Por Laura Palacios
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El beso, Roy Lichtenstein, 1964 |
El discurso del bolero -donde todo es deseo, imaginario y declaración–
se escribe en la huella del andar amoroso. Mejor dicho: del amor pasión. Su
anhelo es dar representación a todo aquello que bulle en las venas y que no
siempre llega a la palabra, fuerzas a las que es imposible darles un nombre (tal
vez sea mejor así). Claro, porque el Amor
es un algo sin nombre /Que obsesiona al hombre /Por una mujer…
Es que a menudo el hablante amoroso balbucea. Su tema es candente, su
contenido huidizo. Y en esa confesión, la palabra, que es traicionera por
naturaleza, puede jugarle una mala pasada. Conducirlo a la banalidad o al
ridículo. Pero en ese trance, cuando los demonios de la lengua amenazan con el
abandono, cuando más es lo que calla que lo que dice, hay algo que levanta la cabeza y se pone a hablar. Situaré en este
lugar al bolero.
Estos temas que las damiselas podrán escuchar, forman parte de una
secuencia de 16 programas radiales que fueron grabados en plena plenísima
pandemia. Están envueltos y acompañados por mi voz, y los textos -por momentos
improvisados- pertenecen a mi libro El
bolero. Canto a la Felicidad clandestina (Editorial Leviatán). Fueron
difundidos online. En las primeras emisiones íbamos los miércoles a las
22… Pero hete aquí que por pedido de los fans (sic) que nos escribían, y de
algunas parejas que los bailaban a media luz, tuvimos que pasarlo a los días
viernes a las 23 ¡Bingo!
Nos divertimos y trabajamos mucho. Para grabar cada programa, mi hijo
Julián Goldstein, músico y dueño de una parafernalia técnica increíble, llegaba
los domingos a la tarde por esas calles fantasmales y vacías. Seleccioné personalmente
todos los boleros, que fueron agrupados siguiendo las etapas de la vida
amorosa: El Flechazo, Los Celos, El Abandono, La Mujer, etcétera. Fue una
experiencia hermosa.
https://drive.google.com/file/d/1dA6bI1hZ18GPcGHHyFhcfosAnyk6QlX0/view?usp=sharing