Por Moira Soto
Flyer de La Paciencia. Crédito Vircha Rojas |
Cumplir agotadores horarios que incluyen las guardias nocturnas, perturbando la vida personal; tener que lidiar con el estrés de estar largo tiempo de pie, yendo de un/a paciente a otro/a, cada cual con sus respectivos humores y reclamos, más los de los parientes cercanos quejosos; escuchar demandas y ruegos de dolientes que no pueden cumplir sin transgredir las reglas; con el requisito de manipular los cuerpos vulnerando inevitablemente pudores, intimidad; mantener el uniforme impecable -o cambiarlo- durante todo el turno; decir mentiras piadosas por compasión o para soslayar el asedio… Asistir a los/as moribundos/as, a veces en total soledad. Y todo para recibir un mezquino salario por tanto desgaste físico y emocional.
Valeria Giorcelli en La paciencia. Crédito Mora Dellatorre |
Esa inmediata reacción del público, provocada por la riqueza y crudeza de contenidos de los diálogos, por las estupendas actuaciones que mantienen el registro dramático sin hacerle guiños fáciles a la platea y, desde luego, por el afinado pulso de la dirección, no quiere decir que La Paciencia solo entretenga y divierta a los/as espectadores/as. Porque esta es una obra que -con conocimiento de causa y con una mirada crítica sobre las condiciones de trabajo de estas sufridas trabajadoras- busca despertar conciencias, hacer valer la solidaridad y la consideración hacia esas personas tan encomiables a las que ni siquiera la sociedad les otorga suficiente prestigio.
Ludmila, Silvia y Gloria, las chicas que bregan, decaen, se reaniman, discurren, se enfrentan… pero se unen y perseveran en esa noche luctuosa y sin embargo divertida, van desgranando -a través de sus pláticas que suenan espontáneas pero que fluyen cargadas de información- sus vidas privadas, sus conductas en el trabajo, su inconformismo, sus miedos. Ellas deberían saber que cuentan (en otra ficción) con un antecedente que las dignifica, una serie de 2010, cuyos capítulos bien podrían mirar en esas horas inciertas. Nurse Jackie, con la impagable Eddie Falco, irrumpió después de muchos doctores Kildare, House, etcétera, y algunas doctoras, pero con las enfermeras siempre en un segundo o tercer plano. Y entonces llegó Jackie haciendo justicia a las trabajadoras de su gremio. Y así como Silvia en La paciencia se compadece de una viejita de 92 sola en el mundo, a punto de morirse, y le da la felicidad última de un triple de carne, triple de bacon, con mucho kétchup, de modo parecido Jackie, después de lograr -a su pedido- evitarle una inconducente angioplastia a un adorable viejito judío, le da la oportunidad de morir contento tomando la (prohibida en el hospital) sopita de pollo y zanahoria que le ha preparado amorosamente su afligida esposa. Una forma de eutanasia pasiva que Silvia lleva a cabo con uno de sus pacientes que no da más de padecimiento en su evidente agonía.
Macarena Garcia Lenzi, autora y directora de La paciencia |
La Paciencia. Crédito Florencia Vallverdú |