Lydia Cabrera, la cubana que escribió al son de su tierra negra

Por Reina Roffé

Dibujo con anotaciones de
Lydia Cabrera

La colección Cuentos negros de Cuba de Lydia Cabrera (1899-1991) fue publicada por primera vez en traducción en la editorial Gallimard de París, en 1936. Alejo Carpentier celebró esta edición diciendo que se trataba de “un gran libro cubano”, el cual podía “colocarse en las bibliotecas al lado de Kipling y Lord Dunsany, cerca del Viaje de Nills Holgerson de Selma Lagerlöf”. Con su “acento nuevo”, añadió, y su “deslumbrante originalidad”, la autora acometía la tarea de situar “la mitología antillana en la categoría de los valores universales”.

Ciertamente, estos cuentos que Lydia Cabrera creó, según dijo, para entretener a su amiga, la escritora Teresa de la Parra, que se encontraba enferma en un sanatorio de tuberculosos en Suiza, son el resultado de una extensa labor consagrada a investigar las huellas mágicas y religiosas que los negros africanos dejaron en la isla caribeña. Sus veintidós relatos anticipan lo que, más tarde, se denominó realismo mágico y están escritos con un lenguaje lleno de humor y de sabiduría expresiva; su trazo denota un saber natural sobre el poder del efecto eurítmico en la escritura.

Relatos que combinan un marcado gusto por el folclore afrocubano y las leyendas negras de La Habana, en las que abundan piezas típicas de los yorubas, con una desbordante sensualidad volcada en cada palabra. En ellos se contemplan fábulas de animales, historias sobre supervivientes totémicos –como el Hombre-Tigre y el Hombre-Toro- y los mitos de la creación y de la etnogenia revelándonos con vigorosa imaginación cómo se originó el primer negro y también el primer blanco.

Lydia Cabrera

Como muchos escritores latinoamericanos de la época, fue estudiando pintura en L’École du Louvre, en un París de entreguerras, que Lydia Cabrera descubrió su propio país “a orillas del Sena”. Por el camino de las culturas y religiones orientales, que tanto interés despertaban en los franceses, la autora llegó al corazón negro de su tierra cubana.

Cuando Federico García Lorca viajó a Cuba en 1930, entabló una entrañable amistad con Lydia Cabrera. Fue ella quien lo llevó a presenciar una ceremonia secreta afrocubana, que tanta curiosidad suscitaba en el poeta español.

Décadas después, Cabrera se exilió en Miami. Allí la encontró otro exiliado cubano, a principios de los ochenta, el escritor Reynaldo Arenas. En su autobiografía, Antes que anochezca, Arenas comenta: “... había una anciana sentada debajo de una mata de mango, frente a una mesita, firmando sus libros: era Lydia Cabrera. Había dejado su enorme quinta en La Habana, su enorme biblioteca, todo su pasado, y ahora vivía en Miami en un modesto apartamento y firmaba a la intemperie, debajo de una mata de mango, sus propios libros que ella misma se publicaba. Al verla allí -ciega- comprendí que representaba una grandeza y un espíritu de rebeldía que tal vez ya no exista en casi ningún otro escritor, ni en Cuba ni en el exilio. Una de las mujeres más grandes de nuestra historia, completamente confinada y olvidada...”.

 

Cuentos negros de Cuba puede leerse dando click en este link. 




Dibujo de Lydia Cabrera