“Espíritu cultivado, modales señoriles (sic), serenidad, bondad, tolerancia, ternura”: he aquí las virtudes que hacen más atrayente a la mujer para el hombre moderno, en opinión de nuestra mentora Gloria, porque “las cualidades plásticas femeninas, su chic y corrección del atavío no bastan para captar la simpatía del otro sexo”. Es que el hombre ha refinado sus gustos en los días que corren, “y busca en su compañera condiciones de inteligencia y cultura a las que antaño no asignaba mayor importancia”.
Por otra parte, la nueva generación de mujeres ha realizado transformaciones mediante el cultivo de la lectura e incluso el estudio de una profesión o arte, sin dejar por eso de compartir la vida de sus compañeros varones. Siempre comprensivas, activas, infatigables, estas señoras y señoritas “no le temen al aburrimiento, ese fantasma de los cerebros vacíos, pero tampoco rehúyen los deberes de su condición femenina”. En consecuencia, dice Darling, “consideran el matrimonio como fin primordial, no se resisten a la maternidad y saben educar valientemente a sus hijos, todo ello sin desdeñar la diversión”.
Estas nuevas mujeres saben que la gracia chispeante y fina de la espiritualidad vale mucho más que la corrección estatuaria “porque reúne el doble perfume de la feminidad y la ilustración”. Entonces, dice la citada consejera de turno, “¡Cómo no renunciar por semejantes mujeres a las más llamativas muñecas, cuyo horizonte termina en un hipotético copetín o en brazos del danseur más hábil en bordar arabescos sobre el piso espejeante del dancing de moda!”
Pero, cuidado, que tampoco se trata de convertirnos en intelectualoides o esnobistas -¡por favor!- adoptando tales o cuales corrientes ultramodernas con el único fin de impresionar a nuestro círculo de amistades. Mejor el silencio que la pedantería, afirma Gloria Darling con toda razón. Porque lo importante, en realidad, más aún que el cultivar nuestro espíritu y almacenar conocimientos, es no olvidar jamás que al varón le complace sobremanera ser escuchado con suma atención. “Beberse sus palabras cual si se tratara de la Biblia es un arma infalible de seducción a cualquier edad, en cualquier latitud”.
En cambio, “el tono dogmático o sentencioso no cuadra en labios femeninos, y tampoco las insinuaciones agresivas pueden brotar de esas dulces bocas, cuyos mejores adornos son la mesura y el equilibrio”. La misión de la mujer ha de ser siempre contribuir al equilibrio universal, cosa que sucede cuando el hombre encuentra en ella un grato solaz y también una elevación mental y espiritual. Bah, como quien dice, el famoso reposo del guerrero... “Así lo ha comprendido la mujer contemporánea, por eso hoy sabe escuchar, hablar cuando viene al caso, aconsejar, mimar. Por eso es dueña del mundo”. Pero, ojo, sin hacer alarde, que ese poder debe ejercerse con suma discreción. Casi diríamos, con disimulo.