Por Cecilia Sorrentino
Mónica Reynoso en colmenar |
Trabajó en distintos niveles de la educación hasta que, cuando sus hijos
entraban en la adolescencia y ella en los cuarenta, comenzó a dejar horas de
clase y a derivar pacientes. No quería seguir con nada de lo que había hecho
hasta entonces.
El amor por el campo había sido una constante en su vida, así que
decidió formarse como perito apicultora. En 1997 se inscribió en el curso que
se dictaba en la Sociedad de Fomento de Haedo Norte.
“Estaba comenzando a hacer lo que me iba a ocupar siempre, pero creo que
entonces no me daba cuenta”, dice ella.
Hubo una primera incursión en el trabajo apícola con su marido, luego
períodos en los que trabajó sola y otros en los que se asoció con una o dos
personas. De ese tiempo recuerda un momento en particular. Cuando la
primera compañera que tuvo en la actividad le expresó su desánimo, ella, sin
pensarlo, le retrucó:
“Vos hacé lo que quieras, pero yo me muero apicultora”.
Y no hubo vuelta atrás.
“Me veo por la mañana temprano subiendo a la Autopista del Oeste, miro
las filas y filas de autos que van hacia capital y me alegra pensar que voy en
sentido contrario, hacia el campo”.
Entonces le gustaba llegar sola, preparar el mate, escribir en su
cuaderno lo que en ese momento le disparaba la mañana. Algún apunte sobre
cuestiones de apicultura y hojitas sueltas con imágenes de esa otra sintonía en
la que entraba, esa armonía diferente del campo, las sensaciones de equilibrio
emocional que le deparaba el tiempo lento.
Uno o dos días por semana llegaba a casa, me daba una ducha, preparaba
la cena para la familia y me iba a mi taller de teatro. Primero en Ramos Mejía,
después en Haedo, en Casa de Letras o en el
Celcit. Volvía pasada la medianoche para comenzar temprano al día
siguiente.
Hoy no podría seguir ese ritmo, pero me organizo para conservar mi grupo
de teatro en horarios más normales”.
Como la mayoría de las apicultoras y los apicultores, Mónica comenzó
emplazando sus colmenas en varios campos diferentes. Llegaba a acuerdos con los
dueños a través de contactos o por casualidad. Así conoció a una productora de
frambuesas de San Andrés de Giles. Cultivaba una variedad de frambuesas que da
frutos durante todo el verano y necesitaba abejas para la polinización.
“Cuando caminé por primera vez entre las plantas en flor, sentí una
fragancia exquisita. La misma que luego iba a encontrar en mi miel monofloral
de frambuesa”.
Los años que siguieron a su formación fueron intensos en la búsqueda de
grupos y pertenencias.
“Comprendí temprano que hay una fortaleza en el intercambio de
experiencias con otros apicultores. Ya sea para entender el ciclo de la abeja
como para pelear contra el uso de agroquímicos.
La colmena se puede despoblar, enjambrar, enfermar. Siempre proporciona
datos y si una no sabe leerlos, está en problemas. Esa fue la
razón por la que desde un comienzo busqué lugares de participación, espacios de
capacitación y proyectos grupales”.
Escena de apicultura, tumba tebana de Pabasa, Antiguo Egipto |
“Al principio, todos los demás eran
varones. Nos reuníamos en la carpintería de uno de ellos, después del trabajo.
Recuerdo que me reservaban el lugar junto a la salamandra porque el sitio era
muy frío.
Conservo esos amigos hasta hoy.
Ese grupo se unió más tarde a otros dos de
Cambio Rural, todos de Luján, y de esa unión pronto surgió ALPA. Esta Asociación Lujanense de
Productores Apícolas comienza por invitación del municipio y nosotros llegamos
con un sueño inicial: tener una sala de extracción comunitaria. Queríamos que
el trabajo artesanal y ligado a las buenas prácticas que hacíamos con las
colmenas, tuviera continuidad en el paso siguiente del proceso”.
Una sala de extracción, nos explica, permite óptimas condiciones de comodidad
y seguridad en cuanto a la higiene. Para una apicultora/apicultor contar con la
propia sala requiere de un capital muy importante y su uso es acotado a tres
meses del año. Por eso hasta entonces, cada uno extraía la miel en espacios no
habilitados para esa tarea: un galpón de campo, un espacio en su casa.
“Con ALPA surgió esa posibilidad. Desde su
origen en un espacio municipal, hasta la gestión de un subsidio nacional, en
2015. Con ese subsidio pudimos construir la sala de extracción que habíamos
diseñado nosotros. Hace muy poco obtuvimos un terreno municipal donde
emplazarla mediante un comodato de uso a diez años.
Estar apoyados por el estado, ya sea
nacional, provincial o municipal, es fundamental. Nosotros logramos este
comodato con el apoyo del Concejo Deliberante de Lujan. Ante ellos defendimos nuestro
proyecto. Hacerlo fue hermoso. Allí, parada en el centro del Concejo
Deliberante, con las dos bancadas a un lado y al otro, me sentí como me siento
en el escenario, y la aprobación del proyecto salió por unanimidad.”
Vida y funciones en el panal según M.R.
“La colmena es una gran comunidad. Tiene
momentos de expansión y otros, en que disminuye su población. Esto está
asociado al ciclo natural de existencia o a la falta de floración. Las flores
son su fuente de alimento, por lo tanto es en primavera y verano cuando las
abejas consiguen la mayor oferta de néctar y polen proveniente de las sucesivas
especies que van floreciendo durante esos meses. En cuanto las temperaturas
comienzan a subir y las primeras flores aparecen, la colmena inicia su
despertar. El ingreso de polen activa a la reina, que comienza a expandir el
nido de cría, a realizar una postura intensa que hará que la colmena crezca
rápidamente y cuente con la cantidad suficiente de obreras capaces de
aprovechar toda la oferta floral y acopiar la reserva necesaria para alimentarse
durante el otoño y el invierno.
Los zánganos solo cumplen la función de
fecundar a la reina, por lo tanto su presencia crece en primavera y va
disminuyendo al final del verano, hasta desaparecer.
La llegada de un nuevo ciclo trae la
posibilidad de enjambrazón. Cuando la comunidad crece demasiado, una parte de
ella saldrá de la colmena de origen en busca de un nuevo lugar donde vivir.
Esos racimos de abejas que muchas veces vemos colgados de las ramas de los
árboles son nuevas comunidades en tránsito. Asustan, hacen un ruido
estremecedor que, para quien no las conoce, puede suponer una amenaza. En
realidad, es la abeja más inofensiva. No tiene casa que defender ni está en
condiciones de atacar. Lleva su buche lleno de miel, viaja con el alimento a
cuestas. Las nuevas comunidades necesitan de nuevas reinas. Por eso en esa
época del año aumenta la presencia de zánganos, encargados de fecundar a esas
nuevas reinas.
La miel es néctar de flores modificado por la
actividad de las abejas que, en su anatomía, cuenta con un buche dónde lo
recolecta e inicia la primera modificación de dicho néctar. Luego, al llegar a
la colmena con su carga, se la entrega a otra obrera encargada de acopiar la
carga en las celdas de los panales. Y aquí comienza la segunda parte de la transformación
de néctar en miel, la pérdida de humedad.
Polen |
Todo este proceso, repetido y familiar, tan
conocido a lo largo de tantos años, este ciclo natural de la vida de la
colmena, sigue siendo deslumbrante para mí. Se trata de un ciclo continuo, pero
es difícil determinar cuándo comienza o cuándo termina. Cada etapa es
importante. La primavera fascina, la invernada la garantiza. Nada tendremos si
no hemos sabido acompañar a la naturaleza en este ciclo de equilibrio. Y como
en todo ser vivo, la salud está basada en una buena nutrición.
Nuestra tarea como apicultoras y apicultores es
retirar la miel de esa fábrica de alimento que es la colmena, evitando
alterarla. Preservando sus condiciones naturales y aceptando la indicación de
las expertas. Solo debemos retirar la miel que esté sellada, operculada. Los
panales, se retiran y se llevan a la sala de extracción.
Luego viene el fraccionamiento. Significa que
de ese enorme recipiente pase a envases de vidrio o plástico de uno, medio o
cuarto kilo para llegar así a consumidores y consumidoras”.
Problemas que enfrenta la producción de miel
hoy
Mónica nos cuenta que en la provincia de Buenos Aires y el periurbano,
hay grandes zonas que están siendo restringidas a la producción por el avance
del desarrollo inmobiliario. Por otra parte, la extensión de la siembra –sobre
todo de soja, cuya flor no es amigable para las abejas- toma banquinas y áreas
de pastura y flora nativa y disminuye el alimento de las colmenas. Se suman las
fumigaciones intensivas con agrotóxicos que deterioran el hábitat natural de
las abejas provocándoles trastornos neurológicos, desorientación. Las colmenas
se van despoblando poco a poco.
Pintada de la campaña Save the Bees, del artista londinense Louis Masai Michel |
Ante esta situación las apicultoras y los apicultores se unen a otras
organizaciones también preocupadas por preservar espacios libres de agrotóxicos
para la producción de alimentos saludables: huertas y productores frutales, por
ejemplo.
En algunos municipios se destinan áreas de producción en las que está
prohibida la fumigación. En esas zonas de producción agroecológica se cuida la
calidad de lo que se produce, se preserva el medio ambiente, y se controla que
la producción se realice en condiciones adecuadas y se proteja el bienestar
animal.
“Los productores y las productoras
agroecológicas desarrollamos un tipo de apicultura basada en el bienestar
animal y en la conservación y enriquecimiento de las áreas naturales. No hacer
trashumancia, aplicar solo medicación orgánica y no extraer de la colmena una
cantidad de miel que ponga en peligro su nutrición, son algunos de los pilares
en los que se basa nuestro manejo.
Cuando el objetivo es la producción en
grandes volúmenes, sobre todo para la exportación, se impone el traslado de las
colmenas siguiendo los ciclos de floración. Muchas veces se aplica medicación
sintética de manera preventiva y, en general, se extrae toda la miel de la
colmena y se la reemplaza con jarabe de maíz de alta fructuosa o simplemente
con azúcar.
Las asociaciones del periurbano impulsamos la
producción agroecológica no solo para
proteger la buena nutrición de las abejas, sino también por el aporte que ellas
generan para la biodiversidad del medioambiente. En el municipio de Luján, como
en otros tantos en la provincia se están otorgando certificaciones de
producción agroecológica.
Hoy pienso que lo más importante de todo este
recorrido que hice en mi vida, es haber descubierto un camino en el que quiero
estar porque tiene que ver con lo que soy. Encuentro en la agroecología una
forma de producción que se amiga, que coincide con mis convicciones de siempre
en relación a la producción de alimentos y la protección del medio ambiente. Una
conjunción que me apasiona porque me lleva a pensar que no todo en la tierra es
deterioro y que sí hay futuro.”