Por Tamara Kritzer *
“Dedicado a mi reciente marido, que se ve muy sexy lavando los platos"
Love Pop Art, Luis Medeiros |
Si bien el amor
contribuyó a la supervivencia de nuestra especie, pensar sobre el lugar que le
damos en nuestra cultura es cada vez más necesario.
El ideal del amor romántico
Según Freud, el amor
consiste en poner al otro en el lugar de nuestro Ideal del Yo: instancia que
conserva nuestras potencialidades, aspiraciones e ideas de perfección. Al
compartir lugar en nuestro mundo psíquico con la conciencia moral, y tomar
función en nuestra autoobservación, enamorarse implica que el lugar en el que
ubicamos a la persona amada, es un lugar desde donde nos percibimos.
Suena casi un oxímoron
plantear que nuestra autoobservación y autoestima se modifique en función de
otras personas. Pero por más contradictorio que suene, eso sucede con todos
nuestros vínculos, y se exacerba cuando el enamoramiento aparece. Nuestra autoestima
está directamente relacionada con la estima del otro, dado que no existimos de
forma aislada, y cada vínculo nos modifica.
Durante mucho tiempo
el sentimiento de enamoramiento estuvo regulado culturalmente bajo los mitos
del amor romántico. El ideal sociocultural contemporáneo, con el patriarcado
previamente instalado, y la familia nuclear moderna como modelo, trajo una serie
de mitos que tiranizan no solo las formas de amar, sino también el modo en el
que nos vemos a nosotros mismos. La idea del amor para toda la vida se conjuga
en un “felices para siempre”, que nadie sabe bien en qué consiste, pero que se
aplica como final a toda historia romántica. Pensar que hay una sola persona
que nos puede completar, que es absoluta y que además estaba destinada a
conocernos incluso antes de hacerlo, es una idea que sigue vigente. Por otro
lado, el precepto de que el amor duele, es uno de los mitos más peligrosos,
pero resulta necesario para entrelazarse con los otros y así ayudar a
sostenerlos: el amor duele, pero es un complemento para toda la vida, por lo
que hay que permanecer allí.
La idea de que hay
alguien disponible en el mundo para completarnos, da lugar a entender no solo
que estamos incompletas, sino que solo a través de la pareja podremos encontrar
la completud.
Pero ¿podemos pensar
en la existencia del amor por fuera de los mitos del amor romántico? ¿Cómo
sostener el amor de pareja, cuando el flash del enamoramiento pierde vigencia,
sin tener que recurrir a mandatos patriarcales? No nos olvidemos que el Ideal
se emparenta con los mandatos socioculturales que nos atraviesan. Es decir que
nuestra autoobservación no solo va a ser desde los ojos del otro a quien
deposito mis aspiraciones como Ideal, sino también desde aquellas asignaciones
y limitaciones culturales, entre ellas los roles de género. La cultura
patriarcal regula no solamente las funciones atribuidas a cada miembro de la
pareja, sino también la circulación de expectativas y afectos.
Amor, autoestima y autoconocimiento
En primer lugar,
podemos pensar que si deconstruimos la idea de amor romántico como regulador
del amor, ese puede ser un punto inicial para empezar a proponernos crear otra
forma de vincularnos que siga aumentando nuestra oxitocina, pero que no
necesariamente implique perder nuestra esencia y autoestima.
Cuando estamos en
situaciones de vulnerabilidad emocional, es frecuente que esa estima sea
dirigida a personas que posiblemente no tengan la capacidad de pensar más allá
de ellas mismas. El mecanismo de enamoramiento puede encontrar su lugar, no
quizás desde un espacio genuino de potencia mutua, sino desde la reproducción
tóxica del amor romántico. Detrás de todo vínculo extremadamente fusional,
doloroso y telenovelesco, hay personas con serios problemas de autoestima, sea
por exceso de ego o por defecto de amor propio. Acá es cuando nos encontramos
con personas que permanecen en relaciones donde el dolor es una parte
intrínseca para sostener a toda costa un vínculo que responde más al ideal que
al deseo.
En general es
frecuente escuchar que las personas se reprochan no tener suficiente
autoestima, ubicando al amor propio dentro de un mandato conectado más
con una invitación narcisista contemporánea, que con una verdadera expresión
subjetiva. La autoestima es el principal ingrediente de la creación de un
vínculo amoroso genuino, no porque se esté invitando a crear lazos egoístas,
sino porque en la medida que me quiero y me conozco, sé con qué persona me va a
hacer bien permanecer. Mientras tengo en cuenta mis límites, reconozco mis
emociones; y mis proyectos vitales son tan claros y fuertes, que incluso si los
cambio no va a cambiar mi esencia, con quien elija compartir mi vida no va a
hacer que pierda quién soy. Si elegimos al amor desde la falta, con el objetivo
que nos complete, no solamente estamos vinculándonos con un objeto y no con un
sujeto, sino que al mismo tiempo ponemos nuestras fragilidades a disposición de
la otra persona, no para trabajar sobre ellas, sino con la expectativa que las
sane. Esto puede tener consecuencias letales, pero sobre todo lo que termina
generando es que lejos de sanar en la pareja, terminan exponiéndose y
abriéndose aún más algunas heridas.
Amor y feminismo
Los tiempos que corren
convocan a las mujeres a empoderarse en la igualdad de derechos tanto en el
ámbito público como íntimo, al mismo tiempo que invitan a los hombres a
conectar con sus emociones, sensibilizarse y estar disponibles para realizar
tareas de cuidado, que generalmente se asignaban a las mujeres.
Trabajar sobre la
autoestima, y así estar disponibles para un lazo amoroso de respeto mutuo, que
no nos complemente, sino suplemente para modificarnos, potenciarnos y sobre
todo, acompañarnos, no es sin considerar cuestiones de género. En muchos casos
se habla de igualdad generalizándola, y llevando a cabo soluciones salomónicas
ante cualquier situación de conflicto. La igualdad generalizada, en muchos
casos genera una forma superficial para vincularse y convivir, dejando afuera
tanto los afectos que pueden circular en un vínculo, como la posible carga
mental, que es muy difícil que sea validada por quien no la tiene. La igualdad
en el amor es importante que sea planteada desde un lugar ético de respeto
mutuo, y sobre todo, de aceptación de las diferencias. No se trata de un check
list o una compensación por hacer lo “no debido” al modo “matri-millas”. Si en
un vínculo hay un sistema preestablecido de cómo compensar el daño al otro, en
lugar de conectarnos desde el cuidado mutuo, claramente tenemos mucho que
aprender. No se trata de no darle lugar a los errores, sino de manejarnos en
espacios donde la empatía sea la principal reguladora de la comunicación.
Por otro lado, en
muchos casos el check list de tareas es necesario, pero suele caer en un lugar
superficial y de pura demanda cuando no se tienen en cuenta las necesidades de
cada uno, y los afectos y cargas que circulan. No es solo negociar quién lava
los platos, sino comprender que un espacio habitado por dos o más personas, es
necesario que tenga en cuenta las singularidades y necesidades de ambas por
igual, para sí darle lugar a una distribución de responsabilidades. Pero sobre
todo, hay que considerar que la principal responsabilidad en un vínculo es el
cuidado y respeto mutuos.
Estamos en tiempos de
construir nuevas formas de amar, de dejar de buscar nuestra supuesta “alma
gemela”, para encontrarnos con alguien diferente con quien crear algo nuevo
desde el respeto y la potenciación recíprocos. Son tiempos de salir de la
heteronormatividad y supuesta eternidad del amor, para darnos cuenta de que si
un vínculo vale la pena luego del “flash”, lo que sigue es el cuidado mutuo, la
escucha, el diálogo, y por supuesto el placer.
A 30 años del hitazo
de Fito, le quitamos el perfume al dolor para pensar en un amor después del
amor romántico. En un amor que realmente nos enlace desde la empatía, que nos
permita autoobservarnos para conectarnos con nuestra máquina deseante, que
reemplace un ideal de cuento de hadas por uno donde la felicidad implique
compartir desde la diferencia, y por qué no, enamorarnos una vez más.
* Licenciada Tamara Kritzer. Psicóloga clínica, miembro del Dispositivo Pavlovsky.