Por Moira Soto
Torna amore - Mayra Homar
Ni pobre
solterona te has quedado ni doña Rosita la soltera: la Vivi de la pieza de
Meneses es una mujer que ha vivido toda su vida en una localidad provinciana
(“una ciudad chica, ya que supera los 10 mil habitantes”, apunta un personaje).
Ella quedó fijada a un gran amor de juventud que se la quiso llevar consigo
cuando partió hacia la capital con la meta de avanzar en su carrera de locutor.
Pero Vivi no quiso, no se animó a seguirlo. Y 30 años después, cuando arranca Torna
amore, esta mujer tiene 50, se dedica a la repostería y cuida a su madre de
80 y pico largos, cuya memoria flaquea aunque no olvida dichos y refranes (“No
somos nada”, “El que se va sin que lo echen…”, “Si pasás agosto, vivís un año
más”).
Torna amore -
Marita Ballesteros
y Rubén de la Torre
Como la
rosa mutabilis, tan solicitada por la poesía -Lorca incluido-, que cambia de
color en una sola jornada hasta llegar al rojo profundo en su plenitud, Vivi se
enciende ante la proximidad de Emilio, aquel novio de los 20 tan llorado -según
cotillea Gloria, la madre, a Marita, pizpireta vecina de 17-. Y aquí acaso
cabría evocar los versos de la valiosa poeta italiana Alda Merini (1931-2009):
“Vuelve amor,/ nave delicada y libre (…),/ muero en la grandeza de un río/ que
enrojece de deseo/ y querría arrebatar tu amor”.
Torna
amore comienza al alba, prosigue a la hora de la
siesta, en la tarde y a la nochecita en cuatro escenas; la quinta sucede
durante la siesta, la tarde y la noche del día siguiente. Agustín Meneses, que
es cordobés y sabe de la vida en los pueblos, se maneja con esos horarios que
se distinguen y se respetan más netamente en el interior. Ese transcurrir del
tiempo tiene lugar en un mismo escenario: el comedor y sala de estar de la casa
de la protagonista, dejando adivinar otros espacios del interior y también
-gracias al diseño del escenógrafo y vestuarista José Escobar- ofreciendo una
circulación por el exterior que permite percibir ese movimiento vecinal tan característico
de la vida de provincia, donde las puertas pueden estar sin llave, las noticias
vuelan, casi todo el mundo se conoce y -en este caso- la llegada de un
exintegrante de la comunidad, que se ha hecho famoso en la capital y viene a
animar los festejos de aniversario del lugar, puede generar inevitable
alboroto.
Torna amore - Benicio Chendo y Malena Resino
En el
pueblo, tenemos a Marita, suerte de Hermes o Mercurio en tono menor que, sin
necesidad de sandalias aladas pero con bicicleta e igualmente conversadora,
lleva y trae novedades, chismes, información entre los habitantes de esta
localidad no identificada, en fechas no mencionadas. Meneses presenta diestramente
a sus personajes, refiere prontamente los vínculos entre ellos, desliza al
pasar datos sobre sus rasgos personales y su pasado. Siempre con una mirada
comprensiva e indulgente, nunca poniéndose por encima, siempre amparando sus
razones…
De entrada
nomás, en esa madrugada de insomnio queda planteada la relación entre Gloria y
Vivi, la primera con cierta confusión mental, la segunda que pide estar sola. Y
la madre, con esa cruda franqueza escudada en la edad que le retruca: “Siempre
estás sola”, antes de que irrumpa Marita, que vuelve de bailar desconsolada
porque un amigo querido, Charly, acaba de irse sorpresivamente del pueblo. Y la
copita de caña, un bálsamo en el amanecer de un día de corazones agitados.
Agustín Meneses
Meneses ya
había revelado en Delta, una de las 5 obras que integran el muy
recomendable espectáculo Luz testigo -largos meses de éxito, todavía en
la sala Callejón- una especial sensibilidad, inusual en dramaturgos jóvenes,
para tratar la relación entre hijos adultos y padres de mucha edad. En aquella
pieza corta, el intercambio se daba entre una hija y su padre, afectado por el
mal de Alzheimer, que se ha recluido en el sitio del título. No casualmente, en
Torna amore, también es una hija la que se hace cargo de la tarea de
cuidado, cumpliendo con la distribución de roles que todavía recae sobre las
mujeres. Con agudeza, el autor marca las tensiones soterradas entre Vivi y
Gloria; la paciencia apenas controlada de la hija, las estocadas a veces poco
benévolas de la madre.
Aunque por
el título y el planteamiento central de la historia pareciera que Meneses -que
comparte la acertada dirección con Sebastián Irigo- va a transitar por caminos
previsibles para complacer fácilmente al público, la obra torna hacia otra
dirección, dándole primacía a las inquietudes e intereses personales de Vivi,
que fueron sofocados en aras de aquella separación traumática que la dejó como estancada.
Y justo es decir que el texto y la dirección encontraron en Mayra Homar a una
intérprete soñada, insuperable de “la” Vivi. La actriz asume y profundiza las
facetas, los estados de su personaje reafirmando ese talento que ya se le
conocía por anteriores labores. Y felizmente, el elenco está a la altura: la
gran Marita Ballesteros se apropia de su Gloria sin caer en el estereotipo
tembleque, sin recurrir a un maquillaje que la envejezca, valiéndose de
pequeños gestos, de la forma de mirar y de ese dejo de humor encantador para
decir sus refranes de la sabiduría popular (y asimismo, “las bárbaras,
terribles, amorosas crueldades”, citando palabras de Gabiel Celaya); los muy
jóvenes Malena Resino -la mensajera- y Benicio Chendo -el hijo que tuvo el ex
de Vivi años después de partir-, merecen ser considerados genuinas revelaciones
que sorprenden con sincera frescura. Finalmente, Rubén De la Torre es aquel amore
che torna después de tres décadas, con una tragedia detrás y grandes
ilusiones ahora, convincente en su acercamiento a Vivi, como pidiéndole al
tiempo que vuelva…
“Torna
amore”, en El Extranjero, los miércoles a las 20,30, 65’