A propósito de “Gente conmigo”, de Syria Poletti: literatura argentina, migraciones y alteridad

Por Verónica Abrego

“Antes creía que Europa era un dilema. Y América otro.  Ahora que comienzo a entender algo, me parece que es un solo dilema, un solo padecimiento. Por eso siento la misma pasión por los dos mundos... no puedo partirme”.

Syria Poletti

Edición 1962

Entre las numerosas obras literarias que exploran la memoria de las migraciones transatlánticas, este artículo se refiere a una narración casi olvidada: la novela Gente conmigo, publicada en 1962 por la escritora ítalo-argentina Syria Poletti y reeditada en 2017 por la distinguida autora argentina María Teresa Andruetto, junto con Juana Luján y Carolina Rossi. De marco autobiográfico, el texto da testimonio de las migraciones transatlánticas como un movimiento bidireccional. Historia situada entre continentes, la trama se cuenta desde la perspectiva de biografías familiares y personales, que en muchos casos fueron viajes de ida y vuelta. 

Como señala Birgit zur Nieden en su estudio sobre los discursos de las migraciones argentinas, las migraciones europeas a Argentina - vistas desde un enfoque de las metas individuales- se caracterizan por la reciprocidad de las trayectorias. Los desplazamientos en sentido contrario, es decir, hacia Europa, son realizados no solo por segundas o terceras generaciones, sino también por las primeras, en lo que casi puede calificarse de viajes sociales de ida y vuelta.  En el caso de Gente conmigo, un relato de una inmigrante de primera generación, la protagonista y narradora retrata su inmigración en primera persona desde el Friuli italiano a Argentina donde, tras lograr establecerse como traductora en Buenos Aires, su solidaridad con otros extranjeros la lleva a la cárcel. 

El texto permite entender desde una perspectiva personal las condiciones inhóspitas en las que se encontraba su país de origen despuésde la Segunda Guerra Mundial, que se describen en contraste con la efervescente y próspera Buenos Aires de la época. 

Antes de comentar la novela, se recapitulan a continuación algunos puntos de referencia aportados por los estudios sobre la alteridad y su relación con el concepto de interseccionalidad, seguidos de un esbozo del marco histórico de la migración a Argentina. Más adelante, se hace referencia a la novela, reflexionando sobre sus motivos literarios más relevantes relacionados a la migración transatlántica.


Alteridad - Otredad – Interseccionalidad

Sin detenernos en la larga tradición religiosa, filosófica y sociológica de estudios sobre la alteridad, cabe resumir algunas reflexiones sobre el/la otro/a; Otro/a; y el /a extraño/a, que nos orientarán para el análisis de este texto, escrito por una autora de origen inmigrante.

Hablando en general, un "otro" es cualquier sujeto distinto del yo. En la psicología lacaniana el "otro" en minúsculas se refiere al niño que se mira en el espejo y se da cuenta de que es un ser individual, separado del resto. Sin embargo, Lacan también teoriza sobre un 'Otro' escrito con mayúsculas; le 'Grand-Autre', un otro simbólico que no es un interlocutor real, pero que puede encarnarse en la madre o el padre y que permite al sujeto identificarse a sí mismo en su mirada. En un trabajo clásico de los estudios poscoloniales, el grupo de autores australianos Bill Ashcroft, Gareth Griffiths y Helen Tiffin subraya el paralelismo existente entre el Otro lacaniano y el poder imperial. El imperio y su centro son considerados como ese Otro, ya que la identidad del sujeto colonizado se formula en relación y dependencia de su metrópoli. Además, el imperio es el marco ideológico en el que el sujeto se apoya para entender el mundo: "En el discurso colonial, la subjetividad del colonizado se sitúa continuamente en la mirada del Otro imperial, el 'grand-autre' ". Como contrapunto, y recordando a Franz Fanon, la mirada del Otro imperial induce al colonizado a percibir de forma alienada y distorsionada su propia subjetividad. 

Aunque las reacciones de defensa ante lo extraño' parecen formar parte de nuestra configuración primaria como seres sociales, y la estereotipia no es más que una estrategia de orientación ante lo desconocido, ser conscientes de estos automatismos nos permite superarlos y ampliar nuestro horizonte de interacción. En el marco de las sociedades estratificadas por el orden imperial, el "extranjero" se define en un proceso que la filósofa poscolonial Gayatri Spivak denomina Alterización u "Othering", un proceso dialéctico en el que el  "gran Otro" -es decir, el colonizador- se establece y crea, al mismo tiempo, a sus "otros" colonizados como sujetos inferiores. 

Según la filósofa Rosi Braidotti, y de acuerdo con un movimiento intelectual que cuestiona el universalismo humanista por su contradictoria trayectoria, el paradigma eurocéntrico presupone una dialéctica entre el yo y el otro, en la que el binarismo entre identidad y alteridad constituye una lógica cultural y una fuerza motriz. En este contexto, la "diferencia" siempre apunta a una relación devaluada, ya que el "Otro" es una imagen negativa de la propia subjetividad, que siempre está provista de conciencia, racionalidad y autonomía moral. Bajo la influencia de este paradigma, se reproducen continuamente situaciones de hegemonía de poderes y de discriminación, ya que el yo que realmente cuenta en el orden social es mayoritariamente un blanco europeo. La discriminación se produce entonces de forma múltiple y compleja, vinculada a diferentes aspectos de la vida humana, como la pertenencia o la identificación con una clase social; las suposiciones sobre el cuerpo o la apariencia física; el deseo o la orientación sexual; el origen cultural y/o nacional; la edad, el género, la pigmentación de la piel, la complexión física, la religión, etcétera. Las personas discriminadas en relación a varios de estos aspectos, que generalmente se entrecruzan y superponen, son desplazadas a los márgenes sociales. Si tenemos en cuenta el concepto de interseccionalidad, la discriminación del "otro" es una acción discursiva que se produce por inmersión en un discurso que permite separar a determinados individuos de una comunidad que se percibe a sí misma como homogénea.

Por lo tanto, el reto consiste en ser consciente de los procesos de alterización, entender este discurso discriminatorio como una performance (según Judith Butler: una puesta en escena, un acto) e interrumpirla. El filósofo Georg Simmel, en su texto de 1908 Exkurs über den Fremden, había pensado con agudeza que la condición de  "extranjero" del inmigrante no es una cualidad intrínseca de su persona, sino una adscripción relacional, es decir, una característica que se le otorga -consciente o inconscientemente- dentro de una relación y que impone una valoración crítica. Georg Simmel describió al extranjero como una "forma social"; es decir, ser extranjero significa estar conectado con los demás de una manera particular. Simmel distingue entre el "extranjero" y el "viajero errante", el nómada;  porque el extranjero "hoy viene y mañana tal vez se quede", mientras que el nómada está de paso. Debido a su situación, el extranjero es capaz de mirar su entorno desde una perspectiva especial. Para Simmel, la especial objetividad del extranjero es un privilegio que, al mismo tiempo, lo coloca en una situación de vulnerabilidad, ya que, en caso de malestar social, se convierte inmediatamente en una persona sospechosa. 

En América Latina, el debate sobre los conceptos que describen con precisión la convivencia de personas de diferentes culturas tiene una larga tradición, por razones históricas. En la actualidad, el marco ideacional está marcado por los conceptos de hibridez, transculturalidad y ch'ixi. En cuanto a la transculturación, se trata de un  concepto que adquirió una nueva visibilidad internacional cuando fue adoptado por el filósofo alemán Wolfgang Welsch en 1997, y que postula que las culturas están siempre abiertas al intercambio. Welsch tomó el concepto de la obra del antropólogo cubano Fernando Ortiz, que lo forjó en 1940 para describir la reciprocidad de los contactos culturales entre Europa y América Latina. Con el telón de fondo de la economía de plantación en la isla y la correspondiente migración forzada desde África, Ortiz estudió el potencial creativo de los movimientos migratorios y su valoración positiva.

Syria Poletti, 1968, Wikipedia

La transculturalidad también está en el centro del discutido concepto de hibridez, concebido por Néstor García Canclini (1990), que la describió como un proceso bidireccional de préstamos entre culturas, en el que las tensiones eran ciertamente el resultado de las relaciones de poder imbricadas. García Canclini no solo observó las dinámicas de transformación cultural resultantes de la influencia de las migraciones transatlánticas, sino también las adaptaciones consecuentes con los procesos de migración campo ciudad en la cultura popular, procesos tan típicos de la industrialización en América Latina. Con ch'ixi, la teórica boliviana Silvia Rivera Cusicanqui llama la atención sobre la larga historia de resistencia de los pueblos indígenas. Utilizando una palabra de la lengua aymara, describe la interacción de diferentes influencias culturales como una superposición, en la que los diversos elementos no se disuelven entre sí ni se funden en algo nuevo. Por el contrario, las prácticas culturales mezcladas "se contradicen o se complementan", representando una tensión. En una metáfora visual, Rivera Cusicanqui describe el ch'ixi como el gris que, visto de cerca, se compone de puntos blancos y negros. 

Para el filósofo peruano Aníbal Quijano, un eje fundamental del patrón de poder colonial está constituido por la idea de diferencia étnica: "la clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza [es] una construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial". En su mirada, desde que se estableció una perspectiva eurocéntrica como característica y condición de los estados-nación modernos, en las sociedades latinoamericanas del Cono Sur, se produjo un proceso de homogeneización mediante la eliminación masiva de los grupos indígenas, negros y mestizos. En otras palabras, estos nuevos países se construyeron "no mediante la democratización fundamental de las relaciones sociales y políticas, sino mediante la exclusión de una parte de la población".  Aníbal Quijano subraya la estratificación de las sociedades latinoamericanas según el eje de la diferencia étnica. Sin embargo, al acercarnos a la experiencia de los inmigrantes europeos persuadidos a poblar la Argentina en la época de la fundación nacional, comprobaremos que ellos también fueron objeto de procesos de discriminación, lo que nos recuerda una vez más el concepto de interseccionalidad y el consiguiente estudio del discurso que sustenta la discriminación en cada caso concreto.


Primera mitad del siglo XX: la inmigración y el exilio en la Argentina 

Con el establecimiento de un gobierno militar represivo en la década de 1970 y las sucesivas crisis económicas en la década de 1980, la dirección de las migraciones transatlánticas se invirtió, en su mayor parte, pasando de América Latina a Europa. Sin embargo, hacia finales del siglo XIX y también en el contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial del siglo XX, Argentina fue un destino preferente para los inmigrantes europeos. Desde mediados del siglo XIX, las élites argentinas habían incentivado la inmigración, una medida característica de las metrópolis en expansión. En definitiva, consideraban a los aborígenes del país como bárbaros y a los descendientes de españoles como incapaces de incorporar el naciente Estado a la dinámica del mercado mundial. En sus inicios como república independiente, apenas un millón de habitantes poblaban un territorio de más de 4 millones de km², según estimaciones del estadista Juan Bautista Alberdi, redactor de la Constitución argentina y gran promotor de la inmigración europea.  Asimismo, a finales del siglo XIX los gobiernos europeos se encontraban en una etapa de expansión imperial en la que veían con buenos ojos la idea de "colonizar" territorios en Sudamérica mediante el arraigo de parte de su población emigrada. No es casual entonces que algunos segmentos de la población argentina aún se consideren expatriados y sigan identificándose con los centros europeos. Por un lado, esto es comprensible debido a sus vínculos familiares; por otro, esto ha dado lugar a cierta actitud de desprecio hacia la población nativa que perdura hasta hoy e impide la construcción de un ethos latinoamericano.

La invitación a que Europa pueble su territorio sigue formando parte de la Constitución argentina, en su artículo 25, y también está inscrita en la autopercepción de la nación. Desde su fundación como estado nación, Argentina ha sido un país de inmigrantes. El impacto de la migración fue inmenso: mientras que el primer censo, realizado en 1869, registró 1.737.076 habitantes, el siguiente, en 1914, ya contaba con 7.885.237 personas, duplicándose nuevamente esta cifra en los treinta años siguientes, hasta llegar a 15.893.827, en 1947 (INDEC, s.f.).

A finales del siglo XIX, Buenos Aires se había convertido en una Babel a orillas del Río de la Plata; en sus calles se oían, sobre todo, conversaciones en cocoliche e italiano, en español, gallego y catalán, en yiddish, francés, en turco, ruso, polaco y húngaro. La mayoría de los jóvenes que llegaron a Argentina eran de origen rural y no tuvieron acceso a la "tierra prometida" del interior del país. Pocos consiguieron dedicarse a la agricultura o a actividades relacionadas, ya que la tierra estaba en su mayoría en manos de grandes terratenientes.  Los inmigrantes se instalaron así en zonas urbanas y se dedicaron a actividades comerciales y de servicios, teniendo que librar una larga lucha para conseguir representación política. Las causas intrínsecas de la emigración desde Italia fueron múltiples. Al igual que España, en la segunda mitad del siglo XIX Italia experimentó una gran presión demográfica debido a la falta de tierras para el cultivo, ya que ninguno de los dos países logró establecer una revolución industrial. Las guerras de desmembración, que se produjeron tras la invasión napoleónica, y las guerras de reunificación del Risorgimento, seguidas de las dos guerras mundiales, provocaron un incesante malestar social y un gran empobrecimiento económico, que dieron lugar al éxodo. Según las estimaciones, entre 1870 y 1970 llegaron a Argentina 2,9 millones de italianos. En la actualidad, se considera que aproximadamente el 50 por ciento de la población argentina, unos 27 millones, tiene, en su mayoría, ancestros de origen italiano.


La alteridad como experiencia colectiva en la novela de Poletti

Syria Poletti nació en Pieve di Cadore en 1919 y murió en Buenos Aires en 1991. A los veinte años, se graduó como profesora en Venecia y llegó a Argentina a los 26 años, en 1945, para ser directora de la Asociación Dante Alighieri de la Provincia de Santa Fe. Poco después, estudió español e italiano en la Universidad Nacional de Córdoba, se graduó como traductora jurídica y se instaló en Buenos Aires. El reconocimiento público como escritora le llegó con la obra aquí comentada, Gente conmigo (1962), un gran éxito por el que recibió el Premio Internacional Losada y el premio de la Ciudad de Buenos Aires. En total se han publicado 10 ediciones, y ha sido traducida al alemán, checo, inglés e italiano, e incluso fue llevada al cine. Le siguieron cinco novelas más, aunque Syria Poletti trabajó sobre todo como periodista.  Sin embargo, la autora obtuvo su mayor reconocimiento como promotora y autora de literatura infantil, ocupación que le deparó el Premio Nacional de Cultura Konex en 1984.

Edición 2017

Cuando le preguntaron en una entrevista acerca de los obstáculos que encontró en su carrera, Poletti respondió que se enfrentó a tres: ser extranjera, ser mujer y ser pobre, siendo este último el más duro porque "ser pobre le confina a uno a una esfera puramente individual, sin posibilidad de amigos influyentes, de relaciones   interesantes".  Poletti invita a los lectores de Gente conmigo a empatizar con las situaciones de extrema pobreza y con la vulnerabilidad de la migración. Su prosa es intensa y la estructura temporal de la obra hace del pasado, presente. La voz narradora, Nora Candiani, escribe desde la cárcel la historia de una niña cuya malformación en la espalda le impidió reunirse con su familia en el extranjero, lo que la obligó a quedarse con su hermana en su pueblo natal, en las Dolomitas, bajo el cuidado de su abuela. El primer párrafo relata vívidamente las causas de la emigración durante la segunda década del siglo pasado, y también la angustia de los que se quedaron atrás: "Tal vez todo empezó en mi aldea, carcomida por los siglos, devastada por las invasiones, el día en que mis padres se marcharon a América. Entonces la Argentina se me figuró como un monstruo devorador de padres, madres y hermanos".

La niña dejada atrás trabaja en el pueblo de Friuli con su abuela como amanuense. Se educa y llega a Argentina mediante una astuta estratagema, gracias al apoyo de su hermana, que había conseguido emigrar antes. En Buenos Aires se convierte en traductora jurada de italiano, posición desde la que será testigo y partícipe de una sociedad inmigrante llena de contradicciones e injusticias, de esperanzas y decepciones. Por un cambio de fortuna, será víctima de un fraude profesional y emocional y acabará en la cárcel.

Hay numerosas referencias históricas que permiten situar la novela durante la primera presidencia de Perón (1946-1952), en el contexto del éxodo de Europa que se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. Dotar a la narradora del oficio de amanuense, primero, y de traductora, después, constituye una inteligente estrategia narrativa para mostrar un punto de encuentro entre dos mundos diferentes. La protagonista es consciente de la existencia de un hecho común entre los inmigrantes:

"Allí, escribiendo cartas a América, vivía en la tensión de América. Aquí, al traducir documentos de emigrantes, volví a sumergirme en la oleada de Europa. [...] Sentí la realidad y la esperanza de todos. Había sufrido los dos males: la espera y la perplejidad de la llegada".

Así, la protagonista se familiariza con los conflictos emocionales y las luchas que desata la migración desde la perspectiva tanto de los que emigran como de los que se quedan atrás. Su lugar de enunciación puede leerse ya en el título del libro. También aparece claramente al final, cuando la protagonista recuerda a su abuela instruyéndola en su primera profesión, diciéndole: "Lee lo que escribes como si hablaras, porque lo que  escribiste ya no es tuyo. Es de la gente. Tu trabajo es interpretar a la gente, ver por dentro y decir la verdad". Nora Candiani, la italiana pobre que se convirtió en una  respetada profesional en Argentina, sigue estando del lado de los más pobres y desprotegidos, como la amanuense que fue al lado de su abuela.

Los personajes presentados en el libro son seres que pasan por una tierra que los atrae, los recibe y los rechaza al mismo tiempo; están atrapados en un doble vínculo entre su patria de origen y su nuevo país. Los que llegan intentan situarse en el océano embravecido de una ciudad resplandeciente; sin embargo, llevan a cuestas submundos de tristeza. Por ello, se enfrentan constantemente al dilema de reinventarse y empezar una nueva vida o satisfacer las necesidades de los que esperan en el lugar de origen. En su trabajo como traductora, la protagonista se enfrenta a la crueldad de las leyes que solo permiten la entrada de "inmigrantes aptos". Su encarcelamiento se debe a haber firmado documentos falsos que facilitan la entrada de personas no deseadas en Argentina. Con una eficacia desalmada, las leyes de inmigración seleccionan y desechan a quienes tienen defectos físicos o enfermedades, destruyendo familias y creando desamparo y mayores privaciones en los países de origen. A Nora le resulta imposible cerrar los ojos ante los problemas de quienes quedaron atrás y requieren ayuda urgente: Rafael, el niño jorobado; la hija lisiada de Magdalena; las ancianas que quieren reunirse con su familia emigrada; un marido con mala salud tras la guerra...

La relación de la protagonista con ambas tierras sufre transformaciones a lo largo de la novela. Desde la perspectiva de un yo narradora, se describe una búsqueda de   pertenencia. Nora comienza con la metáfora de Argentina como un monstruo de ultramar que se traga a padres y hermanos; luego pasa a la ilusión de que un entorno se mimetiza con el otro; finalmente, se da cuenta, con gran decepción, de que no estamos ligados a ninguna tierra, sino -siempre- a las personas. Por eso, el reencuentro final con los padres y hermanos le produce una gran desilusión; después de 15 años de separación, la familia se había convertido en un grupo de extraños, como si ese fuera el tributo exigido por el monstruo de su infancia:

"Y sentí hacia ellos la melancólica piedad que inspiran los árboles castigados por la tormenta o trasplantados a un hábitat inadecuado. Esos árboles patéticos que a pesar de los azotes, antes de caer, lanzan un último estallido de verde [...] Yo necesitaba hundir las raíces en las calles de asfalto, apisonadas por el deambular de hombres y mujeres tan desarraigados como yo, pero con la conciencia de vivir"

El propio proceso de "arraigo" de la protagonista se contrapone a la actitud de  numerosos inmigrantes que nunca consiguen superar una idea utilitaria de su país de residencia: "Fueron nuestros padres quienes nos inculcaron que éste es un país de paso. [...] Ellos consideraron a Europa como el país verdadero. Y no pensaron que, con su desapego por el país de tránsito, nos cortaban de los centros de circulación nerviosa". Este contrapunto alcanza su cenit en la relación amorosa con Renato, un hombre de su región de origen. Debido a su situación acomodada, Renato no había sufrido ninguna pérdida durante la guerra y sigue colmado de nostalgia por Italia. Sin embargo, esta experiencia propia de vulnerabilidad no le impedirá estafar a sus prójimos para avanzar socialmente en su nuevo país. Con él, la protagonista descubre su "americanismo", que se produce como una apertura de horizontes más allá de los estereotipos preconcebidos: "Sí, es cierto. América me penetró. Invadió mis entrañas. Pero fue porque mis cuencos estaban abiertos para recibirla en toda su desnudez. En cambio, vos viniste con los sentidos herméticamente cerrados".  

Hacerse argentino/a no significa entonces automáticamente asumir un compromiso con el nuevo país. La protagonista cuestiona continuamente la forma de actuar de la sociedad, el llamado "no te metás" argentino, ya establecido y anterior al que volvimos a enfrentar en sus  consecuencias durante la última dictadura militar: "Ahora estoy contaminada por la abulia; atacada hasta la médula por ese 'no te metás', que coloca a los argentinos en un limbo con respecto a la realidad social. Se sienten ajenos, exentos de todo lo que acontece en el país […]. Cada uno se considera inmunizado contra la podredumbre de los demás. Parecería que el país, las leyes y las normas cívicas fueran una utopía".

La diferencia de actitud hacia los inmigrantes italianos también surge de la figura de Renato y, en esta oposición, se refleja claramente la colonialidad dentro del discurso contemporáneo de las comunidades de inmigrantes: "- Tratan de recuperar a su hijo. Tampoco a ellos les gustó la idea de ir a ver a la señora del presidente. Les parecía que iban a pedir limosna en lugar de justicia. - ¡Bah! Esa gente no tiene dignidad. Son meridionales. Echan a perder el prestigio de la inmigración italiana. Y esa deficiencia se debe... - ¡No sólo en el sur de Italia hay pobres y deformes!". 

Al final de la novela, la protagonista descubrirá que no son los territorios, sino los más pobres, a quienes ella se siente arraigada. Nora Candiani encarna la posición del extranjero descrita por Georg Simmel en Exkurs über den Fremden. En situaciones críticas, la "objetividad" del extranjero se convierte en una trampa y el extranjero se  convierte en sospechoso y en víctima. En la novela, la vulnerabilidad de los inmigrantes también se hace explícita a través de situaciones que vuelven su destino contra ellos mismos. Por ejemplo, la historia de la joven siciliana, hermosa pero indigente, Valentina, que, ansiosa de libertad y obligada a casarse por interés, es perseguida por su propia familia y, sin encontrar salida, finalmente se suicida. Se relatan varias historias que muestran a mujeres explotadas por los hombres. Pero también está el caso del inculto Mateo, padre de cinco hijos, que es acusado de anarquista y torturado para que admita un crimen que nunca podría haber cometido.

Así, el texto describe la migración como un proceso que exige a sus protagonistas una gran capacidad de adaptación; sin embargo, esas transformaciones constantes también pueden acabar destruyéndolos. Para quienes se abren a la experiencia de migrar, se produce una transformación cultural y personal irreversible. La intensidad de la prosa de Gente conmigo tiene su correlato en el compromiso con la humanidad vulnerable, con los cientos de miles que cruzaron el océano en un acto de desesperación, coraje y esperanza, pero también con los que quedaron atrás, expuestos a la desgracia de la pobreza y la soledad, hasta que Europa un día resurgió de sus cenizas.


Algunas conclusiones

Una de las cuestiones que surge inevitablemente al trabajar con autoras, es hasta qué punto su narrativa tiene características atribuibles al posicionamiento de género. Sin entrar en el largo debate sobre la existencia o no de la escritura femenina como categoría, puede decirse que, en las sociedades patriarcales, la materialidad del cuerpo impone experiencias que se hacen palpables a través del lugar de enunciación de la narradora. Así, cabe señalar que un elemento distintivo de Gente conmigo es un lenguaje claramente anclado en la corporalidad de la narradora inmigrante.  Syria Poletti sitúa a su protagonista en la encrucijada de personajes en tránsito, y evoca a través de su vida las voces de otros. De este modo, consigue reflexionar sobre un proceso que va del desarraigo al arraigo, creando un espacio en la novela para la expresión de un sujeto migrante colectivo. Al analizar los pasajes sobre la alteridad, surge la pregunta sobre quién de hecho discrimina y quién es discriminado. Quizá la certeza más inquietante que crece en el interior del/la lector/a a medida que se pasan las páginas es que la discriminación es un proceso bidireccional: puede encontrarse en ambos extremos del camino, del cual se parte y al cual se llega. Por un lado, la marginación y la violencia social en el país de origen son el punto de partida de todas las experiencias migratorias descritas en el libro. Quienes emigran se encuentran en situaciones de gran precariedad; en el caso de la protagonista, resulta de una intersección formada por los ejes de clase social, cuerpo y género. La posibilidad de emigrar a Argentina fue, para muchos, un privilegio; sin embargo, la adaptación a la nueva tierra fue, para la mayoría, una enorme lucha por la supervivencia. Aunque Argentina no era un imperio, para los inmigrantes que recibía, funcionaba como tal. En este sentido, cabe reflexionar sobre el "Gran Otro" de los estudios poscoloniales y su validez en cuanto a los/as otro/as inmigrantes.

Circunstancias difíciles y barreras artificiales se ciernen como graves obstáculos sobre estos/as  "otro/as migrantes" y los discursos discriminatorios del nuevo país se vierten y conservan en leyes que determinan y tienden a cimentar su posición social. En Gente conmigo, el encarcelamiento de la protagonista parece ilustrar las reflexiones de Georg Simmel sobre el gran riesgo de persecución al que se enfrentan los/as migrantes en tiempos difíciles.

En el actual clima sociopolítico, en el que se habla de la migración como un peligro acuciante, la memoria crítica de la migración como parte de la historia nacional sigue siendo una experiencia olvidada por los países construidos sobre su base. En contraste con los relatos épicos que celebran la fundación nacional o la expansión imperial, la inmigración, como "historia desde  abajo", suele ser negativa y resistente a la memoria. Sin embargo, la literatura sobre las migraciones nos permite asumir una perspectiva diferente sobre los movimientos migratorios del pasado, ya que actúa como intermediaria entre la memoria individual y la colectiva y nos muestra cómo las circunstancias históricas marcan la vida de las personas. Se trata de un conocimiento esencial para las sociedades democráticas actuales, interconectadas con el mundo por procesos económicos extremadamente dinámicos. Nunca antes habíamos sido tan capaces de escuchar con atención las historias de los migrantes y, a través de ese conocimiento, contribuir a la construcción de las sociedades más justas en las que todos deseamos vivir.

 

NDLR: Esta publicación no incluye la bibliografía citada por la autora