Diva en la pantalla, antidiva en la vida

Por Sebastián Spreng


Antes de que el teléfono celular y su prole de tik tok, youtube, redes sociales y añadiduras acabara con lo poco que quedaba del pudor y del misterio, en la hoy lejana década del ochenta una película boutique hacía furor entre los amantes de la música, los aficionados al film noir y por si esto fuera poco, despertaba interés por el género lírico a miles de jóvenes que caían subyugados por obra y gracia de su música.

Justamente, ese largometraje tenía misterio y pudor, dejaba entrever, no revelaba sino que sugería. Se llamaba Diva, aunque no coincidía con las obvias asociaciones del término: temperamento furioso, caprichos y desplantes típicos relacionados con intempestivas cantantes líricas. Aquí la Diva en cuestión era lo opuesto, un personaje casi onírico que representaba la idealización de aquel joven cartero parisino motorizado cuya única obsesión era registrar a su cantante fetiche, “Cynthia Hawkins”, una famosa soprano cuyo máximo capricho era no dejarse grabar. En este sutil juego de gato y ratón, la diva era interpretada por Wilhelmenia Wiggins Fernández, soprano norteamericana que fue catapultada a meteórica fama, y de cuyo deceso a los 75 años da cuenta la prensa en febrero de 2024.

Vale anotar que en esos años, el advenimiento del disco compacto  -más fiel y sin frituras daría visos de eternidad al negro vinilo- generó incontables nuevas grabaciones. Hasta entonces, el melómano contaba con un número reducido de registros comerciales y cada ansiada nueva edición era festejada, criticada y comparada con sus rivales anteriores, era parte del juego de rigor. Al mismo tiempo, estaban aquellos que a escondidas lograban grabar en vivo, eran las famosas grabaciones “piratas” tan codiciadas como costosas, no importaba la calidad del sonido sino salirse con la suya e inmortalizar el hecho artístico. Sin ir más lejos, la célebre soprano turca Leyla Gencer fue etiquetada “La reina de las piratas” porque la mayoría de su legado se basa en estos registros. Y aquí aparece otro enlace entre el mundo de la ópera y la “Cynthia Hawkins” del film de Jean-Jacques Beineix, quien comenzó a planear una película sobre el tema luego de deslumbrarse con Jessye Norman en las Wesendonck Lieder en Burdeos. De hecho, en más de una ocasión, la mismísima Norman reveló ser el origen de la historia del cartero y la diva del film.

En principio, Beineix quería a Barbara Hendricks, la bella soprano norteamericana «adoptada» e idolatrada en Francia; al no hallarse disponible, por consejo de la experta Isabelle Masset asistió a una Bohème en el Palais Garnier con Kiri te Kanawa y Plácido Domingo. Y en la Musetta de Wilhelmenia Fernández halló la diva para su film; hasta su nombre exótico añadía una cuota de interés. Arropada por la música de Vladimir Cosma, en el théâtre des Bouffes-du-Nord – “templo” de Peter Brook – la soprano hechizará con solo un aria: Ebben ne andró lontana de La Wally de Catalani. Su serena autoridad, elegante estampa y un metal que vagamente evocaba a Callas bastarán para poner de moda el aria desempolvándola del vetusto verismo; algo semejante sucedería años después con otra aria del período, La mamma morta, inmortalizada por la vera Callas en Philadelphia.

El súbito estrellato fue un arma de doble filo para la voz esencialmente lírica de Wilhelmenia Fernández. Nacida en Filadelfia, educada en la AVA local y perfeccionada en Juilliard de Nueva York (donde conoció a su primer marido, Ormon Fernández, padre de su hija Sheila) y la Scala con Nicola Moscona, su carrera avanzaba sin obstáculos desde su debut en Houston, en Porgy & Bess. La fama de Diva trajo más Musettas, a Euridice, a Margarita en Fausto y la posibilidad -nunca concretada- de Traviata dirigida por Ponnelle al igual que Luisa Miller en el Met. En cambio, a recitales de Lieder Spirituals sumó Donna Elvira, Leonora, varias Tosca, Carmen y su hermana Carmen Jones en el Old Vic que le valió el Premio Olivier además de la consabida Aida –que cantó hasta en las pirámides de Luxor–, personaje que desgraciadamente encasilla a las sopranos afroamericanas sin importar si poseen los medios para encararla. No todas son Leontyne Price o Martina Arroyo, y Wilhelmenia (como en su momento la jovencísima Jessye Norman) abandonó sabiamente a la princesa etíope para refugiarse en papeles menos demandantes. Luego de veinticinco años de carrera, Fernández se retiró junto a su marido Andrew William Smith (fallecido en 2018), barítono y profesor universitario en Lexington, Kentucky donde no solo enseñó en conservatorios y universidades (una de sus discípulas es la ascendente soprano Michelle Bradley) sino que dirigió el coro de niños de la iglesia, el mismo ámbito donde comenzó a los cinco en su ciudad natal, hasta no hace mucho. 


Como detalle anecdótico, tuve la oportunidad de entrevistarla a raíz de su debut en Miami en un recital de cámara en 1983, en plena efervescencia de Diva. A decir verdad, fue mi primera incursión aventurándome como reportero y de la que salí ileso con mi frágil inglés gracias a su dulzura y paciencia proverbiales que allanaron todo obstáculo. Vaya mi agradecimiento eterno a la antidiva de Diva que literalmente me hizo ese reportaje que fuera publicado en el Buenos Aires Herald en una versión cercenada y bastante discutible. No obstante, misión cumplida.

Así, Wilhelmenia Fernández se une a la honorable lista de pioneras que dieron visibilidad y popularidad a cantantes de ópera afroamericanos, en su caso enfatizando en el ámbito cinematográfico; ese es su más preciado legado, el haber conquistado nuevos públicos y el haber despertado el interés por la ópera con apenas un aria y una presencia inolvidable. Su generación había visto el triunfo de Price, Arroyo, Grist, Verrett, Bumbry y en aquel momento competían Hendricks, Battle, Alexander, Quivar y Norman, por mencionar solo algunas. Su tarea fue simbolizarlas a todas- y lo hizo muy bien- resumiéndolas en una diva enigmática e inasible, ese mismo objeto de adoración que Fellini retratará luego en Y la nave va con un devoto viendo una y otra vez el film de la diva amada mientras inexorablemente se hunde el barco, su mundo y el nuestro. 


*WILHELMENIA WIGGINS FERNANDEZ (5 DE ENERO DE 1949, PHILADELPHIA-2 DE FEBRERO DE 2024, LEXINGTON, KENTUCKY)