Por Moira Soto
Recuerdo que le hice su primera nota periodística a Mariela Asensio hace
alrededor de veinte años, en el suplemento Las 12, cuando escribió y dirigió Inacabado en Espacio Ecléctico. Y traté
de seguir su recorrido escénico con sumo interés ya a través de entrevistas, ya
de reseñas de sus espectáculos. Hasta
llegar a esa suerte culminación que fue Eleven
(proyecto de graduación de la licenciatura en actuación) y Nadie quiere ser nadie, ambas de 2015. Sobre la primera obra
citada, escribí con entusiasmo en el diario La Nación:
“Mariela Asensio cierra un muy productivo 2015 haciendo
detonar en escena un brioso caleidoscopio que refleja, con dejos
expresionistas, las múltiples facetas del barrio de Once, irónicamente
apodado Eleven: miserias y grandezas, explotadores y explotados,
diversidad y racismo. Una realidad recreada a través de nítidas viñetas que se
multiplican y crecen, divierten y emocionan. Un trabajo ciclópeo que Asensio
comenzó en marzo pasado junto a 23 jóvenes a punto de graduarse, que pusieron
alma y vida investigando in situ ese mundo abigarrado de dealers y manteros,
prostitución y talleres ilegales, gimnasios y bares peruanos. Hasta julio,
Asensio y su troupe ensayaron 4 horas, 3 veces por semana, dejando la obra
sólidamente plantada; tras el receso, prosiguieron la tarea. Todos aportaron
ideas para el expresivo vestuario que coordinó una de las actrices, Belén
Spenser; mientras que Daniel Wendler, también del elenco, creó funcionales
coreografías para los cuadros musicales que incluyen cumbia, rock, Vivaldi y
una arrolladora versión de New York, New York. Por su lado, Verónica Lanza hizo
prodigios de luz con escasos recursos. La entrega de los intérpretes es
conmovedora. Vale citar a Paula Villa en el rol de Perlita, la ecuatoriana
sometida, capaz de romperle el corazón al público con su mirada desolada”.
Prefacio, prólogo o
introducción, por Moira Soto
"Toda mujer ya ‘liberada’ que acepta con complacencia su
situación de privilegio se hace cómplice
y partícipe de la opresión de las demás mujeres. De esto acuso a la gran mayoría de las que han hecho una carrera en las artes y las ciencias, en las
profesiones liberales y la política”, declaró, sin ambages, Susan Sontag hace cuatro décadas. Y sus palabras –deplorablemente– no han perdido validez, en particular en nuestro país y en especial en el ámbito de la creación teatral, donde son contadas las dramaturgas y directoras que se
asumen públicamente como feministas y
manifiestan su solidaridad con las mujeres que padecen diversas formas de
opresión, y menos todavía las que aplican ese tipo de pensamiento crítico a sus obras.
Esa ausencia bastante extendida de conciencia
de género contribuye a perpetuar, en
distintas escalas, un orden simbólico
masculino y patriarcal que se sostiene por encima de las leyes escritas. En
otras palabras, se acepta una mentalidad, una multiplicidad de normas que
condicionan y compelen a las mujeres a mirar, a interpretar el mundo desde una
perspectiva masculina, sin intentar cambiarlo transformando la conciencia de
los/as que van al teatro y sus relaciones con los espectáculos que ven.
Mariela Asensio es una mujer de teatro que
expresa –con diferentes grados de
intensidad, según los casos– su feminismo por medio de sus obras, y estas
deben al feminismo su carácter, su singularidad, su
coherencia interna y la libertad interior que irradian. Sus obras son señales en el camino de una liberación de la creatividad para reformular deseos,
asestar críticas al sistema dominante,
hacer sus propias elecciones de vida teñidas de una generosa ambición de justicia y equidad para todas las
mujeres.
Mariela Asensio se ha mantenido fiel a un
compromiso que asumió muy joven, casi adolescente, y
que ha ido enriqueciendo y fortaleciendo a lo largo de una década y media pletórica de realizaciones en los campos de la dramaturgia, la puesta en
escena, la producción y algo de actuación. Mariela Asensio ha tomado partido
sinceramente, apasionadamente. “Partido
hasta mancharse”, como quería el poeta Gabriel Celaya. Porque, aunque no todas sus obras lleven a
un nítido primer plano su visión de mujer feminista, en ciertas ocasiones –como en la trilogía Mujeres en 3D, o cuando
se trepó al escenario del teatro La
Comedia en la obra Auténtico–, Asensio no perdona. Es decir,
no tiene la menor indulgencia hacia el sistema machista que reprime, inferioriza,
somete y esclaviza a las mujeres. En Auténtico, suerte de performance con dirección de José María Muscari, donde varios intérpretes desarrollaban una serie de bocadillos
de tintes autobiográficos, Mariela Asensio –embarazada de 6, 7 meses, actuando, cantando
y bailando– hacía con mucho orgullo profesión de fe
feminista de cara al público, planteaba preocupada
cuestiones de género (la violencia sexista, el
aborto), cargaba airada contra Tinelli y, cuando le llegaba el turno a la
trata, escrutaba a la platea, se dirigía sin
rodeos a los clientes, enrostrándoles su
responsabilidad.
Mariela Asensio –luego de haber presentado
sucesivamente como autora Últimas cosas, Inacabado, Retazos, Hotel Melancólico– perturbó el verano porteño
2008-2009 con el estreno de Mujeres en
el baño, primera entrega de la trilogía antes mencionada. Una obra en la que renovaba su estrategia
narrativa, quizás más cerca de la voz propia para
hablar como mujer de asuntos que les conciernen a las mujeres. Ningún espacio físico mejor que el del baño –un cuarto
de baño sin límites en esta puesta, con escenografía de Ariel Vaccaro– para pronunciarse sobre temas variopintos: depilación, masturbación, maquillaje, dietas, automedicación, menstruación, relaciones sexuales simétricas, asimétricas... Temas que ocupan el
tiempo y la cabeza de las mujeres, en muchas oportunidades creando obligaciones
e inseguridades que las mantienen en una constante situación de dependencia, tratando de definirse, de
contemplarse, de producirse en relación con lo
que dan por sentado que piden, exigen los criterios masculinos sobre belleza y
juventud femeninas.
Aunque la puesta en escena, las actuaciones y
todos los rubros técnicos fueron de alto
rendimiento, hay que decir que en la base del espectáculo Mujeres en el baño había, sin duda, un texto original y contundente.
Un texto que incita a la lectura generando imágenes y reflexiones, se haya visto o no la obra en el escenario
(primero del Callejón, luego del Piccadilly). La
escritura alterna parlamentos (algunos para ser dichos en grupo o de a dos,
como las osadas Instrucciones para masturbarse) y canciones cuyas letras y métricas casi hacen aflorar, imaginar la música. La obra se vuelve por momentos
conceptual (no hay interacción entre las
intérpretes, no hay personajes
propiamente dichos sino perfiles escuetos de una dimensión, sin nombre, con apenas un rasgo que los
diferencia entre sí), a la vez que refleja un mundo
femenino cotidiano y muy reconocible, que resonará patentemente en las lectoras. Aunque por cierto también sería muy
bueno que tuviera lectores que se acercaran al texto bajando defensas y
prejuicios, puesto que Asensio –como toda
feminista que se precie de tal– aspira
francamente a achicar la brecha entre unas y otros...
Tres años después de la primera parte de la trilogía, Mariela Asensio presentó Mujeres en el aire, segunda parte donde –de nuevo entre el musical y la comedia negra– volvía más explícito y descarnado lo que en la obra anterior
tenía un carácter por momentos más
alegórico. En este
texto, con el telón de fondo de un estudio de
filmación, la autora va más allá en su denuncia de un estado de cosas que, desde los medios masivos,
prescribe e instala una imagen seriada de la mujer “tinellizada”. Una mujer que para responder
puntualmente a las leyes del mercado debe estar en continuo estado de alerta y
acción sobre su cuerpo, que no puede
permitirse desobedecer ni decaer. Los personajes femeninos están en el aire, siempre al borde de ser
expulsados del mundo machista si no hacen todos los deberes para alcanzar esa
pretendida hermosura, siempre regenteados por un personaje masculino, una
suerte de gendarme autoritario que no les da respiro, ni siquiera cuando
dulcifica el tono.
Así como en Auténtico Mariela Asensio tiraba la chancleta e iba
directamente a los bifes para acusar y protestar en pos de un cambio a favor de
los derechos humanos de las mujeres, en Mujeres
en el aire se expande en una zona intermedia de representación, con dos personajes femeninos en cierta
medida antagónicos –Showgirl y Renegada–, secretarias,
conejas y chicas idénticas, más ese conductor dictador, amo y señor, abusador en el más amplio sentido de la palabra. La claridad
de ideas, la precisión del lenguaje y la tremenda
vigencia del contenido vuelven atrapante y conmovedora la lectura de esta
pieza, pese a que tampoco hay, en esta ocasión, una narrativa convencional y a que la obra resulta casi ensayística por momentos.
En 2008, Mariela Asensio se mostraba resuelta
a encarar el último tramo de su trilogía bajo la forma de texto teatral, al igual
que la primera y la segunda entregas. Pero después de hacer Auténtico y Mujeres
en el aire, de investigar mucho sobre el gravísimo problema de la explotación sexual,
de vivir nuevas experiencias artísticas, la
idea se fue modificando. No el tema ni el enfoque, sino el formato que habrá de tener Mujeres
en ningún lugar. Ahora, en el momento de
editarse este libro, tiene claro que quiere salirse de las reglas y los
rituales habituales del teatro, encontrar otro espacio abierto a todo el mundo
y un procedimiento que fusione a la gente y a los actores, realidad y ficción. Todo ello para –quizás no tan metafóricamente– tomar de
las solapas a los clientes de la trata, ponerlos en evidencia, tratar de que
respondan a las imputaciones y que el público se concientice e involucre. Mariela Asensio, con fervor feminista, a
como dé lugar, seguirá probando, tanteando, perseverando para
descolonizar cabezas de mujeres y de hombres a fin de que no se sigan
reproduciendo roles y estereotipos de subordinación y explotación.