Buenas paseantes, mejores conductoras


En vez de quejarnos tanto del caos de tránsito que aumenta día a día en la ciudad, más vale –como sugería en 1965 la revista Femirama– que recalemos en nosotras mismas, en nuestro comportamiento como peatonas y como conductoras. Para lo cual resulta más que oportuno actualizar algunas reglas sencillas pero indispensables, con harta y lamentable frecuencia dejadas de lado.

Empecemos por algunos de los deberes del peatón y de la peatona que transitan veredas y calles. Aunque parezca elemental, conviene reiterar estas consignas: donde haya un semáforo, no cruzar hasta que aparezca la luz verde; no vacilar, dando pasos hacia atrás y hacia delante, pues esta actitud desorienta a los automovilistas y puede constituir causa de accidentes; aunque se camine por las rayas del paso para peatones, Femirama sugiere razonablemente “no detenerse allí, precisamente, a charlar con una amiga, a mostrarle el contenido de la bolsa de la compra”, cosa que tampoco habría que hacer en la vereda si hay muchos transeúntes; si un conductor le cede amablemente el paso, “no entretenerse en largos intercambios de cortesía con el automovilista gentil”(por más atractivo que nos resulte a algunas, habría que añadir); si el tránsito está congestionado, no insolentarse con otros conductores echándoles la culpa de retrasos, anomalías y/o embotellamientos, tampoco empecinarse en hacer sonar el claxón interminablemente; evitar en general las discusiones con los automovilistas, sobre todo si piden disculpas por un error. Ah, y si quien conduce es una señora, “no tener el mal gusto de repetir los consabidos tópicos sobre las damas al volante”. Verbigracia, que se vaya a lavar los platos...

En cuanto a los deberes y correctos procederes de conductoras y conductores, Femirama señala acertadamente varios que el apuro y el nerviosismo de la vida moderna han hecho olvidar. Por ejemplo, “evitar sobresaltar al peatón distraído tocando la bocina o haciendo rechinar estridentemente los frenos a unos centímetros de distancia de él”.  Una contingencia probable: si al pasar con su coche roza a un paseante, procure mostrarse suficientemente controlada y cortés al excusarse con él, aunque no tenga toda la razón: es que “debe tenerse en cuenta que no es el peatón quien asusta al auto sino el auto el que asusta al peatón, de modo que no sería correcto decirle, además, algo desagradable”. Y, cela va sans dire, no pretenda conseguir ventajas por el simple hecho de ser mujer, “ya que el código de tránsito es igual para todo el mundo y corresponde atenerse siempre a sus normas”.

Para concluir, la publicación consultada nos brinda un atinado consejo de carácter general: “Seamos extremadamente rigurosas con nosotras mismas para cumplir disciplinadamente las reglas del tránsito, e inculquemos esta actitud en los demás, sobre todo en nuestros hijos”. Si así procedemos en cuanto al cumplimiento y difusión de las normas, con el añadido de gestos corteses o de buena voluntad –ceder la derecha en la vereda y en la calle, ayudar a cruzar a quien lo necesite, darle una mano a la persona mayor que baja del taxi o del colectivo– contribuiremos efectivamente en nuestra medida a que la confusión y el desorden decrezcan. Lo que se dice un verdadero apostolado que ha de rendir frutos en favor de la buena convivencia en la calle y la disminución de accidentes, a veces fatales.