos ante una película de Sofía Coppola. En su último trabajo, la directora vuelve al drama romántico y al coming of age, a una estética realista que dirige una mirada hacia el pasado o que se ambienta en una época anterior para tratar la iniciación en el amor y la sexualidad en la adolescencia, el encierro y la búsqueda de una identidad; es decir, tópicos que la caracterizan como autora y que puede rastrearse desde sus inicios en Las vírgenes suicidas (1999)

Basada en las memorias de Priscilla Presley, Elvis and me, escritas en coautoría con Sandra Harmon y publicadas en 1985, el prólogo nos presenta a la protagonista en los preparativos de convertirse en “Priscilla Presley”, es decir, en la pareja del ídolo consagrado del rock Elvis.  En esta línea, y adoptando el punto de vista de la protagonista, la película puede leerse como el tránsito que narra la construcción de la identidad, en un arco que va desde la hija adolescente del matrimonio Beaulieu, pasando por Priscilla Presley, hasta la Priscilla a secas que da título al largometraje. 

Aburrida en una base estadounidense en Alemania en 1959, donde se trasladó la familia Beaulieu siguiendo el destino del padre en tanto parte del ejército norteamericano, cierto día, la joven Priscilla Beaulieu (Cailee Spaeny) es invitada a una fiesta en la casa del ya célebre cantante Elvis Presley (Jacob Elordy), que fue reclutado. El encuentro en esa reunión da lugar al flechazo: estando ambos libres de compromiso, comienzan a frecuentarse e inician un vínculo romántico, debiendo superar la reticencia de la familia Beaulieu, que no ve con buenos ojos el vínculo de su hija con un joven famoso que la supera en edad, ya que Priscilla tenía tan sólo 14 años y él era diez años mayor.

Cuando Elvis regresa a Estados Unidos en 1962, la separación será penosa para Priscilla.  Testigo de romances varios de Elvis que comunicaban las revistas, se cree olvidada, pero para su sorpresa, recibe una invitación a mudarse con él a la mansión que el cantante hizo construir para su ya fallecida madre en Memphis, Graceland. Aquí es donde se forja su trasformación en Priscilla Presley, que se evidencia en el cambio físico y en el tipo de vestimenta que comienza a utilizar, más lujosa y más ceñida. Priscilla es moldeada por Elvis en su apariencia, portando los atributos fetichistas que causan el deseo masculino: cabello color negro, largas pestañas postizas, ropa sexy.  


Pronto el entusiasmo del primer amor de juventud se diluye, pues Elvis posterga la consumación sexual con Priscilla. Entretanto, él continúa sus romances con otras mujeres en los rodajes cinematográficos y las giras musicales. Se va rompiendo el encantamiento del cuento de hadas de la princesa que accede a una vida soñada rescatada por el príncipe azul. La mansión -al igual que la casa de la familia Lisbon en Las vírgenes suicidas- deviene una trampa carcelaria.  El obsesivo Elvis maneja la angustia que le produce el deseo femenino convirtiendo a la mujer en esposa primero y en madre después; mata así su propio deseo hacia ella y el de ella misma.  Este es el derrotero que sigue nuestra protagonista, ahora madre de Lisa Marie Priscilla.  

Bajo pretexto de que no puede dejarse ver fuera de la mansión por los fanáticos y los reporteros, queda confinada a esperar a su marido, dedicada a los cuidados de su hija, aprisionada en su torre de marfil -representada por el portón de hierro forjado de la propiedad y las múltiples ventanas cerradas-. Esta situación se agrava  a partir de los episodios de violencia que se suscitan en Elvis debido a su dependencia del consumo de diversas pastillas. La iluminación siempre en penumbras en el interior de la casa que contrasta con la luminosa libertad de los exteriores, traduce también la atmósfera emocional de ominosa pesadumbre en que poco a poco se va viendo sumida la protagonista. 


Sofía Coppola claramente trabaja cuestiones vinculadas a sus intereses personales como realizadora, que se alinean con la agenda feminista. Como se dijo, la directora enmarca su narración desde las peripecias del primer amor con su idealización e inexperiencia, hasta el desgaste que trae aparejado el paso de los años, sumado a los avatares de sostener el vínculo con alguien cooptado por el estrellato y dañado por las presiones que la siniestra voz del Coronel Parker -su manager- impone a su carrera musical. El contexto que traza la directora permite comprender a los personajes, sin juzgarlos ni justificarlos; los responsabiliza en su justa medida por las decisiones que han ido tomando. 

La diferencia sustancial de Priscilla respecto de otras películas de la filmografía de Coppola es que aquí la cineasta nos ofrece a una protagonista que no es derrotada por un entorno que se manifiesta como un orden de hierro implacable en lo que hace al deseo femenino por un hombre y que desencadena la tragedia (con claros ecos a La casa de Bernarda Alba de García Lorca). Priscilla logra empoderarse y descubre una solución en el retorno a su esencia y en el armado de una vida propia.