Nan Kempner, de profesión: elegante

Por Moira Soto

Crédito Ron Galella
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“Con esa cara no vas a llegar muy lejos, más vale que trates de ser interesante”, le chantó papá Albert Schlesinger -dueño de la concesionaria de autos más grande de California- a Nan, su hija adolescente, a mediados de los años ’40 del siglo pasado. Consejo inapropiado porque la chica era linda a su modo, pero sobre todo porque ya podía ser considerada una persona interesante por su inteligencia, sentido del humor, sensibilidad artística y habilidad para relacionarse con espontáneo charme. Además, Nan Field Schlesinger tenía la vara bien alta en lo que a elegancia remite: su madre se vestía divinamente y pronto empezó a cederle parte de su guardarropa, especificándole: “Existen tres colores: el rojo, el negro y el gris. Y los tacones son tus mejores amigos”. La despabilada Nan tomó nota hasta cierto punto de las reglas maternas, al tiempo que perfilaba su propio y personal vestuario (combinar rosa pálido y negro, más una delicada gargantilla de brillantes siempre funciona, fue una de sus máximas).

Gran fumadora desde los 14, no llegó a graduarse en Historia del Arte, en la Universidad de Connecticut, pero en el camino encontró a un marido para toda la vida. No a un bohemio, precisamente, sino a un hombre de negocios que se convertiría en exitoso banquero. A los 17, la princesa de la moda que sería reina hasta después de su muerte en 2005, fue a la primera cita con una prenda de Dior (heredada de su progenitora) que el señor Thomas Lenox Kempner supo apreciar. Antes de casarse, Nan, en plan de devenir pintora, se tomó un año sabático en París, estudiando con Fernand Léger, qué menos. Hasta que le cayó la ficha de que lo suyo no era crear arte sino elegir y lucir creaciones de la más alta costura, su verdadera pasión que asumió a full.

Con la crème de la crème,
Calvin Klein, Baryshnikov, Valentino. 1989
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De vuelta en Nueva York, casorio comme il faut y luego una vida regia entre pasarelas y fiestas, prontamente reconocida como referente de la mundanidad y el bien vestir. Anfitriona por excelencia, algo más que mera socialité, entre un viaje y un cóctel, un concierto y la inauguración de una muestra en el MoMA, NK encuentra tiempo para tener tres hijos sin descuidar nunca su exquisito lookette, hecho de excelentes diseños e impecable confección, de infalible gusto y de sofisticación sin alardes. En algún rato de relax y meditación, escribe un superventas titulado RSVP, naturalmente referido a las buenas maneras en sociedad.

Pero no todo es frivolité y sedas de la China o pieles sedosas en su andar desenvuelto por la vida de las altas esferas: Nan asimismo se dedica a la filantropía, consigue millones y millones de verdes para la lucha contra el cáncer, dona sus elevadas ganancias derivadas del suceso de su libro a obras de bien sin despeinarse la rubia melenita de oro, de corte perfecto.

American Chic, 2006-2007

Savoir faire, savoir vivre, savoir s’habiller. Una sabia en su métier Nan K, ícona de la moda, amiga y musa de Yves Saint Laurent desde los años ’60 en que supo llevar, como al desgaire, el tailleur pantalón de corte masculino, adelantándose a la moda andrógina del XXI. Tal una Casandra de la elegancia que anunciaba lo que vendría en materia de ropa, y los/as aludidos/as le creían y la seguían como al oráculo más confiable.

Devotísima de la moda, Nan Kempner asistió religiosamente durante 55 años a todos los desfiles calificados de haute couture (salvo a uno, por razones de fuerza mayor). Colaboró de tanto en tanto con Vogue, con Harper’s Bazaar; de ella se dijo que hacía relaciones públicas con tal encanto que todo el mundo mundano se sentí identificado, individualizado por ella en los eventos, las cenas, el foyer de los teatros… Adoraba frecuentar el Studio 54, encontrarse con Andy Warhol que la pintó y fotografió en 1973. YSL proclamó a quien quisiera oírlo que Nan era “la mujer más chic del mundo”.

Para el día, según su propia definición, prefería “un estilo artificialmente relajado”: unos Levi’s 501, una camisa blanca masculina de hilo de Irlanda, maquillaje que no lo pareciera... Poseedora de la mayor colección particular de alta moda del planeta, después de su muerte, en los años 2006 y 2007 se presentó en el Metropolitan Museum of Art la muestra Nan Kempner: American Chic, curada ¡por Yves Saint Laurent!, con maniquíes luciendo 70 de sus vestidos preferidos.

1a a la izquierda, desfile YSL, 1974, rodeada de finolis
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Y la verdad es que NK sigue reinando sobre la moda neoyorquina, una influencer antes de youtube. No en vano, Diana Vreeland, árbitra indiscutida en la temática, declaró una noche de party: “No hay mujeres chic en Nueva York. Salvo, claro, Nan Kempner”. Christian Siriano es uno de los destacados diseñadores actuales que acepta el peso de esta reina en sus últimas colecciones donde le rinde pleitesía con sedas, plumas, paillettes (paiet, como pronuncia Mirtha, que no es exactamente una discípula).

Unos de los rasgos de la inteligencia de Nan, quedó dicho, era su agudo sentido del humor. Negro y sutil cuando (cigarrillo, enfisema) ya no podía caminar: “La silla de ruedas es maravillosa para asistir a los desfiles, se los aseguro. Primera clase plus”. A los 70 y pico su rostro se notaba refrescado por el bisturí y Nan K se apresuró a aclarar antes de que el periodismo empezara a murmurar: “Estoy a favor de mejorarse con una cirugía estética, pero que sea practicada como haute couture, que una pueda reconocerse en el espejo. Nada de bótox ni de falsos pómulos ni de labios inflamados”. Hamish Bowles, editor global de Vogue, comentó después de una de sus últimas apariciones en público, en el Upper East Side: “Tardé un buen rato en darme cuenta de que llevaba una máscara de oxígeno, tal la prestancia con que se desplazada”.

Y cuando supo que la hora era llegada, Nan Kempner tuvo ánimos y gracejo para indicar: “Entiérrenme desnuda, que ya encontraré una buena boutique en el sitio al que me estoy dirigiendo”.


Foto de Andy Warhol, 1973

Andy Warhol, 1973