Por Moira Soto
MW, Mujer araña |
El feminismo le debía este homenaje a la damisela que zafó de todos los apuros que se generó ella misma con su osadía, su visión adelantada para tratar temas relativos a la sexualidad humana en sus tempranas piezas teatrales (la iniciativa y el placer femeninos, la homosexualidad), su defensa de las minorías -incluidos los negros, que en ese entonces no se denominaban afronorteamericanos-, su ingeniosa manera de burlar el machismo apropiándose de sus conductas con un humor descacharrante… Efectivamente, ella se merecía el documental estadounidense Mae West: Dirty Blonde, que en 2020 presentaron las directoras Sally Rosenthal y Julia Marchesi, editado en DVD y visto por televisión (en Francia, retitulado Mae West, une star sulfureuse), muy apreciado por la crítica realmente especializada. En la prolija y afectuosa investigación no faltan datos inéditos, fragmentos de sus films y testimonios, entre los cuales vale rescatar el de Dita Von Teese que define certeramente, graciosamente a la impar diva que se hizo a sí misma, a años luz de cualquier clase de pigmaliones: “Gangster sexual”.
A 42 años de su muerte acaecida a los 87 (aunque flota todavía la sospecha de que era mayor porque, en plan de falsificar, ella habría logrado corregir la fecha de nacimiento), como correspondía envuelta en una bata blanca de satén, Mae West sigue siendo una figura popular que inspira obras teatrales en su honor como la que se presentó con mucho suceso en Broadway hace 2 décadas, llamada precisamente Dirty Blonde, protagonizada por Claudia Shear, e inspirada la escenografía en el cuadro que le dedicó Salvador Dalí.
Un tributo a la altura de la gran Mae, feminista intuitiva avant la lettre, aunque hay que decir que sus corsés, guarniciones, fajas y tacones altísimos no le habrían permitido portar una pancarta en manifestaciones ni moverse con agilidad para esquivar la policía. Que, de todos modos, la llevó presa cuando, antes de incursionar en el cine, escribió, produjo y protagonizó en 1926 la obra teatral Sex, acerca de la prostituta independiente Margy LaMont que sigue alegremente un barco de la Marina Real inglesa. Claro que escandalizó a la embajada británica, pero el éxito fue fulminante: 385 representaciones hasta que intervinieron las ligas de decencia, y la policía allanó la sala. MW, entre ser detenida diez días o pagar multa, eligió la primera opción. Por pura astucia publicitaria: llegó a la comisaría en una limo repleta de rosas, alterando la vía pública y al periodismo. Una vez en chirona, no solo se las arregló para usar medias de seda sino que aprovechó el tiempo para conocer gente, y también para escribir otra pieza: The Drag, con un tratamiento sensible y muy tolerante hacia la situación de las travestis (con quienes había alternado en bares clandestinos). Pero no se le permitió estrenarla.
Otra pieza de Mae de corte policial, una reescritura ampliada de The Drag que firmó como Jane Mast para despistar, Pleasure Man, logró ser estrenada y permanecer en cartel fuera de Nueva York, pero en 1930 fue a juicio por ofrecer “sexo, degeneración y perversión sexual”. Durante el proceso, hubo manifestaciones de homofobia, si bien finalmente se retiraron los cargos. Irreductible, años después la autora convirtió la pieza en novela.
En la década de los ’30, Mae West se contoneó con sus trajes largos ajustados, adornada como un arbolito de Navidad, en comedias de mucho éxito, convirtiéndose en la actriz mejor pagada del momento: She Done Him Wrong y I’m No Angel (1933), Belle of Nineties (1934, aquí es donde le dice a un juvenil Cary Grant, a quien ha exigido incluir en el reparto: “Si tenés un rato libre una de estas noche, subí a verme”; asimismo, en esta producción reclamó la participación del extraordinario moreno Duke Ellington), Goin’ to Town (1935), Go West, Young Man y Klondike Annie (1936).
En los ’40, se midió tan fresca con el nada apuesto pero siempre muy eficaz cómico W.C. Fields en My Little Chikadee, y la explosiva pareja encantó al gran público. Siempre apuntando sus diálogos, West aplicó con suma inteligencia la coartada del humor para desbaratar mojigaterías y darle autonomía e iniciativa a sus personajes, desmontando las normas de la femineidad dependiente del deseo del varón. “Me di cuenta de que podía decirlo casi todo, hacerlo casi todo si sonreía y me mostraba irónica al decir mis líneas”, anota en su sabrosa autobiografía que se titula -¡cómo no!- El cielo no tuvo nada que ver. Avispadísima, confiesa que siempre intercalaba a propósito textos de excesiva crudeza porque sabía que algo iban a querer podar los censores.
My Little Chikadee, 1940 |
En 1970 actuó en la polémica Myra Brekinridge, sobre la novela de Gore Vidal, con Raquel Welch haciendo de mujer transgénero que, cuando era Myron, se había operado en secreto para cambiar su sexo, y luego pretende pasar por su propia viuda. Aquí, Mae West es una agente de cásting casi siempre dispuesta a levantarse a algún aspirante actor atlético y guapo que se presentara a audicionar. Su última intervención en el cine tuvo lugar en Sextette (1978), producción “dignamente fallida”, según Ringo Starr, que también participó en esta aventura junto a Timothy Dalton, Alice Cooper y Tony Curtis, basada en una pieza de la imparable rubia. Una década antes, Mae había figurado en la portada de Sargent Pepper’s, pese a haberse negado en principio porque ella “no tenía nada que ver con ningún club de corazones solitarios”. Pero los chicos de Liverpool insistieron en una conceptuosa carta, y ella cedió.
Sala Mae West, Museo Dalí, Figueras |
Go West, Young Man, 1936 |