Señora de nadie

Por Moira Soto

En muchas notas escritas, radiales y televisivas a propósito de la reciente muerte de Pinky, a los 87, primó -por lo general- el lugar común: llamarla Señora Televisión, reflotar el rumor de un presunto affaire con Paul Newman, recordar el programa  pidiendo donaciones que condujo con Cacho Fontana -Las 24 horas de Malvinas- (ella cayó en esa trampa muy presionada y estando enferma), mencionar superficialmente su paso por la política dispuesta a defender a su terruño (nació en San Justo, La Matanza), con el respaldo de su gran amigo Rodolfo Terragno… A la vez, en reportajes y comentarios periodísticos, en su época de mayor apogeo, todo solía reducirse a su glamour, a los shows televisivos que conducía, a sus romances (el más promocionado, con Raúl Lavié que culminó en pareja de varios años y dos hijos, de los que fue una madre atenta y cariñosa).

Me resultó penoso verla estos días en escenas del programa Memorias desordenadas que Pinky no estaba en condiciones de hacer, conducido por su sobrina, en la TV Pública. Muy triste, asimismo, asistir a la reproducción de la entrevista que por ese entonces -finales de 2019- le hizo Mariana Fabbiani, toda sonrisas -y se diría que de buena fe- pero con insistentes preguntas impropias, en su Diario en El trece. Desde su asiento, Pinky transmitía una distancia escéptica, teñida de honda melancolía pero con chispas de su proverbial inteligencia, toques de humor negro (“tengo mucho ensayo general para la muerte”, cuando MF le reiteraba comentarios sobre su enfermedad). Ella daba respuestas despaciosas, respondía a medias. Empero, no le faltó oportunidad de mencionar su amistad con Borges, cuyo gato Beppo supo tener en su falda. De la TV actual, dijo sin ambages que le faltaba contenido y le sobraban malas palabras… Rápida de reflejos propios del oficio, cuando le importaba la respuesta a dar, preguntaba: “¿Dónde está la luz roja?”.

Hace 4 décadas entrevisté a Pinky para el suplemento feminista La Mujer, de Tiempo Argentino (el original) que editaba María Moreno. Aunque sabía de su talento y su cultura por personas que la conocían bien, me sorprendió su celeridad, su ingenio, su coraje para hablar de ciertos temas muy duros de su historia de vida… Así como me complació la dedicación de Pinky a cada planta de su patio, de las ventanas de su planta baja en la calle Malabia, donde me recibió con gran amabilidad. Biblioteca nutrida, cuadros de Alonso y otros pintores locales en el living… Y mucha precisión para darle indicaciones al fotógrafo sobre las luces.

A los 47, Pinky estaba regia y se manifestaba como una feminista convencida en tiempos en que nuestro movimiento tenía bastante mala prensa; si bien, para ser justas, no en todos los medios. Aparte del suple La Mujer, también se publicaban en los años ’80 del siglo pasado notas con ese ideario a favor de los derechos de las mujeres en revistas populares como Claudia y Vosotras, donde también entrevisté posteriormente a esta estrella sin divismos de la TV que a fines de los ‘50 hizo el programa Buenos días, Pinky junto a María Elena Walsh. Y que, siempre que le daban la oportunidad, sostenía su adscripción al feminismo. Ella, que había siendo cruelmente discriminada por su condición de mujer, desde su nacimiento, por su padre.

Fue un verdadero deleite hacerle ese primer reportaje a Pinky para el citado suplemento: no tan a menudo una se encuentra como periodista a una entrevistada, un entrevistado que “rinde” tanto en hora y piquito de conversación, que prácticamente no hay que editar por lo articulado y jugoso, por momentos brillante de su discurrir. Y en esta oportunidad, diciendo cosas que 40 años después mantienen vigencia.