Esposos hacendosos hasta ahí


Aunque estemos plenamente convencidas de que el hogar es nuestro reino –por no decir nuestro feudo, y correr el riesgo de ser malinterpretadas–, bien podríamos ser tolerantes y hacerle creer al propio marido que él tiene algún derecho a decidir en el ámbito doméstico, e incluso a colaborar en nuestras labores habituales.

En otras palabras, que nos den una mano, sí, pero sin llegar nunca hasta el codo. Así lo indica con suma prudencia El Álbum de la Mujer (Buenos Aires, 1933), cuyos sanos y sagaces  consejos hemos destacado en otras oportunidades. “A algunos esposos les gusta de vez en cuando sentirse tratados como amos de casa, tener la ilusión de que pueden tomar decisiones con respecto al manejo del hogar, y hasta realizar algunas tareas que son de nuestra incumbencia. Lo inteligente de nuestra parte será sacar un provechoso partido de estas pretensiones de ellos, sin que peligre nuestra natural autoridad.” Dicho en buen romance criollo: no ceder un ápice de nuestro terreno, pero manejar la situación con la suficiente habilidad como para dejarlo contento, dorándole la píldora y, de paso, cañazo, saliendo beneficiadas con esa ayudita bien delimitada.

“Es muy fácil halagar a los hombres y a la vez controlar el riesgo de que se tomen a pecho el papel de amos de casa”, nos tranquiliza el citado Álbum.  Como es resabido, “la astucia femenina sobrepasa la masculina paredes adentro, siempre que conozcamos al dedillo nuestras obligaciones y que el buen funcionamiento hogareño sea nuestro fuerte”.

En consecuencia, se nos propone para calmar los afanes de maridos con el berretín de cooperar y opinar, adjudicarles un día por semana para que den una mano. Lo ideal sería ponerlos a trabajar, por ejemplo, cuando nos toca el té canasta con las amigas o en el día franco de la niñera, siguiendo así al pie de la letra las instrucciones del manual de turno.

Desde luego, tendremos que asignarle al esposo con veleidades de rey del hogar tareas bien acotadas, no sea cosa de que se propase en su intento de resultar útil y, lo que sería aún peor, se tome atribuciones sobre rubros que no le competen, como controlar el contenido del refrigerador. Por lo dicho, no conviene pasarle demasiada información sobre proveedores, tareas del personal doméstico y otros rubros que nos interesa manejar con exclusividad. El marido más entusiasta, nos tranquiliza El Album..., se suele echar atrás después de una tarde a cargo de los niños, sobre todo si tiene que cambiar pañales o lavar algún plato o rasquetear el fondo de una olla que dejó quemar por falta de entrenamiento. 

De modo que, confiadas las señoras, nuestro reino no corre riesgo si nos manejamos con tino y firmeza cuando concedemos al esposo el permiso para que se sienta -por un rato- útil y con poder hogareño. Más todavía: podemos darnos el lujo de elogiar su desempeño porque “no hay forma más segura de tener a un hombre a nuestra disposición que halagar su vanidad y dejarlo pensar que él es la autoridad suprema en todas las materias”.