Por Marta Bueno Saz, para Mujeres con Ciencia *
¿Por qué nos sentimos tan agotadas si las tareas de la casa se están repartidas más de forma cada vez más equitativa? Las investigadoras Lucía y Sunniya Luthar (Invisible Household Labor and Ramifications for Adjustment: Mothers as Captains of Households, 2019) se plantearon esta misma pregunta y analizaron cómo se dividía realmente la tarea de llevar adelante una casa y cuidar los hijos, y hasta qué punto afectaba esta situación al bienestar de las mujeres. El estudio encontró que las mujeres que sienten una responsabilidad mayor que la de sus parejas varones –o que incluso muchas veces son las únicas responsables– en la distribución de tareas y cuidados, sufren consecuencias negativas en su salud y están menos satisfechas con sus vidas.
La implicación psicológica necesaria para
sostener una casa y una familia exige una actividad mental intensa, invisible y
poco reconocida, que se considera, en la mayoría de los casos, como un rol
femenino. Incluye planificación, coordinación, anticipación de eventos y tareas
futuras y, en definitiva, mantener un estado de alerta permanente para manejar
el día a día de una casa.
Este andamiaje no se ve porque, a menudo, se
trata de un proceso cognitivo no verbalizado de todo lo que debe hacerse, de
cuándo hacerlo y de cómo llevarlo a cabo. Por si fuera poco, a este engranaje
de pensamientos y acciones se le suma la intención de hacer todo de la forma
más eficaz y beneficiosa posible.
Con todo, los malabarismos mentales diarios de
muchas mujeres no son valorados suficientemente y el mérito se lo suele llevar
quien realiza la tarea a pedido, por
encargo.
La carga mental
Al conjunto de cadenas de pensamiento que
abruman a las mujeres se le llama carga
mental, e implica una forma de trabajo
emocional. Identificarlo puede resultar muy revelador para muchas de nosotras. Contamos con variados
ejemplos para describirlo: una pareja divide las tareas físicas (quién lava la
ropa, quién cocina, qué días, quién lleva o trae a los chicos de la escuela,
etcétera). El reparto puede cuantificarse en partes iguales, pero la mayoría de
las mujeres continúan siendo las que cargan con la responsabilidad de
asegurarse de que no se acabe el jabón, de que toda la ropa sucia se lave a
tiempo o de que el cubo de la basura esté limpio (el interior de la tostadora
también vale).
Podemos leer en un relato de Gemma Hartley:
«Para el Día de la Madre pedí una sola cosa: una limpieza general profesional
de la casa, si el precio era razonable. El regalo, para mí, no estaba tanto en
la limpieza profunda en sí como en el hecho de que por una vez no tendría que
gestionar la búsqueda y optimización de este servicio que quería contratar. No
tendría que hacer las llamadas, pedir varios presupuestos, mirar reseñas,
organizar el pago y programar la cita. El verdadero regalo que quería era que
me hicieran el trabajo emocional de esa tarea agotadora. La casa limpia sería
simplemente un extra. Mi pareja esperó a que cambiara de opinión, que me
decidiera por un regalo más fácil, algo que pudiera comprar con un solo clic en
Amazon. Decepcionado por mi deseo inquebrantable, el día antes del Día de la
Madre llamó a una sola empresa, pensó que era demasiado cara y prometió limpiar
los baños él mismo. Lo que yo pretendía con mi propuesta era que él pidiera una
recomendación a amigos, consultara a cuatro o cinco servicios más, hacer el
trabajo mental que yo habría hecho si esa labor hubiera recaído sobre mí. Por
eso había pedido ese regalo.» (Women
Aren’t Nags—We’re Just Fed Up..., 2017).
Sabemos que por diversas razones estructurales
y socioeconómicas se asignan tareas cotidianas según líneas culturalmente de
género. Incluso en las parejas que piensan que han logrado una división
equitativa del trabajo, las labores de cuidados más ocultas y menos gratas
generalmente terminan recayendo en la mujer. De hecho, un número creciente de
estudios indica que, para las responsabilidades del hogar, las mujeres realizan
mucho más trabajo cognitivo y emocional que los hombres. Ser conscientes de
esta realidad podría ayudar a comprender por qué la igualdad de género no solo
se ha estancado, sino que está en retroceso.
Podemos considerar tres categorías en esta carga mental. Por un lado aparece el trabajo cognitivo, que consiste en pensar en todos los elementos prácticos de las responsabilidades del hogar, incluida la organización de eventos sociales, la previsión de compras, la planificación de citas, etcétera. Por otro, está un desgaste emocional que implica sostener el ánimo de la familia; calmar las cosas si los niños se pelean o están nerviosos o preocupados; estar pendientes de cómo les va en la escuela. En definitiva, intentar mantener un armónico ambiente familiar.
Por último, la intersección de las dos
anteriores es lo que denominamos carga mental: preparar, organizar y anticipar
todo, lo emocional y lo práctico, hacer lo necesario para que la vida fluya sin
demasiadas dificultades, de manera agradable en la medida de lo posible.
Este trabajo es difícil de medir porque es
complejo delimitar dónde comienza y termina. En 2019, Allison Daminger, doctora
en sociología y política social en la Universidad de Harvard, descubrió que,
aunque un porcentaje muy alto de los participantes en su estudio sobre el
trabajo doméstico cognitivo eran conscientes de que las mujeres hacían la mayor
parte, todavía no lo internalizaban como un hecho modificable que pudiera
someterse a criterios equitativos. Esta investigadora identificó cuatro etapas
claras de trabajo mental relacionadas con las responsabilidades del hogar:
anticipar necesidades, identificar opciones, decidir entre las mismas y luego
hacer un seguimiento de tareas y resultados. Las madres tuvieron más puntuación
en todas las etapas; los padres, en cambio, contribuían con algunas decisiones
compartidas; pero eran ellas quienes se ocupaban más de la anticipación, la
planificación y la búsqueda de posibilidades y soluciones para cada tarea.
El trabajo mental tiene varios impactos:
sabemos, por ejemplo, que las mujeres se preocupan por el cuidado de los niños,
incluso cuando no están con ellos. Esto provoca estrés adicional, ya que la inquietud
por el bienestar de hijas e hijos se mantiene incluso cuando las madres
deberían estar concentradas en otras cosas. Es como un rumor de fondo que les
cuestiona si están haciendo lo suficiente por la familia y cómo afectará a los
hijos cada minuto que invierten o no en ellos.
Un hecho que desconcertó a Daminger fue que
esta distribución desigual del trabajo mental no parecía crear mucho conflicto
entre sus participantes. Para entender por qué, realizó un estudio de
seguimiento un año después y revisó algunos de estos comportamientos de género;
tanto los hombres como las mujeres concluyeron que la división desigual del
trabajo mental se debía a que uno de los miembros de la pareja trabajaba más
horas. También afirmaron que muchas mujeres estaban interesadas en organizarse
solas: explicaron que simplemente eran buenas para planificar con antelación,
para inferir consecuencias; es decir, se creían mejores que los hombres en todo
esto de manejar la carga mental. Esta conclusión puso en evidencia un estereotipo:
los participantes creían que las mujeres son por naturaleza mejores para
planificar, organizar o realizar múltiples tareas. Este concepto es falso y
simplemente la larga práctica hace que, estando más entrenadas, sean más
rápidas y eficaces.
Si me lo hubieras pedido…
Sin embargo, hay otras razones estructurales
por las que las mujeres asumen todavía hoy una mayor carga cognitiva en el
hogar; ellas, a menudo, encuentran formas de trabajar más flexibles, mientras
que las respuestas de planificación y gestión de los hombres se consideran más
rígidas y más lineales. Las expectativas de género que comienzan desde el
nacimiento tienen mucho peso y podrían explicar por qué las ideas sobre quién
lleva la mayor parte de la organización de tareas y cuidados sigue siendo
estereotipada. El concepto idealizado de maternidad también entra a formar
parte de la ecuación: por ejemplo, el hogar se ve a menudo como el dominio de
la mujer; se juzga a ésta por su pulcritud con más dureza que a los hombres.
Todavía el estado de la casa de una mujer está literalmente ligado a su valía
como persona.
Estos prejuicios no deben perpetuarse a sí
mismos debido a que a las mujeres se las valore más por cómo funciona un hogar,
se les exija habitualmente un «control maternal». Es decir, deben asumir tanto
actividades de cuidado de niños como de planificación de comidas o elección de
ropa. ¿De verdad creemos que estas tareas no pueden compartirse? Pensemos en el
chiste dicho con una sonrisa amable y condescendiente, «Hoy parece que a la
niña la vistió su papá». Pero si la trenza que luce la niña esa mañana no es
perfecta y la hizo mamá, el chiste no tiene tanta gracia.
Es cierto que se ha avanzado mucho en la
equiparación de los cuidados de los hijos por parte de los hombres, pero «sigue
existiendo la idea de que las mujeres son las responsables en última instancia
de los resultados familiares», señala Daminger. El precio a pagar por esta
carga mental puede ser muy alto: además de cansancio y estrés, ellas no se
sienten tan felices como los padres durante el tiempo que pasan con los niños. Esto ocurre, en parte, porque ellos tienden a
hacer actividades divertidas y recreativas con más frecuencia. Otra
consecuencia sugerida por los datos recogidos en un estudio fue que cuando las mujeres pensaban que era
injusta la distribución del trabajo doméstico más obvio y se advertía que las
percepciones de la contribución de cada pareja diferían, se generaban problemas
en el matrimonio y aumentaba la probabilidad de una separación.
Hay un riesgo muy sutil al que se exponen las
mujeres que se quejan de cansancio y es el «si me lo hubieras pedido, lo habría
hecho». En el cómic de Emma Clit sobre carga mental se indica esta trampa de
forma precisa. Las insinuaciones tibias para ayudar en casa, o la sincera
disposición, pueden resultar molestas si se tienen que repetir las cosas que
hay que hacer una y otra vez.
Una sobrecarga con consecuencias
Una consecuencia más de la sobrecarga mental de
muchas mujeres es la sensación de no llegar a todo y de no ser capaces de
trabajar física o mentalmente las horas extra que exigen muchos empleos, por lo
que la brecha salarial de género continúa ampliándose.
Por lo tanto, hay que buscar soluciones. Es posible compartir la carga mental cuando se habla más abiertamente de ella. Es bueno que en la familia se conozcan los pasos previos que hay detrás de cualquier tarea de casa. A nivel social, también necesitamos replantear algunas creencias muy arraigadas sobre los papeles asignados a hombres y a mujeres. Es importante considerar los «factores estructurales que inhiben la falta de flexibilidad en el lugar de trabajo», como «una cultura laboral» que mantiene a los hombres fuera del hogar. Ciertas políticas podrían ayudar, pero en ausencia de decisiones eficaces, quizá la mejor manera para que las mujeres reduzcan la carga mental sea que hagan menos trabajo en casa. Si la madre deja de pensar en todo lo que debe hacerse y el padre se acostumbra a anticiparse a algunas necesidades, al principio habrá estrés o algún otro perjuicio, pero eso podría permitir el aprendizaje por parte de todos para la próxima vez. Esta actitud es casi impensable para muchas mujeres que, en el fondo, quieren seguir manteniendo el control hogareño y, sin embargo, parece que es un buen punto de partida para aligerar el agotamiento mental que en ocasiones es ya preocupante, desigual y, sobre todo, inaceptable en una convivencia en la que se pretende el bienestar de todas y cada una de las personas de la familia.
* Marta Bueno Saz es
licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca.
Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias. Este artículo fue
originalmente publicado en la revista digital Mujeres con
ciencia.