Por Verónica Abrego
“Antes creía que Europa era un dilema. Y
América otro. Ahora que comienzo a
entender algo, me parece que es un solo dilema, un solo padecimiento. Por eso
siento la misma pasión por los dos mundos... no puedo partirme”.
Syria Poletti
Edición 1962 |
Como
señala Birgit zur Nieden en su estudio sobre los discursos de las migraciones
argentinas, las migraciones europeas a Argentina - vistas desde un enfoque de
las metas individuales- se caracterizan por la reciprocidad de las
trayectorias. Los desplazamientos en sentido contrario, es decir, hacia Europa,
son realizados no solo por segundas o terceras generaciones, sino también por
las primeras, en lo que casi puede calificarse de viajes sociales de ida y
vuelta. En el caso de Gente conmigo, un relato de una
inmigrante de primera generación, la protagonista y narradora retrata su
inmigración en primera persona desde el Friuli italiano a Argentina donde, tras
lograr establecerse como traductora en Buenos Aires, su solidaridad con otros
extranjeros la lleva a la cárcel.
El texto
permite entender desde una perspectiva personal las condiciones inhóspitas en
las que se encontraba su país de origen
despuésde la Segunda Guerra Mundial, que se describen en contraste con la
efervescente y próspera Buenos Aires de la época.
Antes de
comentar la novela, se recapitulan a continuación algunos puntos de referencia
aportados por los estudios sobre la alteridad y su relación con el concepto de
interseccionalidad, seguidos de un esbozo del marco histórico de la migración a
Argentina. Más adelante, se hace referencia a la novela, reflexionando sobre
sus motivos literarios más relevantes relacionados a la migración
transatlántica.
Alteridad
- Otredad – Interseccionalidad
Sin
detenernos en la larga tradición religiosa, filosófica y sociológica de
estudios sobre la alteridad, cabe resumir algunas reflexiones sobre el/la otro/a;
Otro/a; y el /a extraño/a, que nos orientarán para el análisis de este texto, escrito
por una autora de origen inmigrante.
Hablando
en general, un "otro" es cualquier sujeto distinto del yo. En la
psicología lacaniana el "otro" en minúsculas se refiere al niño que
se mira en el espejo y se da cuenta de que es un ser individual, separado del
resto. Sin embargo, Lacan también teoriza sobre un 'Otro' escrito con
mayúsculas; le 'Grand-Autre', un otro simbólico que no es un interlocutor real,
pero que puede encarnarse en la madre o el padre y que permite al sujeto
identificarse a sí mismo en su mirada. En un trabajo clásico de los estudios
poscoloniales, el grupo de autores australianos Bill Ashcroft, Gareth Griffiths
y Helen Tiffin subraya el paralelismo existente entre el Otro lacaniano y el
poder imperial. El imperio y su centro son considerados como ese Otro, ya que
la identidad del sujeto colonizado se formula en relación y dependencia de su
metrópoli. Además, el imperio es el marco ideológico en el que el sujeto se
apoya para entender el mundo: "En el discurso colonial, la subjetividad
del colonizado se sitúa continuamente en la mirada del Otro imperial, el
'grand-autre' ". Como contrapunto, y recordando a Franz Fanon, la mirada
del Otro imperial induce al colonizado a percibir de forma alienada y
distorsionada su propia subjetividad.
Aunque
las reacciones de defensa ante lo extraño' parecen formar parte de nuestra configuración
primaria como seres sociales, y la estereotipia no es más que una estrategia de
orientación ante lo desconocido, ser conscientes de estos automatismos nos
permite superarlos y ampliar nuestro horizonte de interacción. En el marco de
las sociedades estratificadas por el orden imperial, el "extranjero"
se define en un proceso que la filósofa poscolonial Gayatri Spivak denomina
Alterización u "Othering", un proceso dialéctico en el que el
"gran Otro" -es decir, el colonizador- se establece y crea, al mismo
tiempo, a sus "otros" colonizados como sujetos inferiores.
Según la
filósofa Rosi Braidotti, y de acuerdo con un movimiento intelectual que
cuestiona el universalismo humanista por su contradictoria trayectoria, el
paradigma eurocéntrico presupone una dialéctica entre el yo y el otro, en la
que el binarismo entre identidad y alteridad constituye una lógica cultural y
una fuerza motriz. En este contexto, la "diferencia" siempre apunta a
una relación devaluada, ya que el "Otro" es una imagen negativa de la
propia subjetividad, que siempre está provista de conciencia, racionalidad y
autonomía moral. Bajo la influencia de este paradigma, se reproducen continuamente
situaciones de hegemonía de poderes y de discriminación, ya que el yo que
realmente cuenta en el orden social es mayoritariamente un blanco europeo. La
discriminación se produce entonces de forma múltiple y compleja, vinculada a
diferentes aspectos de la vida humana, como la pertenencia o la identificación
con una clase social; las suposiciones sobre el cuerpo o la apariencia física;
el deseo o la orientación sexual; el origen cultural y/o nacional; la edad, el
género, la pigmentación de la piel, la complexión física, la religión,
etcétera. Las personas discriminadas en relación a varios de estos aspectos, que
generalmente se entrecruzan y superponen, son desplazadas a los márgenes sociales.
Si tenemos en cuenta el concepto de interseccionalidad, la discriminación del
"otro" es una acción discursiva que se produce por inmersión en un
discurso que permite separar a determinados individuos de una comunidad que se
percibe a sí misma como homogénea.
Por lo
tanto, el reto consiste en ser consciente de los procesos de alterización,
entender este discurso discriminatorio como una performance (según Judith
Butler: una puesta en escena, un acto) e interrumpirla. El filósofo Georg
Simmel, en su texto de 1908 Exkurs über den Fremden, había pensado con
agudeza que la condición de "extranjero" del inmigrante no es
una cualidad intrínseca de su persona, sino una adscripción relacional, es
decir, una característica que se le otorga -consciente o inconscientemente- dentro de una relación y que impone una valoración crítica.
Georg Simmel describió al extranjero como una "forma social"; es
decir, ser extranjero significa estar conectado con los demás de una manera
particular. Simmel distingue entre el "extranjero" y el "viajero
errante", el nómada; porque el extranjero "hoy viene y
mañana tal vez se quede", mientras que el nómada está de paso. Debido a su
situación, el extranjero es capaz de mirar su entorno desde una perspectiva
especial. Para Simmel, la especial objetividad del extranjero es un privilegio
que, al mismo tiempo, lo coloca en una situación de vulnerabilidad, ya que, en
caso de malestar social, se convierte inmediatamente en una persona
sospechosa.
En
América Latina, el debate sobre los conceptos que describen con precisión la
convivencia de personas de diferentes culturas tiene una larga tradición, por
razones históricas. En la actualidad, el marco ideacional está marcado por los
conceptos de hibridez, transculturalidad y ch'ixi. En cuanto a la transculturación,
se trata de un concepto que adquirió una nueva visibilidad internacional
cuando fue adoptado por el filósofo alemán Wolfgang Welsch en 1997, y que
postula que las culturas están siempre abiertas al intercambio. Welsch tomó el
concepto de la obra del antropólogo cubano Fernando Ortiz, que lo forjó en 1940
para describir la reciprocidad de los contactos culturales entre Europa y
América Latina. Con el telón de fondo de la economía de plantación en la isla y
la correspondiente migración forzada desde África, Ortiz estudió el potencial
creativo de los movimientos migratorios y su valoración positiva.
Syria Poletti, 1968, Wikipedia |
Para el
filósofo peruano Aníbal Quijano, un eje fundamental del patrón de poder
colonial está constituido por la idea de diferencia étnica: "la
clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza [es] una construcción
mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial". En su
mirada, desde que se estableció una perspectiva eurocéntrica como
característica y condición de los estados-nación modernos, en las sociedades
latinoamericanas del Cono Sur, se produjo un proceso de homogeneización
mediante la eliminación masiva de los grupos indígenas, negros y mestizos. En
otras palabras, estos nuevos países se construyeron "no mediante la democratización
fundamental de las relaciones sociales y políticas, sino mediante la exclusión
de una parte de la población". Aníbal Quijano subraya la
estratificación de las sociedades latinoamericanas según el eje de la
diferencia étnica. Sin embargo, al acercarnos a la experiencia de los
inmigrantes europeos persuadidos a poblar la Argentina en la época de la
fundación nacional, comprobaremos que ellos también fueron objeto de procesos
de discriminación, lo que nos recuerda una vez más el concepto de interseccionalidad
y el consiguiente estudio del discurso que sustenta la discriminación en cada
caso concreto.
Primera
mitad del siglo XX: la inmigración y el exilio en la Argentina
Con el
establecimiento de un gobierno militar represivo en la década de 1970 y las
sucesivas crisis económicas en la década de 1980, la dirección de las
migraciones transatlánticas se invirtió, en su mayor parte, pasando de América
Latina a Europa. Sin embargo, hacia finales del siglo XIX y también en el
contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial del siglo XX, Argentina fue un
destino preferente para los inmigrantes europeos. Desde mediados del siglo XIX,
las élites argentinas habían incentivado la inmigración, una medida
característica de las metrópolis en expansión. En definitiva, consideraban a
los aborígenes del país como bárbaros y a los descendientes de españoles como
incapaces de incorporar el naciente Estado a la dinámica del mercado mundial.
En sus inicios como república independiente, apenas un millón de habitantes poblaban
un territorio de más de 4 millones de km², según estimaciones del estadista Juan
Bautista Alberdi, redactor de la Constitución argentina y gran promotor de la inmigración
europea. Asimismo, a finales del siglo XIX los gobiernos europeos se
encontraban en una etapa de expansión imperial en la que veían con buenos ojos
la idea de "colonizar" territorios en Sudamérica mediante el arraigo
de parte de su población emigrada. No es casual entonces que algunos segmentos
de la población argentina aún se consideren expatriados y sigan identificándose
con los centros europeos. Por un lado, esto es comprensible debido a sus
vínculos familiares; por otro, esto ha dado lugar a cierta actitud de desprecio
hacia la población nativa que perdura hasta hoy e impide la construcción de un
ethos latinoamericano.
La
invitación a que Europa pueble su territorio sigue formando parte de la Constitución
argentina, en su artículo 25, y también está inscrita en la autopercepción de
la nación. Desde su fundación como estado nación, Argentina ha sido un país de
inmigrantes. El impacto de la migración fue inmenso: mientras que el primer
censo, realizado en 1869, registró 1.737.076 habitantes, el siguiente, en 1914,
ya contaba con 7.885.237 personas, duplicándose nuevamente esta cifra en los
treinta años siguientes, hasta llegar a 15.893.827, en 1947 (INDEC, s.f.).
A
finales del siglo XIX, Buenos Aires se había convertido en una Babel a orillas
del Río de la Plata; en sus calles se oían, sobre todo, conversaciones en
cocoliche e italiano, en español, gallego y catalán, en yiddish, francés, en turco,
ruso, polaco y húngaro. La mayoría de los jóvenes que llegaron a Argentina eran
de origen rural y no tuvieron acceso a la "tierra prometida" del
interior del país. Pocos consiguieron dedicarse a la agricultura o a
actividades relacionadas, ya que la tierra estaba en su mayoría en manos de
grandes terratenientes. Los inmigrantes se instalaron así en zonas
urbanas y se dedicaron a actividades comerciales y de servicios, teniendo que
librar una larga lucha para conseguir representación política. Las causas
intrínsecas de la emigración desde Italia fueron múltiples. Al igual que España,
en la segunda mitad del siglo XIX Italia experimentó una gran presión
demográfica debido a la falta de tierras para el cultivo, ya que ninguno de los
dos países logró establecer una revolución industrial. Las guerras de
desmembración, que se produjeron tras la invasión napoleónica, y las guerras de
reunificación del Risorgimento, seguidas de las dos guerras mundiales,
provocaron un incesante malestar social y un gran empobrecimiento económico,
que dieron lugar al éxodo. Según las estimaciones, entre 1870 y 1970 llegaron a
Argentina 2,9 millones de italianos. En la actualidad, se considera que
aproximadamente el 50 por ciento de la población argentina, unos 27 millones,
tiene, en su mayoría, ancestros de origen italiano.
La
alteridad como experiencia colectiva en la novela de Poletti
Syria
Poletti nació en Pieve di Cadore en 1919 y murió en Buenos Aires en 1991. A los
veinte años, se graduó como profesora en Venecia y llegó a Argentina a los 26
años, en 1945, para ser directora de la Asociación Dante Alighieri de la
Provincia de Santa Fe. Poco después, estudió español e italiano en la Universidad
Nacional de Córdoba, se graduó como traductora jurídica y se instaló en Buenos
Aires. El reconocimiento público como escritora le llegó con la obra aquí comentada, Gente
conmigo (1962), un gran éxito por el que recibió el Premio
Internacional Losada y el premio de la Ciudad de Buenos Aires. En total se han
publicado 10 ediciones, y ha sido traducida al alemán, checo, inglés e italiano,
e incluso fue llevada al cine. Le siguieron cinco novelas más, aunque Syria
Poletti trabajó sobre todo como periodista. Sin embargo, la autora obtuvo su mayor
reconocimiento como promotora y autora de literatura infantil, ocupación que le deparó el Premio Nacional de Cultura Konex en 1984.
Edición 2017 |
La niña
dejada atrás trabaja en el pueblo de Friuli con su abuela como amanuense. Se
educa y llega a Argentina mediante una astuta estratagema, gracias al apoyo de
su hermana, que había conseguido emigrar antes. En Buenos Aires se convierte en
traductora jurada de italiano, posición desde la que será testigo y partícipe
de una sociedad inmigrante llena de contradicciones e injusticias, de
esperanzas y decepciones. Por un cambio de fortuna, será víctima de un fraude profesional
y emocional y acabará en la cárcel.
Hay
numerosas referencias históricas que permiten situar la novela durante la
primera presidencia de Perón (1946-1952), en el contexto del éxodo de Europa
que se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. Dotar a la narradora del oficio
de amanuense, primero, y de traductora, después, constituye una inteligente
estrategia narrativa para mostrar un punto de encuentro entre dos mundos
diferentes. La protagonista es consciente de la existencia de un hecho común
entre los inmigrantes:
"Allí,
escribiendo cartas a América, vivía en la tensión de América. Aquí, al traducir
documentos de emigrantes, volví a sumergirme en la oleada de Europa. [...]
Sentí la realidad y la esperanza de todos. Había sufrido los dos males: la
espera y la perplejidad de la llegada".
Así, la
protagonista se familiariza con los conflictos emocionales y las luchas que
desata la migración desde la perspectiva tanto de los que emigran como de los
que se quedan atrás. Su lugar de enunciación puede leerse ya en el título del
libro. También aparece claramente al final, cuando la protagonista recuerda a
su abuela instruyéndola en su primera profesión, diciéndole: "Lee lo que
escribes como si hablaras, porque lo que escribiste ya no es tuyo. Es de
la gente. Tu trabajo es interpretar a la gente, ver por dentro y decir la
verdad". Nora Candiani, la italiana pobre que se convirtió en una
respetada profesional en Argentina, sigue estando del lado de los más pobres y desprotegidos,
como la amanuense que fue al lado de su abuela.
Los
personajes presentados en el libro son seres que pasan por una tierra que los atrae,
los recibe y los rechaza al mismo tiempo; están atrapados en un doble vínculo entre
su patria de origen y su nuevo país. Los que llegan intentan situarse en el
océano embravecido de una ciudad resplandeciente; sin embargo, llevan a cuestas
submundos de tristeza. Por ello, se enfrentan constantemente al dilema de
reinventarse y empezar una nueva vida o satisfacer las necesidades de los que
esperan en el lugar de origen. En su trabajo como traductora, la protagonista
se enfrenta a la crueldad de las leyes que solo permiten la entrada de
"inmigrantes aptos". Su encarcelamiento se debe a haber firmado
documentos falsos que facilitan la entrada de personas no deseadas en Argentina.
Con una eficacia desalmada, las leyes de inmigración seleccionan y desechan a
quienes tienen defectos físicos o enfermedades, destruyendo familias y creando
desamparo y mayores privaciones en los países de origen. A Nora le resulta
imposible cerrar los ojos ante los problemas de quienes quedaron atrás y
requieren ayuda urgente: Rafael, el niño jorobado; la hija lisiada de
Magdalena; las ancianas que quieren reunirse con su familia emigrada; un marido
con mala salud tras la guerra...
La
relación de la protagonista con ambas tierras sufre transformaciones a lo largo
de la novela. Desde la perspectiva de un yo narradora, se describe una búsqueda
de pertenencia. Nora comienza con la metáfora de Argentina como un
monstruo de ultramar que se traga a padres y hermanos; luego pasa a la ilusión
de que un entorno se mimetiza con el otro; finalmente, se da cuenta, con gran
decepción, de que no estamos ligados a ninguna tierra, sino -siempre- a las
personas. Por eso, el reencuentro final con los padres y hermanos le produce
una gran desilusión; después de 15 años de separación, la familia se había convertido
en un grupo de extraños, como si ese fuera el tributo exigido por el monstruo
de su infancia:
"Y
sentí hacia ellos la melancólica piedad que inspiran los árboles castigados por
la tormenta o trasplantados a un hábitat inadecuado.
Esos árboles patéticos que a pesar de los azotes, antes de caer, lanzan un último
estallido de verde [...] Yo necesitaba hundir las raíces en las calles de
asfalto, apisonadas por el deambular de hombres y mujeres tan desarraigados como
yo, pero con la conciencia de vivir".
El
propio proceso de "arraigo" de la protagonista se contrapone a la
actitud de numerosos inmigrantes que nunca consiguen superar una idea
utilitaria de su país de residencia: "Fueron nuestros padres quienes
nos inculcaron que éste es un país de paso. [...] Ellos consideraron a
Europa como el país verdadero. Y no pensaron que, con su desapego por el país
de tránsito, nos cortaban de los centros de circulación nerviosa".
Este contrapunto alcanza su cenit en la relación amorosa con Renato, un hombre de
su región de origen. Debido a su situación acomodada, Renato no había sufrido
ninguna pérdida durante la guerra y sigue colmado de nostalgia por Italia. Sin embargo,
esta experiencia propia de vulnerabilidad no le impedirá estafar a sus prójimos
para avanzar socialmente en su nuevo país. Con él, la protagonista descubre su
"americanismo", que se produce como una apertura de horizontes más
allá de los estereotipos preconcebidos: "Sí, es cierto. América me
penetró. Invadió mis entrañas. Pero fue porque mis cuencos estaban abiertos
para recibirla en toda su desnudez. En cambio, vos viniste con los sentidos
herméticamente cerrados".
Hacerse
argentino/a no significa entonces automáticamente asumir un compromiso con el
nuevo país. La protagonista cuestiona continuamente la forma de actuar de la
sociedad, el llamado "no te metás" argentino, ya establecido y
anterior al que volvimos a enfrentar en sus consecuencias durante la
última dictadura militar: "Ahora estoy contaminada por la abulia;
atacada hasta la médula por ese 'no te metás', que coloca a los argentinos en
un limbo con respecto a la realidad social. Se sienten ajenos, exentos de todo
lo que acontece en el país […]. Cada uno se considera inmunizado contra la
podredumbre de los demás. Parecería que el país, las leyes y las normas cívicas
fueran una utopía".
La
diferencia de actitud hacia los inmigrantes italianos también surge de la
figura de Renato y, en esta oposición, se refleja claramente la colonialidad dentro
del discurso contemporáneo de las comunidades de inmigrantes: "- Tratan
de recuperar a su hijo. Tampoco a ellos les gustó la idea de ir a ver a la
señora del presidente. Les parecía que iban a pedir limosna en lugar de
justicia. - ¡Bah! Esa gente no tiene dignidad. Son meridionales. Echan a perder
el prestigio de la inmigración italiana. Y esa deficiencia se debe... - ¡No
sólo en el sur de Italia hay pobres y deformes!".
Al final
de la novela, la protagonista descubrirá que no son los territorios, sino los
más pobres, a quienes ella se siente arraigada. Nora Candiani encarna la
posición del extranjero descrita por Georg Simmel en Exkurs über den
Fremden. En situaciones críticas, la "objetividad" del extranjero
se convierte en una trampa y el extranjero se convierte en sospechoso y
en víctima. En la novela, la vulnerabilidad de los inmigrantes también se hace
explícita a través de situaciones que vuelven su destino contra ellos mismos.
Por ejemplo, la historia de la joven siciliana, hermosa pero indigente,
Valentina, que, ansiosa de libertad y obligada a casarse por interés, es
perseguida por su propia familia y, sin encontrar salida, finalmente se
suicida. Se relatan varias historias que muestran a mujeres explotadas por los
hombres. Pero también está el caso del inculto Mateo, padre de cinco hijos, que
es acusado de anarquista y torturado para que admita un crimen que nunca podría
haber cometido.
Así, el
texto describe la migración como un proceso que exige a sus protagonistas una
gran capacidad de adaptación; sin embargo, esas transformaciones constantes también
pueden acabar destruyéndolos. Para quienes se abren a la experiencia de migrar,
se produce una transformación cultural y personal irreversible. La intensidad de
la prosa de Gente conmigo tiene su correlato en el compromiso
con la humanidad vulnerable, con los cientos de miles que cruzaron el océano en
un acto de desesperación, coraje y esperanza, pero también con los que quedaron
atrás, expuestos a la desgracia de la pobreza y la soledad, hasta que Europa un
día resurgió de sus cenizas.
Algunas
conclusiones
Una de
las cuestiones que surge inevitablemente al trabajar con autoras, es hasta qué
punto su narrativa tiene características atribuibles al posicionamiento de
género. Sin entrar en el largo debate sobre la existencia o no de la escritura
femenina como categoría, puede decirse que, en las sociedades patriarcales, la
materialidad del cuerpo impone experiencias que se hacen palpables a través del
lugar de enunciación de la narradora. Así, cabe señalar que un elemento
distintivo de Gente conmigo es un lenguaje claramente anclado
en la corporalidad de la narradora inmigrante. Syria Poletti sitúa a su protagonista
en la encrucijada de personajes en tránsito, y evoca a través de su vida las
voces de otros. De este modo, consigue reflexionar sobre un proceso que va del
desarraigo al arraigo, creando un espacio en la novela para la expresión de un
sujeto migrante colectivo. Al analizar los pasajes sobre la alteridad, surge la
pregunta sobre quién de hecho discrimina y quién es discriminado. Quizá la
certeza más inquietante que crece en el interior del/la lector/a a medida que
se pasan las páginas es que la discriminación es un proceso bidireccional:
puede encontrarse en ambos extremos del camino, del cual se parte y al cual se
llega. Por un lado, la marginación y la violencia social en el país de origen
son el punto de partida de todas las experiencias migratorias descritas en el
libro. Quienes emigran se encuentran en situaciones de gran precariedad; en el
caso de la protagonista, resulta de una intersección formada por los ejes de clase
social, cuerpo y género. La posibilidad de emigrar a Argentina fue, para
muchos, un privilegio; sin embargo, la adaptación a la nueva tierra fue, para
la mayoría, una enorme lucha por la supervivencia. Aunque Argentina no era un
imperio, para los inmigrantes que recibía, funcionaba como tal. En este
sentido, cabe reflexionar sobre el "Gran Otro" de los estudios poscoloniales
y su validez en cuanto a los/as otro/as inmigrantes.
Circunstancias
difíciles y barreras artificiales se ciernen como graves obstáculos sobre
estos/as "otro/as migrantes" y los discursos discriminatorios
del nuevo país se vierten y conservan en leyes que determinan y tienden a
cimentar su posición social. En Gente conmigo, el
encarcelamiento de la protagonista parece ilustrar las reflexiones de Georg Simmel
sobre el gran riesgo de persecución al que se enfrentan los/as migrantes en
tiempos difíciles.
En el
actual clima sociopolítico, en el que se habla de la migración como un peligro acuciante,
la memoria crítica de la migración como parte de la historia nacional sigue
siendo una experiencia olvidada por los países construidos sobre su base. En
contraste con los relatos épicos que celebran la fundación nacional o la
expansión imperial, la inmigración, como "historia desde abajo",
suele ser negativa y resistente a la memoria. Sin embargo, la literatura sobre
las migraciones nos permite asumir una perspectiva diferente sobre los
movimientos migratorios del pasado, ya que actúa como intermediaria entre la
memoria individual y la colectiva y nos muestra cómo las circunstancias
históricas marcan la vida de las personas. Se trata de un conocimiento esencial
para las sociedades democráticas actuales, interconectadas con el mundo por procesos
económicos extremadamente dinámicos. Nunca antes habíamos sido tan capaces de
escuchar con atención las historias de los migrantes y, a través de ese conocimiento,
contribuir a la construcción de las sociedades más justas en las que todos
deseamos vivir.
NDLR: Esta publicación no incluye la bibliografía
citada por la autora