Por Guadalupe Treibel
Incluso si la autenticidad de mis cenizas
estuviera certificada, tampoco me gusta la sospecha de que mis deudos se
decanten por un relicario que contenga los restos jibarizados. “Polvo eres y en
polvo te convertirás”, nos sermonea el Génesis. Y sí, la obviedad por los
siglos de los siglos, amén. El tema es cumplir el mandato bíblico con una
metamorfosis que más o menos se ajuste a ciertos principios de la vida vivida.
Y ya que el mundo se está yendo al garete, no estaría nada mal tener un buen
gesto finalísimo… ¿Qué tal aportar al compostaje humano?
Parece que volverse abono en un contexto
controlado está entre las alternativas más amigables con el medioambiente.
Según he leído, funciona del siguiendo modo: te acuestan en una cama de acero
inoxidable; te cubren con virutas de madera, alfalfa y paja -si se quiere, algunas
verduritas-; te dejan reposar por un mes para que los microbios -del propio
cuerpo y de las plantas- hagan su gracia. Después, ciertos profesionales
examinan con lupa el resultado para remover remanentes no orgánicos -por
ejemplo, implantes o marcapasos-. Con aire y temperatura propicios y bien monitoreados,
dejan secar y curar la materia. Después
de todo este proceso, que dura entre cinco y siete semanas, finalmente entregan el resultado final. Es
decir, abono sano y fértil, ideal para el jardincito de la casa. O el huerto,
si lo hubiere.
Ya existe esta práctica en varios lugares de
Estados Unidos, mientras países como Bélgica y Francia debaten cambiar sus
leyes para adoptar el procedimiento y combatir así la emisión de carbono y el
despilfarro de recursos naturales que implican los costumbres tradicionales; o
sea, que te incineren o -peor- que te entierren en un ataúd clásico, todavía
más socorrido que los féretros biodegradables. Ojo, el compostaje humano sale
un buen dinero, pero ¿para qué están los ahorros… de mis familiares y amigos de
convicciones en favor de la ecología? De
este modo, quedarían liberados de cumplir mi última -e ilegal- voluntad
anterior -previa al compostaje- cuando solía inclinarme por las peculiares
exequias de ciertas zonas de Madagascar...
Pienso que con este plan de abonar la tierra,
en cambio, todos salimos ganando. Ellos cumplen con sus ideales de energías
sostenibles; yo, no hace falta reiterarlo, dejo al irme al otro barrio una
huella de carbono bajísima después de años de tomar recaudos en ese sentido
-separar residuos, no tener coche, usar bolsita de tela...- y de mantener la
decisión que considero la más amigable con el medio ambiente: no tener hijos.
Con el compostaje, acaso sumaría otro poroto con la Naturaleza, pidiéndole
disculpas desde ahora por no saber cuán nutritiva seré con la cantidad de
conservantes y microplásticos que seguramente traigo encima. Entonces, sí, está
decidido: mañana mismo empiezo a tomar recaudos para no pescarme Ébola, una
enfermedad priónica o tuberculosis, que me dejarían fuera de juego, según la
letra chica. De otros detalles burocráticos, ya me ocuparé luego. Aunque si la
guadaña se adelantase, a mis conocidos les digo: hágase mi voluntad o volveré
como fantasma a susurrarles en loop al oído Si tú no estás aquí, de Rosana. Así de implacable sería la
vendetta.