Imprenteros, ceremonia de sanación

Impresiones ante una impactante obra teatral que no deja de rotar entre el teatro público y las salas independientes y que antes de empezar su nuevo ciclo en el Santos 4040, de Chacarita, ya tiene todas sus localidades agotadas.

Por Julián Gorodischer

Puro teatro: en ese hacer que la vida suceda en el escenario del CC 25 de Mayo, de Villa Urquiza. Es la última función de un nuevo ciclo de la obra de culto, Imprenteros, la andante, que acaba de cerrar su temporada en el teatro público y ya mismo, en agosto, inicia una nueva ronda -los viernes a las 21 hs, en el Santos 4040, de Chacarita-.

Lorena Vega tiene el don de la ubicuidad: percibe a cada individuo en cada butaca del repleto salón monumental, y desempeña el rol de guía en este viaje introspectivo, con soltura, agilidad en el ritmo, una dicción amorosa, fuerte, y así va presentando el caso, y a los intérpretes, remontándose al día en que sus medio-hermanos cambiaron la cerradura de lo que había sido el Taller/ Imprenta familiar. La desraizaron, en el sentido más literal: Lorena, Sergio y Federico -sus hermanos- quedaron desconectados de las máquinas impresoras de su padre, ya fallecido, que significaban el arraigo.

Cuando Lorena era una adolescente, con su mejor amigo -César- fotografiaron una por una las singulares máquinas humanizadas de los años ’40 que su padre se negaba a reemplazar -como le sugería Sergio, el modernizador capacitado en Heidelberg, Alemania-. Algo tienen esos monstruos afectivizados -que el relato va presentando-, no animados pero sensibles, para que el teatro y la literatura les vuelva a declarar su amor, desde la propia Lorena a Alberto Ajaka (también de linaje de gráficos) o la escritora y editora Julieta Mortati, con su editorial Tenemos las máquinas. En Imprenteros, las máquinas son algo más que el objeto ausente: son íconos de la cultura del papel, que Lorena bendice y hace presente en uno de los puntos altos del show, cuando pide que le acerquen publicaciones que su hermano Sergio -gráfico de toda la vida- evaluará en vivo: libros, libretas, tarjetas, lo que sea.

Se ve y se escucha el amor común por la nomenclatura, los grosores, las distintas calidades de la página en blanco, y se ve que el papel no es un fósil, y su poder se hace más nítido ante su posible falta, en la coyuntura del momento global actual. La cultura del papel es tacto, perfume: las máquinas canalizan el afecto que costó transmitirle al padre, por fallas del hombre. “Yo, con photoshop los meto ahí a los tres”, le dijo César, cuando encontró las viejas fotos, y el espectador siente que ingresar a ese Taller/Imprenta -llamado Ficcerd- no significa asistir a un proceso de sanación ajeno e individual de los tres hermanos, sino que se ofrenda el hecho artístico a través de una segunda -o tercera, a esta altura- obra derivada de la pieza principal: una muestra -en el hall del teatro- de las fotos intervenidas digitalmente que cada uno tiene que llevar y colgar, y se da la recuperación colectiva del taller usurpado.

Los tres hermanos se plantaron ante, y entre, las máquinas; son ellos y las máquinas; o, en realidad, ellos -Lorena, Sergio y Federico Vega- son las máquinas, a las que tributan apasionadamente en una coreografía; son sus cuerpos y la rutina física y sonora de la entintadora, esos soplos, ese impacto repetitivo de la tinta en el papel, ese latido.

Como texto biodramático, Imprenteros empapa de una memoria familiar extraordinaria y logra que la herida cicatrice en vivo entre risas de la categoría carcajadas; es estar -siempre en presente- accediendo al núcleo duro (al disco rígido frizado de César, que salvó las fotos de las máquinas) de una persona, de Lorena. Es la artista creando en el presente instantáneo del eterno momento en el que se encuentra con su público. Se da todo tan informal y tan naturalmente, en las antípodas del hecho teatral tradicional, que uno se pregunta si ella improvisa, si cambia el texto dicho todo el tiempo, por la destreza para reproducir la vida. Aunque dice la gente de teatro que todas las funciones son diferentes, uno intuye que no, que es siempre igual, que todas las funciones pone de igual manera el acento sobre una ‘o o una ‘i, tan precisa como el punto de color que se sustrata, milimétrico, por primera vez, sobre el papel blanco.     

 


La obra Imprenteros, que seguirá girando por diversos escenarios al menos hasta fin de año, ya tiene su cuidada publicación en formato libro, con el sello de DocumentA/Escénicas, editorial y  espacio cultural independiente de la ciudad de Córdoba. Dedicado a las artes escénicas y la cultura contemporánea, donde se relaciona palabra, escena, cuerpo, acción y publicación, DocumentA/Escénicas produce proyectos escénicos, artísticos y literarios, talleres, encuentros, debates, residencias artísticas.