Esas heroínas con las que crecimos

Por Silvina Quintans


Cuando el mundo se volvía hostil, cuando los villanos la rodeaban, cuando la violencia se volvía insoportable, ella daba la vueltita. Pero no la vueltita para mostrar el peinado, el vestido y los zapatos, sino la vueltita que cambiaba su ropa y la tornaba invencible. Porque a la tímida Diana Prince de rodete, trajecito y anteojos -una versión femenina de Clark Kent- el pelo se le desarmaba en largas ondas, una diadema se le encastraba en la frente, las muñecas se cubrían con brazaletes a prueba de balas y el cuerpo -delgado y voluptuoso- quedaba expuesto con el bombachudo de estrellas y el corsé dorado. Es cierto, algo de la bandera estadounidense  asomaba en semejante atuendo -aunque afortunadamente nos ahorraron las rayas horizontales-, pero no es menos cierto que para las que éramos niñas en aquella época, la imagen de esta Princesa de las Amazonas que luchaba por la justicia nos mostraba que nosotras también, como La Mujer Maravilla de la serie (1975-1979), podíamos ser poderosas.

En la cadera de Diana colgaba un arma implacable: “el lazo de la verdad”, capaz de develar los secretos más recónditos de los villanos. Mientras escribo esta nota me entero de que el personaje fue creado en 1944 por el psicólogo  William Moulton Marston, nada menos que el inventor del polígrafo o máquina de la verdad. Pero hay más: La Mujer Maravilla está inspirada en sus dos parejas, también psicólogas,  Elizabeth Holloway Marston y Olive Byrne,  con quienes conformó una familia poliamorosa en la que criaron una numerosa prole. 

Lynda Carter como
la Mujer Maravilla

En un artículo publicado en 1944,  Marston escribió: «Ni siquiera las mujeres quieren ser mujeres mientras nuestro arquetipo de femineidad carezca de fuerza, fortaleza y poder… El remedio obvio es crear un personaje femenino con toda la fuerza de Superman más todo el encanto de una mujer bella y buena.»

La historieta la publicó  DC Comics -los mismos de Superman y Batman-  en 1941, plena Segunda Guerra Mundial. A diferencia de otras mujeres del comic, aquí no se trataba de la pareja del héroe, sino de una mujer protagonista con fuerza para luchar. Sus primeros enemigos, lógicamente, fueron los nazis. 

Pero las que nacimos algunas décadas más tarde conocimos a la heroína en la televisión en blanco y negro, con la magnífica Lynda Carter lanzando su tiara como un boomerang contra los malos.  Todas podíamos ser amazonas, tener nuestro propio ejército de mujeres amigas, pelear contra el mal y la injusticia. El personaje llegó a la pantalla en  1975, en plena efervescencia de la segunda ola del feminismo en Estados Unidos, igual que muchas otras heroínas que inspiraron a las niñas de aquella generación. En los 2000 volvió a las pantallas con la israelí Gal Gadot, con un traje menos estadounidense, pero esa es otra historia.

Biónicas, ángeles y policías

Al mismo tiempo que la Mujer Maravilla daba la vueltita, Jaime Sommers (Lindsay Wagner), La Mujer Biónica (1976-1978), corría con el cabello al viento gracias a sus piernas superpoderosas que la hacían recorrer largas distancias en pocos minutos. Jaime apareció primero como la pareja de Steve Austin (Lee Majors) en El Hombre Nuclear, pero un terrible accidente la liquidó sobre el final de una de las temporadas. La reacción del público no se hizo esperar: miles de cartas llegaron a la cadena televisiva clamando por la heroína, que, por obra y magia de los guionistas, no solo pudo resucitar, sino ser protagonista de su propia serie.

Lindsay Wagner como
la Mujer Biónica

Me encantaba la Mujer Biónica por su engañosa fragilidad: el brazo biónico la hacía derribar a cuanto villano se le acercara, las piernas la llevaban a todas partes en un santiamén, pero lo más interesante era el oído. Cuando la cámara hacía primer plano en su oreja, sabíamos que íbamos a escuchar la cara oculta de la maldad, el “lazo de la verdad” en su versión cibernética, porque las mujeres parecíamos estar hechas para descubrir secretos, para hacer que saliera a la luz aquello que no debía ser revelado.

A muchas niñas nos gustaba imitar el estilo de Jaime: natural, despojado, remera, pantalones anchos,  el pelo largo y suelto con una pequeña onda debajo de las orejas, que descubrí que podía lograr si me recogía el pelo y luego lo soltaba.

Pero si de estilo se trataba, no había como Los Ángeles de Charlie (1976-1981), con sus pelos moldeados a puro brushing sobre el maquillaje gatuno.  Más allá de la apariencia artificiosa y recargada, las chicas eran audaces detectives que terminaban desenmascarando a todo tipo de criminales con alguna que otra patada voladora y con su poder de deducción - cuando no de seducción, para cumplir con la cuota de “male gaze” que exigían los estudios. Es cierto que el misterioso Charlie era el que dirigía la orquesta y que la cosificación formaba parte del juego, pero para las nenas que mirábamos la serie, las aventuras de las chicas nos abrían mundos que habían estado vedados para nuestras madres.

La precursora de esta época de oro de las series protagonizadas por mujeres había sido la sargento Leanne "Pepper" Anderson (Angie Dickinson), La Mujer Policía (otro alarde de literalidad), que se emitió entre 1974 y 1978. Pepper era una oficial ya madura -la actriz tenía 43 años cuando se estrenó la serie-  que avanzaba sobre temas escabrosos: asesinatos, violaciones, robos o tráfico de drogas y no dudaba en disfrazarse de prostituta, bailarina o camarera para pasar desapercibida.

Pepper abrió el camino para las heroínas que vendrían después. Todas estas mujeres eran independientes y, aunque podían tener algún interés romántico, la trama pasaba por otro lado, estaban abocadas a resolver crímenes o misterios, cuando no a salvar a la nación o al mundo.

Hechizadas, genias y espías

Las heroínas estadounidenses de la década anterior, en cambio, aún giraban en torno al protagonista masculino. Entre 1964 y 1972 se emitió Hechizada, con Elizabeth Montgomery, una bruja obligada a ocultar sus poderes  para acomodarse a la vida de un ama de casa suburbana. Casi al mismo tiempo se estrenaba Mi Bella Genio (1965 – 1970),  otra mujer con poderes extraordinarios escondida adentro de una botella, invisible para todo el mundo, salvo para el astronauta de la NASA del que ella estaba enamorada, un joven e ingenuo Larry Hagman, el mismo que años después se convertiría en el malvado JR de Dallas. Mujeres que debían cuidarse y ocultar sus verdaderos poderes.

Diana Rigg como Emma Peel

Un papel mucho más decoroso cumplió la 99 (Barbara Feldon)  en la genial serie Superagente 86 (1965-1970), una parodia de los años de la Guerra Fría, en la que la hábil agente solía sacar de apuros al torpe Maxwell Smart (Don Adams), pero siempre con perfil bajo y adjudicándole a él los méritos que en realidad eran de ella.  

La excepción a estas mujeres de poderes ocultos  fue la insuperable Emma Peel (Diana Rigg), la británica coprotagonista de Los Vengadores (1965-1968) que con su inteligencia y habilidad sentó las bases de las protagonistas de la década siguiente. Bella, elegante,  ingeniosa, Emma era además maestra en artes marciales, esgrimista y gran luchadora, capaz de rescatar a su compañero John Steed (Patrick Macnee) cuando se metía en problemas.  Rápida en sus respuestas, se destacaba tanto en ciencias como en artes,  cuando no se dedicaba a sus tareas de espía. Con delineado perfecto sobre los ojos, catsuits y vestidos cortos de estampados geométricos, se convirtió en ícono de la moda, con una imagen que, casi seis décadas después,  sigue resultando moderna.

Campesina y escritora

De regreso en la década del ’70, entre 1974 y 1981 se emitió La familia Ingalls, basada en los libros autobiográficos de Laura Ingalls Wilder, en los que contaba las experiencias de su infancia  en una familia  de pioneros en el Medio Oeste de Estados Unidos en el siglo XIX. Las nenas que mirábamos la serie nos veíamos reflejadas en la inquieta Laura, pelirroja, pecosa - lejos del ideal de belleza que encarnaba su hermana Mary-, que solía andar algo despeinada, corría a la par de sus compañeros varones y nunca se achicaba a la hora de defender alguna causa que consideraba justa.  Laura, una niña en las primeras temporadas, crecía al mismo tiempo que nosotras, que la veíamos dejar de lado las trenzas y el baldecito con el que iba a la escuela, para convertirse en una joven maestra de rodete y cuellos  altos. Laura, escritora y narradora de la historia,  tiene muchos puntos en común con Jo March, la rebelde heroína de Mujercitas de Louisa May Alcott, que cuestionaba el rol tradicional asignado a las mujeres y que había plantado en muchas de nosotras la curiosidad por la escritura.  

Melissa Gilbert como Laura Ingalls

Las nenas de aquellos años nos criamos frente a la pantalla de la televisión, con producciones que llegaban casi siempre de Estados Unidos, en una década en la que entraron en escena mujeres fuertes e independientes. La oferta televisiva era muy limitada, apenas cuatro canales que pasaban una programación monótona y restringida. No nos interpelaban los melodramas en forma de telenovela que se producían más cerca de nuestras fronteras, con heroínas sufridas que hacían mil sacrificios para encontrar el amor romántico.  Frente a ese destino chato, las aventuras de detectives, investigadoras y espías nos resultaban más inspiradoras que los roles que veíamos en otros programas o en los textos escolares. 

A mediados de los '70, mientras el miedo acechaba en las calles y se escuchaba en la radio la voz metálica de los comunicados de la Dictadura, las series abrían un resquicio de nuestra educación sentimental. Es cierto: la mirada podía ser sesgada e impuesta desde otras latitudes, pero estas chicas de la pantalla nos permitieron soñar que, aunque dentro de los límites de la ficción, las mujeres también podíamos aspirar a dar la vueltita para salvar la humanidad.