El naranjo

Por Cecilia Sorrentino

El naranjo, collage de Juliana Rosato
para Damiselas en Apuros


El empleado de la inmobiliaria acababa de irse cuando sonó el timbre otra vez. José miró a Elena, ella dejó de masticar y le devolvió la mirada. Así, con las cejas levantadas, los ojos de Elena parecían más azules. Él sostenía la cuchara a mitad de camino entre el plato y la boca de su mujer; en el reloj de la repisa sonó el cuarto después de las seis.

- ¿Será otro más? - Elena acercó a sus labios un borde de la servilleta- ¿tengo puré?

Con el pulgar, José dibujó una coma sobre el mentón que le sostenía con el índice.

- Pregunto quién es. Igual está un poco caliente, ¿no?

- Pero no abras; dijo que no recibiéramos a nadie más.

- Lo dicen por la comisión.

- A lo mejor es Juancito; hoy todavía no pasó.

- Juan está de vacaciones, ¿te acordás? Ayer, el pedido lo trajo el dueño.

- ¡Qué cosa! Si el muchacho de la inmobiliaria me hubiera aceptado la copita de licor, todavía estaría aquí.

Elena comentó algo más sobre los jóvenes y la cerveza.

- Podríamos comprar dos porrones para el sábado.

José atendió el portero eléctrico en la cocina.

- No le escucho bien. Aguarde, aguarde, por favor.

Regresó con las llaves en la mano.

- Es por el departamento, sí. Una chica, parece.

- Igual no abras. ¿Te acordás de los viejos que salieron en el noticiero?

La puerta del comedor quedó entreabierta; José cruzó el patio y abrió la otra puerta. Desde el pasillo común al conjunto de departamentos miró hacia la vereda. Una chica de tapado rojo y zapatillas esperaba junto a la reja. Se parece a la protagonista de la novela que mira Elena, pensó José, y caminó hacia el portón de entrada. La chica decía algo que logró escuchar recién al llegar a la altura del departamento 1.

- … salir antes del trabajo- señaló hacia la calle.

José vio un auto pequeño estacionado enfrente.

- Quedé atrapada en un embotellamiento.

- Qué lástima. Recién se va la gente de la inmobiliaria.

- No se preocupe, vuelvo el sábado. ¿Lo muestran el sábado, no? Me encanta este conjunto de viviendas. Cuando ví que había una en venta no lo podía creer. ¿Son del veinte, no?

José alargó el brazo a través de la reja. Intentaba alcanzar uno de los timbres del tablero. Decidió abrir el portón y salió.

Desde la vereda tocó el 6.

- Déjeme ver si mi vecina está en casa. Es arquitecta. Si ella puede acompañarnos, usted no habrá venido inútilmente.

- Qué amable, gracias. Yo también soy arquitecta. Me recibí en diciembre.

-¿No me diga? Discúlpeme. ¿Lidia? José. Sí, sí, bien. ¿Estás ocupada? Es por el departamento. Sí, recién se fue. ¿Me das una mano? No, en el portón. Gracias, Lidia. Dice que ya viene. Pero pase, pase. Así cierro. Tiene que ver la cantidad de recomendaciones que me hace mi sobrino: “no te quedes en la vereda con el portón abierto, no abras si no es alguien conocido”. Uno no puede vivir así.

- Su sobrino tiene razón.

- Se preocupa, pobre. Es  que, como estamos... imagínese, un empujón y listo.

- ¿Hace mucho que vive aquí?

- ¿Nosotros? Cincuenta años. ¡Más! Casi toda la vida. Ahora mi señora no anda bien. Nos vamos por eso.

José vio un parpadeo en la sonrisa de ella.

- Nos vamos a vivir con mi sobrino. Sobrino nieto, en realidad. Se crió prácticamente con nosotros.

- Van a estar acompañados.

- Sí, acompañados sí… pero esta casa... Aquí viene Lidia. Gracias, Lidia. La señorita viene del trabajo, la retrasó el tránsito.

Entraron juntos.

 

- Sos igualita a Natalia Oreiro, dijo Elena.

- Y su casa es igualita a la de mi abuela.

- ¿Tu abuela vive en un PH?

- Vivía. Yo jugaba en un patio como este.

La chica se disculpó por la interrupción de la cena y Elena abanicó el puré con una mano:

- Nada, está que pela. Por favor, no te fijes en el desorden de la cocina; es que, ya no sirvo para nada. Vas a ver que cabe una mesa, ¿a vos te gusta comer en la cocina? Nosotros ahora no podemos, por las ruedas de la silla esta, pero antes sí. Viste cómo es: tanto arreglar el comedor y al final, todos prefieren  la cocina.

En vez de ir hacia la cocina, la chica regresó al patio. Miraba el piso.

- Las baldosas del patio...

- Son originales –dijo José-, ya no se hacen más. Tengo guardada una caja que compré al principio, por si se rompía alguna.

- El patio es hermoso.

- Sí.

- Yo plantaría un naranjo: allí.

- ¿Un naranjo?

- Lindo, ¿no?

 

- No, no se enfrió del todo. Está rico. Me quedé pensando, José. ¿Y si a los de la inmobiliaria les decimos que le pasen directamente el otro precio?

- ¿A esta chica?

- Sí, a Natalia. Se llama Natalia, ¿no?

- Cómo le gustaron las baldosas, ¿viste?

- El patio.

- Sí, las baldosas del patio.

- ¿Dónde dijo que iba el naranjo?

 

Este cuento forma parte de la antología Gente Mayor, publicada por Cienvolando, 2015.