Por José Miguel Onaindia
Beatriz Guido - Archivo Hernán Gaffet |
Tradujo, escribió artículos y relatos para los principales medios de la época, publicó tres libros de los que reniega hasta que en 1954 gana el Premio EMECÉ de narrativa con su novela La casa del ángel, a la que considera su primera obra. Integra junto a David Viñas, Marco Denevi, Dalmiro Sáenz, entre otros, la llamada “generación del 55” porque son publicados en ese período marcado por la caída del peronismo y el surgimiento de una nueva línea en la narrativa argentina, agrupada en la revista Contorno.
Pocos años antes de su suceso literario, conoce a Leopoldo Torre Nilsson con quien formará una pareja artística y sentimental de gran impacto en el movimiento cultural de la época y de gran repercusión internacional. Si bien otros escritores también colaboran con la nueva cinematografía argentina, ninguno alcanza el grado de profesionalización de Beatriz que lega al cine un número de guiones superior a su obra literaria y no solo destinados a ser filmados por Torre Nilsson.
No solo confronta estereotipos con sus temas sino también con su abierta asunción de un rol profesional. La escritura para cualquier medio -también aborda la radio y la televisión- como un oficio que permite impactar en la vida social de la comunidad. Es intelectual y personaje público. No desdeña ningún medio masivo de comunicación ni ningún tema le parece ajeno.
Escribe algunos de los libros más leídos de la época. El incendio y las vísperas (1964) vende en una década ciento ochenta mil ejemplares y se convierte en el centro de las controversias políticas del momento. La literatura aborda lo político y los políticos se ocupan de la literatura. Basta mencionar que el presidente Arturo Frondizi le envía una esquela personal de felicitación por Fin de fiesta y el General Perón desde el exilio denosta en sus declaraciones El incendio y las vísperas.
Sus libros fueron traducidos a diferentes lenguas, inspiraron obras audiovisuales y coreográficas, obtuvieron premios y fueron la base de algunas de las mejores películas de la historia del cine argentino. La mano en la trampa, con dirección de Leopoldo Torre Nilsson, gana el premio de la crítica en el Festival de Cannes de 1961 (sugiero leer La gloria, de Javier Torre que recrea los acontecimientos de ese festival). En 1963, Paula cautiva, con dirección de Fernando Ayala sobre su cuento La representación obtiene los mayores lauros para el cine del año. Son esto solo dos ejemplos de los múltiples reconocimientos que las películas basadas en sus argumentos y con su participación en la escritura de guiones obtienen en el país y en el extranjero.
En esa ciudad, muere en marzo de 1988. A partir de allí su figura se diluye, en esa peligrosa amnesia que es propia de la sociedad argentina.
Su centenario nos permite volver al presente a una mujer que fue pionera con su pluma, su conducta y su palabra en la lucha por un espacio de igualdad en la cultura y en la vida política del país cuando el derecho y las costumbres le negaban ese rango.
Organizamos para celebrarlo una muestra homenaje en el Centro Cultural San Martín que por la alteración que produce el Mundial de Fútbol en la atención ciudadana trasladaremos al mes de abril y presentaremos un ensayo sobre su obra que escribí en colaboración con Diego Sabanés, que coincidirá con la reedición de su obra y de la biografía escrita por Cristina Mucci.
El deseo es que se lea nuevamente, se vean las películas basadas en sus argumentos y guiones, se dé dimensión a su figura pública y se advierta que como expresa Edgardo Cozarinsky fue uno de los “personajes más extraordinarios de la Argentina anterior al imperio de la televisión”.