Por Guadalupe Treibel
Life Magazine, 1950 |
Audrey Millet |
La respetada especialista en historia y moda,
que actualmente se desempeña como investigadora de la Universidad de Oslo,
cuenta que la malla nació hacia finales del siglo XIX en un formato muy
distinto al que se conoce ahora: “como camisa de manga larga y largos
pantalones de lana, que obviamente dificultaban el movimiento en el agua”. El
contexto de ese entonces, por supuesto, es clave: “Hay un boom industrial. Las
ciudades huelen pésimo y la gente de la aristocracia quiere tomar el aire
fresco en la playa. Contrario a lo que suele creerse, no hay que esperar a que
haya vacaciones pagas o líneas de ferrocarril para que algunas personas orillen
las costas”.
Escena de playa, fines del siglo XIX |
El progreso de las ciencias médicas, destaca
Millet, también juega un rol central porque “se abandona la creencia de que el
agua es mala para salud”. Por esas fechas, “prolifera la talasoterapia al
observar los docs que cuando personas enfermas son enviadas a la playa,
mejoran. Se comprende que el agua lava, que no entra por los poros para
contaminar el cuerpo humano”. Porque, tal cual advierte esta formidable autora,
antes de llegar al bañador hubo que domar las ideas en torno al H2O… “Tras
preguntarme por qué antes de esta época no existía el traje de baño, me remonté
a la Edad Media, repasé los monoteísmos, luego me acordé de los mitos, donde,
desde Narciso hasta las Sirenas, el agua no está muy bien connotada… Leyendo Las Metamorfosis de Ovidio, noté la
existencia de toda una literatura de la humedad vista como amenazante. Esto es
lo que se le reprocha a la mujer en la medicina antigua: tener un cuerpo húmedo
en comparación con el del varón, y asusta a los hombres no poder controlarlo”.
Un antes y un después en la historia del
bañador (tan importante como la minifalda de Mary Quant, según nuestra
escritora) tiene que ver con Annette Kellerman, estrella australiana de
vodevil, que debe su fama a sus saltos acrobáticos en traje de baño entallado,
combinación que deja ver brazos y piernas. “En 1907 fue arrestada en Boston por
‘indecencia’ y su juicio, que sentaría precedente, popularizaría este traje de
baño”, marca Audrey. Annette fue reivindicada por la mismísima Esther Williams,
sirena estelar de Hollywood, en la película Million Dollar Mermaid (1952, con dirección de Mervyn LeRoy).
Inspección de trajes de baño, EEUU, 1920s |
Y sin embargo, “hacia 1900 aparece la cinta
métrica y el sistema métrico internacionalizado -salvo en los países
anglosajones- que sirve para tomar medidas de pechos, caderas, etcétera. La
industria de los cosméticos se sigue desarrollando, animando a las mujeres a
estar siempre más bellas con infinidad de cremas y curas adelgazantes. Se
inventa el rodillo de masaje para -presuntamente- eliminar la celulitis e
incluso se puede comprar una maleta con jeringas ¡para pinchar las varices!”. Es
en estos momentos cuando la culpabilizadora balanza arriba a los hogares.
O sea, tras desaparecer el corsé del armario,
el cuerpo liberado y más dinámico enfrenta nuevos imperativos: tiene que
despojarse de sus “imperfecciones”, presentar su mejor versión. Más adelante,
los glúteos deben ser tonificados, la cintura delgada, los senos en su lugar y
la piel bronceada. No, no hay respiro para las mujeres: se les permite andar
fresquitas a cambio de que estén impecables en todo momento.
Años 30s |
Para el bikini, por cierto, hay que esperar
hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, “período festivo donde queremos
celebrar la vida, olvidar los horrores bélicos”. Hasta ese momento, el ombligo
sí o sí tenía que estar cubierto porque “recordaba al cordón umbilical, y la
maternidad no podía salir de la cocina”.
Así las cosas, es realmente a partir de los años 60 cuando la reveladora
prenda se democratiza, “en concordancia con la liberación sexual, la llegada de
la píldora, la legalización del aborto en varios países, la posibilidad de que
las mujeres ¡dispongan de su dinero y tengan una cuenta bancaria!”. El temita
es que, mientras los modelos se encogen y encogen, se demanda que los cuerpos
de las mujeres se vuelvan pura fibra, en especial a partir de los 80s, con el
auge del fitness y los deportes intramuros. “Entonces, con su apariencia
frívola, el traje de baño se convierte en un objeto decisivo: controla el
cuerpo femenino”, concluye Audrey.
En lo que a mallas refiere, de hecho, Millet
subraya que la vasta mayoría está hecha a partir de fibras derivadas del
petróleo que liberan miles de microfibras plásticas con cada lavado a máquina
(amén de resultar más dañinas para la piel que las fibras naturales). Se trata
de una industria que mueve montañas de guita: “En 2020, a pesar de la pandemia,
casi 17 mil millones de euros en todo el mundo”.
Volviendo al tema central, al ser consultada
sobre por qué el bañador despierta tantas pasiones, Audrey hace una salvedad: “A
nadie le importa el traje de baño, es el cuerpo de las mujeres el que obsesiona
y el que siempre es observado, escrutado, regulado, constantemente puesto en la
mira”. Su enjundioso estudio sobre la prenda, de hecho, le ha permitido
“mostrar cómo, durante milenios, sus propios cuerpos no pertenecían a las
mujeres, y hasta qué punto se las responsabilizaba de todos los males
imaginables. Hoy el bañador se adapta a las más diversas morfologías, cosa que
no siempre sucedió, y se ha convertido en un estandarte femenino que revela un
cuerpo con una historia de viva. Esto no quiere decir que no tengamos
complejos, todo el mundo los tiene. Pero no hay que dudar en lucirse. Vestir
orgullosa el traje de baño es llevar los derechos ganados a la práctica en la
arena y en el agua y contribuir así a cambiar la mirada masculina sobre los
cuerpos de las mujeres”.
Elizabeth Taylor en De repente en el verano, 1959 |