De Tebas con amor

Por Florencia Bendersky

Foto tomada por FB

Queridas lectoras y lectores, comienzo esta nueva columna con el consabido: “Desde estas hermosas playas...”, ya que escribo de vacaciones en un apart frente -literalmente- al mar. El idílico sonido de las olas me hace sentir casi como Hemingway, aunque no tengo daiquiris ni mojitos; sí algunos mosquitos rondando, pero no creo que la sinécdoque produzca el mismo efecto. Podríamos decir que la fantasía de la autora escribiendo en estas condiciones está cumplida. Y como toda fantasía, derrotada ya que escribo en una tablet con un teclado portátil extremadamente frágil y, lo más importante del caso, no hay ninguna Musa costera que pueda asegurarme la visita a playas argentinas en el mes de marzo. Sobre todo, teniendo en cuenta que debería ser una Musa jubilada, y este no estaría siendo un gran momento para los jubilados.

Esto de las Musas, es un concepto heredado de los griegos, cuyos dioses siempre han considerado a la humanidad como un grupo de animales carentes de talento y con necesidad de guía. Y si bien esto siempre me ha parecido un poco soberbio de su parte, viendo la realidad actual, diría que se quedaron cortos.

Otra cosa interesante de la cultura griega que hemos heredado es el Oráculo, ese elemento que permitía ser consultado, y a través de él, obtener respuesta de los dioses. Pero, he aquí la trampa, el Oráculo no permite cambio de destino. Esta especie de Gps de los dioses ha marcado mucho de nuestro inconsciente colectivo (por lo menos el de Occidente, aunque creo que Oriente tampoco se salva, y tiene los propios). Tomemos como ejemplo el Oráculo de Delfos de Edipo rey, la obra de Sófocles que determinaría las reglas sociales, políticas y del psicoanálisis de nuestro mundo actual.

El argumento es muy conocido: Layo, el rey de Tebas, consulta al Oráculo para ver qué onda. Y el augur le dice que si tiene alguna vez un hijo, este lo va a matar y luego se casará con su esposa (la de Layo). Pero, como no había ESI en Tebas, Layo igual tiene un hijo con Yocasta (su mujer). Para evitar el destino que el Oráculo le dictó, manda a matar a su vástago. El encargado de hacerlo termina abandonando al niño en el bosque. Al rato, pasa un pastor amable y compasivo que rescata a la criatura y se la entrega a otro rey que lo adopta y que, junto a su mujer, decide llamarlo Edipo. 

Edipo crece príncipe, nadie le dice que es adoptado. Sin embargo, él intuye que algo raro pasa y se va a consultar al Oráculo, que evidentemente estaba muy de moda. Acá es dónde el destino (otro invento de esa época) actúa y el Oráculo, que tiene un perverso humor negro -o una imaginación muy limitada- le dice que va a matar a su padre y a casarse con su madre. Horrorizado frente a semejante vaticinio, Edipo huye de su casa para justo encontrarse en un camino con el rey Layo al que -oh, fatalidad- mata. A continuación, prosiguen los concursos de preguntas y respuestas en boga. Edipo termina obviamente casado con Yocasta y tiene cuatro hijos (entre ellos, la futura famosa Antígona). Cae entonces una peste sobre Tebas, Edipo vuelve a consultar al Oráculo,  que finalmente le cuenta la verdad. Yocasta se entera que ese hijo desterrado es su esposo y se suicida. Edipo horrorizado, se arranca los ojos.

Foto tomada por FB

Hay varias conclusiones para sacar aquí: la primera es para quienes gobiernen un reino y tengan sexo con sus familiares más cercanos; probablemente, les caerá una plaga y terminarán ciegos o en el mejor de los casos, muertos (quedan avisados…). La segunda tiene que ver directamente con el concepto de los oráculos y esa manía que tenemos de no soportar la incertidumbre respecto del futuro. El oráculo está pensado como un hacedor de tragedias; no existen oráculos para que te vaya bien, sépanlo. El conocer el futuro trae consigo la maldición de lo inalterable. Imaginemos que el padre de Edipo no hubiera consultado al oráculo (o que hubiera tenido ESI en el colegio): su hijo habría sido un niño bueno capaz de ganar en Odol pregunta y de dedicarse a instruir sobre otros dioses por TV; Freud podría no haber culpado de todos los males a las madres, y la sociedad argentina jamás habría leído un horóscopo de Horangel, un win win.

Considerando que hubo mitología griega hace añares, vale preguntarse qué pasa en nuestra sociedad actual que sigue haciendo de los oráculos una fuente inagotable de recursos: desde la astróloga hasta la consultora que anuncia quien será el próximo dictador de un país, pasando por la big data, para terminar en la inteligencia artificial alimentada ¿adivinen por quienes? Sí, por los algoritmos humanos que aprendieron de… el Oráculo. Parece el cuento de la buena pipa.

La pregunta que acaso ustedes (si es que siguieron leyendo) se están haciendo ahora es: ¿qué hacemos entonces con esta vida que parece diseñada para nosotros? La verdad es que yo no pretendo ser un oráculo, pero se me ocurren un par de estrategias para por lo menos no sentirnos tan estúpidos. La primera y más axiomática sería no consultar los oráculos. Sé que suena casi imposible, pero si nos ejercitamos entre todos, quizá logremos por lo menos darle un buen susto al famoso destino. Lo otro que se me ocurre, es empezar cada una y cada uno de nosotros a ser nuestros propios oráculos y sabiendo que, el sistema es que evitaremos hacer lo que nos digamos, pero de todas formas sucederá lo que nos digamos, nos vaticinemos hermosos futuros, donde los reinos o los gobiernos sean espacios de real justicia, donde la cultura, la salud y la igualdad social sean los destinos de toda la humanidad.

En otras palabras, creo que llegó la hora de hackear el oráculo.

Si, lo sé: digo esto de vacaciones, desde estas hermosas playas, pero les juro que no voy a hacerle caso al pronóstico del tiempo que dice que lloverá toda la semana. Solo voy a quedarme aquí, mirando el mar y evitando los mosquitos. Eso sí, hoy voy a comprar todos los ingredientes para hacerme unos sabrosos mojitos.