Por Reina Roffé
El pasado 22 de abril
tuvo lugar, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, en España,
la entrega del Premio Cervantes a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi.
Transcurridos cinco meses del acto y a punto de conocerse el ganador o ganadora
del próximo y prestigioso galardón, Reina Roffé nos ofrece este texto en
homenaje a la autora.
Hacía años que Cristina Peri Rossi prometía rebobinar
la cinta del tiempo y volver al origen, a la escena primigenia. Lo hizo en
2020, con la publicación de un relato que es clave para una mayor comprensión de
su obra, simiente de todo lo que hemos visto transitar por sus páginas. Con La insumisa, su voz se torna nítidamente
autobiográfica. Novela en la que narra momentos excepcionales de su infancia y
adolescencia en el Uruguay, cuando la raíz de lo que seremos se arraiga y
florece, y se van definiendo los gustos y las pasiones. Lo primero que vemos es
a una niña inquieta que abre los ojos al mundo que la rodea y comienza a
experimentar el amor y el dolor, aquello permitido y aquello desaprobado; la
que observa, indaga, cuestiona las convenciones sociales y el lenguaje, ese
léxico cargado de censura y paradojas. Insatisfecha con las respuestas que
recibe y le impiden acceder a sus fantasías, se resiste a las acciones
coercitivas de sus necesidades más puras y urgentes. La narración irrumpe con
un capítulo en el que su madre es el primer y gran amor de su vida, con quien
ansía casarse para protegerla de un marido sombrío, violento, y asegurarse a sí
misma un nido idílico. “Un amor eterno, delicado, fiel y cortés”. Ya por
entonces, se consideraba “una trovadora atenta” y, a la vez, un ser perplejo
ante la revelación “de la ley como obstáculo del deseo”. Ese impulso o apetencia
medular de la existencia que la autora volverá exploración permanente de su
prolífica obra, sello personal y obsesivo que caracteriza su escritura.
Escribir ha sido siempre una aventura amorosa
para ella. Lectora reflexiva, Peri Rossi sabe que lo suyo es “jugar” con el
cuerpo de su madre “para glorificarlo, embellecerlo o despedazarlo, llevarlo al
límite” (Roland Barthes, en El placer del texto). Intérprete que
introduce aquello que está ausente y anhelamos más que nada, lo que no se posee
y enardece a Eros. La madre, que es nuestro primer objeto de amor, objeto
perdido, será encontrado en La insumisa
como objeto erótico en otros cuerpos de mujer. Crear ejerce una fuerza opuesta
a la pérdida original y le otorga al artista un poder sublimatorio sobre el
daño y la herida ocasionados por lo perdido.
En su autobiografía novelada hay páginas que
rezuman humor y ternura y van conformando un mosaico esmerilado, estampas de
una época fundacional de la vida, expuestas según lo hace la memoria, en
fragmentos. Surge, como es habitual en su prosa, una voz lírica y sensual, en
la que despunta el entusiasmo febril, iniciático por las palabras, la
literatura, la música -tablas de salvación- y, asimismo, su sed de justicia,
sus batallas contra la misoginia y la intolerancia. Pequeña revolucionaria que
no se acobarda frente a la adversidad; arrincona el miedo y afronta las
vicisitudes con mordacidad y sabiduría; así lo hará más adelante, cuando la
crispación política se acreciente en Montevideo y obligue, a quien ya era una
joven escritora publicada y reconocida en el Cono Sur, a partir en un barco
hacia Europa.
La publicación de Los museos abandonados (1974) en España, significó para Peri Rossi
un acto de reafirmación en la tierra de su exilio, que comienza en 1972, pocos
meses antes de que se produjera el golpe militar en su país. Desde entonces
hasta ahora su producción ha sido incesante. Sus poemas y narraciones llaman la
atención de críticos y lectores por la variedad de técnicas que emplea y su
contenido erótico y transgresor, vía de escape del tiempo profano e irrelevante
que escala hacia lo sagrado, licencioso y dionisíaco. Su apuesta no pudo ser
más arriesgada: escribir en la orilla de los géneros, fundir lírica y prosa,
como los autores románticos, permitiendo intercambios que enriquecen los
sentidos y elevan la posibilidad de lograr asociaciones y símbolos nuevos en
procura de la ilusoria completud que el amor promete.
Tanto en su libro de cuentos Los museos abandonados como en Desastres íntimos -por el que circulan,
en este último, fetichistas, sadomasoquistas, travestidos, lesbianas-, los ritos del cuerpo, las fantasías
amorosas, la oscuridad del deseo, la
ambigüedad y la pasión son temas emergentes desde una perspectiva que rompe con sus tópicos y se adentra en derroteros
escasamente abordados, produciendo
la intensa perturbación que suscita el registro que alcanza el tratamiento de la diversidad en la obra de Peri Rossi.
En su novela La nave de los locos no
solo nos habla sobre los avatares de los años sesenta y setenta, sino también acerca de la diferencia y las formas de
negociarla, entender las opciones,
aceptar al otro.
Sus personajes femeninos se caracterizan,
además, por ser sujetos de deseo o, como dice la autora, “se sitúan, frente a
Eros, del lado que tradicionalmente se adjudicaba al varón”. Aída, de Solitario de amor, y la joven modelo de
su novela El amor es una droga dura,
viven sus impulsos eróticos con entera autonomía, rehúsan relaciones estables y
ataduras. Crean su propio territorio de deseo y lo fertilizan, sin culpas ni
falsa moral, con la exaltación del goce.
La literatura es para Cristina Peri Rossi el
espacio privilegiado de la subjetividad, espacio propicio para llevar hasta extremos
inimaginables las representaciones de la sexualidad y de la propia escritura,
rebelándose contra los estereotipos, nombrando lo absoluto, proponiendo una
teoría original y provocativa sobre el amor, que se traslada de libro en libro
-sus novelas, sus numerosos volúmenes de relatos y de poesía-, como si la
escritora fuera una detective que retrocede sobre sus pasos con la finalidad de
observar lo que falta y progresar en su búsqueda.
La nave de los locos se sustenta de la alegoría,
instrumento literario que le facilita trabajar sobre esas zonas de vulnerabilidad
del ser humano condenado a vivir en situaciones extremas de indefensión,
propiciadas por traslados involuntarios, proyectos históricos que fracasan
unidos al fracaso personal y amoroso. Posiblemente, la obra más experimental
que ha dado a conocer hasta ahora y quizá también una de las más audaces -dada
la fecha de su publicación, 1984. Plantea en ella asuntos infrecuentes en la literatura
en castellano de ese momento, como la pantomima lésbica entre las figuradas
Marlene Dietrich y Dolores del Río. Criaturas que rechazan códigos de conducta
establecidos y asumen la libertad individual en ese continuo rodar que es la
travesía con sus alteraciones y desvíos.
En torno a El
tapiz de la creación, que el personaje Equis descubre en la Catedral de
Gerona, la autora traza un mapa peculiar sobre el destino de su generación. A
través de textos intercalados entre capítulos, el relato prospera mediante
recortes de memoria; novela coral que presenta dilemas morales y éticos.
Delinea el itinerario del exiliado llamado Equis y los pequeños hitos de su viaje
que “se convierten en metáfora de la anomia, la extrañeza, la volatilidad de la
identidad del anti-héroe moderno. El peregrinar de Equis no tiene un punto culminante:
es el viaje de la nave de los locos. No hay iluminación o sabiduría, porque el
viaje y la alteridad no tienen fin”. En el último capítulo como en el primero
de la novela, “después del desconcierto que le produce el amor, Equis bucea en
sus sueños, enigmas cifrados del sujeto, para encontrar o recordar sus claves”
(Sonia Mattalia, en Máscaras suele
vestir).
Una nave inclinada entre el mar y el cielo y algo
claro que ancla con una cita de La Biblia -"Y no angustiarás al
extranjero: pues vosotros sabéis cómo se halla el alma del extranjero, ya que
extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”- y nos introduce en la novela
predisponiéndonos a meditar sobre la identidad, el desarraigo, la condición de
extranjero y el desasosiego de la extranjería.
|
Crédito Antonio Heredia |
Persisten, diseminados a lo largo de toda su
obra, asuntos cruciales para la autora que, generalmente, pone a la mujer en el
centro del discurso. Solitario de amor
congrega varios de ellos. Novela en la que se subvierten los roles conocidos.
Aída, la protagonista, convertida en materia de adoración por un hombre
innominado, es una mujer que declina ser el sueño de su amante. Destruye la
construcción cultural de lo femenino y procede a la deconstrucción de la
masculinidad. Elaborada con escenas breves, muy visuales y de enorme intensidad,
cada secuencia -como si se tratara de un montaje cinematográfico- avanza hacia
el desvarío erótico. Es, según Peri Rossi, la “descripción del delirio amoroso,
el delirio psicótico del amor”. Él quiere casarse, tener hijos, amarla hasta la
saciedad, devorarla y hacer de dos uno. Aída, no; considera que “el matrimonio
es la peor humillación de la mujer”. El amante se volverá su “huérfano”, un
viajero confundido, errante. Estar fuera del cuerpo amado sugiere otra forma de
exilio, tal vez el más cruel. El sentimiento de extranjería aflora como un
símil o metáfora para referir la máxima soledad que un ser humano puede padecer.
Sirve, por otra parte, para cargar de significado las diferencias entre el cuerpo
femenino y el masculino, y lo que esto suscita a la hora de explorar al otro, distinto
a uno, y a quien se quiere dar placer. Detrás, subyace la idea de que todos
somos extranjeros de algo o de alguien, de otra manera no apreciaríamos la
extrañeza de la vida, el extraño que uno es para sí mismo y los demás.
La escritora uruguaya ha mantenido una línea de
combate contra políticas totalitarias y manifestaciones represivas y
discriminatorias de la sociedad que estigmatizan la identidad sexual y
promueven la desigualdad de género. Se ha opuesto, cuando nadie lo hacía explícitamente,
al determinismo biológico rompiendo con la heteronormatividad.
Así, en el relato “La semana más maravillosa de
nuestras vidas”, del volumen Desastres
íntimos, cuenta la relación de dos mujeres que viven una aventura amorosa
sin importarles el futuro de ese vínculo que parece agotarse en sí mismo. Al
igual que Aída, desechan comprometerse en relaciones de pareja tradicional y
huyen de cualquier lazo estable. Sienten la avidez de autoafirmarse como
individuos en solitario y prefieren guiarse exclusivamente por la pasión.
En otro de los cuentos, “Entrevista con el
ángel”, se pone en cuestión el estatuto de la familia, que se compara con un
gueto. Sin embargo, en “La destrucción o el amor” se reivindican enfáticamente
emociones desinteresadas, las únicas que pueden rescatarnos del aniquilamiento,
cuando hemos acabado con la tiranía de las convenciones. “Fetichistas S.A.” es
un relato que ilustra el giro enorme que ha dado la mujer y de qué manera su
oposición al mandato patriarcal ha cambiado el estado de las cosas. Sobre la
escena narrativa actúa una fetichista con sus obsesiones sexuales, es decir, se
hace posible algo que se le endilgaba preferentemente al varón. Los roles
tradicionales de género quedan otra vez desmantelados y las protagonistas
surgen como sujetos deseantes. Aquello prohibido por el pacto social se vuelve
permisivo y el amor-pasión -el amor romántico elevado a su enésima potencia-
emerge como el modo capaz de borrar la realidad, hostil y desangelada, para
vivir en una suerte de bella locura.
En sus últimos libros de relatos, Habitaciones privadas y Los amores equivocados, resurgen temas,
y la escritora -siempre atenta a los acontecimientos de la realidad,
generalmente alienantes- incorpora otros. Las historias transcurren en espacios
cerrados, las criaturas de ficción actúan y sufren limitaciones propias de los
grandes centros urbanos. Deambulan por cuartos de hoteles, lugares de alterne,
clínicas de reposo, pero atrapadas por una aflicción imponderable. La soledad
de las ciudades y lo que en ellas se trama de forma marginal -nuevas prácticas
del abuso, el maltrato y la perversión-, asoman en la primera historia: “After
hours”, crítica sutil del mundo actual y de sistemas políticos que hicieron aguas
dejando secuelas graves en su población, donde la mujer es víctima principal de
los descalabros de la Historia. En Los
amores equivocados se privilegian las figuraciones de vínculos que se entablan
de forma imprevista con su carga de seducción y sexualidad. Otra vez, el medio
es urbano y las relaciones, algunas que se creían efímeras, infligen marcas
indelebles en el cuerpo y en la vida, consecuencias inesperadas, como en el
cuento “La escala Lota”.
Signadas por los vaivenes de la pasión, se
fueron ordenando su poesía y su prosa que albergan el resplandor del instante,
el asombro que el amor y el erotismo generan. Peri Rossi hace de ello una
poética, como nunca antes lo había realizado una escritora latinoamericana. En
sus textos y versos repite y ensancha el gesto de los amantes que se ven
compelidos a la implacable separación, aunque queden ligados por la zozobra que
el destino impone y la esperanza de un nuevo encuentro.
Referente del feminismo y de los movimientos
LGTBI, su literatura excede cualquier clasificación. Su obra, que se mueve en
torno de la partida, el viaje, los desarraigos, los síntomas generados por el
deslumbramiento de la belleza, el derroche de la mirada, la excitación del
juego o el estar perplejo ante sistemas cada vez más deshumanizados, no es un
grito partidista, aunque haya una voz alta, diáfana, que habla, sondea sobre el
deseo, la morada del placer -que a veces es redención y otras, condena-,
núcleos temáticos que también circulan en sus casi veinte libros de poesía. Poemarios
de inflexiones disímiles. En unos, se pronuncia con un timbre elegíaco; en otros,
enardecido, incluso, burlón, voluptuoso, pero también alicaído por la tristeza
o la nostalgia; en su mayoría son de índole sentimental y en los que impera de
forma ascendente la narratividad y una suerte de diálogo con el ser deseado o
añorado.
|
Crédito Matías Nieto |
Desde su primer poemario, Evohé, la autora recupera “la instancia religiosa de hacer el
amor”. Para ella, “escribir, amar y orar son actividades que se mezclan y
juntan. Amar se convierte en un oficio en el sentido de oficiar un rito, igual
que escribir”. Con Evohé (1971) cambia
de registro; pasa de ser una narradora que se ocupa de la realidad social y política,
a dar un salto con una propuesta pendiente: la revolución sexual.
En Estado
de exilio como en Diáspora, leemos
poemas que discurren sobre el hecho de la partida y de la llegada, sobre la
difícil supervivencia y la problemática asimilación, cuando nada será lo que se
había soñado. “Sólo la soledad es igual a sí misma”, refiere en “Gotán”.
Lingüística general, Otra vez Eros y Estrategias
del deseo trabajan con revelaciones amorosas cada vez más desafiantes. La
autora emplea el humor como catarsis ante el dolor y nutre ese camino hacia la
trascendencia que es el erotismo y su carácter iluminado. Desgrana la singular
conjunción de amor y desamor entre mujeres. Versos eróticos que expresan el
anhelo de fusión de los cuerpos que, en la cima del éxtasis, tocan el cielo
haciendo posible la metamorfosis: que una persona se convierta para otra en
divinidad.
Los poemarios más recientes, Habitación de hotel y Playstation, reflejan esos momentos en
los que el yo lírico afronta su propia soledad, pero también la que se vive en
las grandes urbes. Se examinan los modos actuales de vida que llevan al sujeto
a adicciones que parecen aliviar circunstancialmente el peso de la angustia.
Máquinas que se apoderan del tiempo vacío, en un tiempo desencantado y sin
utopías. Mientras esto ocurre, se puede escuchar el canto del juglar enamorado,
observar la mirada que recae en ese minuto precioso que se esfuma y no se puede
detener más que en el recuerdo transfigurado en la creación. Por delante, el
amor y su indeclinable carácter de dar y quitar, y la conciencia de la autora
quien -ante la fugacidad de los lazos, del placer erótico, de la propia
existencia- advierte que hay algo que permanece intacto, la escritura: “el
único fuego que no se extingue” en ella, así como su vehemencia y la apuesta de
ir más allá, hasta el fondo, que atraviesa su obra, pero también su curso vital
desde el principio, cuando todavía era una nena silbando un valsecito criollo
en el paisaje secular uruguayo. Y luego, de joven, cuando ya en Barcelona
escribía en estado libidinal hasta sus artículos de prensa. Fiel a sí misma
convirtiendo todo en literatura: eterna insumisa.