Por Silvina Quintans
Là, tout n'est qu'ordre et
beauté,
Luxe, calme et volupté.
Charles Baudelaire – Invitation au voyage
“Nos piden que desaparezcamos detrás de nuestras máscaras de ayudantes amables y sustituibles. Es kabuki tropical”, explica Armond, gerente de The White Lotus -un resort en una isla de Hawái- a una empleada, mientras se preparan para recibir al contingente de turistas millonarios que pagaron por su semana en el paraíso. Armond pide a los miembros del personal que no dejen traslucir cuestiones particulares, “conviene ser más genérico”, insiste, y luego remata: “El objetivo es crear para los huéspedes una impresión de liviandad imprecisa que puede ser muy satisfactoria. Darles todo lo que quieren aunque no sepan qué quieren, qué día es, dónde están, quiénes somos o qué demonios está pasando”.
Todo resort tiene sol, arena, piscinas, tragos y un ejército de personas al servicio de un malón de turistas ruidosos. Todo esto está presente en The White Lotus, nombre de la serie que se emite en HBO Max y también del hotel en el que transcurre, un paraíso artificial de sombrillas, reposeras y habitaciones de lujo, plantado sobre un paraíso natural de palmeras, corales y ballenas, que los huéspedes apenas advierten.
La ficción no tiene piedad con el turismo de masas, aquel que nos hace viajar para encontrar lo mismo en todas partes. Una forma de consumo en la que el contacto con la naturaleza o con la cultura local aparece digerido y adaptado al gusto del turista, que no es otra cosa que un consumidor. En este caso, un consumidor que persigue el elusivo placer impreso en una tarjeta postal.
La serie comienza con una escena significativa. Antes de recibir al contingente de turistas, Armond descubre una mancha en el uniforme de una de las empleadas e improvisa una rápida solución: la mujer deberá enarbolar la bandeja con los tragos a cierta altura para que tape la mancha. Queda claro que no todo lo que reluce es oro.
Las máscaras se irán cayendo de a poco, habrá un crimen -aunque eso será lo de menos- y habrá un personaje que saldrá redimido. Los protagonistas llegan a la isla para escapar de los problemas, como si el paisaje los librara de las preocupaciones, las ambiciones, los desamores, y, sobre todo, de las miserias. Pero no hay postal que alcance para borrar las miserias. Detrás de los empapelados que imitan a las plantas del afuera, debajo de los balcones que mantienen el mar a distancia, entre las grietas y resquicios que se asoman debajo de las alfombras, se adivinan las injusticias y las contradicciones.
Todo es cuestión de poder: huéspedes y empleados, ricos y pobres, mujeres y hombres, colonialistas y colonizados. Los propios cimientos de The White Lotus están asentados sobre tierras usurpadas a los pobladores locales que, privados de su medio de vida, se ven obligados a trabajar para la cadena hotelera que perpetró el despojo. Detrás de su apariencia amable e impersonal, el resort es una bomba de tiempo que potencia todas las desigualdades.
Entre los huéspedes se destaca Tanya (la fellinesca Jennifer Coolidge), una millonaria madura e infantil que juega con las ilusiones de la empleada del spa, a quien promete financiar un emprendimiento. Tampoco se salvan los Mossbacher, una familia tipo con dos hijos adolescentes, en la que afloran los prejuicios detrás de una pátina de corrección política, sobre todo frente a Paula (Brittany O’Grady), la invitada afro de su hija. Y ni hablar de los Patton, una pareja de luna de miel, en la que la bella Rachel (Alexandra Daddario) descubre que su esposo Shane (Jake Lacy) planea convertirla en una mujer-trofeo.
A las tensiones sociales, raciales y de género que emergen dentro de cada subgrupo se suman las que separan el mundo de los huéspedes del de los empleados. A la cabeza del personal está el gerente, Armond (el genial Murray Bartlett) que, a fuerza de soportar los caprichos y maltratos de los huéspedes, va mostrando facetas cada vez más oscuras. La serie es mucho más piadosa con el grupo de los empleados locales obligados a hacer trabajos poco valorados y a someterse a las arbitrariedades de los huéspedes para sostener a sus familias. La brecha económica entre un mundo y el otro es obscena.
Las reglas del resort dictan que todas las necesidades puedan ser satisfechas dentro de sus estrechos confines sin que el huésped tenga que trasladarse. La piscina reemplazará a las playas, y si alguno desea contacto con la naturaleza, solo deberá caminar hasta la arena domesticada del emprendimiento o pedir en recepción que le organicen una actividad extramuros. Tampoco tendrá contacto con la población local, salvo por el trato impersonal con los empleados, o por algún espectáculo “autóctono”, coreografiado con todos los clichés del caso.
A pesar de que el hotel está concebido para privilegiar el contacto con el aire libre, la mayoría de las escenas se desarrollan en interiores y la vegetación es la que se adivina en el empapelado de las habitaciones. La bella e inquietante banda sonora de Cristobal Tapia de Veer avanza desde la melodía hasta la discordancia, entre gritos que remiten a un ámbito salvaje.
¿Para qué viajar tan lejos? ¿Qué buscan los millonarios en este lugar? Tal vez viajar sin viajar. El desplazamiento siempre implica una incomodidad que ellos no están dispuestos a atravesar. En el mundo pasteurizado del resort, las diferencias han sido amortiguadas para que los visitantes puedan percibir “lo exótico” sin dejar de sentirse “como en casa”. Los sabores, los olores, las sensaciones apuntan a la ilusión de una felicidad tan impostada como falsa.
El resort, como otros no lugares -los supermercados, los aeropuertos-, es un espacio aséptico, sin identidad, pensado para crear esa sensación de “liviandad imprecisa” de la que habla el gerente antes de que lleguen los huéspedes. Pero ¿por qué ninguno se siente como debería sentirse?, ¿cómo se hace para estar a la altura de la postal?, ¿qué diferencia hay entre el placer y la felicidad?, ¿si el paraíso no alcanzara para ser feliz?, ¿y si la ilusión escondiera el vacío?
A esta altura solo queda recomendar la primera temporada de la serie que con acidez y mucho humor (aunque derrape en algún momento) le quita la máscara al “paraíso”. Un paraíso asfixiado que de vez en cuando asoma la cabeza para respirar o para recordar que, detrás de tanto artificio, todavía late el pulso de lo real.
FICHA
Dirección, guion, producción: Mike White. Duración: 6
episodios de una hora. Elenco: Murray Bartlett, Connie Britton,
Jennifer Coolidge, Alexandra Daddario, Fred Hechinger, Jake Lacy, Brittany
O’Grady, Natasha Rothwell, Sydney Sweeney, Steve Zahn , Kekoa Kekumano. Por HBO MAX –
La serie arrasó en los Emmy 2022. Ganó diez premios,
entre ellos a la Mejor miniserie, Mejor actriz de reparto (Jennifer Coolidge),
Mejor actor de reparto (Murray Bartlett), Mejor director y guión Mike White.
Se estrenó ya la segunda temporada que transcurre en
un resort con el mismo nombre en Taormina, Sicilia. La única actriz que
permanece del casting original es Jennifer Coolidge.