Por Reina Roffé
El 1 de septiembre de
2021 falleció la poeta sanjuanina Reyna Domínguez a la edad de 71 años. Una
semana antes de su deceso, acabó de reunir los papeles que componen su nuevo
poemario Romanza de lo vivido.
Graduada en Filosofía y Pedagogía, fue docente y periodista, además de una
destacada gestora cultural, cofundadora del “Centro de estudios de la Mujer
Cecilia Grierson” y del “Grupo Poetas Contemporáneos” junto con José Campos y
Jorge Leónidas Escudero, entre otros. Declarada Ciudadana Ilustre por la Cámara
de Diputados de San Juan, dejó inéditas obras en prosa y en verso. Bajo el
sello de Ediciones La mariposa y la iguana, verá la luz Romanza de lo vivido, que se presentará en la próxima edición de la
Feria Internacional de Libro de Buenos Aires, el día 9 de mayo, a las 18 horas,
en la sala José Hernández. Día dedicado a la provincia de San Juan, en un acto organizado
por el Gobierno de la provincia de San Juan y la editorial que publica el
libro. La presentación estará a cargo de la Dra. Valeria Melchiorre.
Supe de Reyna Domínguez sin conocerla, sin
haberla leído. Su nombre, por razones obvias, se había quedado en mi mente con
un interrogante. ¿Cómo sería realmente esta Reyna, con “y”, sanjuanina, de la
que me hablaban poetas que comencé a tratar a mediados de los ochenta? ¿Sentiría
el mismo pudor que yo por un nombre de pila impuesto, comprometido, que da
lugar a chistes infantiles, reverencias supuestamente graciosas y absurdas, tan
molestas y humillantes para una como la exigencia de dar la talla cada día y
saber, cada día, que no llegaré nunca a ser una reina auténtica, aunque jamás
se me hubiera pasado por la imaginación ostentar semejante título en ninguna de
sus variaciones? Así de exigente y complicado se me hacía el nombre que ella y
yo compartíamos y sobrellevábamos. Este hecho me hizo sentir por Reyna una
simpatía inmediata.
Cuando, al fin, pude leer sus libros, comprendí los lazos que nos unían. Completaban el cuadro que fui dibujando de ella y no solo eso, me revelaron una arborescencia lírica de gran calidad que me dejó preciosas resonancias que perduran y convierten sus versos en memorables.
Por cuestiones de distancia geográfica, no
llegamos a conocernos personalmente, pero hace unos años entablamos una
relación virtual a través de Facebook y pudimos ponernos cara, compartir nuestros
posts y “charlar” como si fuéramos amigas de toda la vida. Enseguida surgió un
cariño mutuo que fue creciendo naturalmente. Era como la pensaba: inteligente,
amable, generosa y solidaria.
Romanza de lo vivido, el libro que Reyna dejó inédito, y
escribió durante el último período de su vida, resulta una síntesis perfecta
del carácter poético de toda su obra, que incluye títulos como Lo luz en la pared (1997), Más que un yo (2001), Envivir (2009) y su primera entrega, En nuestro tiempo sin tiempo, censurada
durante la dictadura militar y que el poeta Adrián Campillay recuperó en 2016
para Momo Editor.
En Romanza
de lo vivido se refuerza el sentido existencialista con el que, habitualmente,
la autora ve y percibe los caminos recorridos, las vicisitudes colectivas y
aquellos principios que sostienen y otorgan dignidad individual. Desde su
conmovedor comienzo, advertimos la fuerte figura, el semblante de ese “cuerpo a
cuerpo con la muerte”. Dama de la noche que deja de ser la antítesis de la vida
para formar parte de ella, como señalara una de sus poetas preferidas, Alfonsina
Storni, en Languidez, y advertir que
la vida es solo y nada menos que un espacio temporal y, como tal, efímero. Esa
dama agazapada detrás de una puerta, detrás de un “silencio traslúcido, sin nombre”.
Puerta que, para Reyna, “contiene la volcánica presencia”. Todo tiembla en “la
fisura del tiempo”, nos dice de quien llama y se vuelve viento que golpea. En
cada verso subyace el sentimiento, más que la idea racional, de que la propia
vida, incluso el mundo, no pueden ser evaluados en su totalidad, porque de
ambos apenas se tienen atisbos, una memoria que captura instantes excepcionales
cargados de significado y van constituyendo lo medular y trascendente de
nuestra razón de ser y, asimismo, una ética y su estética para expresarse, que
se torna canto. Para esta poeta, “la palabra es una llave” que, a veces, no
encuentra la cerradura que abra o cierre y, otras, el elemento clave que desata
el nudo o, como indica en su poema “Entrar a la sombra”, despeja la espesura
del mundo, donde “ya al fin desbarrancarse”.
Reyna Domínguez, como si siguiera el consejo de La Fontaine, no agota la materia con la que trabaja. Por el contrario, toma lo esencial y lo convierte en “espuma de voces” que provienen de toda su experiencia personal y artística. Por eso, Romanza de lo vivido se especia para el lector como un magma en las capas más profundas de la tierra. Resultado de una obra de lenta publicación, pero proteica, ajustada en su despojamiento de lo que es excrecencia o rebuscamientos sonoros, abocada a la verdadera dimensión de lo poético, mediante la aplicación del verso libre no carente de aquello que Virginia Woolf llamaba el oído eurítmico, melodioso, a través de las representaciones que la naturaleza proporciona y la autora convierte en signos que admiten múltiples interpretaciones.
El viento, la montaña, un atardecer, la lluvia,
el binomio noche-día, el desierto, el agua, la almendra, el cielo, el campo, trazos
de la cotidianeidad y de lo doméstico van armando secuencias que ponen en valor
una iluminación íntima, en apariencia sencilla, pero poderosa por su intenso
vínculo con lo vital que, por acumulación y concentración semánticas, despliegan
un haz revelador sobre el tiempo y la finitud.
La poesía, como expresión artística, también
compone otro núcleo temático y es incorporado como “una madre nuestra”, una “iluminada
respiración”, “voz que viene y va”. Esa que sirve para interpelarse con un
desolado “cómo fui lo que fui de lo que soy” y responder: “porque ya no soy yo
/ solo soy una boca abierta”. Por momentos, cohabitan en este libro el
desapacible interrogatorio con certezas de un consentido exilio interior, como
si todo, de pronto, fueran “sueños en punta de pie” y se ahondara la tristeza
“tan celosa de la muerte / tan avarienta de la vida”. El contrapunto se
intensifica: “¿qué es un cuerpo humano sino una forma que se deshace?”. Mientras
la misma voz poética afirma en un conciliador balance: “en el cofre de la noche
abierta (...) arrojada al vacío / la bonita existencia”, que gusta de la
lluvia, porque “canta y florea las flores”. “Hace la tierra otra vez joven / la
carne cansada nos dice: estoy viva/ aún estoy”. Sobrecoge y, a la vez, deleita
la reposada mirada que proyecta sobre aquello que todavía palpita con deseo, es
bello y se quiere retener, pero también sobre lo que se diluye rápidamente, escapa
de manera perentoria, demasiado concluyente: el desapacible punto final.
Portadas de otras obras de Reyna Domínguez
Este libro también recoge una historia que tiene
que ver con la amistad y los trágicos acontecimientos políticos que asolaron el
país en la segunda mitad de los setenta. A partir de “Incomunicados”, aparecen
algunos poemas de índole social: “Respuesta del desocupado al patrón pretendiendo
que no da respuesta”, “Soy nadie y soy todos”, “La batalla”, “Seca el tiempo
sus redes” y “Caen cenizas” entran en las coordenadas del realismo crítico y el
intimismo; se suma, además, “El cielo está blanco”, que fluctúa entre el
desconsuelo y la esperanza, versos que nos recuerdan una de las etapas de la
vasta producción de Juan Gelman que, como Reyna, no rehusó el compromiso social
a través de una lírica que se apoyó en el concepto de “trabajar con las palabras
como se trabaja con objetos concretos”. Así lo hace esta peculiar autora que
crea su propia dinámica y una estructura de pensamiento original para componer
universos amplios, ricos en dilemas que acucian y entorpecen el desenvolvimiento
del ser humano enfrentado a un sistema de injusticia.
Poesía que sortea las ideas pretenciosas para trabajar con fragmentos de la realidad o solo con percepciones de ésta, donde el yo subjetivo es apariencia, y lo tangible, la artesanía de crear. Cada poemario de esta escritora exhibe, como en el caso de muchas de sus compatriotas que comenzaron a publicar en los ochenta y noventa del siglo pasado, la necesidad de ofrecer versos en conjunción con un alto grado de libertad asociativa. Reyna Domínguez fue única en su búsqueda de una expresión en concomitancia con los juegos del significante y la plasticidad del lenguaje.
Se ha ido pronto. Seguramente, le quedaba mucho
más por decir, pero nos ha dejado una obra hecha, impecable por la felicidad de
sus formas. Versos muy logrados en este fino compendio que es Romanza de lo vivido, epítome y despedida
con el que ha querido celebrar a sus lectores y a quienes la aman y extrañan,
regalándonos este homenaje póstumo de inspiración amorosa por la vida, por los
otros. Así de espléndida y majestuosa era esta enorme poeta.
Selección del libro Romanza de lo vivido, de Reyna Domínguez…
EL CARCELERO
He estado
dormida
en el fondo
de un pozo
todos estos
años
Compartía
una trampa
en relación
de contigüidad
soliloquio
obsesivo, machacón y gritón
horadando
las paredes de la mente
hasta que
se agota la salmuera
que hace
fresca la vida
y se
agostan las ventanas
suspirando
aire callejero
mientras
afuera bulle el sol
al aire
suelto de piernas
mientras se
colorean las flores
y se visten
de hojas verdenuevo plantas
y árboles
transmiten lenguaje vivo de pájaros
al resinoso
amor hondo propio
el cielo
discurre por el paisaje
haciendo de
su arco el sueño
sueños en
puntas de pie
hasta que
el vecino tose y escupe
otra vez
con las
llaves a mano
el propio y
viejo carcelero.
AHORA
Ahora mi
corazón está quieto
callado a
cosas personales
se mueve
solamente
para decir
lo suyo del mundo
mi
nacimiento y mi muerte
están a la
otra orilla
esperando
les diga
cómo fui lo
que fui de lo que soy
y soy
siempre huella del agua, mar oculto
canción que
me recuerda
hasta
cuando me olvido de mí
Porque ya
no soy yo
parte de mí
no me pertenece
soy el aire
que ensancha pulmones
aire
indispensable de cerebros, narices, bocas
porque ya
no soy yo
sólo soy
una boca abierta.
LA LLUVIA
Nos gusta
la lluvia porque la lluvia
es la boca
viva del aire
canta y
florea las flores
cae y nos levanta
las ganas de respirar
suave bate
un tambor pequeño
nos agranda
la noche oscura y silenciosa
hace la
tierra otra vez joven de su antigua vejez
bajo el
poder renovado de su efluvio
manos
dispersas abren el día multitudinario
con sus mil
bocas al abrigo de la enredadera
Nos
llovemos
la carne
cansada nos dice: estoy viva
aún estoy
puedo
llover y entonar la canción
Desciende
la lluvia agua musitadora
con
nudillos diminutos golpea las ventanas
y las
cortinas soplan recogen sus enaguas
un varón
nos mira con ternura
con plena
seriedad acompaña el acompasado reloj
ahora
girando loco en el hueco del pecho
que lleno
ahora carga su voz como ella
cae la nube
bella disuelta por madrugada
como ella
madre protectora
y es que
somos nosotras el agua de la lluvia
serenas
dichosas enjuagamos enaguas
luego del
vendaval
gotas que
el cielo limpio vela para no despertar
para borrar
las huellas del polvo y sus recuerdos.
LA SOMBRA DE LA MONTAÑA
Bajo ala
enorme gris
refugio de
hora lenta
abraza al
día y desfallece
a pie del
Andes
nueva nace
una hora de la otra
fuegos de
artificio
Bajo un ala
enorme gris
cae enfermo
otro día
boca
espaciosa de olvido
a pie del
Andes
La siesta
alarga su mano ensortijada de espinas
brasa
ardiente llanto lento, mudo sin agua
quemando el
ojo y la gana
amarilla
esta tristeza tan celosa de la muerte
tan
avarienta de la vida
que solo el
cielo se enciende
y solo la
piedra canta
sol
quemando la garganta
silbo del
viento espíritu sanador
vuela el
tiempo y pulveriza.
NOCHE Y DÍA
Canta el
alba
el triunfo
de la noche
la que
retira al fin sus poderes
en la otra
orilla
en espera
para recomenzar
otra vez
así como
declina el día su corola radiante
atada a la
rueda de la fortuna
otra vez la
noche
el beso de
lo innombrable
oculto
en el
rostro encendido que se apaga.